2013: Año del futbol adolescente

Se va terminando este 2013 y por enésima vez se va desarmando el escenario principal, se desmonta el tabladillo donde el hincha peruano descansaba esa eterna ilusión que se enciende cada vez que empiezan las eliminatorias (Esta vez llamadas “clasificatorias”, como para que duela menos el sentirse postergados) y se van desajustando las bases que dejan caer las estructuras que dejan ver el fondo oscuro, sin vida de un mural llamado esperanza que luce ensuciado, chasqueado, como tantas veces, como casi siempre. Un teatro del fútbol vació, que solo deja escuchar el silbido del viento. Una obra inconclusa, pendiente de terminar.
 
Otro mundial que nos dejó la única opción de sentarnos frente a la TV. Otra oportunidad que el hincha quedó con la confianza quebrada. Pero si se toma a la selección mayor como la insignia de la decepción y como el eslabón final de la cadena formativa que empieza en las divisiones menores, se afirmaría con total seguridad que nuestro fútbol está perdido y que todo camina mal, por ende no hay visos de mejora al corto plazo. Pero este 2013 fue atípico, pues si bien es cierto la era Markarían generó tanta desilusión como expectativa, dejó para el análisis lo sucedido con las categorías de menores, donde la Sub 15, Sub 17Sub 18 y Sub 20 pintaron alguna sonrisa o quizás una simple mueca feliz que hizo voltear la mirada.
 
Desde siempre las categorías de menores fueron un espejismo frente a la alta competencia. Mala preparación física, degeneración de la base formativa de los clubes y resultados siempre acorde con un nivel paupérrimo individual y colectivo que no dejaban opción para sentar bases de progresión. La obtención del título sudamericano de la Sub 15, a pesar de ser una categoría experimental, un banco de pruebas donde los adolescentes sudamericanos dan sus primeros pasos competitivos, no deja de ser un aliciente para mirar más abajo, desde lo emocionante que ha sido para todos los peruanos que necesitan creer en algo, alegrarse con algo trascedente. Nuevamente JJ Oré en la palestra, siendo el artífice que consigue un nuevo resultado positivo. Demostrando que sabe mucho de los chicos, pero que detrás existe un trabajo serio y apuesta en grande.
 
La Sub 20 de Daniel Ahmed  demostró una actitud distinta para jugar de igual a igual con cualquier rival, con una dinámica de juego que dejó hasta el final la posibilidad de clasificar, nos quedamos fuera por una circunstancia malévola, pero dejó en el camino revelaciones destacables en Yordy Reyna, Deza, Hinostroza, Tapia, Gómez, Guarderas, entre otros. La Sub 18 y los Bolivarianos pujando un segundo lugar entre 6 participantes. La Sub 17 de Teixeira y su audacia para clasificar al hexagonal final, aunque nuevamente aterrizamos en la misma realidad de siempre. Errores puntuales en defensa, que dejan claro que hay demasiado por trabajar en formación de base, pero que al final han sido actuaciones tibias que no terminaron de calentar del todo la seguridad del hincha, pero que no obstante, le brindó las palmas, en señal de confianza.
 
El mensaje está subrayado en negrita. Hay que mirar las canteras y valorar el fútbol adolescente, no podemos vernos en un mundial mientras solo se tengan 3 o 4 jugadores de nivel competitivo. La eliminación de Brasil 2014 echó por la borda toda la buena intención de Markarían, que impermeabilizó los nombres por encima de los hombres, dejando que la Copa América se convierta en una alucinación infame, no se volvió a jugar como equipo chico, se hizo intensa la idea de jugar siempre igual, nunca se logró una idea de juego colectiva y sostenible. Pudimos dar la sensación de ser por momentos un buen equipo, pero jamás logramos dar la talla como un verdadero plantel. El universo de jugadores seleccionables sigue siendo limitado. Por ello, lo hecho por las categorías de menores toma relevancia.
 
La formación de base es impostergable, es la hora de la inversión seria. El fortalecimiento de los CAR (Centros de Alto Rendimiento) que maneja la FPF, deberá acompañarse por una decisión radical para formalizar los clubes, cuyo requisito estricto para existir, sea la formación seria de divisiones menores. Los clubes necesitan verdaderos empresarios, que se dediquen a administrar, el que debe saber de fútbol es el comando técnico. Una organización requiere de líderes, que lleven el timón, la improvisación solo deviene en resultados manchados de color desastre. Emular los proyectos futbolísticos de Colombia, Ecuador o Chile en trabajo de menores a largo plazo, no nos debe sonrojar.
 
Este 2013 ya se va alejando. El hincha ya  abandonó el recinto deportivo. Solo ha quedado relegada una banderola gigante de la bicolor que se niega a ser envuelta y luce orgullosa. Ya no están las manos que la ondeaban con gritos de esperanza y tampoco las bocas que besaron su emblema. Todos han partido, dejando que el tiempo cure heridas y dejar que la ilusión se vuelva a recomponer. Hoy el mensaje nos ha llegado en una botella, hay que bajar la mirada, empezar a reconstruir la base, ponerle atención a nuestro fútbol adolescente, el que finalmente es y será la materia prima para conseguir objetivos serios en el futuro. Por el bien de nuestro fútbol es el mejor deseo para empezar el nuevo año.



Gloria en las alturas

Era un día especial en su vida. Ese día que no lo puedes obviar, está resaltado en el calendario porque significa tu presente y tu pasado. Es el día en que se recuerda la llegada a este mundo y que genera felicidad, aunque con el paso del tiempo se va convirtiendo en preocupación. Erick despertó abrumado por los besos de sus hijas que lo llenaron de mimos, para saludarlo por su cumple. Él y sus engreídas son hinchas cremas a muerte, por ello una vez recuperados de las emociones tempraneras, de súbito, se levantó y ante la mirada atónita de las nenas exclamó: “Ya va a ser la hora del partido”. Todos rieron y abrazados decidieron alentar las ganas para ir preparando la celebración, esta vez estaba unido a un TV y a una definición extra por el título en Huancayo.

En la cancha estaban la U y Garcilaso para dar inicio a una definición de este “Play Off” peleado y equilibrado, desde la ventaja de ser locales y la posibilidad de elegir este lugar neutral, que en la práctica favorecía a los celestes. La altura nuevamente como obstáculo, como desagradable escollo que había de superar en la instancia final. Pero si había una ventaja geográfica para los cusqueños, había una ventaja moral y hasta espiritual que acompañaba a los cremas. La U ha hecho leyenda el no perder campeonatos y definiciones, por ello su gente bañada en confianza, solo empacó las ganas de seguir siendo grande y que como compañía de lectura, bajo el brazo, llevó su libro de historia, la suya propia, como para alentar el ánimo y amenguar un poco el desagradable viaje.

La mesa estaba servida, un almuerzo familiar acompañaría la tensión frente a la TV. Allí estaba ella, Sandra, la compañera fiel, la que hoy comparte con Erick la tranquilidad, del apoyo moral y sentimental. Al lado estaba el Nono, con sus 80 abriles bien vividos, enfundado en su camiseta crema -con el modelo que usaba su amigo “Lolo”- con sus ojitos vivaces y sonriendo por cada mohín de sus nietas. Ellas inquietas, revoloteaban por la casa, nerviosas y algo intranquilas. Mas allá los sobrinos y los tíos llenaban la casa. Todos compartiendo el apasionado amor por la U y listos para alentar en la distancia, con esa fidelidad que unía la familia completa en fervor y sentimiento frente al TV.

Un partido, donde la altura es un jugador adicional y las estrategias circulan en como avasallar al rival de arranque, por un lado y como contrarrestar la falta de oxígeno y no perder la posesión del balón por el otro. En la tribuna se divisaban siluetas vestidas de crema que avivaban las ganas de echarse a correr por el verde y dejar la piel en cada jugada. La otra mitad pintada de celeste, apelaban a rezar para irse alegres a casa. Cerrar con un campeonato en tan poco tiempo, era culminar una estupenda campaña. Ambos rivales tenían algo en común. La confianza de sentirse en su hábitat por un lado y el peso de la historia por el otro.
 
