Un punto demasiado chiquito

Como equipo nada que reprochar. Se exigía actitud y fue lo mejor que se tuvo. Se pedía raza y convicción para frenar a una Argentina líder y con el mejor del mundo en su mejor momento. Había que estar concentrado, bien parado atrás y controlar el partido sin dejar de elaborar juego. Se tuvo todo eso y mucho más. Ese minuto tres, fue determinante. Un penal a favor, contra Argentina, quien sabe a ellos no los bajonee nada, pero para los nuestros era un envión anímico fundamental. Desde los doce pasos Pizarro, se apresuró en decidir y el “Chiquito” se hizo héroe. Ese fue el punto de quiebre, la prueba de resistencia había empezado mal.

Un planteamiento inteligente, cortando los circuitos de Messi y Di María. Recorridos generosos de Carrillo y Farfán –el mejor de la cancha- en su real dimensión de verdadero crack, para recogerse, pausar y explotar con criterio. Solvencia atildada de Rodríguez y Zambrano para encimar a Higuaín y Lavezzi, la anticipación como regla. Un Advíncula batiendo record de velocidad para los cruces y trepadas. Lobatón, correcto en la marca y solvente en el armado. Un “Cachito” desparramando lisura (Salía en hombros si entraba la que pegó en el poste) un Cruzado cada vez mas aplomado y con personalidad. Un Pizarro golpeado moralmente, pero voluntarioso –nada más que eso- aguantando a los centrales. Carácter para cubrir los espacios, establecieron una superioridad en el juego traducida a la tenencia de balón. Solidaridad de los once para recuperarlo, no perder la identidad para generar juego y Argentina realmente la pasaba mal. La mejor recompensa, fue la jugada preconcebida pinchando la sorpresa y Advíncula lanzó cual puñalada en el área que Zambrano arremetió a la red, con todo el estadio junto.

Argentina hizo el empate en la misma jugada que repitió ante la impotencia de crear juego. Bombazo para Lavezzi, centro atrás y el “Pipita” letal, demostrando porque vale más que Pizarro y Carrillo juntos. Error de Yotun (quizás el menos relevante) la única falla en defensa que daba paridad a un partido donde se estaba haciendo lo correcto. Pero que otra cosa es el fútbol, sino una suma de aciertos y virtudes, una resta de errores y defectos, una división de situaciones favorables y desfavorables y una multiplicación de circunstancias, a veces bien aprovechadas y otras tantas desperdiciadas. Lo que hoy es fiesta mañana puede ser entierro. El que hoy es héroe mañana es villano, lo que se hace en un partido, no necesariamente se repite mañana. Son momentos, tan solo momentos, unos diferentes de otros.

Fuimos eficientes, más no eficaces. El futbol se gana con goles y no con intenciones. Es cierto, pero los goles no llegan por obra del espíritu santo y tampoco porque le recemos a la virgen de la improvisación. Hay que generar las jugadas de gol. Nosotros no somos Brasil o Barcelona y tampoco tenemos extirpe paraguaya por citar ejemplos de equipos de rendimientos superlativos o aquellos resultadistas que juegan feo pero acumulan puntos. Nuestra esencia es distinta y se debe jugar en base a lo que somos y lo que tenemos. Se hizo lo que se debía, más no lo que se quería, por obligación y por necesidad.

Neutralizamos al rival, generamos juego y riesgo en arco contrario, si no la metimos, no es una cuestión de eficacia colectiva, obedece más a una capacidad individual llamada jerarquía, esa que sirve para manejar presiones, hacer fácil lo difícil y lo simple en efectivo. Diferencia de jugadores, niveles de competencia, eso definen la talla de los equipos. Si antes de jugar se pensaba que era un suicidio jugarle de igual a Argentina, que Messi era incontrolable y auguraban una tragedia, en el verde se vio algo distinto y se demostró que la actitud, también forma parte del juego.

Está claro que más que un equipo necesitamos un plantel, jugadores competitivos, pero eso, no se compra en la esquina, ni se trae del extranjero, eso es materia prima que se debe trabajar a largo plazo. Esta fecha eliminatoria, nos ha dejado en cuidados intensivos, porque nuestra necesidad es más grande que nuestra realidad. El gran partido solo sirve para valorar el rendimiento y afrontar lo que se viene. Pero en un análisis crudo de las posibilidades y parafraseando la atajada del penal que pudo escribir otra historia, el resultado es al final lo que cuenta y aún no alcanza, no enciende la esperanza del todo. Por ello el punto ante Argentina, nos resultó siendo, demasiado chiquito.

