Y se llama PERÚ

Y se llama PERÚ.
Con P de patriotismo, para sentir el país en el alma y el orgullo de llevar la bandera tatuada en el pecho de la sagrada bicolor.
La E de la entrega, para dejar todo en la cancha, para hacer de la solidaridad un sentimiento, una forma de lealtad, para un país, una nación, un pueblo.
La R de la reflexión, porque cada triunfo y cada victoria, se valora mucho más, cuando se logra lejos de la patria y la alegría se dispersa por cada rincón de nuestra tierra bendita.
La U de la unión de las voluntades, de las ganas para buscar la alianza de las buenas intenciones, para ir juntos por un solo objetivo, alegrar a todos los peruanos.


Y se llama PERÚ, con P de Paolo, de Paolo Guerrero. Ese depredador por instinto que puede ser un digno heredero de Nureyev vestido de futbolista. Que juega en puntitas de pie y en cada arremetida nos hace pensar que es una evolución moderna de un acróbata del ballet o un danzante de tijeras con chimpunes. Lo que ha jugado Paolo, lo que ha puesto en la cancha: Un “hat trick” fantástico, golazos para repetirlos mil veces. La categoría de élite para definir frente a la red y esa graduación de goleador por excelencia que lo ha revalidado y definido como un jugador exquisito y de lejos –que duda cabe-, es el mejor delantero de esta Copa América. Paolo, con esta extraordinaria actuación, ha vuelto a ser ese jugador que lleva el emblema de un país, que vibra, ríe y goza, gracias a su jerarquía hecha realidad en una cancha de fútbol.

Y se llama PERÚ, con la E de la eficiencia, la que predicó Markarían para hacerla una religión un credo diferente. Con la E de equipo, para lograr que un grupo de voluntariosos jugadores asuman la devoción por un estilo distinto, asumiendo sus privaciones con entereza y sus talentos con humildad. Este tercer lugar, menospreciado por los acostumbrados al éxito, para los peruanos era una oportunidad de reconquistar el respeto, su historia, su tradición. Un partido inteligente, había que controlar a una Venezuela refulgente, metódica y altamente efectiva. Se fue afirmando la eficacia en defensa con un Rodríguez prolijo y categórico, Ramos para el aplauso y un Balbín hecho realidad. Con un Revoredo acertado, Yotún y su vehemencia juvenil, Cruzado sacrificado  y un Corzo pura voluntad. Advíncula fue un avión con pantalones cortos. Era una cuestión de carácter, neutralizar con criterio las fortalezas del rival y haciéndole daño al descubrir sus falencias.
Y se llama PERÚ, con la R de la razón y la sabiduria. Porque el “mago” apostó por jugadores de edad consolidada pero experiencia inexistente, Pero su sapiencia no falló a la hora de darse entero por Lobatón y sacarle toda su destreza escondida. De darle a Guevara una oportunidad de que muestre esa magia disimulada, en sus botines y sea un jugador que gravite cuando se hacía necesario. Cuando estuvo el “Loba” fue fundamental y cuando entró “Solanito”, fue el compinche perfecto para la sorpresa, para ser ese jugador diferente que tanta falta hace, cuando se necesita definir los partidos. La razón y la sapiencia, porque, fue el único que apostó vaciando sus bolsillos, por Chiroque. Y vaya lo que jugó este “chato”, como si estuviera en su tierra norteña a pie pelado. Desequilibrando con esa gambeta endiablada, a veces rústica, impredecible, pero tan letal y contundente. Sellando una actuación sobresaliente y dejando en claro que más que un “descubrimiento”, lo de Markarián fue una cuestión de fe y convicción en sus capacidades.

Y se llama PERÚ. Con U de unidad, la que se hizo visible, desde que el “mago” alzó la voz, para hacerse escuchar y señalar con el dedo, que somos un pueblo que respira fútbol y que necesita que no lo traten rastreramente. Unidad de los sentimientos, para formar en este equipo una suma de esfuerzos que haga respetar un legado, perdido en el laberinto de las equivocaciones. Unidad de criterios, valiosos e indiscutibles, para que quedemos convencidos que todo puede cambiar, a partir de una actitud, de una forma diferente de ser.

Es la hora de la celebración, justa y oportuna, porque ha llegado en estos días festivos de fiestas patrias, pero también es momento para hacer una pausa a tanto ardor triunfalista y darle mano al raciocinio. Bajarle las revoluciones, para pensar que este meritorio lugar en el pódium, nos devuelve el prestigio, nos hace competitivos, pero que una vez que pase la euforia, habrá que pensar que el fútbol es de momentos y necesitamos consolidar esta realidad, tomándola como un buen punto de partida, para el resurgir de nuestro fútbol.

Y se llama PERÚ, con P de Patria, la E del ejemplo, la R del rifle y la U de la unión. Yo me llamo PERU, porque es mi raza peruana y es bicolor mi pabellón, yo no sé mañana, pero hoy tengo una inmensa razón para sentirme orgulloso, de este país tan hermoso, mi patria, mi tierra bendita, que la llevo en el corazón.

ARRIBA PERÚ CARAJO!!





PERÚ marca registrada

Porque el fútbol es como el río, cada instante nueva el agua. Cada partido es distinto y diferente se escribe la historia. No se puede jugar igual siempre, porque los momentos se intercambian y se hacen disparejos. Cada instante, cada jugada, tiene matices de color claro oscuro a veces y otras de un negro que asusta, cuando hay un gol en contra. Duelen más las derrotas, cuando se crean demasiadas ilusiones y rasgan el alma hasta hacerla trizas, cuando se hacen creíbles los sueños, por más imposibles que parezcan, por más porfiados que nos vuelvan, esas circunstancias que se generan por triunfos conseguidos con el corazón en la mano.

Una cancha come piernas, un escenario ideal para los que presumen de grandeza. Uruguay, siempre ha escrito su propia historia. Es un consagrado de las grandes batallas. Es un guerrero acostumbrado a que sus enemigos piensen que está cansado o derrotado, cuando solo está adormitando. Necesita sentir el peligro para despertar y demostrar ese temperamento y esa raza tan suya, que lo hace estar siempre vivo y en constante vigencia. Perú es un paciente, que estuvo internado en estado de coma, que dejó el resucitador artificial y ha salido a tomar un aire nuevo. Se tomó en serio su recuperación y salió a correr de alegría hasta que sintió en el agotamiento, que aún le faltan horas de reposo, para volver a estar consciente de que su mal, tiene cura, pero debe primero reconocer que está enfermo y que debe seguir al pie de la letra, las indicaciones de su nuevo médico de cabecera.