La emoción fue subiendo de nivel y la tensión empezó a calar las fibras. La comida podía esperar, todos estaban pendientes de lo que sucedía en la cancha. Garcilaso se iba con todo y cada avance era una agitación al corazón. Le costaba llegar a la U, se le hacía difícil encontrar ese fútbol aplicado y el medidor de oxígeno empezaba a descender en sus pulmones. Hay centro del Guasta que peina Ruidiaz y se la encuentra Galliquio para empujarla debajo del arco. Gol que tranquilizaba la angustia, aunque en el festejo el autor del gol y el “chapu” quedaron cortados al chocar sus cabezas. La sangre se unía al sudor y Garcilaso estrella en el palo el gol del triunfo. Se suceden jugadas de peligro en arco merengue y la ansiedad va haciendo mella. Erick ha sido enviado al segundo piso, como cábala. El Nono sigue alentando con inusitado frenesí, hace arengas a “Lolo”, su referente y su amigo secreto desde antaño.

El partido se hacía de un solo lado, empujando Garcilaso y resistiendo la U con 9 hombres. Duró poco la algarabía, la “máquina celeste” encuentra el gol después de haber perdido varias oportunidades y empareja un marcador hasta ese momento injusto. Ataja Carvallo a medias y Bogado dibuja una mueca de preocupación en la trinchera que copaba la grada. Garcilaso fue más, pero heroico lo de la U que resistía. Se viene el vendaval y había que aguantar. Los 90 minutos se fueron y había un alargue que iba a ser interminable. Erick mira el partido solo, sus hijas se comen las uñas de nervios. Sandra maldice que el tiempo se pase y no haya un gol a favor. El Nono solo sonríe como queriendo darle confianza a los demás, sobre todo a su hijo, que empieza a sufrir en cada minuto que pasa, encerrado en las paredes de su habitación.

Se ha ido el tiempo de juego y hay que ir a penales. La pena máxima es una ruleta de la fortuna y normalmente es definición de los arqueros. En altura el balón pesa menos y hay que estar fino. El “Chino Ximenez” equivoca su disparo y las emociones se apagan y se vuelven a encender cuando el “pitu” Ramos nuevamente falla frente a Carvallo. Van pasando los ejecutantes, Erick ha olvidado el tiempo, su angustia destroza su paciencia y los minutos tienen en vilo su emoción. El instante final llega en el yerro de Retamoso y el acierto de Duarte. Erick ha bajado al primer piso y el festejo se hizo una algarabía total. Todos lo abrazan y se juntan con el Nono. Sus hijas han desatado el loquerío y desatan su furia contenida. Sandra mira complacida y disfruta este instante feliz, este instante supremo.

La U se ha hecho campeón en una final de infarto que duró hasta el último minuto. Sus jóvenes integrantes los disfrutan por todo lo que ha costado. Erick ha destapado la botella de vino argentino, tiene motivos importantes para celebrar. Este día de cumpleaños que lo ha sufrido con devoción extrema, este título conseguido por su crema de toda la vida, con una recargada dosis de sufrimiento y esta Navidad que ha pintado un retablo en Huancayo la incontrastable, ciudad donde hoy, la U ha logrado conseguir esta gloria en las alturas y ha brindado paz en la tierra, para todos los hombres de buena voluntad y que tienen el pecho de color merengue.


 

Tres boletos para Huancayo

Cuando uno ve el Monumental reventar de hinchas y los rostros de la gente vestida de crema, es un cúmulo de sonrisas y algarabía, se hace fácil creer en esa añeja afirmación de que la U es la mitad más uno y que es más grande que sus problemas. La fiesta se hizo temprano con la trinchera norte abarrotando la grada, gruñendo y cantando desaforadamente y todo el estadio enarbolando banderas de confianza, el sol en su máximo esplendor, pintaba el verde de un brillo especial, un marco exclusivo para que la redonda empiece a rodar.
 
Se veía venir un partido de un solo lado, Garcilaso apremiado atrás y la U encimando desde el camarín. Comizzo puso toda la carne en el asador, carne uruguaya esta vez, pero de un sabor a gol tan sabroso que deleita el paladar. El “Guasta” y el “chapu” desde el arranque, para hacer el mismo planteamiento como terminó en Espinar, pujando las salidas y punzando el juego esta vez por las bandas. El desequilibrio individual sopesado con un armazón defensivo en teoría, con Toñito y un Rainer Torres gigante, pero que tuvo despliegue de parte del “chapu” y Gonzales para apoyar la marca y no dejar ni siquiera pensar al rival que parecía maniatado en su cancha. La U apostó por la posesión y una cuota de fútbol, siendo agresivo y veloz por momentos.
 
El gol llegó temprano, bombazo del Guasta de casi 30 mts, que se le cuela al “pipa” que al minuto de juego ya le había sacado una pelota de gol. El alboroto de la grada y la alegría en el verde, dibujaban una tarde triunfal. El segundo llegó por una “pericotada” de Ruidiaz que roba un balón y habilita al “chapu”. El yorugua define a lo crack. Pudo venir el tercero en una grosería del “cuto” que se la devoró la “pulga” debajo del arco. Tranquilamente se pudo ir la U con un 3-0 al vestuario y reacondicionar las fuerzas con un planteamiento más conservador para el resto. Tranquilamente se pudo generar una goleada tempranera, pero Comizzo empezó a pensar en Huancayo y decidió bajar las revoluciones para sopesar el esfuerzo.
 
Hasta ahora cuesta entender como un jugador como Guadalupe, a los 37 años siga disputando finales, con el único argumento técnico de chocar, levantarse y reclamar. La explicación de los técnicos peruanos que sustentan que lo llevan a sus equipos “para manejar el grupo” resulta por demás insípido y carente de profesionalismo que lo único que hace es empobrecer más la imagen del fútbol peruano. En fin, a veces ver al “cuto” da ganas de llorar, pero normalmente es una invitación a la sonrisa socarrona. Quizás la culpa no sea de él, si no de los resultadistas que miden su capacidad por la cantidad de títulos que disputa y no por su habilidad de resolver en la cancha, lo que sabe hacer bien en el camarín.
 
Es difícil pedirle una opinión despercudida de pasión a un hincha crema, porque les resulta difícil sacarse la camiseta, pero ayer hubo una coincidencia, esta U de Comizzo, es atrevida, tiene dinámica, puede avasallar al rival cuando se decide, pero se puede comer la misma cantidad de goles que genera y que no convierte. Bastó que Garcilaso, más por orgullo que por convencimiento, empujara el juego a punta de bombazos -clásico juego de altura- para que el empate estuviera paseándose por el arco de Carvallo. El “pitu” Ramos fue el protagonista. Primero un balón que no pudo empujar y luego un penal que podía inclinar la balanza. La presión del estadio influyó, se llenó de ansias, le pegó con rabia y la mandó a un palco. Allí se acabó esta historia para la “máquina celeste” que esta vez, estuvo sin aceitar y encendió motor cuando era demasiado tarde. Pero no deja de preocupar lo de la U que se “deja estar”.
 
El epílogo no pudo ser mejor. Una jugada por la banda como había sido la constante, la pisa el Guasta, la mete como puñalada al área celeste, barullo de por medio y le queda linda, apetecible y a merced del chico Guarderas, que se hamaca plásticamente y le pega un zurdazo sensacional. GOLAZO, que hizo recordar al “loco” Vargas de sus inicios. El balón besó la red con alegría y el monumental se bañó de satisfacción y tranquilidad.
 