A no perder la identidad

Necesitábamos tanto ganar. Era una obsesiva forma de reconciliar nuestras pasiones. Una obligatoria condición, para que la esperanza no abandone esta ilusión que se hace tan esquiva a veces. Y costó tanto, porque para el rigor de estos partidos, no bastan los nombres, hace falta que estén en nivel de competencia. Con los referentes algunos entre algodones y otros con escasos minutos de juego, se afrontaba un partido donde estaba en juego, los puntos, pero también la reconciliación, con la hinchada y con una identidad que se perdió en el mar de las urgencias.

Un primer tiempo para no recordar. Se hizo difícil poner la pelota al piso. Trabados en actitud y desprovistos en ideas. Costaba hacer más de tres pases seguidos sin forzar el pelotazo inútil. Venezuela hacía lo inteligente pero previsible. Aglutinado atrás, ordenado para cubrir los espacios y esperar la sorpresa. Pero una cosa es la paciencia y otra la pasividad, jugar al fútbol era una necesidad, teníamos los nombres pero solo para la estadística. Paolo controlado e iracundo Pizarro era un general en retiro, Vargas lejos del “loco” que conocemos y Farfán desapercibido en la banda. Solo “Cachito” y Cruzado –tremendo partido- intentaban aportar juego. Muy poco en elaboración y un mazazo de Arango, despertaron esas dudas de siempre.

En el descanso hubo tiempo para preguntarse, porque, si la habilidad y el toque fino, es nuestra forma de ser y Venezuela no era superior y sufría en las poquísimas que se juntaban los talentosos peruanos. Porqué se renunciaba al toqueteo para moverlo, rotando el balón con criterio al ras del piso, buscar las diagonales y dejar que la individualidad también sea una forma de aporte. Si eso le hace daño a cualquier rival y es lo que mejor nos funciona, porqué, se perdían las intenciones en pases tan largos y descomedidos. ¿Acaso nos habíamos olvidado de jugar?.

Pero la segunda parte fue distinta. Carrillo fue por Guerrero. Una cosa es Paolo 10 puntos y otra, cuando limitado por lesión o por presión, se enfrenta a sí mismo, se pelea con su sombra y la intolerancia se calza sus botines. La “culebra” le puso la frescura y el desborde. Farfán se puso la 10, la que mejor le queda. Y la “Foquita” volvió a ser ese jugador desequilibrante, fundamental y por el que todos apostamos. Primero una palomillada para ganarle el vivo al arquero y después con una jugada que lo hizo ver en su real dimensión. Diagonal para recibir el buen servicio de Cruzado, sacarse la marca en una gambeta, acomodarse, medir al arquero y soltar un zapatazo que se lo gritó a todos los que lo habían vilipendiado y acusado hasta de antipatriota. Aparecieron chispazos de ese fútbol tan nuestro, que elabora juego desde el génesis del talento original. Fueron porciones pequeñas, pero calmaron el hambre de triunfo.

Es verdad que el fútbol moderno prioriza el resultado por encima del buen juego. Que en estas instancias, necesitábamos los puntos más por urgencia y por angustia que por sentimiento. Es verdad que un planteamiento defensivo y contragolpe, es un arma que sirve. Pero es verdad también, que no se puede jugar igual los 90 minutos. Hace falta variantes y de cuando en vez una cuota de lo que mejor sabemos hacer: Tratar bien al balón. Una gambeta y un toque elegante o alguna individualidad, pueden definir un partido, esta vez fue un resultado mezquino. Pero mejor así. Si con este 2-1 ajustado, todos durmieron abrazados soñando con el mundial, imaginamos como hubiera sido, si concluía en goleada.

Necesitábamos ganar y se ha conseguido, pero eso no cambia que el fútbol sigue siendo de momentos y cada partido es una historia distinta. Pensamiento resultadista: No importa cómo se logró, valen los 3 puntos. Versus pensamiento romanticón: ¿Acaso es tan difícil ponerla en el piso? Toquetear y buscar el gol de una gambeta, una pared y elaboración de juego también sirve. Cuidarse bien atrás, ser disciplinados tácticamente y neutralizar al rival como prioridad, es una forma, pero en un partido como ante esta Venezuela ordenada y disciplinada, un cachito de habilidad y toque peruano, aunque escaso e intermitente, ha justificado conseguir lo mismo.

