Samba gris, ilusión rota

El rostro de Neymar arrodillado en el piso, lo decía todo. Entrelazando las manos imploraba al cielo y su ruego se hacía un coro entre el silencio nervioso de los casi 55 mil brasileños que llenaron el Mineirao y el abrazo perturbado de los jugadores brasileños que esperaban llorando la consumación de una definición por la pena máxima que marca el futbol y a la cual había sido obligado, al no haber podido superar a un rival hidalgo, peleador y corajudo, que había puesto al anfitrión al borde del infarto colectivo. El miedo desnudado de quedarse fuera tan temprano era de terror. La desconfianza fue una nube gris que se posó sobre la cancha y se tuvo que prolongar el sufrimiento hasta el instante final. Por ello se entiende el desfogue de Neymar que se hundió en el césped llorando de alegría mientras sus compañeros solo reían nerviosos, complacidos si, pero con el corazón aun latiendo a mil por hora.
 
Qué partido, que angustia y que emociones repartidas hasta el instante final. Brasil el anfitrión, el candidato natural, hizo todo lo que estuvo a su alcance o lo poco que le dejó hacer el rival. Chile, tremendo Chile. Qué duda cabe hoy que tiene la mejor generación de jugadores de todos los tiempos. Que ha encontrado su identidad de juego, que calza con su raza con su forma de ser. Pero que ahora trasciende. Brasil habrá podido ganar el partido, pero Chile fue el verdadero gigante que salió del Mineirao con la cabeza en alto y masticando la amargura entre los dientes. Los chilenos conjugando sus lágrimas de impotencia y los brasileños desabotonándose el pecho de alegría, es la postal de este partido que tuvo un epílogo de infarto.
 
Un inicio de desconcierto para Chile. Scolari propuso un Brasil agresivo que intentaba desnivelar por desbordes y agrupamientos escalonados que debían culminar en un gol temprano. El mismo planteamiento chileno hasta hoy en el mundial, lo quiso revertir el DT brasileño. Presión arriba y triangulación efectiva. Pero la actitud del pentacampeón se fue diluyendo en los errores que lo obligaron a cometer cuando Chile se paró con firmeza. Cuando controló los espacios álgidos y logró con paciencia esperar que se mueva el rival, que deambule por su área, que husmee su jardín, pero que no se acerque a la puerta, menos a la ventana. Rodear al entorno de Neymar, controlar la zona medular brasileña para que queden aislados, desconectados y se hagan tan largos como los minutos que se desbordaron más allá del tiempo reglamentario. Brasil adolece de un juego colectivo cuando se anulan los circuitos que alimentan la energía de Neymar.
 
El gol brasileño no fue otra cosa que la circunstancia de la presión de la tribuna que explotó y que le regalaba confianza en los primeros 20” del partido. Pero una grosería de Hulk deja con visión de gol a Vidal y Sánchez, para que el del Barcelona puntee el balón lejos de Julio César. Era una paridad que dejaba la tranquilidad puesta en la mesa. La tribuna rugía pero de impaciencia. No había forma de entrar a la casa. Era Hulk o era Neymar que intentaban, que buscaban sociedades, que movían los accesos, pero siempre, enseñoreado Medel, Díaz, Vidal, Aranguiz. Siempre en el lugar adecuado, donde no se avizoraban espacios, donde el camino se veía espinoso. La tribuna exigía, Brasil apelaba a tirarla arriba, Bravo era el jefe. Partido equilibrado tácticamente. El desgaste fue pinchando pulmones y corazones agotados. El tiempo se hacía demasiado largo para algunos. Medel que había jugado con desgarro, ya no daba más. Crecía Hulk en la individualidad, Neymar estaba cerca de abandonar. Bravo lucia su fichaje al Barza y el partido era una prueba de resistencia.
 
Sampaoli ha logrado hacer de Chile un equipo que más que jugar, lucha, se entrega y defiende un dogma de fe, con coraje y valentía. Hizo parecer a Brasil un equipo pálido, desconcertado, pero a costa de mucho sacrificio. El tiempo suplementario fue una embolia al sentimiento. Un cumulo de emociones que desgarraban las pasiones y cada minuto que se iba, era un aumento de la presión, del miedo y la desconfianza ante el menor error que sea fatal. Había que terminar de pie. El instante final fue en arco brasileño. Mauricio Pinilla tuvo la oportunidad de pasar a la historia. Acomodó bien su perfil y el zapatazo de la gloria se estrelló en el horizontal. Luego la suerte de penales, no son otra cosa que una suerte de circunstancias que hacen héroes o villanos a los ejecutantes o los arqueros. La esperanza chilena se quedó pegada en el poste ante el penal fallado de Jara. El boleto de regreso a casa fue confirmado, injusto quizás, pero real como todo en el futbol.
 


Meritorio lo de Chile, más que un buen equipo ha logrado ser un buen plantel, las lágrimas de sus jugadores, hoy pueda que sean de desconsuelo, pero ese orgullo magullado por la impotencia, los va a reforzar en la interna, vienen haciendo mejor las cosas desde que decidieron revolucionar sus estructuras. Los sureños más que perder un partido han ganado un prestigio, quizás tendrán que pasar muchas décadas para que se vuelva a presentar, una nueva oportunidad, de tener a Brasil, el gigante Brasil, contra las cuerdas, que finalizó su angustia en el último aliento, que hasta el Cristo de Corcovado terminó implorando sus brazos al cielo. Chile hoy alimenta su espíritu de valor para resurgir en la esperanza, porque más que el final de un mundial, es el inicio de algo mucho más grande que lo puede demostrar el próximo año, cuando le toque organizar la Copa América 2015. Que no nos sorprenda a nadie, que sean los futuros campeones.
 
 

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