La magia del Messi..as

Esta escrito. El futbol es para los que quieren jugarlo, para los que proponen escribir en el verde la historia con la tinta indeleble del arte y la genialidad. Para aquellos que aún no pierden la esperanza que los partidos se pueden ganar a pulso, con habilidad y destreza, mirando el arco de enfrente y logrando que la mejor disciplina defensiva, sea la tenencia del balón. Para aquellos que despabilan sus emociones y se les pone la piel de gallina, cuando un partido se gana con un poco de paciencia y una dosis tremenda de magia pura.

Este partido era para el Real, la posibilidad de hacer en casa un cerrojo a las ansias azulgranas, una forma de reafirmar que su clásico rival no es invencible y sacar el boleto de ida para Wembley. Mourinho, el creador de formulas ganadoras y acérrimo apostador de boletos a ganador, esta vez se equivocó, como nunca debió equivocarse. En su cancha, jugó a que no le hicieran un gol y a copar todo el campo, para esperar que alguna divinidad tomara tantos pelotazos, jugados al azahar. Tirados atrás como si algún miedo oscuro los obligara a resguardarse en su trinchera y sacar la cabeza de cuando en vez, para ver que tan lejos o cerca se encuentra el enemigo. Un planteamiento propio de Mourinho que se estrelló con la paciencia más el nivel individual de Messi y compañía que terminaron rompiendo su esquema.


Un Barca dominando el control de la pelota, no sorprende. Pero tampoco alcanza para romper la última línea y el cerco con un juego de ataque profundo. Por ello la paciencia es un valor agregado, que se hizo mas notorio hoy, cuando el Real no pudo ni quiso afrontarlo en el área contraria. Primero me defiendo y después existo, suele argumentar Mou y a raíz de ello busca maniatar al rival, para buscar la oportunidad. Pero un Real, en casa y agazapado, con el ánimo desaliñado y forzando la pierna fuerte, era un mensaje que algo no funcionaba bien o que la mejor versión del Barsa era mejor que la mejor versión del Madrid.


No hubo ninguna formula mágica para el Barcelona. Le bastó que la paciencia sea su guía espiritual y dejar que el talento de Messi haga el resto. El partido lo estaba ganando incluso antes del planchazo y la exagerada expulsión de Pepe. El Real, a pesar de tener maniatados a los mejores hombres, tenia miedo de dejar la casa sola, temor a salirse del libreto y Mou había firmado la igualdad. No poder ganar le dejaba la opción de no perder. Estaba en su derecho. Nadie hubiera pedido su cabeza si llevaba al Camp Nou, la etiqueta de posibilidad latente de subirse al tren. Nadie excepto su propia conciencia.


Esta escrito. Que el fútbol es una divinidad encarnada en unos cuantos privilegiados. Lionel Messi es uno de ellos y hoy hemos visto dos pruebas celestiales, que se encuentra a años luz el resto de los mortales. Primero puso su botín mágico para ser una luz que apareció de la nada y sacudir las entrañas del Bernabeu. La segunda, fue una obra de arte, de talento y magia pura. Talento para ir a buscar la pelota donde los demás no van y a la velocidad que él va y magia, para inventarse una jugada maradoniana y liquidar futbolística y conceptualmente el duelo. Por más que falte otro partido, lo que hizo Messi en este partido, quedó escrito con letras de oro en la historia.


Falta la vuelta y en el fútbol aún no se ha inventado la cura para eliminar la lógica, pero lo que se ha visto hoy, por lo menos a los amantes del fútbol bello y contundente, nos ha llenado de emociones diversas y nos damos por bien servidos. Solo el de arriba tiene la potestad de que se vuelva a repetir otra congratulación de tamaña naturaleza para este fútbol bendito.







El último pasajero

La fiesta de un clásico es especial. Desde la previa cuando todo se va vistiendo de azul y crema, hasta el entusiasmo que va calando las fibras de todos los hinchas, que revierten en un partido de fútbol, una añeja rivalidad, una consabida provocación, para saberse más ganador que el otro incluso antes que empiece el partido. Son los eternos antagonistas, que se odian y se quieren, se aborrecen y se confrontan, se miran y no se tocan, pero en el fondo ninguno de los dos, puede negar que se necesiten más de la cuenta para sobrevivir.