Se ha logrado trepar un poco la pared, pero no hay que olvidar que la verdadera esperanza se forja en un buen funcionamiento colectivo, no solo en un resultado accidental o insípido que solo calma los nervios, contenta a los estadísticos, pero no garantiza un encadenamiento de ilusiones. Esta fecha de eliminatoria, ha sido benévolo en sensaciones justas, con Colombia y Argentina, justamente porque fueron los que generaron fútbol, cumplieron actuaciones apoteósicas, gustaron y ganaron, los demás solo buscaron consecuencias oportunistas. Lo de Perú contenta el alma por ahora, pero no podemos olvidarnos de jugar, es nuestra esencia. Tenemos con qué hacer daño, solo es cuestión de no perder la identidad.

VAMOS PERÚ!!!

Viva el Fútbol !!!

Que sería del fútbol, si no existiera el Barcelona y esta España, que tienen la misma sangre y resultan siendo hermanos gemelos en identidad futbolística. Algunos dicen que es un estilo, otros una manera de hacerse distintos. Para algunos resulta demasiado aburrido y cansado para sus ojos, pero para los amantes del fútbol, es un bálsamo, porque deja de lado a los estadísticos y resultadistas, para darle un espacio al romanticismo.

Y esta España sigue, no para y no hay forma de poder detenerlo. Ya se hizo leyenda en el fútbol. Fiel a su estilo, sin renunciar a esa posesión diabólica, tocando una y otra vez, triangulando de manera aristocrática, sometiendo al rival. A veces tibiamente, otras tantas calenturientas y algunas otras como ésta, ante Italia, realmente de ensueño, demasiado perfecta como para discutir un 4-0 que refleja lo que pasó en el verde. Una exhibición pulcra de cómo se puede defender con el balón en los pies y cuan contundente resulta buscar el gol, sin renunciar a jugar bien, copando todos los sectores del campo y rotando el balón al puro antojo, de hacerlo suyo, de mimarlo y tratarlo condescendientemente. Una férrea actitud para proponer siempre, haciendo del colectivo una consigna y apelando a la santísima trinidad que predica Del Bosque: Presión, posesión del balón y profundidad.

El fútbol se ha modernizado, es verdad. Pero sigue siendo para todos, una competencia, donde la consigna es quitarle el balón al contrario e introducirlo en la red del rival. Un concepto primitivo, original pero muy cierto. El fútbol ha evolucionado y con él, los equipos y sus entrenadores. Hoy el resultado es una consigna, para algunos no importan los medios, solo miran el tablero electrónico. Se alimentan de logros, no interesan las formas. Son apasionados del anti-fútbol y tan capaces de meter el equipo atrás y repartir patadas a diestra y siniestra. Pero ha quedado demostrado que se puede llegar al mismo objetivo, pero con maneras más pulcras y admirables, sin perder la identidad del juego y agregándole un cachito de belleza. Se puede jugar bonito y se puede ser contundente, España lo ha demostrado una vez más.

En una instancia final, donde se toman demasiadas precauciones, Italia quiso ser diferente, como su presente moderno. Dejando atrás su perfil defensivo, planteando un cuerpo a cuerpo, midiendo fuerzas para ganar posición en ese lugar estratégico, que era el mediocampo. España, con fidelidad a su estilo que data de años, definió todo en un solo tiempo. Asfixió a Pirlo, lo maniató en la zona de creación, lugar sensible, donde Xavi e Iniesta se vistieron de músicos y destellaron melodías seductoras. El primer gol fue una maravilla, una oda a la perfección. Triangulación en velocidad para el dardo destilado y certero de Iniesta a Fábregas, pase atrás y cabezazo de David Silva. Fue un golpe al orgullo, que llegó demasiado temprano. De tanto tocar la puerta, se abrió de par en par, con ese segundo gol, toqueteo, para atrás y para adelante, Jordi Alba gana la espalda de la defensa azurri, Xavi que asiste perfecto y el lateral, define como manda el manual.