Dos técnicos del mismo país, pero de distinto punto de vista y también de diferente realidad. Markarían con su apego a ser del orden un devoto eterno y apelar a la eficiencia, como un factor de solución a sus carencias de materia prima. Tabarez, en el otro lado, con un equipo cuajado y de perfil competitivo, muy seguro que esta vez no le iban a sacar la billetera, mientras estaba dormido. Fue diferente, porque el Maestro logró jugar el partido a su manera. Lugano encima de Vargas, para reventarle la paciencia. Marca zonal a Guerrero para borrarle la inventiva, línea de cinco para hacerles más difícil pasar el cerco celeste. Generar el error del rival, tiene que ver con una actitud de atacar en el momento oportuno. Si Markarían había logrado una disciplina táctica importante, hoy, le faltaron esas variantes que solo se pueden optar, cuando se tienen jugadores de nivel y la categoría tan necesaria para estas lides.

El fútbol se juega con los pies, pero se genera en la cabeza. Uruguay se hizo superior a partir de las privaciones que logró, apretando con propiedad y agrupándose con orden e inteligencia y dejando sin espacios, ni ideas a un equipo peruano que por momentos, se hizo frágil, aunque luchaba por hacer prevalecer su dignidad. Si hay un estratega que hace de jugador de fútbol, un mariscal dentro de la cancha, ese es Diego Forlán. Un talento para administrar el juego, para generar los cambios de ritmo, para aparecer cuando más se le necesita. Luis Suarez, es el mejor socio del gol y alquiló la valla peruana, para ponerse en la cima de los anotadores. Acaso y solo nos quede el mejor consuelo que Guerrero, sigue siendo un pelador por excelencia y se hizo más visible, desde la torpeza de Vargas, para hacerse echar cuando más se le necesitaba. Esta vez, lo sacaron del partido y terminó masticando su frustración en un acto de extrema locura.

Esos dos goles de Suarez, fueron dos bombazos que le han bajado el volumen a nuestro grito, pero ha dejado en claro que hay mucho para la reflexión, antes de subir al avión de regreso. Está claro que se ha ganado en actitud y estamos en nivel de competencia. Nada será más ingrato, que este paso ascendido, si se hace un olvido inmediato y nos resignamos fácilmente. Queda pendiente, seguir haciendo crecer este grupo, para que no se pierda la confianza. Forjando caras nuevas, vendiendo caras conocidas, haciendo un nombre, para los que nacieron desconocidos.

Este equipo peruano, puede mirar con la frente en alto, porque ha hecho una Copa América digna. El fútbol no termina en un partido y tampoco en un triunfo o en una derrota, hay muchas cosas, para rescatar, para valorar y hacerlo creíble. Solo queda mirar el próximo partido, para probar nuevamente, esta decencia conseguida con mucho esfuerzo y sacrificio, un respeto para este nuevo equipo peruano, que ha logrado una marca registrada en el fútbol, la marca de Markarian.

La pena máxima

PARTIDAZO, con mayúsculas, no hay otra forma de graficar el duelo del Rio de la Plata. Argentina y Uruguay tuvieron que ir hasta el último minuto. Se tuvo que jugar hasta el último aliento, el último suspiro de emoción. No hubo forma de romper ni el paredón de voluntades uruguayas y tampoco, a ese gigante del arco que se hizo llamar Muslera, pero que pareció un Supermán o el Hombre Araña. Lo que sacó el arquero uruguayo fue para el infarto.

Uruguay, siempre será sinónimo de grandeza. Puede estar debajo de un puente o abandonado al final del camino, pero cuando se trata de sobrevivir, saca un orgullo bendito y pareciera que la dificultad es su alimento y el conflicto su pasión. Ni siquiera bastó que Messi desparramara todo su esplendor, en su faceta de Dios terrenal del balón, hacedor de magia y fútbol. Fueron los mejores momentos que ilusionaron, pero se fueron apagando conforme la bravura charrúa se hacía más grande y las ganas del Kun, del Pipita, de Di María, de todos los argentinos, se estrellaban ante una muralla infranqueable de color celeste.

Hasta Messi tuvo que naufragar fallando la última, pero más que una falla, fue un gesto técnico propio de los predestinados, para decidir en un segundo, hacer algo de otro planeta, de otra galaxia. Finalmente el Lio jugó como Messi, y no hay reproches, los demás quisieron jugar como él, pero se dieron cuenta demasiado tarde, que Messi sigue siendo el mejor del mundo y que los demás, siguen siendo los demás. En el patíbulo de los 12 pasos, el destino decidió por todo lo que no se pudo hacer en la cancha. Tevez se hizo villano y Uruguay está en semifinales. Argentina vino al cementerio de los Elefantes, ansiosa de limpiar, su imagen, su propio nombre, pero terminó agonizando en la puerta de su casa.

Qué partido. Brasil siempre juega con su historia, con la enciclopedia bajo el brazo, con el legado de todo lo que significa nacer con esa técnica depurada y esa destreza para hacer del balón su mejor amigo, su compinche y su devoto compañero. Paraguay es de los que juegan con el ceño fruncido y los puños cerrados. Esta Copa América los puso en un duelo de fuerzas parejas y de tradiciones distintas, pero el destino se había guardado un final inesperado, de esos que solo son parte de una novela de corte fantasioso y maquiavélico.

Fueron tantas las veces que triangularon Pato, Robinho y Neymar. Las llegadas como avión de combate de Maicon y el empuje de Ganso o la destreza de Elano. Fueron tantas situaciones de gol generadas, como tantas fueron las sensacionales y hasta milagrosas apariciones de Justo Villar. Un arquero que en cualquier otra circunstancia pudo haber pasado desapercibido, pero en este, especialmente, fue el héroe y el culpable para que el balón no bese la red y que el pueblo paraguayo, tenga un motivo para la sonrisa. Un Brasil con demasiadas intenciones y pocas realidades. Paraguay solo tenía espacio para la confianza y aguantar hasta el final, buscando que su nombre no se viera pisoteado por tanto nombre refulgente y apelar que la suerte se juegue en la instancia final de los 12 pasos.