Se ganó con contundencia, sirve para este resultado, pero el desempate en Huancayo es otra historia. La ventaja de los 3,271 metros juega en el papel, esta vez para los celestes, que de altura sabe y mucho. Pero los partidos tienen que jugarse y esta U que se sabe superior a sus propios problemas, ya tiene mentalizado dejar más que sudor y sacrificio en las alturas. Para alcanzar la gloria no solo bastará la garra y un balón de oxígeno, en la maleta deberá llevar también una cuota de paciencia y otra de inteligencia. Huancayo espera una gran final, ya están comprados los boletos, el tren está a punto de partir. En la altura el balón es tan caprichoso como el propio destino, que a veces suele decidir más por sentimiento que por propia convicción.
 


No contaban con su astucia

Ellos no crecieron juntos y quizás nunca se conocieron, son de distinto país y lugar de nacimiento. Sebastian Mauricio Fernandez es uruguayo, dueño de una picardía para jugar, frisa los 24 años, andaba por México, cuando Universitario decidió contratarlo como refuerzo. Alfredo Sebastián Ramua, es argentino, acaricia los 27 abriles y ya conocía el Perú. En el 2010 pasó por el CNI de Iquitos de manera intrascendente. Este año el Garcilaso lo trajo para sumar. Ambos son de aquellos que tienen unas de cal y otras de arena, uno diestro y el otro zurdo, a veces si, a veces no, Ambos son suplentes en sus equipos y quizás la única coincidencia sea su curioso apelativo del “Chapu” o el mate y el Río de la Plata.

Partidazo el que se jugaron la U y Garcilaso. Un marcador de 5 goles, a 4,000 mts de altura, es para valorar el esfuerzo. Un primer tiempo predecible, con el equipo del “petróleo” García avasallador, con la consigna de asfixiar desde el inicio. En dos minutos ya tenía el viento a su favor. Comizzo debe haber entrenado toda la semana el balón parado, pero es difícil creer que ello te garantice una vacuna anti-error. En altura, el balón corre y rebota distinto. Entrenar en esa cancha antes, cosa irreal y tampoco te aseguraba el resultado. Hoy en día el aclimatarse ya dejó de ser una póliza de seguro, para llevarte los puntos.

El segundo le llegó a la U casi de la misma manera. Bombazo, buscando el error ajeno, para que el balón quede por ahí extraviado, picando, haciendo una plegaria. Ferreyra la encuentra fácil para meter el fierro y dejar que la leña en la chimenea deje de arder. Parecía que cualquier intento por reaccionar, sería fatal y terminaría en desgracia. Lo difícil se hacía imposible y lo espinoso era dañino. Tranquilamente la U se pudo ir con tres o cuatro en la canasta y nadie se sonrojaba. Se defendía mal, trastabillaba y todo se ponía cuesta arriba. “Oh y ahora, quien podrá salvarnos”.

Comizzo hizo una lectura agresiva y apostó por algo que podría haber sido un suicidio. Buscar variantes en ofensiva con las diagonales del Guasta y el Chapu, dejando la recuperación a un prodigioso Romero, que si en algo se diferencia con “Toñito”, es que juega más y pelea menos. Ganar la espalda de Herrera y el “cuto”, buscando ponerle una cuota de fútbol, para encender la leña. Primero el penal y luego una definición de Fernandez ponen la igualdad en el marcador. La U emparejó lo que parecía imposible y niveló el barco en zozobra de Comizzo. “Que no panda el cúnico”.

Pero el fútbol, es una cuestión de circunstancias de juego, provocadas para inducir al error del rival. Cuando no se puede romper un planteamiento de manera colectiva, debe aparecer la individualidad, el gesto técnico, la decisión personal de alguien que cree en sus virtudes técnicas. Primero fue el “chapu” Fernandez, generando la jugada que culminó en la igualdad y en el epílogo, el “Chapu” Ramúa, se envalentona, encara con su perfil zurdo, error crema de no tapar, acierto del argentino, que en un amague movió toda la defensa. El zapatazo acarició la red y rompió en mil pedazos la ilusión crema. “Síganme los buenos”.

La U no hizo un partido bueno, hizo lo correcto. Pero en estos primeros 90 minutos del Play Off, ha dejado como protagonistas, a dos jugadores de distinta nacionalidad, que saltaron desde el banco para hacerse presentes, cada uno en su momento, en su oportunidad. Uno se fue más feliz que el otro, aunque falte mucho por definir. Ambos no tienen mayor coincidencia, salvo compartir el mismo apodo. Nadie los hubiera tomado en cuenta, sobre todo en este partido. Fue una película, donde de actores secundarios, pasaron a ser principales y hasta uno de ellos, Ramúa, terminó siendo el gran héroe,  "El Chapulin Colorado". “No contaban con su astucia”.
 
 

Se cae de maduro

Terminada la penúltima fecha doble de las eliminatorias, la tabla de posiciones, es una radiografía de cómo están futbolísticamente las selecciones que ya aseguraron su pasaje a Brasil 2014 y los que les falta un cachito, las que aún luchan un cupo y también de aquellas que su dejadez, su irregularidad o su medroso presente, los ha postergado a ser simples comparsas de los que de manera continua pelean siempre un puesto de vanguardia. Esta tabla es la fotografía del hoy en el fútbol sudamericano.  
Argentina alista las valijas, ya estaba con los boletos comprados, solo le faltaba hacer el “check in” y lo hizo por internet desde Asunción. Goleada que lo hace ver contundente de cara al gol, pero que de alguna manera asolapa una deficiente producción defensiva. Paraguay está lejos del equipo categórico de eliminatorias pasadas, ha caído en un abismo y le va a costar volver a tierra firme. Sabella ha tenido buena mano para repotenciar su Selección, ha logrado hacer del mejor Messi en la Argentina y que su funcionamiento sea un valor agregado para el equipo. Cuando Messi enciende la lámpara se ilumina esta Argentina de juego ofensivo y efectivo, pero no es coherente cuando lo atacan y en el apunte de la libretita de notas, el “Pachorra” debe tener como tarea pendiente, lograr que esos delanteros de élite que tiene, sean los primeros en hacer la gauchada para empezar a apretar al rival. En un mundial no basta llevar al mejor jugador del mundo. Un equipo tan virtuoso para atacar debe tener una mejor disposición defensiva. Por ahora le sirve, pero ante rivales de fuste puede que su cartelito de candidato a campeón le quede demasiado grande. No tiene cracks defensas regados por el mundo. Tarea pendiente para esta Argentina avasallador en el frente y demasiado tibio en la retaguardia.
Qué bárbaro Uruguay por Dios!!... Acaso y tiene que ver solo la raza y la identidad para garantizar una jerarquía? Qué manera de remontar a la adversidad, y sacar la cabeza del agua y darte un zarpazo mortal. Con este mismo plantel hace algunas fechas, los uruguayos estaban resignando ir al mundial y en tres partidos se ha puesto de nuevo en carrera. Si hay una selección que juega mejor al fútbol es Colombia. Volviendo a esa identidad para adormecer al rival, con la paciencia y contundencia para avasallar cuando se encuentra en ventaja. Hizo su juego le quitó el balón a Uruguay y solo le faltaba el puntillazo final, para lograr en el Centenario su pasaje al mundial.
Un equipo que tiene el control del balón debe ser fino en la definición, más aún si al frente se tiene a Uruguay, que no juega, pelea. No luce, pero se entrega. Con jugadores convencidos de lo que valen y que son determinantes en los instantes cruciales de un partido. Lo que corrió Cavani, lo que metió Suarez y el “cebolla” Rodriguez, siendo atacantes pasaban a dar una mano en defensa y tratar de encontrar el balón perdido. Hay una preparación física de alta competencia, un kilometraje distinto. Uruguay se mete por los palos y definirá con Ecuador pasar directamente, por lo que está encajando y jugando, no sorprendería que lo logre. Le viene de raza. 
Perú ya era un moribundo cuando jugó con Uruguay, que le quitó el respirador artificial. Jugar supeditados a rezarle a la virgen no es decoroso ni resulta coherente y menos en instancias que ya estaban fríamente definidas. Un equipo que repitió las mismas deficiencias defensivas, la carente capacidad individual para sortear a un equipo venezolano que se hizo un vendaval, ante una parsimonia y demasiadas incorrecciones, para lograr 3 pases seguidos. Un fantasma que persiguió al equipo cuando jugó de visita. No hubo despedida digna, el espejismo del primer gol solo alimentó las ansias de la vinotinto para arrasar y llevarse de encuentro a un equipo peruano que se hizo trizas, en intenciones, en voluntad y en capacidad. Más de lo mismo. Mientras los rivales juegan a la velocidad de un Ferrari, nosotros seguimos moviéndonos en moto-taxi. Venezuela dejó de ser cenicienta y es una realidad apostando a su sangre joven.
Lo que se viene es que aparezcan los videntes de siempre, los que lanzan nombres a diestra y siniestra. Los que solo se contentan con triunfos domésticos y matarán a los mismos que les prendieron velas. Vendrán los especuladores y estadísticos con su libro de recuerdos bajo el brazo, se darán el abrazo con los inflexibles vengadores, que harán justicia con sus propias manos y gozarán de su retorcido pesimismo, solo porque se hacen llamar Especialistas. Caerán de maduros los argumentos demoledores, de los que esperaban agazapados esta debacle para prender fuego destructivo en la pradera de la especulación. Aparecerán los que se refugien en triunfos ajenos, para esconder sus lamentos internos.
Mientras no seamos competitivos en menores y nuestros equipos dejen de brindar resultados lastimeros en torneos internacionales, todas las recetas son para la misma enfermedad. Acaso y no requerimos una revolución en nuestro fútbol, con gente de empresa en el timón de los clubes y en la Videna. Que las canteras no solo preparen chicos para jugar, si no para competir. Si hay bonanza económica, se debe invertir en nuestra sangre joven. La jerarquía no se compra por internet, es un nivel, una categoría, que solo se consigue con la competencia internacional. Hay tantas cosas por decir, pero una sola por cambiar, la decisión a ser diferentes y aceptar que si se quiere éxito en el fútbol, no existen pretextos para quejarse porque se trabaja en exceso. Se cae de maduro.
 