El complemento fue diferente, una Italia que propuso ir contra corriente, con el orgullo marcado en la frente y rumiando una desazón en el alma. Un ida y vuelta que tuvo intervenciones vitales de Casillas y respuestas de Buffon. Pero hay partidos en que el destino también entra a la cancha vestido de fatalidad. Thiago Motta, se fue tan rápido como había ingresado, dejando a Italia con uno menos. Si completos ya se había puesto cuesta arriba, la concesión de un jugador, prácticamente le bajaba el telón a esta final. La mayor virtud de los españoles, es el manejo del balón, Italia solo se hizo perseguidor y no pudo encontrarlo nunca. La goleada se pintaba sola.

El tercero fue del “niño” Torres, culminando con pasmosa frialdad una asistencia de Xavi y para poner la cereza al pastel y encender la fiesta, el mismo Torres, le dejó la mesa servida para que Mata, haga honor a su apellido y liquide a su rival, que hasta ese entonces ya solo miraban el reloj para que termine el calvario. Ni catenaccio ni estadísticas y menos resultadistas, señores, la esencia del fútbol es tratar bien el balón, dejar que el talento sea un valor agregado para buscar el gol, así se disfruta mejor un RESULTADO. España ha entrado a ser una leyenda, por no renunciar nunca a ser siempre el mismo, y es que aunque cada partido es diferente, el fútbol se vive de momentos y estos son los que se regocijan mas con el sentimiento y se quedan en la retina de por vida.

FUTBOL he aquí a tu hijo, vestido de rojo, vapuleando al rival, con la pelota al piso, proponiendo y anticipando SIEMPRE, toqueteo exquisito y contundencia en el gol para llevarse esta Eurocopa otra vez a casa.

FUTBOL tus apasionados súbditos te saludan. Que disimulen los mezquinos, que gocen los románticos.

QUE VIVA EL FÚTBOL!!!




Y fuimos héroes

Pintaba para debacle, se emparejó con coraje más que con sapiencia, pero al final terminamos como siempre. Destrozados en el ánimo y desalentados en la esperanza. Fue como nadar con un solo brazo y morir antes de llegar a la orilla, cuando quedaba poco aliento para lograr la proeza y ya se habían reventado los pulmones de tanto esfuerzo.

El ir a buscar un buen resultado a Uruguay, de por sí ya tenía un matiz ligado a la hazaña. Perú, sumido en urgencias, debía de encoger las tripas y pararse envalentonado, a sostener la avalancha celeste desde el primer minuto de juego. El sufrir más de la cuenta, fue acierto del rival, el no encontrar tierra firme, un factor generado por lo que se plantea y lo que se ejecuta. Un desnivel entre lo que pujaba Uruguay y lo que respondía la zaga peruana, con errores individuales y descoordinación, que echan abajo cualquier andamiaje, por mucho que se tenga en intención defensiva o léase hombres de esa condición. Un gol injustamente convalidado, abrió la puerta temprano y condicionó a la bicolor. El balón era un postre para los uruguayos, pero una papa caliente para los nuestros. Se vino el segundo que obligó a generar riesgos, perder por dos o por cuatro daba lo mismo. Los pensamientos malignos empezaron a rondar.

Si salió a relucir la fuerza interior, la vergüenza para no verse vapuleado, el coraje para superar las carencias y revertir el resultado, partió desde la forma cómo afronta los partidos Paolo Guerrero, más aún cuando a falta de “fantásticas” figuras, se pone una bandera en lugar de una camiseta. Desde el azahar de Yotun, la atajada inmensa de Penny a Forlan (tapó sus errores), hasta esa guapeada de Paolo en el área para definir, como solo él sabe hacerlo, el partido se puso para definirlo quien tenga más jerarquía para manejar los tiempos, controlar el balón y hacer sentir su categoría. Aquí Uruguay simplemente nos pasó por encima. Sus jugadores tienen un nivel superlativo, que en base a su experiencia, marcan diferencias y gravitan en los momentos decisivos. Tabarez puso toda la carne en el asador y cuando mas inflamada estaba nuestra ilusión, vino el tercero en un calco de la tantas veces repetida “desconcentración” y luego el definitivo mazazo que nos despertó de súbito, hasta hacernos caer de la cama.