Esta vez ni la destreza del futbolista brasileño, fue suficiente. Cada penal fallado ha sido una afrenta contra sus pergaminos. Cada gol recibido ha levantado voces inflamadas y llenas de enfado. Que fallara uno, era perdonable, pero fallarlos todos, es una razón para dudar si realmente son brasileños o solo se pusieron la camiseta. Unos dicen la cancha, otros la mala suerte. Lo que es real, es que ese grupo pintado de verdeamarillo que sale acongojado, buscando algún consuelo, no es el mismo de antaño. Ese que imponía un estilo demoledor, prolijo y altamente competitivo.

Quizás sea verdad que Argentinos y Brasileños, se han ido de esta copa, no por perder un partido, sino por la consecuencia de no haber podido ganar, los que debían haberse ganado. En el aeropuerto, se van los brasileños buscando una explicación, mientras los argentinos, han querido voltear la página. Ambas selecciones no tenían en agenda estos momentos de zozobra, pero al final terminaron siendo juzgados por una impropia definición. Acaso y les quede un tiempo para la reflexión por esta realidad y les sirva en algo, compartir sin desearlo siquiera, esta desilusionante pena máxima.

La Magia de tus sueños

Tuvo que ser en el mismo lugar, donde Perú escribió una página gloriosa para nuestra historia. El mismo estadio, donde Cubillas, Cueto, Velásquez, Oblitas y Quiroga, se hicieron célebres en el 78’ venciendo a Escocia, con un derroche de fútbol y contundente vistosidad, que nos llenó de un orgullo infinito, en una época brillante de nuestro fútbol. Ha tenido que ser el mismo lugar, adonde regresamos para volver a ser felices, donde vivimos la misma angustia de un penal en contra tempranero y el remonte de un partido, complicado, que nos llenó de un apasionamiento muy cercano al infarto y donde nuevamente la magia de Markarían, y este puñado de soldados vestidos de blanco y rojo, nos ha devuelto la misma ilusión de antaño, como una manera de hacerle un giño coqueto a la nostalgia.

Cuantas pelotas ha sacado “Superman” Fernández, saliendo a jugarse la vida. Cuantos duelos tuvo que ganar Rodríguez a Radamel Falcao -sin necesidad de hablar demasiado- anticipando impecablemente y otorgando en cada brinco, esa seguridad necesaria para contagiar a una defensa de pasado devaluado. Cuanta realidad resulto Revoredo, para creer que ya se hizo de un nombre propio. Cuantos kilómetros ha corrido Chiroque, para ser fundamental, casi en el ocaso de su carrera y cuán importante se hicieron Cruzado, Balbin y Lobatón para aguantar el embiste rival, haciéndose solidarios cuando el equipo debía ser prolijo y equiparar el orden, sin necesidad de colgarse del arco. Y cuan importantes y valiosos se hacen ese par de gigantes de alma y corazón que son Vargas y Guerrero. El “loco” y su jerarquía para ser líder, defendiendo y atacando con categoría. Poniéndose el equipo al hombro. Siendo un defensa de vocación ofensiva y un cañón en la pierna izquierda. Paolo, mas Guerrero que nunca aguantando en solitario y con coraje, sin importarle cuanto cartel tenga su cancerbero, soltando su talento goleador, que lo hacen ser el mejor delantero de esta copa, que duda cabe.

En estas instancias, donde los partidos se resuelven por un acierto, un error o la ecuación de ambos, hemos vivido un partido con la pelota en la garganta y la zozobra en el alma. Colombia, ha sido un rival demasiado duro y por ello, quizás se haga más meritoria la victoria. Porque si los cafeteros, culminaran todo lo que generan, estaríamos hablando de un finalista y no haciéndole el adiós en el aeropuerto. Se hizo un partido tácticamente inteligente, dejando los prejuicios defensivos y controlando eficazmente la zona medular colombiana. Cortando la sociedad, de Guarin, Sanchez y Falcao, cerrando las subidas de los laterales y llegando primeros al cruce, para recuperar las posiciones con orden, Había que dejar el alma, en cada jugada. Era un partido para brindarse entero, con mucho sacrificio y que costaría sangre, sudor y lágrimas.

Fueron 120 minutos demasiado largos, torturantes y apasionados. Desde el penal que erró Falcao, que pudo cambiar la historia, hasta ese remate de Guarin en el epílogo del tiempo reglamentario, que pudo paralizar nuestros corazones. Quizás fueron los 30 finales los que mejor se jugaron. Los que definieron el partido. El primer bombazo, fue de Lobatón, que la encontró mansita, coqueta y traviesamente se le escapó de las manos al portero Martinez. El “lobita” le pegó un fierrazo con alma, corazón y vida, que rompió el invicto colombiano y desató el llanto de alegría descontrolado en todos los peruanos. ¡Golazo!. El segundo, el definitivo, fue una jugada de Guerrero. Cimbreante, hábil y pendenciero, llegó al fondo enganchó con maña y se la dejó a Vargas. El “loco” le puso mucha pólvora y sacó un misil, que en su explosión, destruyó un país de ilusiones colombianas, pero encendió la luz de la reconciliación y la esperanza, con un golazo que unió un país sediento de alegrías.

Los triunfos no se valoran por cómo se consiguen, sino por la consecuencia que producen. Hoy este Perú, requiere ser de carácter conservador, ordenado, lejano de su identidad, porque reconoce sus carencias y potencia sus virtudes. Su realidad lo exige. No puede darse lujos ni excentricidades, debe ser efectivo en lo que le cuesta generar y ser metódico para administrar sus energías. Los peruanos necesitábamos, esta victoria sufrida, luchada y altamente conmovedora. Estar entre los cuatro grandes, nos brinda un retorno al grupo de los competitivos y dejar de ser los aborrecidos, los convidados, los olvidados. Dan ganas de soñar despiertos. Si algo valorable ha conseguido el “Mago” con nuestra selección, es el compromiso y después con resultados, alegrar a los 30 millones de peruanos, que hoy solo tienen un espacio para el agradecimiento eterno.