Sangre, sudor y lágrimas

Como cuesta controlar esta impotencia, que se vuelve un gigante, que nos tumba al suelo, nos humilla y nos pisotea el rostro en el suelo. Como cuesta  asumir este sinsabor que nos avinagra la boca y nos hace masticar una bronca que intentamos apaciguar con una disimulada sonrisa de labios cerrados. Cuesta apaciguar este dolor, si se ha metido en el pecho como un puñal caliente, abriendo la carne y sesgando las fibras más sensibles de nuestro s sentimientos futboleros.
 
Este Uruguay que en nuestra cancha, se vio en todo su esplendor, de equipo de peso pesado, con jugadores que saben y tienen por costumbre estos tipos de rigor de competencia. Un equipo mañoso, aplicado y diestro para generar el descontrol en el rival. Un partido decisivo que los celestes lo han jugado con un cuchillo entre los dientes y un pedazo de hielo en la cabeza. Pero que aparte de sus capacidades individuales y colectivas, esta vez tuvo un aliado rufián y mezquino en el árbitro de dudosos antecedentes. Primero para comerse una agresión delincuencial de Lugano a Farfán y después un codazo alevoso que pareció casual de Gargano a Paolo que le abrió la ceja y lo sacó del partido. Todo fríamente calculado. Uruguay para la pelea es tremendamente perverso y retorcido.
 
El árbitro puede ser un truhan o un turbado personaje, pero lo que no se puede perder es el equilibrio, la tranquilidad. El descontrol es un cáncer que empieza a minar la paciencia y termina por contaminar la tolerancia. Yotun entró al juego patrañero y se fue expulsado. A Uruguay le hizo bien perder a Forlan, pues Situani hizo una labor atinada para copar la línea por donde podía trepar Vargas y fue el enlace perfecto para las subidas de Cavani y el “cebolla” Rodriguez. Suarez se fabrica un penal a costa de la inexperiencia de Ramos. A Luisito lo silban en la Premier League porque es un actor hollywoodense, es de esos jugadores antipáticos, desagradables y fastidiosos, lo critican porque muerde cuellos y golpea orejas. Pero si jugara en nuestro equipo, le daríamos licencia para que muerda y joda todo lo que quiera.
 
Perú hizo lo que debía y podía. Pero fue siendo devorado por la ansiedad. Caímos en el descontrol y allí es cuando más se requiere de la jerarquía, algo que adolecemos y en el cual Uruguay nos lleva muchas cabezas de ventaja. Cuesta hacerse el fuerte cuando el rostro de Farfán deja escapar una mueca de dolor y sus lágrimas nos quiebran la fortaleza, cuesta no doblarse de impotencia, al ver la sangre en el rostro de Guerrero. Pero no hay tiempo para llorar, tampoco hay lugar para el reproche, pero si para la reflexión. Se ha logrado levantar la cabeza y hay una mejora que no se ha podido reflejar en los resultados, por ahora, esto es lo que somos y el lugar donde estamos. Lástima que vayan a aparecer como siempre, los verdugos de siempre, los frustrados conocidos y los fiscalizadores honorables. En la derrota y la frustración se hacen más visibles.
 
El tren se ha detenido en su última parada y los peruanos deben bajar su equipaje, lo que fue un entusiasta sueño de hacernos competitivos, Uruguay se encargó de despertarnos de dos certeros cachetazos. Un final lleno de tristeza que nos duele a todos, pero más que realistas nos debe hacer sinceros de corazón. Ya no sirve la calculadora, es hora de ir levantando la carpa y empacando las ilusiones para ir habilitando la sala de casa. Será otro mundial que no estará nuestra selección y otro mundial que los peruanos lo verán solo por TV. Hay que levantarse es verdad, pero como nos cuesta esta vez, estamos tan quebrados de ánimo que nuestros pies pesan como plomo, la esperanza de intentar seguir jugando, se desvanece en el aire como un hilillo de humo gris. Lo que resta es un consuelo, pero que poco que sirve.
 
Quizás la clasificación la perdimos ante Uruguay, pero fueron esos puntos desperdiciados de local los que nos hicieron llegar a este partido al límite. Ante Colombia que pudimos rescatar un empate y ante Argentina, en el mejor partido de esta selección, que debimos quedarnos con el triunfo. Fueron cuatro puntos valiosos, los mismos que le han puesto a Paolo Guerrero en la frente, cuyo rostro ensangrentado, es una espeluznante postal de nuestro dolor. Esta vez hubo sangre, sudor y lágrimas pero todas fueron peruanas y una vez más de sufrimiento. Una triste y acostumbrada forma de sentir el fútbol. 
 

El increible Scratch

“Eu sou brasileiro com muito orgulho e amor” es el cántico jubiloso y excitado que desborda las bandejas de este Maracaná que remozado en sus estructuras, guarda en sus entrañas tantas jornadas de fútbol y fiesta, pero también algún recuerdo amargo de aquella epopeya uruguaya, que ha sabido archivar a punta de triunfos. Había motivo para celebrar, Brasil había dado cátedra en casa propia. Mientras afuera la gente protestaba sin control, en el verde el “Scratch” le daba un cachetazo a España y le gritaba en la cara, quien era el verdadero rey del fútbol, el monarca del balón. Una paliza y un exquisito resultado de 3-0 que fue un sorbo triunfal de esta Copa Confederaciones.