Poner el balón al piso sin mostrar que quema, no es alegoría a “jugar bonito”, es una forma de plantear un partido, sabiendo defender, pero con el balón en los pies. Sin la pelota, ningún rival te puede generar. El resultado es el objetivo, eso está claro y si lo ideal pudo ser empezar cuidando el cero, poblando el área con gente de corte defensivo, nada garantizaba que igual nos encontremos con un 2-0 muy temprano. Fueron fallas individuales y técnicas de los zagueros que en un partido de esta instancia, son  determinantes. Se pedía a Toñito y fue un palo de fosforo ante el alud celeste. Los mejores momentos para el repunte peruano, fue cuando Lobatón empezó a pasar mejor el balón, cuando se peleaba cada jugada, pero también se jugaba y se replegaba con criterio, lástima que se careció de constancia y se terminó defendiendo mal. Eso se paga caro en el fútbol de hoy, el resultado lo dice todo.

Se insiste mucho con la idea de los mediocampistas de corte defensivo y ofensivo. El fútbol moderno exige los mixtos de buen quite, pero también de buena entrega y el estado físico es preponderante. Nosotros solo contamos con voluntariosos, pero limitados volantes de contención y sobran los dedos para contar. Hubo una gran diferencia entre los jugadores que tenemos y a los que enfrentamos. Mientras los ellos tienen una preparación física de alto nivel y juegan finales a cada momento, los nuestros, su mayor pergamino, son un clásico y alguna primera fase de Libertadores. Mas allá de los Vargas, Pizarros y Farfán, que juegan en el extranjero -que hoy son cuestionados en su compromiso- no tenemos quien les haga sombra y si hoy los prendemos en la hoguera, mañana los estamos reclamando y mimando. Una cuestión de avalar lo que tienes, discutiendo lo que necesitas, pero que terminas admitiendo en lo que te conviene.

Markarian hizo lo que pudo y no tomó lo que había, sino lo que sobraba. Mientras los demás tenían trajes a la medida, el nuestro, se confeccionaba uno con retazos. No hay nada reprochable al equipo, pero con solo ganas y actitud no alcanza, hace falta un cachito de capacidad individual para lograr hacer un equipo competitivo que tenga jerarquía y eso no se compra ni se vende, se obtiene con trabajo serio y de largo plazo. Al mundial no vamos a ir porque nuestros jugadores hagan actos de heroísmo, si no cuando el universo de ellos sea equilibrado y generoso en nivel cuantitativo y cualitativo, eso no se consigue en un solo partido, el tema tiene un trasfondo y por ahora solo apaciguamos la realidad con odas a la bravura. Mientras tanto al hincha, al peruano de sentimiento, solo le queda seguir ondeando la bandera, no hay de otra.

Seguimos siendo el mismo equipo, pero con diferente realidad. Aunque hoy, aquellos que decían que Markarian era lo mejor que podíamos tener y se golpeaban el pecho con la Copa América, son los mismos que quieren echarlo y hacen alegorías al pesimismo con sarcasmo. Los peruanos siempre hemos honrado a los héroes que perdieron una guerra. Hoy le han hecho un pedestal al heroísmo a Paolo Guerrero, porque de pronto, hoy ante lo que se vive y se siente, tenga un valor agregado pensar, que los héroes de guerra, no son los que las ganaron, sino los que dejaron la vida en ella o los que jamás renunciaron a seguir luchando.




Error que hiere, dolor que mata

Aquellas voces de desaliento antes del partido contra Colombia, tenían fundamento, desde la premisa de pensar que solo las individualidades nos garantizaban un buen resultado. Conforme fueron cayendo los soldados, el ánimo pintaba a mirar este partido como un preámbulo de frustración y por ende, se dejaban llevar por ese inefable sentimiento autodestructivo y extremista, que es el pesimismo y que finalmente, solo termina por apuñalar nuestra propia autoestima.

Contra Colombia, ante tanto lesionado, en la práctica, salimos armados con una navaja a pelear una guerra, con un equipo mermado en jugadores de categoría, como se requería para enfrentar a un rival directo. Y el “Mago” debía sacar el sombrero, para inventarse primero una formación, para neutralizar el buen mediocampo colombiano con criterio defensivo, pero mirando el arco contrario. Tarea difícil, optó por resignar a “Toñito” Gonzales, para poner hombres de buen pie, que aparte de agruparse en la recuperación del balón, tengan buen traslado. Un planteamiento riesgoso, porque el factor físico sería primordial. Aunque en esta coyuntura, cualquiera de las formas, generaba un factor de riesgo.