Dicen que la suerte no juega en el fútbol, aunque hace un tiempo atrás asumíamos que jugábamos como nunca pero perdíamos como siempre y le encarábamos nuestras desgracias a la escasa fortuna. Dicen que para triunfar, hace falta estar bien con Dios y tener un cachito de suerte. Cualquiera sea la disyuntiva, digamos que hoy ambas cosas nos están acompañando y son urgentemente necesarias. Después de soportar un partido para el infarto y haber sobrevivido para contarlo, aún con las lágrimas de alegría en los ojos, tengo que aceptar que Dios es peruano, vive en la Videna y se fue acompañando a la bicolor a la Copa América.


A veces es bueno perder

A veces es bueno perder. Cuando las circunstancias se te hacen adversas y la intimidad te regala un espacio para decidir entre la sensatez y la emoción. Cuando la realidad te da un cachetazo y te dice que debes pisar tierra y mirar tu futuro en forma de balón con inteligencia y reflexión. Pero duele perder. Siempre duele la derrota, sobre todo cuando se juega un clásico, como este contra Chile, que siempre adquiere dimensiones antagónicas y fuera del contexto futbolístico. Aunque siempre se quiera ponerle paños fríos al tema, en la previa, siempre la gente, el hincha de la tribuna, se lo toma como una forma beligerante de enfrentarlos y en ello a veces trasciende más el afiebrado recuerdo de Grau y Bolognesi, que el sentido mismo que tiene un partido de fútbol.

Con la clasificación en el bolsillo derecho, había un espacio para guardar en el izquierdo, una opción para plantear un equipo, mirando más allá del próximo partido de cuartos. Dejaba abierta la posibilidad para, sin dejar de abandonar el funcionamiento, darle un descanso a los experimentados y tirar a la cancha nombres, quizás sin cartel internacional, pero con muchas ganas de reflejar, el trabajo concienzudo que ha logrado calar en el convencimiento, que este nuevo equipo peruano, es una mezcla de hombres que han comprendido, que al margen de su trascendencia individual, deben respetar un estilo de juego. Una actitud diferente y un carácter para asumir sus carencias y descubrir sus talentos.

La marea roja inundó el estadio, como una avalancha de gritos que hacían ver a Chile mas local que en el propio Santiago. Los peruanos en la tribuna, eran minoría, pero su voz, se hacía notar. El partido se empezó a jugar en la grada. El hincha chileno, vino a ver a su estrella mimada, Alexis Sanchez, pero se llevó una ingrata sorpresa llamada Chiroque. El menudo atacante, tuvo a mal traer a una defensa sureña, que en teoría, es el bastión de este equipo que aparte de moderno es un prototipo del buen juego. Partido parejo, con aciertos y desaciertos en ambas áreas. Perú sin ser dúctil en el juego, apelaba a la entrega y el trabajo colectivo. Guevara, cuando más se hacía indispensable, se hizo intrascendente y Libman, atajaba, mas pensando en la mirada enojada que venía del banco. Pudo abrirse el marcador en cualquier arco, pero el gol del triunfo chileno, tuvo que llegar en ese fatídico minuto noventa, tan nefasto y tan conocido para nuestra mala fortuna. Por un instante, se nublaron las ideas, se pegaron los pies al piso, cuando más se requería, ser consecuentes con el predicar del técnico, para terminar como se empieza y mantener viva la concentración.

Markarián, siempre ha sido enaltecido por ser gestor de títulos y promotor de equipos ganadores. Pero también ha levantado voces que lo destronan del concepto triunfador, para enrostrarle sus métodos. Quizás sus dotes de estratega hayan sido cuestionadas, por un factor de conveniencias, pues ha resultado muy bueno para los ganadores y demasiado mezquino para los perdedores. El “Mago” es un tipo cuerdo, los años le han brindado cobijo a la sabiduría. Sabe ser amable y se hace respetado, pero también sabe en qué momento fruncir el ceño y enseñar los dientes. Alzó la voz y golpeó la mesa, para soltar algo que llevaba dentro, por tanto “rotulo” de entrenador defensivo y “ratonero”, como le decían en Chile. Aunque con ello se hizo ganador y de eso hizo alarde, su intención ha sido en el fondo, “blindar” a sus jugadores y distraer las miradas de la prensa. Quiso ser el protagonista de este pleito entre peruanos y chilenos, que lleva siglos de vigencia.

A veces es bueno perder. Para quedarse en la estación del optimismo y esperar el próximo tren de la oportunidad. A los peruanos, nos importan dos centavos, si Markarían, es un técnico “ratonero” y que juega según el equipo que enfrenta, porque carecemos de individualidades de jerarquía. Esto es lo que tiene el “mago” y con lo que debe afrontar lo que se viene, sin que tenga que presumir de ofensivo y no es oportuno darnos semejante privilegio. Esto es lo que somos, esto es lo que tenemos. Este es el esqueleto de un equipo peruano que toma cuerpo y se hace fuerte, cuando le inyectas la sangre de Vargas y Guerrero. Es la hora de pasar la hoja y superar el mal rato por la forma como se perdió el partido. Pero al final y de acuerdo a los resultados, de pronto haya sido un buen negocio A veces es bueno perder, para aprender y reflexionar. Pero siempre va a doler perder contra Chile, porque es nuestro clásico rival y los clásicos, no se juegan, se ganan.










El despertar del Messias

La barbita de tres días de Lio Messi, dejaba ver que había sido una semana difícil. El entrecejo reservado cuando sonaba el himno, hacía pensar que ni la calurosa ovación que recibió cuando arribó al estadio, pudieron borrar, esa molestia del hincha por las malas actuaciones del equipo albiceleste, que a él en particular, le habían herido en su nobleza y dejado una marcada huella con tinta indeleble en el alma. La tribuna le había cantado una alegoría a la reconciliación y él había levantado la mano, aceptando y perdonando, con esa sencillez tan suya y tan necesaria, en estas horas, en que la premura por reconquistar la confianza, era una cuestión de prioridad ineludible.