Era el partido soñado por todos, los que estaban en el verde, en la grada y los millones que lo seguían por TV en una aventurada mirada al mundial 2014. Una ilusoria final adelantada o quien sabe uno de esos partidos donde se juega más que una simple clasificación y de por medio está el orgullo, el honor y la pasión excedida. Por un lado Brasil y todos sus lauros históricos y por el otro España, que desde hace cinco años marca el pulso del juego exuberante, plástico y altamente efectivo. El escenario: El mítico Maracaná, el santuario donde se reza por el buen fútbol y donde el próximo año albergará los cuerpos de aquellos privilegiados que querrán alcanzar la gloria ganando un mundial.

Desde el arranque se vio un “Scratch” distinto, avasallador, estrujando agresivamente los espacios, cincelando los laterales, ahogándolos en salida y mordiendo sus intenciones al límite del reglamento. España fue demasiado formal y hasta pecó de inocente, pagó caro una ridiculez en su área, para arrancar perdiendo al minuto. Fred acostado aprovechó la desidia de Casillas y la historia se empezó a escribir de manera distinta. Un estadio desbocado en euforia, brincaba en cada dividida y el equipo de Scolari dejó por momentos de ser lírico para ser terriblemente bravucón. Había que parar a Iniesta y romper ese cordón umbilical con Xavi, en ello el trabajo sucio, inadvertido pero eficaz de Luiz Gustavo fue determinante. Paulinho le corre a todo y suda ríos de esfuerzo. Atrás David Luiz –una salvada de película de terror- y Thiago Silva eran una muralla. Desconectado el “niño” Torres, hacían ver una España nerviosa, opaca, sin brillo.

Una cosa es intentar jugar y otra muy distinta que te dejen jugar. Brasil tomo el control cuando su juego rítmico, se hizo práctico, pero sin dejar de ser exquisito en técnica, en contundencia. España es el de los modales para tratar el balón, de rotarlo al estilo del Barcelona, tiene los mismos pensadores y casi los mismos ejecutores, pero sin Messi (gran diferencia). Esta vez sin Xabi Alonso y de manera injusta en el banco Javi Martinez, la apuesta fue capear el temporal amarelo, toqueteo y contragolpe con efectividad. Pero Brasil fue un vendaval de fútbol y estado físico. Amarró el mediocampo y el tridente demoniaco de Neymar, Fred y Hulk, hicieron bambolearse a la Roja, como un porfiado. Antes de irse al descanso, el “chico maravilla” ya ponía el segundo, un zapatazo arriba para culminar una jugada colectiva. GOLAZO, un aderecito de la joyita brasileña.

La sentencia le llegó temprano a España, antes que pudiera pensar, Fred define una florcita de Neymar, jugando sin balón y hace pensar en un marcador de escándalo. A los chavales de Del Bosque no les salió una, Sergio Ramos erró un penal y Piqué se fue con los pies descalzos a buscar los brazos de Shakira. Sendos remates de Pedro e Iniesta hicieron figura a Julio Cesar, que hizo el anuncio que está de vuelta y de manera soberbia. Atrás se quedaron los malos recuerdos, total, el hincha tiene mala memoria.

Este Brasil ha mutado en su identidad según la exigencia de la modernidad, el “jogo bonito” hoy es una mueca a la nostalgia, esta aplanadora “verde amarela” cambio la cadencia por la agresividad y la posesión por la presión. La efectividad es consecuente con los resultados. Scolari le cambió el chip al equipo al privilegiar lo físico por la elegancia, sin perder su identidad de juego. En esta mutación, se ha visto un Brasil soberano, seductor con el balón e implacable en la marca para recuperarlo. Una transformación que tiene en sus filas a Neymar como estandarte y al increíble Hulk, el superhéroe de color verde, como imagen mediática de un equipo, que en esta final se pintó la cara con el color amarelo de su bandera y tiene pinta de estar más fuerte que nunca. Este increíble “Scratch” que parece indestructible, aunque en el fútbol las historias no son como la TV y se empiezan a escribir hoja por hoja, en cada partido.





Clásico adolescente

Tiene la cara de esos adolescentes ingenuos, de esos chicos, cuya adultez o su mayoría de edad les es aún una lejana posibilidad y se sienten más identificados con las cosas triviales y sencillas, las cosas simples de la vida, todo resuelto con una traviesa sonrisa. Christofer Gonzales, frisa los 20 años y juega en la U como si tuviera 30, es de esos jugadores talentosos que marcan una diferencia con un simple toque al balón. De aquellos que nacen con una estela especial y que suelen calzar un guante en el botín. Es tan desfachatado cuando se le antoja y suele esconderse entre la cortina para salir de improviso y brindar una florcita en el verde, que enciende la tribuna como una pradera.

Cada vez que se juega un clásico, no es relevante como lleguen los eternos rivales a la justa. Basta que la crema y blanquiazul se tengan que ver en el verde para que el hincha olvide sus quehaceres y se vuelque a digerir toda la expectativa que se crea antes durante y después del partido. Es una necesidad ineludible, una forma de desfogue, una oportunidad para decirle al compadre cuanto odio y amor existe entre ambos y también para reconocer cuan necesarios se sienten, los unos a los otros. El fútbol, les ha marcado en la piel, rencores y ojerizas que a veces traspasa las fronteras deportivas y se convierte en una insana rivalidad que cala tan hondo en los sentimientos del hincha confeso, que le cuesta mirar o hablar de fútbol, sin sacarse la camiseta.

Es difícil pretender que un clásico con un promedio de edad veinteañera, resulte como las antiguas epopeyas de antaño, que se juegue con dosis de galantería o el vértigo que se genere en las áreas rivales, tenga figuras descollantes, cracks que definen una jugada en un verso o tanques que rompen las redes a punta de potencia de sus botines. Son otros tiempos, los compadres han asumido los años, casi de la misma manera y remendando sus urgencias, con la necesidad que sus hijos asuman la adultez, de manera vertiginosa, accidental y hasta forzosa. Para el fútbol peruano, resulta provechoso, para el hincha que llenó el Monumental no tanto, pues la tarde se le hizo gris como el partido mismo. Inicio aburrido, embrollado, deslucido y con equivocaciones por ambos lados. Muchas intenciones y pocas elaboraciones de juego colectivo. Un primer tiempo para el bostezo y un abrazo a la paciencia.

La U ha asumido la premisa de cuidar bien la casa, cero goles en contra en 6 fechas. Comizzo ha impuesto el sello de la confianza en los chicos, la verticalidad y los cambios de ritmo presionando todo el tiempo. Alianza sigue en su ritmo, cadencioso por momentos y buscando la sorpresa con el pelotazo frontal. Los buenos resultados de la U es cosecha de la conjunción del buen pie de Gonzales y la levantada de un Guastavino que ofrece variantes ofensivas. Alianza ha perdido la “magia”, una cosa era con Jordy y hoy ni Aguirre y menos un inoperante Mostto logran cubrir lo que Reyna provocaba solito arriba. La lucha en el medio fue un lio de ansias juveniles, el balón no le preocupaba a los grones y era una tentación prohibida para los cremas. El clásico se fue haciendo la lucha de chicos que querían afrontar su papel como grandes, en una realidad lejana de lo que el hincha espera siempre.

Vino el error infantil de Serrano, la puñalada letal de Ruidiaz y el taconazo de Olascuaga, el balón le llegó a Gonzales haciéndole un giño, el crema hace en un segundo que su cuerpo vaya al lado opuesto de su mirada, Heredia se devora la intención y Christofer, no la revienta, le pone el pie con sutileza a la pelota, la acaricia y ella obediente, recorre ese tramo del éxtasis total, que hace desbordar el Monumental. GOLAZO, por la concepción, pero mucho más por la magistral definición. No hubo más para hablar, solo un tiempo para gritarlo y una pausa para el aplauso interminable.

