Con la fuerza de un León

"Si ve una bruja montada en una escoba, ese es Verón, Verón, Verón que está de moda".

Era el grito que bajaba de la tribuna, allá en finales de los 60, en la Argentina y en toda América. Eran las gargantas de esa afición que deliraba en cada partido del Estudiantes de La Plata, aquel equipo del extraordinario Juan Ramón Verón y del exuberante Osvaldo Zubeldía, que hizo historia en las Copa Libertadores del 68, 69, y 70. Eran los tiempos del fútbol aguerrido, pero vistoso, ese fútbol de mística enteramente ganadora que podía pararse en el emblemático Old Trafford y ganarle la Copa Intercontinental al poderoso Manchester United, solo por citar un marcado detalle. Aquel equipo de espíritu cojonudo, fue creando esa mística para una nueva generación.

El equipo "pincharrata" fue haciendo su propia historia. Juan Ramón Verón o la "Bruja", fue uno de sus máximos referentes y es toda una institución para Estudiantes. Tuvo una carrera exitosa, disputó cuatro finales de Libertadores y tuvo un paso triunfante por el fútbol europeo. El día que nació su hijo, Juan Sebastián, él estaba disputando un clásico argentino y su entrenador era nada menos que Salvador Bilardo, un "pincha" emblemático, quien haciendo gala de sus artimañas, le ocultó la noticia hasta que finalizó el partido. Aquel día la "Bruja" definió con un golazo y una buena nueva lo esperaba en casa, para darle vuelta al ciclo de vigencia de su ilustre apellido.

Hoy la "Bruja" tiene 65 años y a casi 40 años de la última conquista de la Libertadores, ve con alegría, como el equipo de su corazón, ha vuelto a escribir su nombre, en la placa sacrosanta que solo tiene destinado un lugar para los grandes. Esta vez, su alegría es mayor, pues en la cancha, hay una parte suya que llora y se abraza con todos, que corre como niño y solo atina a desfogar su inmenso júbilo que le desbordan los sentimientos. Es su hijo, Juan Sebastián, o la "Brujita" como más lo conocen. Un jugador de temple, quizás diferente a su padre, pero con la misma personalidad para pararse en una cancha de aquí, de allá, de local o de visitante.

Y vaya si es importante Verón, en este nuevo Estudiantes. Si empezar perdiendo una final es difícil, mucho mas si es ante un rival Brasileño, como Cruzeiro y en Belo Horizonte, ante 70,000 almas, ya es bastante decir. Pero allí se vio esa mística "pincha" de sus antecesores. Remontar con coraje un marcador para superar el batucazo de Henrique que sorprendió a todos, menos a Verón, que mantuvo la calma y generó fútbol y jugó con la fuerza de un león, poniendo el corazón en cada pelota. Así vino su desplante para dejar habilitado en pase estupendo a Cellay, quien la mandó al núcleo brasileño, para que la "Gata" Fernandez la pueda añadir con clase. Después cobra un corner, con un efecto hacia fuera que Boselli, gana en el mano a mano y desata la euforia argentina. Después un tiro libre, paso silbando el vértice, que si entraba, cerraban el Mineirao y nos íbamos todos a casa.

Es la importancia de un jugador para un equipo. No tendrá el desplazamiento veloz, ni tampoco las virtudes de un habilidoso imitador maradoniano, pero a despecho que los años castigan su permanencia en el fútbol, pareciera que sus 34 años, se hicieran nada, cuando hace gala de su talento para leer un partido, jugar en primera o ejecutar su potente pegada.

Verón, es el distinto de este "pincha" que se ha convertido en campeón de América. Los nuevos "pinchas" que han seguido la huella que le dejaron los padres y los abuelos, tan hinchas como el mismo Juan Sebastián, que cual "hijo pródigo" después de pasear su clase por la Sampdoria, Parma, Lazio, Internacional, Manchester United y Chelsea, ha vuelto para cerrar un ciclo virtuoso, que se ha coronado con esta vuelta olímpica, que quizás sea la mas importante en su vida, pero también la última.

Dos cabezas piensan mejor que una

Cuánta razón tienen los que saben, cuando dicen que el fútbol es un cúmulo de afinidades y desavenencias, que solo se gana un partido cuando se sabe sacar provecho del yerro del rival, cuando se impone la inteligencia sobre la fuerza, el talento ante la vehemencia y se riega sobre el césped, eso que a veces cuesta tanto en un partido de sangre caliente: La Paciencia.

Un clásico que presentaba un marco espectacular, pintaba para ser un partido trabado desde el vamos, que marcaba distancias individuales, pero solo para la estadística. Un clásico como tantos otros, solo que esta vez, el escenario se había vestido de crema y no dejaba espacio para una sola banderola blanquiazul.