Acaso y que Costa Rica en su versión juvenil, sea el rival era lo de menos. Había que recuperar la memoria, para recordar que es un plantel de capacidades individualidades de primer nivel y que tienen al lado al mejor jugador del mundo. Y fue la oportunidad para que Messi, sea el Messi que conocemos, el que nos encandila, el que arranca cimbreante, desequilibrante, colocando plácidas asistencias de gol. El que juega y hace jugar. Tirando paredes y encontrando los cómplices que se animan a ser parte del toqueteo y los “caños” para el deleite de la gente que se entrega rendida. Y es que Messi se hace importante haciendo importante a los demás. Su grandeza pasa por hacer de los demás, súbditos abnegados de su nobleza.

Argentina pareciera que si no pudo hasta hoy, encontrar el juego, es porque no encontró el gol temprano. Pareciera que se sintió demasiado presionado y Batista, echo al verde a los nombres equivocados para generar fútbol y se dejó llevar por una retórica malformada, de inventarse un funcionamiento que no le hacía bien al equipo, pero principalmente a Messi. Porque no se puede cerrar los ojos y dejarse llevar por el resultado. Argentina con todas sus individualidades, juega al ritmo del astro del Barcelona y tiene una marcada dependencia. Cuando el Lio hace la diagonal arrastrando marcas, los demás sacan sus talentos, cuando el Lio hace la pausa, el equipo debe regresar el balón atrás, para que el genio descanse, tome aire y recupere el aliento, para volver a soltar la magia, de su botín izquierdo.

El primer bálsamo, llegó cuando los intentos no se cristalizaban en goles y la paciencia se debilitaba. Un latigazo de Gago que debió entrar limpio, la anida el Kun Aguero, en una arremetida que levantó el estadio. Al “Pipita” se le cerró el arco y para el complemento, vinieron los mejores momentos. Messi con todo su esplendor, la puso de todos los estilos y calibre, asistencias memorables para el Kun y Di María para hacer la diferencia en el marcador. También para Higuain y Lavezzi que fallaban sin compasión. Batista, se ha dado cuenta que jugar con tres volantes de marca y esperar que Messi despierte y resuelva todo, es una despiadada locura. Le hizo caso a la gente y metió a Pastore, quien sabe el que mejor entienda al Lio, pero injustamente postergado en el banco. Hay que esperar la hora cuando se enfrente ante un rival de fuste y la diferencia no se haga tan descarada y notoriamente visible, como contra esta Costa Rica, que no existió en la cancha y fue un humilde conejillo de indias, para alimentar la alegría de la tribuna.

Córdoba se vistió de fiesta para alentar a su albiceleste, que venía cargando una mochila pesada de incertidumbres y donde el buen juego, aún es una materia pendiente. Hoy los errores y todas las divergencias se vieron disimuladas, por esas ráfagas de brillantez de Messi, que han servido para levantar el ánimo y lavarse la cara. En el aire ha quedado un suspiro de tranquilidad y por ahora ha remendado las maldiciones. Messi ha despertado del letargo, pero ha dejado en la tribuna, un recado de vacilación y duda, por saber qué pasará, cuando se vaya de nuevo a dormir.

Una samba desabrida

Algo muy significante debe estar pasando con las selecciones que en la hegemonía sudamericana, tienen el cartel de grandes, favoritos o candidatos. Se habla de un aparejamiento de potenciales o una forma diferente de asumir el papel de relegado o simplemente, que la modernidad del fútbol también ha tocado esta parte del mundo y con tanto jugador de sangre latina, disperso por Europa, lo más probable es que la globalización ha hecho que las distancias de antaño se vuelvan recuerdos y hoy ya no exista un rival accesible. La lógica de anteriores Copas América, ha quedado en la remembranza y solo existan nuevas forma de juego.

Brasil no ha sido la excepción, de la crítica ácida y mordaz, le tocó un Paraguay, que es su sombra permanente, su otra mitad y su cancerbero virulento que cada vez que puede le hace pasar malos ratos. Se sabía que sería un encuentro de fuerzas parejas, pero se confiaba nuevamente en las individualidades. Neymar, Ganso y Pato, estaban con el deber a cuestas de enmendar la plana del primer partido contra Venezuela. Quedó afuera Robinho y su labor más que desapercibida fue desaprobatoria. Hubo mérito Paraguayo, es verdad, pero el exceso preciosista, fue una vez más el detonante para que todas las falencias auriverdes se vean reflejadas en tercera dimensión.

Cuando mas extraviado parecía Brasil, en el primer tiempo, la virgen de Copacabana, se le apareció a Jadson para enfilar un fierrazo cruzado que doblegó a un Justo Villar que hasta ese momento, no había tenido mayor trabajo. No había superioridad carioca, había un equipo Paraguayo que juntaba intenciones y la convertía en juego efectivo. Aplicados en la marca, zonificando la cancha y haciendo trizas el circuito brasileño que hace funcionar a este Scratch , desde la vistosidad de sus hombres y la depurada técnica. Si contra Venezuela, demostraron que si no funcionaban en ofensiva, en defensa estaban un peldaño arriba, esta vez dejaron en claro que su saga fue un declarado espejismo. Paraguay llegaba por todos lados y el desastre parecía que era una cuestión de tiempo.

Si hubo un jugador que se puso el uniforme de superhéroe, ese se llamó Marcelo Estigarribia. El Paraguayo, se devoró la banda derecha de Brasil y a punta de velocidad y vértigo en cada arranque, tuvo a mal traer a Dani Alves. Llegaba como un torpedo y explotaba en el área enemiga haciendo daño, destruyendo la estructura de una desconocida saga brasileña, que solo atinaba a defenderse cerrando los ojos. Una subida más de Estigarribia, la puñalada atrás para que Roque Santa Cruz ponga el empate. No paso mucho tiempo para que Haedo Valdez, ponga la diferencia en una atropellada, luego de un horror de Dani Alves, hasta ese entonces, el mejor compinche de los Paraguayos. Un 2-0 que pintaba para el deshonor, para la desventura y el descontrol. Menezes sacó a Neymar, en castigo a su inoperancia. Mandó a un desconocido Fred, a que se inmole en el nombre de una difícil circunstancia que se iba convirtiendo en tarde de perros.

