Minuto
89 en el Centenario, 55 mil almas que se quedan en silencio, jugada colectiva a
la peruana que se juega el resto y corajudamente se interna en la el área
uruguaya. Paolo, Cueva y Ruidiaz la tocan y el pase final deja el balón
caprichoso a la siniestra decisión de Polo. El crema apurado sobre la marca del
“palito” Pereira, le pega con el borde externo del botín, no pudo meterle los
tres dedos que exigen los estamentos básicos y que es la biblia de los grandes
definidores. La pelota, antojadiza, traviesa y antagónicamente ajena a nuestras
alegrías, cruza la sala y el comedor de la casa oriental y dándole un beso al
madero que cuida Muslera, se va coquetamente por la puerta de servicio con
rumbo a la calle de la frustración peruana. Ufffff… Solamente Uffff… Las 55 mil
almas del Centenario y los tres millones de suspiros del país oriental, se
dejaron escuchar cuando el árbitro hizo sonar el silbato para poner punto final
a un triunfo sufrido y un amanecer alegre, con el primer lugar de eliminatorias
para el pueblo uruguayo.
En
el otro lado del charco, el hincha peruano, respira profundo y toma una
bocanada de aire, su selección ha quedado cada vez mas lejos de su objetivo y esa
jugada pudo ser el empate, que hubiera tenido ribetes de hazaña y hasta de
redención ante su pueblo, por la entrega y la convicción como se enfrentó a
este Uruguay, que definitivamente le cuesta ser el favorito, no lo hace sentir
cómodo, prefiere ir contra la corriente, como lo hace el salmón. Se siente más
en su hábitat, cuando lo tiene todo cuesta abajo y remonta a punta de huevos y
mucha garra, lo adverso y lo perverso que puede significar verse avasallado. Es
como esos boxeadores que requieren ver su sangre para reaccionar contra el
rival. Y Perú si algo se le podría asemejar a Uruguay, es que también a veces
–y solo a veces- requiere tener todo en contra para ser distinto de un partido
a otro, para lograr aquello que está fuera de lo lógico y natural. La gran
diferencia que la marcan los uruguayos, aparte de la historia donde nos llevan
años luz, es la jerarquía que tienen sus jugadores para definir en dos segundos
lo que nos cuesta 90 minutos y es que ellos viven dispersos por todo el mundo,
mientras los nuestros siguen siendo los ídolos de barro de siempre.
Gareca
cambió el equipo, mas por necesidad que por decisión propia, pero dentro de
ello hizo un primer tiempo correcto, con un trabajo defensivo sin fisuras, con
el control exacto de Suarez y copando los espacios q se rebusca Cavani. Se dio
tiempo para aprovechar la pausa que hace Uruguay para esperar el error rival y
avasallar de contra. Buenas actuaciones de Advíncula y Céspedes, cerrando las
bandas y un prolijo Ramos para las coberturas de un Rodriguez, que a sus años
“hablo” en la cancha como los buenos y fue el punto más alto de la defensa. Aún
y con demasiado desorden en el medio, con Tapia impreciso y Ascuez fuera de
forma, se tuvo control del balón. Pizarro otra vez mas, nos grita que ya no
puede más, lo escuchamos todos menos Gareca. Paolo Guerrero no está físicamente
bien, mientras tiene la pila puesta, es un jugador de nivel superlativo, de
categoría mundial, basta que se le baje la batería para empezar a quejarse y
deambular por la cancha. Facilita la labor del rival y su actuar se vuelve
monótono y no aporta al colectivo.
Fue
un primer tiempo atípico, donde Uruguay no fue superior por contundencia, solo
en intención. Perú se adueño del balón y lo hizo circular con propiedad,
incluso generó dos claras que hubieran condicionado abrir más el partido. El
inicio de la segunda mitad el “maestro” Tabarez le gana el “vivo” a Gareca,
tira al “Cebolla” Rodriguez y gana potencia por izquierda y condiciona el error
en salida. Gareca insiste tercamente con Pizarro que pide el cambio
rápidamente. Uruguay avasalla con presión alta (un veneno mortal para la
blanquirroja). Error compartido de Paolo y Ruidiaz, balón robado y habilitación
al “Pistolero” desmarcado que sutilmente deja a Cavani frente a Gallesse. El
uruguayo define con categoría, con un fierrazo cruzado de su zurda mortífera y
abre un marcador que se estaba manejando con propiedad, pero con muy poca
seguridad y demasiada imprecisión.
El
resultado era previsible desde la óptica de mirar a los rivales por su historia
y su momento futbolístico. Uruguay venía de hacer un trascendental partido en
el mismo Brasil y Perú de sucumbir a sus propias limitaciones, perdiendo dos
puntos de local. La teoría indicaba que nos regresaríamos con varios goles
encima, la realidad –una vez más- nos confirma que los partidos hay que
jugarlos primero y cada uno de ellos es distinto del otro, su historia se
escribe en diferentes hojas y que los rivales se hacen grandes y juegan hasta
donde se lo permiten. Es una insana verdad que los triunfos morales no se
celebran, pero hay que reconocer que se hizo un partido digno, aunque hemos quedado
muy lejos del resto y el sueño mundialista –una vez más- se va desapareciendo
como agua entre los dedos.
No
seamos ilusos, pisemos tierra y afrontemos una vez más que nuestra realidad no
va a cambiar por no ir al mundial, el cuesta arriba se hace más duro cada día, nuestros
vecinos siguen creciendo, se han mudado a un mejor barrio, una nueva casa y
viven en la opulencia futbolística, su preparación y procesos de largo plazo,
así como sus trabajos con menores, tiene consenso con sus resultados, no tienen
visos de ser villanos ni héroes de un solo día, porque han conseguido el
universo de jugadores que no tenemos y sus mejores exponentes, se preparan
todos los fines de semana en las ligas más competitivas del planeta. Mientras
nosotros seguimos viviendo en la misma casita de esteras del inicio, sin luz ni
agua y nuestros jugadores se alimentan solo cuando llueve maná del cielo. Seguimos
siendo complacientes con nuestra realidad, la TV sigue manejando nuestro fútbol
como un reality, la Videna no toma decisiones de alta envergadura y nuestros
equipos no trascienden más allá de un play off doméstico, paupérrimo y
degradante.
Ufffff…
Solamente Uffff… Otra vez a lamentarnos y refregarnos en el rostro el “pudo ser”, que deben
o debieron jugar fulano, sutano y que mengano es mejor que fulano. Que la culpa
es de Pizarro, Gareca y de Oblitas, aunque en el fondo nos hemos acostumbrado a
pedir demasiado teniendo tan poco, somos los “médicos” de siempre que damos el
mismo diagnóstico, que sabemos que nuestra selección está en UCI hace rato,
pero neciamente escondemos solapadamente la calculadora en la camilla, debajo
de esa bata blanca y roja que oculta su cuerpo maltrecho, que hoy más que nunca
requiere con urgencia, la tranquilidad necesaria para asumir su realidad y curar
esta enfermedad del alma.