Un clásico de apariencia juvenil, de más raza que fútbol, de poco ritmo y escasa dinámica, tuvo que aparecer el que hace diferente la forma de llegar a la red. Christofer Gonzales, aquel muchachito de juego desfachatado, irreverente, que siendo crema hasta los huesos, vive en el corazón mismo de Matute en la Victoria. Lo que para unos puede ser una insolencia, para él es parte de su desinhibida forma de ver el fútbol, de hacer siempre algo distinto al resto, salirse del cuadro para pintarse él mismo, con ese pincel que tiene en el botín y que en este clásico adolescente, lo hizo figura y se ganó un boleto para jugar junto a Neymar contra Messi, nada menos. Ojalá y le den permiso, entre tanta constelación de estrellas, una luz juvenil de sangre peruana, nos inflará el pecho de orgullo y lo digo sin color de ninguna camiseta.



La gota fría

Estaba dentro de lo previsible, era una cuestión de abrir bien los ojos para darse cuenta que la euforia del triunfo ante Ecuador, era como los cumpleaños de los cuarentones, que ya no dan mucha alegría y más bien generan preocupación. Porque se sufrió demasiado y se gozó tan poco. Porque ir a Barranquilla, en busca de esta Colombia victoriosa que ha hecho de su fortín, un horno donde se chamuscan las fantasías de los rivales más pintados, era de alguna manera, como querer ir a meterse al infierno, con una biblia en la mano.
 
Cada partido es diferente y cada uno necesita una atención distinta. Desde la evaluación del equipo rival en su funcionamiento colectivo, hasta la capacidad individual de sus hombres. Hay una lucha interna, casi existencial del estratega, para tomar la decisión correcta. Para no equivocar sus piezas, para no fallar en el pensamiento. Markarían, hizo su apuesta, pensando en neutralizar las bandas, tirando a Advíncula y guardando a Farfán. Había que tijeretear esa triangulación colombiana que hace daño, con Ballón y Retamoso. Mantener lejos del área a Falcao y guarnecerse de los ataques, con dosis de tranquilidad y apelar la lucha de Guerrero y Pizarro arriba. Mantener el cero, lo más posible, esa era la apuesta, ese era el negocio.

Pero que puede hacer el “mago”, Si Retamoso, elevado a los altares por el hincha, no es el mismo del partido anterior. Si en menos de 20 minutos ya se pierde 1-0 y los dos laterales son bombas de tiempo, por una segura expulsión. Si Zambrano confunde vehemencia con golpes. Si Guerrero sigue peleando contra el fantasma de su apatía y Vargas, por citar los referentes, es un vago recuerdo de la aplanadora que mandaba por izquierda. Que se hace ante una apuesta por los hombres, que en la cancha solo son nombres. Pizarro, el más odiado y ensalzado, es el de mejor perfomance. Colombia es superior y ello se nota en cada dividida, en el duelo individual. Dura tanto la resistencia, como la paciencia, un error grosero de Vargas y Fernández -vestido esta vez de Clark Kent- nos devuelve a esa “gitanería” de siempre. A esa realidad tan sufrida y consentida.

Markarian, tuvo que recomponer su apuesta, eligiendo otros boletos, sobre la marcha. Demasiado temprano para el riesgo, para luchar contra el marcador. Con Farfán fue diferente, algunos dirán que debió arrancar. Quizás sean los mismos que reclaman que de visita debe jugarse con dos volantes de marca. Tal vez sean los mismos que aseguraban que Retamoso había llegado corriendo desde Lima. Que era incansable. O quizás sean los mismos que siguen sin entender que los jugadores, por muy laureados o experimentados, tienen altibajos y suman o restan al colectivo con su actuación individual. Que se exhibe una limitación cuando al rival se le nota superior. Lástima que eso se puede visualizar, solo cuando ha terminado el partido.

Se puede intentar, se puede ansiar hacer bien las cosas, pero no siempre ello es una garantía. Somos un equipo que puede tener un partido inolvidable un día y una avinagrada actuación al siguiente. Nos cuesta aceptar que el Paolo que vino a la Selección, no es el mismo de los éxitos mediáticos con tinte brasileño. Nos cuesta aceptar, que en estas clasificatorias, no solo bastan la actitud o las ganas, hace falta rendimientos colectivos y consecuentes. Esta derrota estaba en los planes y ahora la mirada está puesta en Uruguay y Venezuela, con esta realidad queda muy poco para pensar y mucho por actuar. Serán dos epopeyas que definirán todo, uno en casa ante la garra charrúa por el honor y otro de visita ante Venezuela, por la gloria.

La fiebre futbolera del hincha peruano se va aquietando, se va calmando como el ocaso de esta tarde fría y desanimada, va tomando su lugar, conforme empieza a digerir el sinsabor, va apaciguando la efervescencia de unos días atrás, donde dejó desbordar demasiado aprisa su euforia. Va retomando la calma –como tantas veces- cuando el martillo de la realidad, golpea su conciencia y le va susurrando al oído, que el partido ya ha terminado y debe levantarse de su asiento, para volver a ser el mismo de antes, el mismo de siempre.

El hincha colombiano festeja su casi inminente viaje a Brasil 2014, su gente, sus hombres y mujeres de carácter alegre, dejan escapar su embriaguez por demás merecida, quizás en el desborde de la confiada celebración, haya soltado el estribillo de una antojadiza versión, para un tema del gran Carlos Vives, que a la letra le corría el corito: “Peruanito, peruanito se creía que el a mí, que él a mí me iba a ganar y cuando me oyó tocar, le cayó la gota fría, al cabo el la compartía, el tiro le salió mal”.


El día de la bandera

El centro de Vargas va al área ecuatoriana, como una lanceta que lastima e incita al error, el balón le queda a Pizarro, bailando en el aire, la domina como equilibrista consumado con la cabeza, acomoda el cuerpo y en esa media vuelta, dibuja imaginariamente el arco, le pone su botín blanquirrojo, para cruzarla justo para que se meta lejos del arquero. Como mandan los códigos de los grandes goleadores, para abrir el camino del triunfo. GOLAZO. Claudio festeja con alegría, se regodea en su confianza y dedica con sus dedos a todo el estadio que revienta de júbilo, a todo un país que lo vapuleó tantas veces. Hace el saludo militar a todos los que no valoran su liderazgo, su categoría y solo saben ver el fútbol por TV. A todos los que no entienden que en Alemania es un definidor y con la selección debe ser obligatoriamente, un obrero del gol.

Y fue Pizarro -el más cuestionado- el que marcó el rumbo. Había que jugar, pero ante un equipo durísimo, física y técnicamente, había que luchar, morder y batallar cada espacio. Guerrero no se acomodó a jugar sin espacios, entró a esa lucha insensata de pelear contra él mismo. Farfán disminuido físicamente y Vargas atinado tácticamente, pero lejos de su nivel técnico. No había luces individuales, la apuesta fue por el colectivo, por la solidaridad para apretujar las fuerzas y contener esas locomotoras norteñas. Ecuador se puso vertical y fue la noche de Retamoso. Lo que corrió, lo que metió el abancaino. Fue un chasqui con esmoquin. Un motor para correr y destruir juego rival, simple con el balón, entrega prolija y desdoblamiento eficiente, lo justo para lucir en los momentos difíciles de Perú.

Hubo poco fútbol, hubo más entrega. Por momentos el juego era una batalla, con soldados luchando sin cuartel, por ganar un pedazo de terreno de juego. Cuando Ecuador se hizo fuerte, apareció la bravura y la garantía de Zambrano, para ir encima del “chucho”, para devorarlo en ansias. Yotun y Herrera sufrieron por los costados, se vieron por momentos invadidos por alienígenas y monstruos, que destruían todo a su paso. Imaginamos si Ecuador vulneraba nuestra valla. Hubiera sido muy difícil remontar. Para su bien, en el arco, detrás de ellos, con su traje verde y con su capa aireada, estaba Fernández, para volar lo justo, para ahogar la angustia y devolvernos la confianza. No es el hombre de acero, pero por algo se hace llamar “Superman”.