Partido intenso, con una Paraguay enseñoreado y un Brasil timorato. Un ida y vuelta que dejaba poco tiempo y espacio para cambiar la historia. Se gestaba un triunfo paraguayo espectacular, se venía un resultado justo por toso lo que había sucedido en la cancha y era cuestión de apretar los dientes y esperar el pitazo final. Hubiera sido lo justo y necesario para un choque de poderes, donde la albirroja fue mucho más que la “canarinha”.

Pero el fútbol no conoce de justicias. El empate llegó en la agonía, cuando el árbitro se llevaba el pito a la boca. Sucedió lo que hace distinto a los brasileños. En un toque de magia, Ganso habilita a Fred y este, con lo único que le quedaba de espacio hace una media vuelta para sellar la igualdad final. Demasiado premio para la inoperancia y demasiado castigo para la eficiencia. Mucho consuelo para un Brasil que nuevamente quedó en deuda y resignada aceptación, que merece muchos aplausos para este Paraguay, que fue la mejor expresión de colectividad, alma y corazón.

Serenata con vals y festejo

Los resultados que más se valoran son los que se hacen difíciles y aquellos que te originan un esfuerzo mayor, o a veces, los que mantienen la angustia y la expectativa hasta el minuto final. Era el partido de la verdad, ante este México remendado, que sin ser un rival que tuviera una superioridad marcada, se hizo difícil, mas por errores en definición del equipo peruano, que por virtudes de los aztecas. Desde ese primer tiempo, donde su mayor preocupación, fue mantener el orden y maniatar al rival con disciplinada convicción y las claras oportunidades de gol desperdiciadas en el tramo final de un encuentro que pudo resolverse con un marcador holgado, sin embargo nos tuvo con la ansiedad en la boca, pero al final nos dejó una alegría en el alma, por este primer triunfo.

Este Perú tan nuestro, que nos tenía acostumbrados a generar pasiones atropelladas intentando jugar como nunca y perder como siempre, hoy parece que se hubiera lavado la cara y cambiado de traje. Y no solo tiene que ver con los resultados, porque hoy se ve un e quipo que se rige a un libreto bien establecido y con variantes en el juego, que empiezan desde la conducta en defensa, pasando por la generación del juego y la solidaridad para recuperar el balón. Hoy Perú demuestra que hubo un trabajo previo, concienzudo y confrontado a un compromiso para primero, asumir sus carencias y después aceptar el fortalecimiento de sus talentos.

Sergio Markarían ha tenido mucho que ver con este vuelco. Por algo le asumen el calificativo de “mago” y por algo la vida le ha entregado tantas horas de vivencias en una cancha de fútbol. Tiene ese don especial para construir grupos que se identifiquen con un pensamiento donde se pueden perder hombres, pero nunca un sistema de juego. Algo relevante en Markarian ha sido la recuperación de identidades como las de Lobatón, Cruzado y Guevara, que vagaban por el fútbol sin darse cuenta de su talento, brindándoles el soplo de vigencia y expedirles su DNI oficial a Balbín, Yotun y Advíncula, para que consoliden sus capacidades, junto a los nombres consagrados. Hoy es otro equipo, al margen de que resultado obtenga, se repite un aplicado respeto al objetivo y una idea conceptuada, muy distinto de anteriores procesos de selección.

Pero la magia está en los detalles. Si el Perú tiene hoy una nueva imagen, esa tiene que ver con el vigor del “Loco” Vargas. El equipo pareciera haber tenido un envión desde que ha empezado a ser protagonista. Es demasiado lo que genera, lo que corre y lo que mete. Un líder completo con demasiada vocación ofensiva. En cada arranque parece una locomotora sin control arrollando rivales. Tuvo dos tiros al palo, que hubieran justificado tremendo despliegue de energías y sudor. El equipo hoy pareciera que juega incentivado, con la potencia de Vargas, el impulso de Vargas, y no es locura decirlo, con el corazón de Vargas.

Paolo Guerrero, hace unas semanas estaba concientizado que haría sombra a Pizarro en el banco. Ante su ausencia y la de Farfán, ha asumido con mucha convicción su papel de 9. Es el Paolo que se extrañaba, valiente y arrojado, que se faja igual contra uno o contra cinco, sin importar que nombre tenga. Es el referente de cara a la red y al igual que Vargas, tiene en sus pies la difícil misión de ponerse al hombro esa jerarquía individual que necesita un equipo, para hacerse respetable en la cancha y lograr borrar ese impresentable antecedente, de ser los últimos de la fila.

La historia se escribe paso a paso, no sabemos que irá pasar más adelante, pero hoy, como para renovar la sonrisa y restablecer las emociones, nuestra bicolor hizo cuatro puntos, dejando con un pie en el avión de regreso a México. La clasificación a cuartos de final se encuentra a un pasito limeño de concretarse. Es la hora de la tranquilidad y de recogimiento de la cordura, pero hay espacio para la justificada celebración. Por eso anoche, después del triunfo, Perú se vistió de poncho blanco y rojo, le hizo una señal a los músicos y con recargada emoción, le cantó una serenata a la ilusión, a ritmo de vals y de festejo, bien peruano.







Empate con aroma de café

Lionel Messi, se toma las rodillas con las manos y levanta la cabeza. En su rostro hay un disgusto, un malhumor que denota un incómodo aburrimiento. Un hartazgo de intentos, que se fueron diluyendo como baldazos de agua en la pared. Esa pared que le pusieron los colombianos para no dejarlo pensar siquiera, para encimarlo y respirarle la nuca. Es la misma imagen de esta Selección Argentina, que hoy jugó mal nuevamente, porfiando en ese intento porque las individualidades, sean las que resuelvan lo que no pueden hacer como equipo. En la tribuna la gente, el hincha Santafesino que hoy vino emocionado, por ver a su Selección, silba desaforada, decepcionada por esta igualdad en el resultado, que pudo tranquilamente ser un tremendo papelón.