Perú fue superior en el control de juego, Colombia fue dúctil en efectividad. Carrillo tuvo la más clara cuando se nubló frente a Ospina, ante pase de Lobatón. La otra fue el remate de Ramírez que la humanidad de Mosquera impidió que se desborde la tribuna, llena de esos hinchas que pintados de rojo y blanco, alentaban a la fe y la esperanza. Una de las dos pudo darle un matiz diferente al partido. Lastimosamente fueron erradas y las limitaciones empezaron a hacerse notorias, a partir que costaba más llegar al arco y se empezaba a jugar con apresuramiento en lugar de rapidez.

Pekerman sabía que Perú dependía de Guerrero, lo tapó bien, ocultando hasta su sombra para no recibir nunca con comodidad. Perú insistiendo Colombia respondiendo, agrupado atrás y buscando la contra. Hasta que vino la jugada fatal. Desacomodados atrás, por esa pelota envenenada, con efecto que no puede controlar Revoredo y que aprovecha James Rodriguez, para congelar la pasión y hasta ese momento el único error individual de la defensa blanquirroja. A partir de allí, se vio a una Colombia que sabe jugar con el resultado y a un Perú, que no hallaba forma de emparejarlo. Era el duelo de la tranquilidad versus la impaciencia.

Este resultado, nos ha dejado desvalidos en posibilidades, aunque siga flameando alguna bandera de esperanza. Hoy algunos saldrán decir que Markarian se equivocó y que jugar con un hombre de contención, de marca, garantizaba un resultado positivo. Quizás porque no entiendan que a veces también se puede defender con el balón en los pies. Porque el fútbol sigue siendo una cuestión de momentos, de circunstancias, a veces bien aprovechadas, otras no tanto, allí sigue radicando, que un marcador no refleja a veces, lo que se ve en el campo de juego. No se puede hablar de justicia, pero tampoco existe nada reprochable. La entrega estuvo, la pasión también, son esas cosas que tiene el fútbol que cuesta entender, más aún cuando los números pintan un panorama sombrío.

Si en el fútbol de hoy se hace imprescindible la búsqueda del resultado, por encima del estilo y sacrificando hasta la propia historia, en esta eliminatoria sudamericana, cada partido se ha convertido en una guerra y las distancias se han acortado tanto que ya no existen los equipos grandes con individualidades, hoy prevalecen las estrategias y los resultados son consecuencia del compromiso de las individualidades al servicio de un equipo.

Se viene un viaje al Centenario, a buscar una proeza imposible en teoría, solo queda seguir alentando, es lo que nos asume como peruanos. Si realmente debemos tener los pies en la tierra, asumamos que seguimos siendo ese equipo chico de contadas individualidades. Que hoy se hizo lo que se tenía que hacer, para guardar un orden y buscar un buen resultado, pero lamentablemente, un solo error, costó un partido y puso todo cuesta arriba. Historia conocida, letras repasadas, de este libro llamado Fútbol peruano, tan nuestro y tan adverso frecuentemente.


 

Hasta la belleza cansa

Tenía que suceder un día. Este Barcelona de juego preciosista, el del toqueteo enloquecedor, el que hace ver al grande como chico y al poderoso sometido, le llegó una de esas tardes en que mordió el polvo de una derrota. Primero dolorosa, porque fue un portazo en la nariz, en su propia casa y después decisiva, porque fue ante el Madrid, que sentenció la liga con una victoria merecida, por lo que hizo para encontrar la llave correcta, para maniatarlo y someterlo a su voluntad.

El Pep Guardiola había adelantado hace rato que la Liga estaba ganada por el Real Madrid. Tal vez tenga coherencia el poner desde el arranque a Thiago Alcántara y Tello, dejando en el banco a Fábregas y Alexis Sánchez. Quizás porque la semifinal ante Chelsea está tan cercana y no era cuerdo arriesgar demasiado. Mourinho tiraba al verde el mismo equipo de su último partido de Champions y su esquema táctico no tenía nada nuevo. Agrupar gente atrás, mente defensiva y buscar la fórmula para reducir los espacios, con mucha entrega y resolución para cortar los circuitos. El Madrid le jugó al Barza de la única manera que existe para vencerlo, con fútbol, sin aspavientos ni pensamientos ególatras y con mucha entrega solidaria. Por primera vez en los últimos clásicos, la imagen del Barcelona parecía inferior a la del Real Madrid que se sintió cómodo en todo el encuentro e hizo que el Barza no encontrara su juego.

