El increible Scratch

“Eu sou brasileiro com muito orgulho e amor” es el cántico jubiloso y excitado que desborda las bandejas de este Maracaná que remozado en sus estructuras, guarda en sus entrañas tantas jornadas de fútbol y fiesta, pero también algún recuerdo amargo de aquella epopeya uruguaya, que ha sabido archivar a punta de triunfos. Había motivo para celebrar, Brasil había dado cátedra en casa propia. Mientras afuera la gente protestaba sin control, en el verde el “Scratch” le daba un cachetazo a España y le gritaba en la cara, quien era el verdadero rey del fútbol, el monarca del balón. Una paliza y un exquisito resultado de 3-0 que fue un sorbo triunfal de esta Copa Confederaciones.

Era el partido soñado por todos, los que estaban en el verde, en la grada y los millones que lo seguían por TV en una aventurada mirada al mundial 2014. Una ilusoria final adelantada o quien sabe uno de esos partidos donde se juega más que una simple clasificación y de por medio está el orgullo, el honor y la pasión excedida. Por un lado Brasil y todos sus lauros históricos y por el otro España, que desde hace cinco años marca el pulso del juego exuberante, plástico y altamente efectivo. El escenario: El mítico Maracaná, el santuario donde se reza por el buen fútbol y donde el próximo año albergará los cuerpos de aquellos privilegiados que querrán alcanzar la gloria ganando un mundial.

Desde el arranque se vio un “Scratch” distinto, avasallador, estrujando agresivamente los espacios, cincelando los laterales, ahogándolos en salida y mordiendo sus intenciones al límite del reglamento. España fue demasiado formal y hasta pecó de inocente, pagó caro una ridiculez en su área, para arrancar perdiendo al minuto. Fred acostado aprovechó la desidia de Casillas y la historia se empezó a escribir de manera distinta. Un estadio desbocado en euforia, brincaba en cada dividida y el equipo de Scolari dejó por momentos de ser lírico para ser terriblemente bravucón. Había que parar a Iniesta y romper ese cordón umbilical con Xavi, en ello el trabajo sucio, inadvertido pero eficaz de Luiz Gustavo fue determinante. Paulinho le corre a todo y suda ríos de esfuerzo. Atrás David Luiz –una salvada de película de terror- y Thiago Silva eran una muralla. Desconectado el “niño” Torres, hacían ver una España nerviosa, opaca, sin brillo.

Una cosa es intentar jugar y otra muy distinta que te dejen jugar. Brasil tomo el control cuando su juego rítmico, se hizo práctico, pero sin dejar de ser exquisito en técnica, en contundencia. España es el de los modales para tratar el balón, de rotarlo al estilo del Barcelona, tiene los mismos pensadores y casi los mismos ejecutores, pero sin Messi (gran diferencia). Esta vez sin Xabi Alonso y de manera injusta en el banco Javi Martinez, la apuesta fue capear el temporal amarelo, toqueteo y contragolpe con efectividad. Pero Brasil fue un vendaval de fútbol y estado físico. Amarró el mediocampo y el tridente demoniaco de Neymar, Fred y Hulk, hicieron bambolearse a la Roja, como un porfiado. Antes de irse al descanso, el “chico maravilla” ya ponía el segundo, un zapatazo arriba para culminar una jugada colectiva. GOLAZO, un aderecito de la joyita brasileña.

La sentencia le llegó temprano a España, antes que pudiera pensar, Fred define una florcita de Neymar, jugando sin balón y hace pensar en un marcador de escándalo. A los chavales de Del Bosque no les salió una, Sergio Ramos erró un penal y Piqué se fue con los pies descalzos a buscar los brazos de Shakira. Sendos remates de Pedro e Iniesta hicieron figura a Julio Cesar, que hizo el anuncio que está de vuelta y de manera soberbia. Atrás se quedaron los malos recuerdos, total, el hincha tiene mala memoria.

Este Brasil ha mutado en su identidad según la exigencia de la modernidad, el “jogo bonito” hoy es una mueca a la nostalgia, esta aplanadora “verde amarela” cambio la cadencia por la agresividad y la posesión por la presión. La efectividad es consecuente con los resultados. Scolari le cambió el chip al equipo al privilegiar lo físico por la elegancia, sin perder su identidad de juego. En esta mutación, se ha visto un Brasil soberano, seductor con el balón e implacable en la marca para recuperarlo. Una transformación que tiene en sus filas a Neymar como estandarte y al increíble Hulk, el superhéroe de color verde, como imagen mediática de un equipo, que en esta final se pintó la cara con el color amarelo de su bandera y tiene pinta de estar más fuerte que nunca. Este increíble “Scratch” que parece indestructible, aunque en el fútbol las historias no son como la TV y se empiezan a escribir hoja por hoja, en cada partido.