Debe ser que el gélido clima reinante en la Argentina, ha entumecido a sus jugadores y los tiene demasiado abrigados y arrastran mucho ropaje que les causa molestia para desplazarse y se incomodan tratando de cuidar el cuerpo del frio, que ha congelado sus ideas. Batista siguió en su empecinada idea de creer que Lavezzi y Tevez pueden romper defensas a punta de trancazos y la utopía de querer jugar como el Barcelona, sin querer darse cuenta que Messi es feliz allí, porque en cada pase recibe una rosa y en cada enganche, tiene un socio que le pone el hombro. En esta Argentina, el buen Lio, intenta (solo intenta) generar juego y en cada pared le devuelven un ladrillo. Ello le produce frustración y desencanto. Su rostro lo dice todo. La gente lo maldice porque no juega como en el Barca y lo silba con desgraciada injusticia.

Mientras en el otro lado, el “Bolillo” Gómez, juega al titiritero mayor para mover sus piezas, según su necesidad. Haciendo marca escalonada a Messi, en zona y copando el mediocampo, con relevos bien coordinados y respaldados por un orden que le permitía el toqueteo, la triangulación y las paredes. Un trabajo defensivo impecable de Sanchez y Guarin. Abajo Yepez, un verdadero “patrón” que imponía respeto y presionando arriba con sus delanteros para inducir al error. En suma una superioridad que se fue haciendo notoria en las oportunidades de gol desperdiciadas. El primer campanazo la tuvo Ramos debajo del arco y la más clamorosa (léase escandalosa) fue aquella que solo frente al arco, Dayron Moreno la echó fuera, dejando la sensación que Colombia podría arrepentirse después.

Un partido parejo, con Argentina sin tener el control a pesar de tener la pelota. Sin un concepto claro para jugarla, para generar el riesgo y hacer daño. Sin claridad en el pase, no encontraba el juego. En defensa mostrando sus mayores debilidades. Si se puede definir el resultado digamos que lo decidieron el arquero Romero y los delanteros de Colombia. El Argentino tuvo dos atajadas notables, evitando una catástrofe desde muy temprano, pero las otras, fueron fallas de los ejecutantes. Las más claras fueron para los cafeteros, es verdad, pues lo que originó Argentina, fueron consecuencia de la gesta de individualidades, mas no el resultado de un buen juego colectivo.

Colombia ha hecho su mejor presentación, por la categoría del rival, dice el “Bolillo”, pero asume con pausado respeto y consideración, que aún no llega a su techo. No queremos imaginar cómo le hubiera ido al anfitrión, si el equipo estaba al 100%. Hoy le estaría refregando en el rostro la épica y vergonzosa afrenta del 5-0, cuando Asprilla y Rincón, dejaron su nombre tatuado en la memoria de los Argentinos. La gente en la tribuna sigue silbando a este equipo de jugadores de cartel. Se preguntan si se puede jugar peor y la respuesta viene sola. La decepción es más fuerte que la emoción. Argentina se fue insultada de Santa Fe, el empate fue mejor negocio para Colombia que mereció mejor suerte. El anfitrión salió arrastrándose de la cancha. Batista deberá cambiar el chip antes que le gane la noche.

Aquel tiro libre a las nubes de Messi, es la imagen del fastidio y el desencanto. La imagen de esta Argentina que no encuentra explicaciones, se sume en la monotonía y se congela en sus frustradas intenciones. Hoy Colombia se fue en busca del merecido descanso, por todo el esfuerzo puesto en la cancha, por este merecido empate, con sabor a victoria, que lejos de parecerse a un mate argentino, tuvo un exquisito y placentero, aroma de café, bien Colombiano.


PERU Guerrero

Un empate más si importa. Porque ha nacido desde una nueva forma de juego que, quizás rasga una identidad o un distintivo, pero que se hace tan necesario, en estos tiempos modernos en que los equipos limitados, aprendieron a no esconderse e intimidarse ante los grandes y sus técnicos priorizan la inteligencia y la serenidad, para hacer del orden un dogma y de la convicción un culto para fortalecer la mentalidad en sus jugadores. Es la lucha de los nombres versus los hombres. Ya cansados que sean los primeros, los buenos de la película, hoy se ve que el que se sentía inferior, de alguna manera, se dejó llevar por una retórica forma de pensar en el viejo adagio de que “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”.

La era Markarían ha entrado en la etapa de valoración. Llegó con una misión de clasificar al mundial del 2014 y esta Copa América era la prueba de fuego, para ver cuán plausible era su visión, de poder cambiarle la mentalidad a nuestro curtido futbolista y devolverle la credibilidad en sí mismo. Tarea complicada, que necesitaba demasiado trabajo y muy poco de magia. Pero ha sido el Dios travieso, llamado destino, el que le puso muchas pruebas, que lejos de amilanarlo, lo hicieron más fuerte. Primero, los mismos jugadores, con su mal pago a la confianza y después con el castigo a su ilusión, de las infortunadas lesiones y los borrones a la entrañable lista de sus hijos engreídos.

Ese pelotazo sensacional de Michael Guevara, para que pique Paolo Guerrero y defina un gol fantástico, era el preludio para un partido que aparecía complicado, por los pergaminos de un Uruguay apechugado, pero era también el premio a una constante de este equipo, que se hizo ordenado y metódico en el tiempo. Que fue demasiado corto en la intimidad, pero que Markarian le puso su toque mágico para que sea muy valioso. No es casualidad esta nueva forma de jugar, se ha hecho un constante, el planteamiento táctico cumplido como ley divina y un accionar solidario, han hecho de esta nueva Selección un puñado de hombres que buscan un objetivo común. El empate charrúa, no ha sido otra cosa, que sentir en el rostro, el cachetazo oportuno para despertar y decirnos en la oreja, que hemos mejorado, pero aún hay demasiado por corregir todavía.

Sin Pizarro, ni Farfán, Guerrero hoy se sintió un superhéroe. Se puso la bandera de capa, empuñó su espada y decidió ir en solitario, a luchar contra esos gigantes vestidos de celeste, de sonrisa intimidatoria y ceño fruncido. Y vaya que peleo el buen Paolo. Hizo un partido espectacular y contagió a todos. Puso el pecho como único atacante y se dio maña para inquietar a defensas con kilometraje respetable como Lugano. Acasiete y Rodriguez, apoyados por un Balbín que pareció consagrado, Guevara, Cruzado y un Advíncula sacrificado, fueron tremendamente disciplinados para encimar ese tridente uruguayo de Forlan, Cavani y Suarez, que infundía temor. “Supermán” sacó dos de lujo y el ingreso de Vargas le dio la jerarquía, tan necesaria para este tipo de competencias- Lobatón fue el refresco para el píe fino, oportuno y complementario. Estuvimos cerquita, pudo ser un triunfo, pero también una derrota. Aunque lo mejor que ha dejado nuestra selección, es la impresión que vamos a dar pelea, nos sabemos mañana, pero este punto, es definitivamente de partida.