Daniel es un hincha de la U a muerte. Asume que desde pequeño fue santificado por el fútbol, desde que le pusieron la crema en el pecho y desde entonces ha reverenciado su pasión con una devoción extrema, a veces desquiciada, calenturienta, pero tan humana como su propia personalidad. Es de aquellos hinchas acérrimos, de carácter apacible y noble, pero aguerrido y temerario. En su memoria aún le queda, aquella noche de clásico del 99, en la definición del Play Off, cuando llegó a Matute y sin entradas en la mano, no tuvo alternativa que meterse a la tribuna sur. Obligado por las circunstancias y en el corazón de la hinchada blanquiazul, vio dar la vuelta a su crema de toda la vida, pero no pudo celebrar y fue un mudo testigo de un triunfo, que solo pudo desfogar cuando llegó a casa.

Este nuevo clásico tenía la misma convulsión de los anteriores. Era un encuentro de la juventud grone contra la experiencia crema, la expectativa estaba puesta en el verde y la emoción llenó la grada muy temprano. Daniel, esta vez quiso poner a prueba su temple y en una zafada decisión, quiso parecerse a esos jugadores que hacen la distinta. Esta vez no había apremios y era solo la bravata del hincha crema que le hace a su archirrival. Se escribió con plumón rojo cerca al corazón, la U de sus amores y se puso un polo de color plomo. Partió hacia la caldera, con una sonrisa socarrona, no le dijo a nadie de su aventura, aunque algo le intuía que se iría de allí con la sonrisa encubierta, al contrario de la primera vez, ahora era, con premeditación, alevosía y ventaja.

Daniel, llegó a Matute y desde su ubicación, pudo sentir nuevamente la adrenalina, de estar respirando el mismo aire del enemigo, mirando de reojo la muchedumbre que pintaba de crema gran parte de esta caldera que hervía de pasión grone. Una forma de sentir diferente el clásico, haciendo la del valiente clandestino, que se metió al patio del vecino para hacer una travesura desvergonzada, pero tan a título personal como su propia identidad. Sin querer tuvo que compartir, la pasión desbordante del Comando Sur, tocar su bandera y sonreír tímidamente, cuando la U hizo su aparición.

El pitazo dio inicio a un concierto de errores y desconexiones de planteamientos. Una lucha por ganar y tener la pelota, pero no saber qué hacer con ella. Costas apelando a la mixtura de la experiencia y juventud, que le daban rapidez pero careciendo de contundencia. El “Chemo” jugándose el puesto y apostando a defender el resultado, con Alva y Fano sacrificados delanteros en función defensiva. Alianza exponiendo y la U respondiendo. La consecuencia, fue un encuentro de acciones maniatadas, con mucha fricción, con delanteros sin llegada y con actuaciones individuales aplaudibles, más no consecuentes. Bazán en Alianza y el “Negro” Galván en la U. El joven que se va haciendo realidad y el experimentado que se hizo un muro contra el arresto blanquiazul. Partido por momentos aburrido, sin peligro en los arcos. Fácil los arqueros, se iban a los vestuarios, se lavaban la cara y nadie los hubiera echado de menos.

Para el segundo tiempo, Daniel ya se sentía satisfecho, al margen del partido, se había dado el gusto de ser un atrevido hincha merengue, que enrostraba su orgullosa opinión de Reynoso, que primero se defiende y después existe. El partido había caído en un letargo y parecía extinguir las emociones de los hinchas, Era la hora de que un superhéroe baje al verde. Visa fuerza una jugada en el área y penal indiscutible. El “Pato” Quinteros, se para frente al balón. Su rostro no era de confianza, al frente Raúl Fernández, lo miró fijo a los ojos, lo esperó hasta el último instante y aunque le pegó bien, el arquero demostró una potencia de piernas admirable y en una espectacular mano cambiada, atajó el disparo. Fue una pena máxima, mas para el aliancista que para el portero crema que desde ese instante se hizo figura.

