A no perder la identidad

Necesitábamos tanto ganar. Era una obsesiva forma de reconciliar nuestras pasiones. Una obligatoria condición, para que la esperanza no abandone esta ilusión que se hace tan esquiva a veces. Y costó tanto, porque para el rigor de estos partidos, no bastan los nombres, hace falta que estén en nivel de competencia. Con los referentes algunos entre algodones y otros con escasos minutos de juego, se afrontaba un partido donde estaba en juego, los puntos, pero también la reconciliación, con la hinchada y con una identidad que se perdió en el mar de las urgencias.

Un primer tiempo para no recordar. Se hizo difícil poner la pelota al piso. Trabados en actitud y desprovistos en ideas. Costaba hacer más de tres pases seguidos sin forzar el pelotazo inútil. Venezuela hacía lo inteligente pero previsible. Aglutinado atrás, ordenado para cubrir los espacios y esperar la sorpresa. Pero una cosa es la paciencia y otra la pasividad, jugar al fútbol era una necesidad, teníamos los nombres pero solo para la estadística. Paolo controlado e iracundo Pizarro era un general en retiro, Vargas lejos del “loco” que conocemos y Farfán desapercibido en la banda. Solo “Cachito” y Cruzado –tremendo partido- intentaban aportar juego. Muy poco en elaboración y un mazazo de Arango, despertaron esas dudas de siempre.

En el descanso hubo tiempo para preguntarse, porque, si la habilidad y el toque fino, es nuestra forma de ser y Venezuela no era superior y sufría en las poquísimas que se juntaban los talentosos peruanos. Porqué se renunciaba al toqueteo para moverlo, rotando el balón con criterio al ras del piso, buscar las diagonales y dejar que la individualidad también sea una forma de aporte. Si eso le hace daño a cualquier rival y es lo que mejor nos funciona, porqué, se perdían las intenciones en pases tan largos y descomedidos. ¿Acaso nos habíamos olvidado de jugar?.

Pero la segunda parte fue distinta. Carrillo fue por Guerrero. Una cosa es Paolo 10 puntos y otra, cuando limitado por lesión o por presión, se enfrenta a sí mismo, se pelea con su sombra y la intolerancia se calza sus botines. La “culebra” le puso la frescura y el desborde. Farfán se puso la 10, la que mejor le queda. Y la “Foquita” volvió a ser ese jugador desequilibrante, fundamental y por el que todos apostamos. Primero una palomillada para ganarle el vivo al arquero y después con una jugada que lo hizo ver en su real dimensión. Diagonal para recibir el buen servicio de Cruzado, sacarse la marca en una gambeta, acomodarse, medir al arquero y soltar un zapatazo que se lo gritó a todos los que lo habían vilipendiado y acusado hasta de antipatriota. Aparecieron chispazos de ese fútbol tan nuestro, que elabora juego desde el génesis del talento original. Fueron porciones pequeñas, pero calmaron el hambre de triunfo.

Es verdad que el fútbol moderno prioriza el resultado por encima del buen juego. Que en estas instancias, necesitábamos los puntos más por urgencia y por angustia que por sentimiento. Es verdad que un planteamiento defensivo y contragolpe, es un arma que sirve. Pero es verdad también, que no se puede jugar igual los 90 minutos. Hace falta variantes y de cuando en vez una cuota de lo que mejor sabemos hacer: Tratar bien al balón. Una gambeta y un toque elegante o alguna individualidad, pueden definir un partido, esta vez fue un resultado mezquino. Pero mejor así. Si con este 2-1 ajustado, todos durmieron abrazados soñando con el mundial, imaginamos como hubiera sido, si concluía en goleada.

Necesitábamos ganar y se ha conseguido, pero eso no cambia que el fútbol sigue siendo de momentos y cada partido es una historia distinta. Pensamiento resultadista: No importa cómo se logró, valen los 3 puntos. Versus pensamiento romanticón: ¿Acaso es tan difícil ponerla en el piso? Toquetear y buscar el gol de una gambeta, una pared y elaboración de juego también sirve. Cuidarse bien atrás, ser disciplinados tácticamente y neutralizar al rival como prioridad, es una forma, pero en un partido como ante esta Venezuela ordenada y disciplinada, un cachito de habilidad y toque peruano, aunque escaso e intermitente, ha justificado conseguir lo mismo.

Se ha logrado trepar un poco la pared, pero no hay que olvidar que la verdadera esperanza se forja en un buen funcionamiento colectivo, no solo en un resultado accidental o insípido que solo calma los nervios, contenta a los estadísticos, pero no garantiza un encadenamiento de ilusiones. Esta fecha de eliminatoria, ha sido benévolo en sensaciones justas, con Colombia y Argentina, justamente porque fueron los que generaron fútbol, cumplieron actuaciones apoteósicas, gustaron y ganaron, los demás solo buscaron consecuencias oportunistas. Lo de Perú contenta el alma por ahora, pero no podemos olvidarnos de jugar, es nuestra esencia. Tenemos con qué hacer daño, solo es cuestión de no perder la identidad.

VAMOS PERÚ!!!

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