Aquella imagen en blanco y negro, del último triunfo ante Ecuador, destella recuerdos nostálgicos, cuando los norteños eran un equipo timorato, rústico, que Perú goleaba a su capricho. Tiempos idos, para nada semejantes a esta realidad, de los Valencia, Benitez, Ayovi, Montero y Caicedo. Ecuador repotenció los genes de sus jugadores y al biotipo privilegiado de las Esmeraldas, le puso una cuota de fútbol. Una apuesta por la fortaleza física para conseguir resultados y estar siempre peleando un cupo. Perú sigue arriesgando el rezo y ojeriza, a unas cuantas individualidades. El proyecto de tener una generación competitiva detrás de esta, que se juega su última opción de ir a un mundial, aún no tiene firma ni sello. Lo que tenemos es un equipo que va remontando en resultados las caídas y apuntalando en la tabla –por ahora- un presente aliviador.

No podíamos perder, porque ya era tiempo de cambiar la historia. Era un momento para darle un color distinto a la esperanza y dejar que se siga alimentando de sueños irreales. Confirmar, como dijo el “mago” que siempre fuimos pragmáticos, aunque nunca dejamos de ser románticos. Era un día de definición y una noche de pasión. No podíamos perder, menos en el día de la bandera, una noche de rojo y blanco que volvió a encender la ilusión. Sufrimos y gozamos, ajustamos y disfrutamos. El camino aun es largo, muy duro y espinoso, pero el horizonte se mira mejor en tranquilidad.

VAMOS PERÚ!!


La gran revancha bávara

Que el fútbol ofrece revanchas, es una gran verdad. Así como ofrenda oportunidades y se hace amable con las circunstancias, también se hace mezquino con la justicia y se vuelve tirano con los merecimientos. Pero siempre vuelve a dar una nueva chance. Para reivindicar algún pasado y devolverle la sonrisa a alguien que la perdió alguna vez. Para alguien que en algún pasado, tuvo que masticar el sabor amargo de la desilusión por propia cuenta, por un error para nada intencionado, pero que dejó la huella de una infame culpabilidad.

Tremenda final que regalaron este Bayern Munich con la etiqueta de favorito, que lo marcaba en la frente con una presión adicional y el Borussia Dortmund, con la cara lavada, sin ningún peso en la mochila, que salió a devorarse la gloria desde el pitazo inicial. No había pasado media hora y ya los de amarillo habían logrado que Neuer se hiciera figura descollante, salvando un remate de Lewandowski con sello de gol y otra de Blaszczykowski que hizo parecer que no entraba nada en su arco. Un primer acto intenso, con un Dortmund entregado, prepotente y atrevido. Un Bayern maniatado, soltando latigazos esporádicos y buscando una tregua para darse un respiro.

Cuando hubo calmado el temporal amarillo, era hora que los más cuajados para este tipo de partidos, aparecieran. El protagonismo se fue para el arco de enfrente. Weidenfeller pasó a ser el héroe, con atajadas notables, poniendo el cuerpo y el alma en cada salida. Una lucha de poderes que obviaban los lujos y sacaban a relucir el trajín, la bravura y ese vigor propio de los equipos alemanes. El desgaste y los impulsos, mermaban las fuerzas, ocasionaban los errores. El balón tenía que entrar a un arco, nadie lo decidía aún en el verde.

La historia tenía guardada una versión especial para la definición. Al Bayern lo acompañaba la sombra de tres finales perdidas. Tres intentos vanos de vestirse de gloria habían desdibujado la estampa de campeón al equipo bávaro. Arjen Robben, llevaba a cuestas un pasado negro en instancias finales con la camiseta de su selección. Este partido se parecía tanto al que perdió en Sudáfrica, aquella vez que Casillas le puso el pecho y le negó la dicha de ser bendecido por el triunfo mundial. Cuando Weidenfeller le sacó con la cara un gol cantado, los fantasmas volvieron a aparecer para el holandés. El alargue se veía venir y los miedos y desconfianzas otra vez empezaron rondar. Para el Bayern otra final en suspenso y para Robben, temeroso de volver a fallar, de volver a sentir otra vez, la misma pesadilla.

Pero por eso, se dice que el fútbol da revanchas. Robben, primero llega al fondo en una jugada donde pone ese típico desdoble veloz que lo deja, siempre con su mejor perfil. Un instante demás, para sacar la puñalada asesina que hace cómplice Mandzukic y pone el botín en la raya. Era el 1-0 de la gloria, el que marcaba el rumbo distinto, hasta que el error grosero de Dante, dejó en la pena máxima que el alargue sea una posibilidad flotando en el aire. Weidenfeller era el titán, sacando el gol a Schweinsteiger y su compañero Subotic, el partner especial ahogando en la línea lo que provocaba Muller. El reloj, se tiraba desde la tribuna para ser protagonista.

Había una línea delgada, entre esos dos minutos finales y la espina clavada que tenía Robben. Era una noche especial para el holandés, era un día especial para el Bayern. Cuando el epílogo tocaba la trompeta, apareció el diferente. Vapuleado y crucificado por su pecaminoso individualismo, torturado por su pasado indigno y su disfraz bizarro de ególatra, pero que estaba destinado a entrar por la puerta de la grandeza. El holandés se inventó un desdoble, previo taconazo fantástico de Ribery, se metió al área y amagó como siempre, en ese desequilibrio de su perfil cambiado, para soltar un toque mordido, vagabundo, que se fue metiendo despacito, saludando a la tribuna y que dio tiempo que los del Borussia, se tocaran la cabeza con angustia. Robben se había tomado la revancha y con ella, hizo que el Bayern cobre su propio desagravio y sea dueño de la orejona, después de 12 largos años.

El fútbol ofrece recompensas, qué duda cabe. Robben ha entrado en la historia, después de haber pasado por el calvario de ser un jugador vapuleado, amado y odiado a la vez. Una muestra que la grandeza de un jugador no se mide por lo que dice o deja de decir y menos por su forma de sentir el fútbol. La grandeza de un jugador, radica en hacerse fuerte para revertir su pasado y a veces, y solo a veces, cuando en el verde, es capaz de torcer la historia, inventándose un golpe de gracia, con un simple toque sutil, que desata una locura descomunal. Robben dejó atrás una maldición fatídica y el Bayern apunta a ser potencia y ganar todo. Tiene el dinero y la gloria en sus manos, esta revancha ha rehabilitado su pasado memorable. El Pep Guardiola aguarda iniciar un nuevo ciclo, a proponer su propio sello, pero desde ya, tiene la vara bien alta.

Esta final de Champions League fue toda una fiesta. Desde la majestuosidad del Estadio de Wembley, hasta la caballerosidad teutona, para jugar un partido de fuste con el respeto y la energía enfundada en la piel. Con esa intensidad y vértigo compartido que originó una lucha de fuerzas parejas, que se definió cuando apareció la habilidad de alguien vapuleado, pero que hoy demostró su grandeza. Un gran campeón de Champions, un privilegio para Claudio Pizarro, una alegría para compartir todos los peruanos.

Bienaventurada la esperanza

Esa porfiada en el epílogo de una lucha encarnizada. Una media vuelta sin pañuelo, pero con sabor a festejo y marinera. Ese beso a la red, que fue un desfogue a esta angustia que nos estaba matando suavemente y una explosión de esa alegría contenida en la garganta y que nos hizo llorar de impotencia tantas veces. Otra vez Farfán, degradado injustamente e idolatrado de forma oportunista, pero otra vez como estandarte, como emblema y a quien el traje de héroe le sienta bien. Era demasiado para soportar tanta angustia, era demasiado sufrimiento, que nos hacía sentir con domada impotencia, que nos estaban arrebatando, un trozo de esta tierra que nos ha parido.