Costas, frente a Reynoso asemejando estar en un juego de estrategia detrás de sus controles remotos, frente al TV de 50" que mostraba un campo de batalla virtual a punto de empezar. El rioplatense, precavido a guardar el orden atrás y descargando su confianza a su tridente amenazador, con Montaño, Sánchez y Fernández, para apretar desde el inicio. El "Cabezón" apelaba a una suerte de guerreros sin nombre, casi todos del mismo tamaño y con la esperanza de encontrar la red penetrando diagonalmente, con Espinoza y "Toñito" Gonzales, zurciendo los pasos que perdería Solano, ante una marca predecible, pero confiado al toque y desmarque de Labarthe y la arremetida punzante de Orejuela.

Es en estos partidos, donde las figuras individuales toman cuerpo y se hacen importantes, en la medida que trascienden para el desarrollo del juego y son los referentes a ponerse el equipo a las espaldas. Montaño, pudo ganarse la roja infantilmente, muy temprano, pero siguió en juego, para empujar, hacer la pausa y generar peligro con un pase gol o una falta. Solano no estaba en el partido, tapada su visión con Jayo y Ciurlizza, era Toñito Gonzales, el que sobresalía en una U que jugaba como visitante. Por eso muy rápido el marcador de abrió, como consecuencia de una jugada vistosa del tridente blanquiazul. Sanchez que remata y Bazán se estira al máximo, dejando regados, el balón para que Fernández la anide y su hombro, que se fraccionó como la defensa crema que se quedó perdida en la sorpresa.

A veces, los cambios intempestivos hacen tanto bien, como los goles tempraneros o pueden ser tan fatales, como las propias ausencias o el manejo de un resultado. Llontop, atajó su primera pelota y desde allí se hizo dueño de su posición. Alianza perdió a Montaño, era un solo jugador aliancista, pero en la cancha parecía que le faltaban como tres. El duelo de estrategias, llegaba a su punto crítico, mientras Reynoso, cambiaba muy suelto de huesos a su mejor hombre -hasta ese momento Toñito Gonzales- buscando profundidad. Por el otro lado, Costas no encontró mejor manera de hacerse un autogol, con una lectura tergiversada, mandó a Trujillo, renunciando al fútbol de Quinteros y después terminó de desarmar su tridente, para dejarle espacios a Solano que cobró protagonismo.

Es un mal endémico de nuestro fútbol. La bendita pelota parada, que se origina de faltas a veces creíbles, otras necesarias o simplemente las que resultan estúpidas, como infantiles, por decir lo menos. A Solano lo pueden guardar en el camarín 80 minutos y como en el básquet, solo sacarlo los últimos 10' para que le pegue en una falta. Y es que el Ñol, no patea, acaricia con un guante el balón y la pone donde quiere. Para despecho aliancista, esta vez la puso primero en la cabeza de Labarthe, que hizo lo que manda el código, cuerpo arqueado, giro de cabeza y adentro. Luego a Piero Alva, que ganó la posición a Uribe q se dejó estar y se llenó la boca de gol. Un gol que lo gritó la mitad del país y el "Zorro" lo celebró como el mismo lo siente, como hincha crema que es.

Se puede decir que este clásico no tuvo fútbol, pero si mucha fibra. Reynoso, se encontró con el infortunio de Costas que deambuló en las ideas concretas y careció de un plan de contingencia ante la ausencia de Montaño. La U no podía pasar el cerco aliancista, pero fue paciente para esperar el momento oportuno, pudo no haber ocurrido, pero cuando se habla de la garra crema, hay ocasiones en que no debería sonar a leyenda, porque los cremas le pusieron vértigo en la parte final y digamos que el resultado, fue un premio a su constancia, aunque el banco aliancista, le dio un cheque en blanco y se quedó sin fondos.

Hoy hay caras felices, ante un triunfo valioso, traído desde los escombros y otros compungidos ante la fatalidad y la precaria suma de argumentos para asegurar, lo que hasta el minuto 80 era una alabanza al orden colectivo. Dicen los que saben, que el fútbol tiene sus caprichos y que los clásicos no solo se juegan, se ganan y para ello, ya no hay tiempo para aprendizajes. Se puede perder con cualquiera, menos con el eterno rival. Son las derrotas que duelen mas, que tardan en olvidarse y se hacen visibles en el tiempo. En el fútbol de hoy, si no puedes encontrar la red con los pies, se hace necesario tener paciencia y pensar, aunque para ello se deba aceptar que dos cabezas, piensan mejor que una, o por lo que se vio en el clásico, dos cabezazos, que pudieron cambiar toda una historia casi concebida.