Esta vez fue distinto. Barza tuvo el balón a su antojo, mas esa posesión nunca se tradujo en un control del juego. El partido no lo gana Mourinho, lo deja de ganar Guardiola, que demoró en sus variantes y el Madrid se hace dueño de la situación, desde la buena actuación de Casillas muy seguro en al arco. Sergio Ramos un coloso en su área, el Xavi Alonso una fiera y Cristiano Ronaldo un verdadero crack. Pareciera que el partido hubiera estado pintado para ellos, al igual de Ozil e Higuaín que jugaron para 8 puntos. Iniesta en cambio lució desenchufado, Xavi licencioso y al juvenil Tello le quedó grande el Derby. Messi quedó aislado en una maraña de piernas merengues y sin socios que interpretaran sus pases. El gol llegó para el Madrid en premio a su lucidez y claridad para definir en el momento justo. El Barza logra el empate en una de Messi que apila rivales y es el único pase que le aprovechan, pero más por un afán de recuperación que lo hace apresurado e impreciso, que como consecuencia de juego colectivo. Cristiano sentencia en una definición portentosa que enmudece el Camp Nou y engrandece la figura del portugués.

Algún día tenía que ser y no valen las excusas. El Madrid ha ganado bien, se ha jugado un partidazo y le ha jugado al Barza con la capacidad al límite de sus figuras relevantes, como siempre debió hacerlo, evitando la confrontación y hacer un juego irreprochable. Si algo funcionó a la perfección fue priorizar la obstrucción al receptor que al creador, amurallando con sentido de colaboración y aprovechar los últimos metros para proyectar los lanzazos mortales. A Mourinho le salió todo redondo, ganar por primera vez en el Camp Nou y finalizar una racha negativa, adicionando que este triunfo tiene un sabor distinto a una victoria, porque lleva consigo la Liga bajo el brazo y como corolario un gol del Ronaldo, el CR7, como para decir que fue un triunfo de la gran siete.

Y se observa un desgaste en el Barza y no tiene que ver con el físico, ojo, sino con el sistema de juego. Hay un hartazgo de querer ser siempre el mismo en la cancha. Tomando la premisa que el equipo del Pep siempre sale a ganar los partidos y los rivales, muy al margen de sus pergaminos, a veces tienden a jugar solo para no perderlos. Allí está la diferencia, aunque esta vez haya sido diferente. El fútbol sigue siendo una cuestión de momentos y una disputa de oportunidades que se generan desde la forma como se plantea conseguirlas. Cada partido es una historia diferente. A veces y solo a veces, las cosas salen perfectas, otras tantas puede que se intenten, pero no existe la garantía de jugar igual dos veces.

Y es que el fútbol de expresión bella, puede ser como el amor mismo, porque tiende a desgastarse en el tiempo y aun existiendo un sentimiento de fidelidad mutua, va convirtiéndose en una rutina de ver y sentir lo mismo. El fútbol ofrece revanchas, el amor ofrece siempre una nueva oportunidad para volver a empezar. Ambos puede que sean diferentes en sentimientos, pero pueda que sean unilateralmente parecidos en apasionamiento. El fútbol maravilloso del Barza nos encandila y nos sugestiona el pensamiento, mientras dura en nuestras retinas. Pero al igual que el amor tiene rivales a vencer y debe hacerse fuerte para no sucumbir en el tiempo. Quien sabe este sea el momento de una pausa en tienda azulgrana para meditar y definir si empieza a marcarse alguna decadencia.

El fútbol bello es a veces como el amor mismo. Te puede obnubilar los sentidos, pero no deja de ser excluyente pensar que es un sentimiento frágil, que es como un río, cada instante nueva el agua, que puede tener un final, porque nada es para siempre y hasta la belleza cansa.