Chile vino dispuesto a invadir Lima y pasear su bandera. Sampaoli sabía cómo hacernos daño: Presión asfixiante, comernos los tobillos y hacer de la dinámica su patrón de juego. Morderlas todas sin respiro, provocar el descontrol. Nuestra kriptonita es no tener espacios, el desorden desbarata las intenciones y las hace fluir por un río de imperfecciones. Aunque un equipo no puede jugar con la misma intensidad los 90’, la intención chilena era anotar primero y manejar el partido. No había juego peruano y estuvimos cerca de la debacle. Un penal omitido y dos sacadas de la raya, presagiaban una noche tormentosa. Algunos rogaban que acabe el primer tiempo, otros que acabe ya el partido.

Aunque el complemento fue otra la historia. Markarían siguió apostando temerariamente por la posesión del balón. Mariño fue por un Lobatón errático y fuera de ritmo, el cambio sacó de sitio a Sampaoli, que debió replantear. Perú encontró el balón, Chile no dejó de ser agresivo. El “hombrecito” no renunció nunca a buscar el partido. El “mago” equilibró las zonas y se hizo un partido vibrante, de ida y vuelta. Las revoluciones a mil. Pudimos haber empezado el festejo antes, como hacer las pompas fúnebres. Cualquier cosa podía pasar y era cuestión de tiempo. La tribuna encendía la emoción, pero escondía la desconfianza. Disfrazaba en una arenga, ese temor que acechaba como perro de presa, que carcomía los nervios. El reloj se metió a la cancha.

Pero no podíamos perder. Ni ahora ni nunca, menos contra Chile. Porque es un rival directo y con el que se ponen en disputa gran parte de nuestro orgullo y un patriotismo preconcebido. Por eso cada peruano empujaba en cada pelota disputada de Cruzado. Saltaba junto a Rodriguez y a Jhoel Herrera –partidazo- se paraba cada vez que Farfán insistía una y otra vez con el desborde y hasta un voluntarioso Pizarro recibía la arenga. Eso de que cuando juega Perú jugamos todos, se hizo un himno, un cántico que salía del alma. En cada corner todos íbamos al cabezazo y en cada contra chilena rezábamos juntos a la virgen de la providencia. El ingreso de Jordy Reyna fue un envión anímico, una cuota de frescura y una señal de recambio generacional, cuando Pizarro le cedió su lugar. Le falta kilometraje, pero hizo puntos en un momento crucial.

Cuando las sombras tenebrosas nuevamente empezaban a empañar nuestro horizonte, salió a relucir una jugada que quedará en la retina de todos los peruanos por siempre. Robada de Yotun que hace de 10 encubierto y pone un pase sensacional que en dos tiempos define la “Foquita”. Este gol de Farfán lo habremos gritado y festejado tanto como ganar un mundial. Quizás por la forma como se ha logrado, por el momento que se ha dado, también por el rival antagónico, por tanto sufrimiento compartido, por todo lo que ha costado ganar este partido y que lo hace un TRIUNFAZO.

Un equipo no gana como sea. Es producto de un trabajo colectivo, pero esta vez, nos tocó a nosotros. Chile se fue argumentando la injusticia del marcador y los desaciertos del árbitro. Tantas veces jugamos mejor pero merecimos otra suerte y los jueces fueron filibusteros verdugos de nuestros sueños. Tantas veces perdimos en los epílogos y esta vez fue diferente. Tantas veces aplaudimos la derrota y salvaguardamos el rendimiento, pero nos olvidamos del resultado. Esta vez alguna mano divina toco la nuestra. Nos estaba haciendo tanta falta.

Bienaventurada sea la esperanza, esa que permanece en el hincha fiel que hoy refresca su ilusión y fortalece la confianza. Bienaventurados sean los que tienen fe, en ver renacer el sueño permanente de clasificación. Bienaventurados sean todos los que estuvieron en la cancha, los que tuvieron el corazón en la mano y cada peruano que se puso la blanquirroja más orgulloso que nunca.

VAMOS PERÚ!!!



El NO debe y el SI se pudo

Esa desfachatez y la frescura de los 17 años de Gino Peña, para atreverse a meter esos tres dedos al balón, para que cuando surque los aires, coja el efecto contrario y caiga como si tuviera un paracaídas. Esa rapidez de ardilla astuta y el golpe de vista ladino, que tiene Jordy Reyna, para meterse entre los defensores y correr unos pasos más que la experiencia, para sacar ventaja en base a la potencia de sus primorosos años y esa definición a lo crack, arriba, en un rincón, donde el portero solo miró el lamento. Una jugada de antología y dos jóvenes promesas del fútbol, como protagonistas. Los dos vistiendo las sedas de Alianza Lima.

Un traslado de balón prolijo, una personalidad para mandar un pase del desprecio, con carga de gol en el envío. Una pausa y una entrega siempre segura. Una generación de ataque, con el toque sutil, amalgamado, lleno de pulcritud y belleza, para meter el remate que le da un beso al poste dos veces y le hace un guiño a sus ansias juveniles de ser el conductor con camiseta crema. Christofer Gonzales, cada día más dueño de sí mismo, cada día más consolidado en el fortín de Universitario.

El lema de los resultadistas, siempre fue apostar por la experiencia, era la solución inmediatista para lograr un trofeo en la vitrina, aunque ello originara que las canteras se extinguieran en vida, pintando a las jóvenes promesas en decorados inútiles que querían sacar a relucir, cuando el tiempo ya había puesto su mano. Apostar por “paquetes” extranjeros, para llenar bolsillos ajenos y dejar a las caritas adolescentes, sin una opción de demostrar su valía. Pero hoy por hoy el fútbol demuestra que no es una cuestión de edad si no de oportunidad. La mejor manera de saber si un joven futbolista vale, es exponerlo en un nivel competitivo. El talento se expresa mejor según el grado de dificultad. La habilidad no puede medirse dormida, la destreza es una expresión innata de estar siempre despierto. Solo es cuestión de darle un espacio.

Este cásico ha servido para exponer a los jóvenes de Alianza y la U, en un escenario difícil de manejar por la presión que origina, un partido donde se han visto rendimientos superlativos de chicos que parecían tener 20 clásicos en el cuerpo. Al margen de que camiseta tengan, estas apariciones -que son producto de una coyuntura y no de trabajos integrales- nuevamente demuestran que tenemos madera y solo falta trabajarla, pero de manera seria. Esta generación nos está dejando nombres y hombres que hoy visten de blanquiazul o de crema, pero la esperanza es que mañana sea la blanquirroja y su futuro sea lejos de esta sociedad, que por años nos ha ilusionado con canteras que se esfumaron, como el humo de un cigarro, prendido en cada noche de frustración futbolera.

Un nuevo clásico, una nueva forma de estar divididos en emociones. Un tiempo para cada uno, pero un solo ganador. El pudo ser, el hubiera, siempre será una anécdota, el merecimiento no cuenta. Así rezan los resultadistas, así cuentan los estadísticos. En el fútbol la disputa de circunstancias, hace que un rendimiento individual parejo, consolide un colectivo que genera opciones de gol de manera cohesionada. Cuidar el cero sin posesión del balón y ser solo eficiente más no eficaz, no alcanza. Lo sufrió Alianza primero y fue la U el que no pudo escribir en la red lo que hizo en el verde. Es la Ley del fútbol. Cuando se nublan las ideas y la fricción domina el juego, es la individualidad la que rompe los esquemas y las tácticas necias del cero. Tres dedos para el pase fantástico, definición monumental a lo CRACK de Jordy y chau. No hay más. Buenas noches los pastores.

Que SI merecían otra cosa, puede ser. Que NO se ajusta el marcador al rendimiento, es parte del juego. Que NO se debe pasar por alto a esos que confunden la “garra” con la matonería, es innegable. Que SI se pudo rescatar algo de fútbol, el hincha lo agradece y palmas para los jóvenes. Pero lo que queda claro, es lo que genera un triunfo en un clásico, es ese sabor especial que se queda por tiempo en los labios. Y les guste o no a algunos, este resultado ya no puede ser REVOCADO.