El Superclásico
argentino ha sido suspendido en la Bombonera, porque un energúmeno con pinta de
hincha tiró gas pimienta a la manga donde salían para el segundo tiempo los
jugadores de River y les irritó los rostros de desgracia pero le inflamó la
paciencia a todos los que querían un desenlace netamente futbolístico. Ha
pasado una hora y media del incidente y los jugadores de Boca y River se niegan
a salir del campo. La razón tiene tinte de humorada: “Que se vayan eshos primero” dicen algunos, “La hinchada no me lo perdonaría, si sho salgo primero ” tiran
otros.
Y esto que raya
en la ridiculez, no es otra cosa que un orgullo estúpido que se ha enquistado
en el fútbol, producto de esa enfermiza rivalidad que traspasa las fronteras
del raciocinio y que se gesta en la casa, se lleva a la tribuna y se demuestra tirándolo
a la cancha. Lo peor es que los padres lo enseñan a los hijos y estos crecen
con un odio contenido, con una enfermedad incurable y que conforme pasa el
tiempo se vuelve insostenible, primero con la sorna insensata y después con la agresión
verbal, más adelante se vuelve un odio guardado en el corazón.
Y nadie se mueve
de la cancha, los de Boca se ponen en fila para ver que se retiren los de River
y los pocos hinchas (bueno es un decir) rugen y braman como bestias sedientas para
hacerle daño al “rival” tirando lo que tengan a la mano. Qué importa que sean
pibes o más grandes todos hacen un grupo de bárbaros insensatos que dan rienda
suelta a una pasión enfermiza y descontrolada.
Pero los
jugadores hacen lo suyo. Los de Boca no quieren dar su brazo a torcer. “Tienen
miedo de la repercusión con los hinchas”. Como si ellos fueran dueños de este
negocio llamado fútbol y se deba hacer lo que “ordenen” sin lugar a la duda. Y
se tuvieron que ir por la manga con resguardo de medio pelo los del “millo” porque
no quisieron irse por las buenas los del xeneize. Y se quedaron los de Boca en
la cancha, cumpliendo un capricho perturbado, lustrando su orgullo inmaculado,
levantan los brazos y saludan a su hinchada, que los aplaude con cánticos y los
jugadores responden, les dan las gracias por este papelón de nivel mundial.
De fútbol solo
hubo un tiempo, con un River bien instalado en la Bombonera, con el 1-0 de la
ida en el bolsillo y una personalidad para hacerle perder los papeles a un Boca
descontrolado, peleado entre líneas y sin argumentos ofensivos. El pitazo final
de esta primera parte encontró a los mejores exponentes del futbol argentino en
el medio de una coyuntura desmejorada, donde el fútbol ha pasado a un segundo
plano y hay una obligación por demostrar quién es el más guapo, el más fuerte,
el que doblega al otro no por la razón, solo por la fuerza. Una disputa de vanidades
magulladas y que en la cancha origina una guerra de orgullos majaderos, que
conlleva a una violencia a veces irracional, donde el balón queda sobrando.
Lo que debió ser
uno de los mejores superclásicos de esta Libertadores, terminó siendo un
escándalo de magnitud internacional y el bochorno argentino más grande de los últimos
tiempos. Puede que haya sido solo un inadaptado que le quemó los rostros a los
de River, que quizás no se debe generalizar, pero si los mismos jugadores bancan
esta actitud desatinada, es preocupante, pues ya no se trata solo de la tribuna,
hay algo muy feo que se está metiendo en las propias conciencias. La
intolerancia está latente en el fútbol hoy ha pasado en la Bombonera, pero pasa
en todo lugar, cada día, en diferente lugar y distinto estadio. Una super vergüenza.