El triunfo de la familia

Aquel grito pelado del Pepe Soto al final, no era un rugido triunfal, porque se ganó el clásico, sonó más bien a una descarga emocional, a un desfogue o una liberación de impotencia a tanto sufrimiento. Ganar el clásico para Alianza, ha sido un bálsamo a tanto maltrato, a tanta angustia, quizás porque este triunfo dignifica un tanto la realidad y el resultado adquiere importancia porque ha sido ante su eterno rival. Los clásicos no se juegan, se ganan. Eso lo dicen los que han estado en el verde y saben que en esta realidad, era justo y necesario, pues en estas horas de zozobra, ganar era un respiro, un aliento añadido de vida. Este sin duda ha sido el clásico de la sobrevivencia.

Y lo gana Alianza, porque el Pepe lee mejor el concepto defensivo, aprovecha mejor su biotipo para encimar a un equipo crema, bisoño, con muchas ganas, pero poco rodaje que se vio impotente al principio para agredir arriba. El Chemo sin hombres hechos para la brega, apela a soportar la carga, a dejar que los minutos vayan llenando de ímpetu a los jóvenes y que los experimentados zafen de una marca asfixiante. El gol vino de quien hace los movimientos correctos. De 9, recogiendo el trote y ganando todo por arriba. El Chileno Meneses que demuestra cada día su valía, la pone larga para que “Barney” gane el frentazo y la deje picando, Fernandez arriesgando la pierna y sus extensiones, la emboca con un fierrazo en la puerta del arco. Golazo, para trastornar la tribuna que se desbordó de locura.

Si hay algo cierto en la vida, es que la familia está por encima de todo. Y en una realidad con tanto yerro dirigencial, en Alianza la chuntaron con dos acciones que generaron una deuda emocional en sus jugadores. Primero en la concentración el sábado y ayer antes del partido. Entrar al camarín y encontrar mensajes de la familia y los hijos alentando, cargaron la batería del corazón grone y le dio una fuerza adicional. Por eso Alianza devoró en actitud en el primer tiempo y si las cosas se emparejaron al final, fue porque la U puede tener gente joven en la cancha, pero la historia de su camiseta pesa, para hacerlos fuertes en el conflicto. La unión y los valores íntimos, puede que hayan primado para ser una forma de aliento, de fuerza interior para lograr un resultado positivo, pero no resulta indigno decir que pudo tener un número equiparado, por la forma como propuso uno y lo que generó en merecimientos el otro, algo de lo que no está hecho el fútbol.

Si algo queda como conclusión de este nuevo clásico, es que se ha jugado con caras nuevas, necesarias y oportunas. No son consecuencia de ningún proceso serio y tampoco obedecen a ningún programa para potenciar jugadores jóvenes de algún técnico iluminado. Es urgencia simple y ramplona, corolario de una situación de emergencia, pero que deja el mensaje claro: La única manera de hacer que nuestro fútbol resurja es dándole la oportunidad a que los jóvenes salten a la cancha, que aprendan a equivocarse, pero que llenen su mochila de experiencia y roce. No hay de otra. Más temprano que tarde, estos nuevos nombres, serán para la U o Alianza un motivo de orgullo, aun cuando el camino para forjarlos no haya sido el correcto.

Alianza ha ganado tres puntos y la U solo los ha dejado de ganar. La historia no mide las voluntades y tampoco las intenciones, se deja llevar por los números y la estadística. Mañana será otro día y la pelota seguirá rodando, cuando alguien recuerde este triunfazo aliancista, aparte que puedan decir que el línea se devoró un penal para la U y que el “Pato” Quinteros pudo hacer el gol del año, también se comentará el debut de varios chicos que algún día se pondrán la blanquirroja, con más experiencia, mas kilometraje, gracias a la infausta realidad que viven en sus equipos y que su corta edad, se ven obligados a poner el hombro para mantenerla viva.

Pasará el tiempo y todos recordarán que una tarde de Abril, Alianza para ganar el clásico tuvo que recurrir a la fuerza del corazón, a juntar a la familia como pilar importante de sus vidas y hacer que el fútbol más allá de dividir pasiones y generar sentimientos encontrados, tuvo el poder de unir a su sangre para brindarles una alegría que les dejará una marca indeleble en el alma. Porque el amor de la familia, es la única que puede demostrar que el lograr estar unidos y no divididos, se convierta en un verdadero triunfo.

Al margen del color de la camiseta, esto le hace bien al fútbol, a nuestro querido fútbol.