En la tribuna, Daniel, solo atinó a morderse los labios, de satisfacción extrema, pero también de orgullo, porque Fernández, estaba para terminar vestido de Clark Kent, pero como otras tantas veces, terminó siendo un verdadero Supermán. El pitazo final, dejó un clásico aguachento, deslucido, con mucho fervor en la tribuna, pero exagerado fragor en el verde. Demasiada fiesta para tan poco fútbol, con una renuncia al gol y una cacareada forma de defender un resultado a costa de mucho sudor y poca disposición. Una apuesta al esfuerzo físico, pero una carencia de ideas colectivas, una lucha intensa para no dejarse vencer, pero una renuncia implícita para no intentar ganar. Los compadres, dejaron el fútbol –una vez más- como tarea pendiente.

Mientras en la tribuna, Daniel veía muy campante, el descontento de los hinchas grones. Y es que un clásico no se juega, se gana y un empate en casa tiene sabor a derrota. Daniel, salió de Matute tranquilo. No perdió y tampoco ganó. Por la noche ha sentido que el haberse atrevido a volver a la tribuna del rival, lo haya llenado de vanidad extrema, pero sabe que en el fondo, ello no pasa de una diablura, un cosquilleo a la jactancia, para saborear el miedo desde el ojo de la tormenta. Quizás cuando la hinchada blanquiazul, lo vio salir con ellos, lo miró con ignorada desconfianza, pero ni se tomó la molestia de pedirle sus credenciales y fue el último pasajero del autobús del desencanto. Y es que para ser tan hincha crema y meterse a la boca del lobo, hay que sentir bien adentro la camiseta, ser un provocador consumado o estar un poco loco.


Lazos de pasión y sangre

Mi amigo César llega al Monumental junto a su padre. Ubican sus asientos y reposan su humanidad, en un lugar de la tribuna que les brinda una vista preferencial. Su tez morena se confunde con las luces de los reflectores que anuncian la salida de los equipos. Para ambos es un día especial. Hoy, tienen los sentimientos encontrados. Son hinchas de la U a muerte, pero deben dividir su entusiasmo y apartarlas de su sangre, para sentir esa cosa especial que tiene el fútbol, llamada pasión.

El equipo visitante es el Sport Boys. Michael Guevara, el capitán y talentoso jugador de selección, encabeza el pelotón rosado, con el estandarte de su equipo de figuras escasas, que saluda a la grada. El fervor se llena de papel picado y Michael, mira a la tribuna, donde su padre y su hermano, han venido a alentar a la U pero también a él mismo, aunque sea parte del equipo rival. Saben que hoy le toca vestir la rosada, pero es tan crema como ellos mismos. El saludo se interrumpe y rápidamente el escenario toma otro matiz. La U ha salido al campo y la muchedumbre se llena de entusiasmo. César y su padre, aplauden a su equipo, pero no pierden de vista a Michael, que trota y se saluda con los rivales, que lo conocen por su pasado en tienda estudiantil.

El partido se ha iniciado y con él, los sentimientos del padre y sus hijos, se van entremezclando en deseos internos y emociones distintas. En la tribuna, César se frota las manos y sonríe nerviosamente. Abajo en el verde, Michael toma la batuta de su equipo y se va haciendo figura. El padre, siente un orgullo confundido, cada vez que su vástago toma el balón y genera peligro en contra de su equipo, que no atina a mostrar una pizca de juego colectivo. El planteamiento del “Chemo” se asemeja a un pescador, que prueba diferentes carnadas y no encuentra resultados. El partido se hace de ida y vuelta, no hay tregua. La lógica dice que la U debe ganarlo, por plantel y por convicción, pero la razón, se va con el viento, envolviéndose en una borrasca turbulenta para bajar de la tribuna en injurias insolentes.

Michael, está jugando mejor que nunca. “Toñito” Gonzales se ha devorado un par de caños monumentales y la U porfía para generar peligro, pero sus intenciones se escurren en tentativas vanas. Un Boys que crece en defensa pero es superado en ofensiva. Un partido parejo obliga a que entre uno de los dos surja el error. El primer tiempo se ha ido y con él baja el bramido de la tribuna norte, exigiendo justicia y encarando a sus jugadores de rostros adustos. El padre y el hijo se miran extrañados. Michael los saluda y ellos responden un poco regocijados pero otro tanto confusos. Tienen repartido el corazón en dos mitades y hay de por medio el amor de padre y hermano, versus la pasión por una camiseta.

La última parte, ha sido un juego de emociones fragmentadas. El Boys ha tomado en serio su visita a tienda crema y asesta la puñalada letal en el final de un partido que pintaba para empate meritorio. Un gol de buena factura y la gente rosada no deja de celebrar. Ya falta poco para sentir que valió la pena tanto sudor, aunque el color de su camiseta, se va destiñendo por demasiado desgaste. El reloj sigue su marcha y lo que era un merecimiento se va haciendo realidad. La U porfía más por desesperación que por convencimiento y solo quedan los descuentos. Michael, observa como en la tribuna, su viejo se ha puesto de pie y mira su reloj impaciente. Faltan los últimos respiros de este partido que se les va de las manos.

El “Chemo” que ha sido jugador, entiende que debe presionar al árbitro, para encontrar un respiro al agobio tribunero. Hay maneras para inclinar la cancha. Michael, sale jugando, le hacen una falta alevosa y el árbitro, que la iba a cobrar, se encuentra con el rostro adusto del técnico crema y deja seguir. Los hinchas cremas se encomiendan al cielo, hay un balón perdido en área rosada, todos quietos y aparecen San Pedro y San Pablo para hacer el milagro. Empate en el epílogo y la euforia estalla en el Monumental. Michael indignado se le va encima al árbitro, hay una frustración y rabia, que no le dejan advertir que su padre, reza en la tribuna para que esto se acabe y se vayan del estadio, con el corazón tranquilo a casa.

Dicen que el fútbol es para vivos y gana el que se aprovecha del error o parsimonia del rival. Cuando ya no había más espacio en el corazón y la garganta estaba seca de tanto gritar, Boys pierde un balón en salida y en lugar de hacer tiempo, se repliega a esperar que el “negro” Galván meta el testarazo, para la arremetida furiosa del Chileno Alvarez –un exponente del sentimiento crema- que sella una victoria conseguida más que con “garra”, con agallas y esfuerzo individual, pero con muy poco derecho a sonreírle a la tribuna. Los del Boys buscan al “culpable”, sin asumir que ellos mismos fueron víctimas de su propia desidia, en esos fatídicos instantes finales que se alargaron más de la cuenta, por obra y gracia del valor que tiene la tradición de un equipo, aunque para ello deba rebajarse a ganar un partido con el pantalón en la mano.

El padre y el hijo se saludan efusivamente y buscan la mirada de Michael, que se va contrariado. Quiso ganar y pudo hacerlo, aunque ello hubiera ido en contra de su propio sentimiento. Ha sentido la confluencia de pasiones porque es un profesional que debe defender una casa que lo cobija y se debe a ella. El partido ha terminado y el regreso a casa, se hace de manera disgregada y con rumbos a diferentes hogares.

Mi amigo César, se irá con una sonrisa complaciente, porque su equipo hizo una remontada que lo devolvió a su asiento, aunque su complacencia para con el hermano menor haya llegado a un límite desmedido. El padre, llegará con la sonrisa a casa, pero esconderá una vergüenza ajena, porque la esposa, es de pecho blanquiazul y no le aguantará mofas del eterno rival. Despacio y en puntillas de pie, se irá a su cuarto y desfogará su alegría contenida, pero también su orgullo. Su engreído, dejó de ser ese pequeñín que le daba a la redonda con inocencia infantil y quería emular sus propios sueños futboleros. Hoy es toda una realidad, que lo llena de satisfacción y una vanidad justificada.

Michael, se irá mordiendo su bronca y las horas serán su mejor medicina para calmar sus arrebatos. En el descanso merecido, encontrará la pausa, para sentirse tranquilo. Fue la figura del encuentro –como otras veces- y su presente le sonríe, gracias a ese talento innato que tiene en sus pies y porque está en su mejor momento para consolidarse. Hoy en el Monumental también tuvo los sentimientos encontrados. Hubiera querido ganar el partido por convicción, pero al final se llevó una derrota en el alma. De consuelo, le quedó una alegría inmensa, por haber estado cerca de su padre y su hermano, con quienes comparte el orgullo de sentir en la piel, un mismo sentimiento de sangre y una sola pasión por la misma camiseta.