Al hincha peruano, tan doblegado y curtido en los avatares de la decepción, cualquier halo de victoria, lo hace fantasear en demasía y cualquier traspié lo hunde en el fango del desencanto, es así de radical y normalmente suele perder la cordura y el raciocinio en el éxito. Esta igualdad no nos hace ni mejores ni peores, tampoco es para salir hacer caravanas y alegorías triunfalistas. Es para analizar y ser cauto que esto recién empieza y es parte de un proceso. Que hay mucho por lograr para ser un equipo de jerarquía, por lo pronto asumamos que estamos cambiando y nuestro futuro en forma de balón, hoy nos mira como un equipo de notables guerreros.

VAMOS PERU!!!

Un desabrido vino tinto


Hoy le tocó a Brasil. Ante el desabrido debut que había dejado el anfitrión, en la apertura de esta Copa América, eran los de la verdeamarela, los privilegiados dioses del virtuosismo, los llamados a poner en el verde, el espectáculo y a llenar de color esta fiesta incompleta. Y el Mano Menezes puso todo su arsenal de artistas del balón, Neymar, Pato, Ganso, Robinho, astros del fútbol mundial, con títulos recientes en copas europeas y sudamericanas. Hombres que tienen precios exorbitantes en los zapatos y que firman contratos millonarios. Era la hora de que los futbolistas vestidos de artistas, se echen a jugar y encandilen con su depurada técnica, forzando un resultado que confirme su cotizado favoritismo.

Venezuela, aquel humilde equipo cumplidor que animaba las competencias sudamericanas, ya no es el mismo. Ha cambiado como cambia la vida misma, porque el fútbol se parece tanto a ella y ha equiparado las diferencias. Brasil siendo inmensamente superior desde el arranque, entusiasmó a sus seguidores, con lujos, tacos y revoluciones, amparados en su capacidad para deslumbrar al que mira en la tribuna y al que trata de aguarle la festividad. Estaba pintado para un exquisito festín, solo era una cuestión de aguante y disfrute. Pero el tiempo se fue haciendo cruel verdugo de la impaciencia y el arco no se abrió o no quiso abrirse. Mientras Brasil hacía intentos para vulnerar la valla de Vega, Venezuela, ni siquiera lograba que se despeine Julio César. Un Brasil jugado arriba y una Venezuela que esperaba irreverente, tapando los espacios, ordenada y disciplinadamente.

Más allá de los intentos y las posibilidades que pudieron brindarle a Brasil un resultado decoroso, la amargura se queda en los labios, el Scratch siempre es el candidato y pocas veces se le perdona o se le brinda la oportunidad de quedarse sin nada. Siempre se le va a exigir más que al resto y ningún lujo o individualidad será validado, si de por medio no lo acompaña un buen resultado. Brasil, ha dejado la interrogante, de poder ser más de lo que ha brindado, insinúa llegar a funcionar colectivamente, en la medida que sus individualidades, dejen de pintarse el rostro de superhéroes y tenga el abrazo confianzudo de la integración. La unión de talentos al servicio del equipo.

Pero seamos sensatos. Las distancias se han acortado en el fútbol y hoy, aquella sumisión de los rivales débiles pareciera, haberse transformado en una rebeldía irrespetuosa, que logra hacer mirar al superior de frente a los ojos y sin ninguna pizca de vergüenza. La disciplina táctica, el orden y la convicción, que hoy mostró Venezuela, han dejado en claro que la humildad de los equipos chicos, ha dejado de ser una debilidad y se ha convertido en fortaleza. A los talentosos, les cuesta trascender en esta parte del continente. La razón, puede que se encuentre en la formación de sus futbolistas, que desde muy chicos comparten la misión de anular a los habilidosos y hoy esa labor se les haga fácilmente compatible.

Digamos que un gol pudo cambiar el texto, el argumento, pero el final ha dicho que Brasil, ha dejado la mesa servida, porque no terminó el almuerzo, había mucha hambre de fútbol, de reencuentro con la exquisitez del sabor de un Pato o un Ganso, bajado con un sabroso aperitivo de marca Neymar o Robinho. Pero al final de la tarde, la torcida, se ha ido de la mesa, inconforme con el debut, se vino del calor de Rio de Janeiro y se congeló en la Plata, encima de todo se fue a casa saboreando el amargo sabor que le dejó el vino tinto.


La albiceleste Kunfusión

Las luces inaugurales de la Copa América encendieron los destellos de la fiesta del fútbol y los argentinos recibían a sus invitados que iban llegando ataviados de sus mejores trajes y las sonrisas dibujando confianza. En la mesa central estaba el balón oficial esperando a ser tocado y la selección argentina, el equipo de estrellas rutilantes, le tocaba bailar la primera pieza. Un Bolivia vestido de verde y blanco, era el convidado de piedra en esta festividad del balompié. Era el encuentro del gigante con el pequeño. La lucha del fuerte con el débil. El fortachón con el piltrafa.

Pero esas mismas luces, cegaron las expectativas y la confianza fue perdiendo su voltaje. Lo que era un lindo sueño inaugural, se fue haciendo una pesadilla. Era la media hora del segundo tiempo y Romero ensayaba una atajada determinante a Martins, en un instante crucial del partido. El estadio se hizo silencio y los hinchas albicelestes atragantaban su angustia. El arquero argentino salvaba el 2-0 y lo que pudo ser un fulminante y lapidario resultado. La selección argentina, el equipo de estrellas rutilantes y de planilla fastuosa, lucia perturbada y desconcertada, perdía con un rival inferior, por un blooper originado por Banega y que en el fondo, fue el precio a la inoperancia ofensiva.

Bolivia no supo dar la estocada final y el Checho, que dice querer jugar como el Barcelona, terminó jugando como Argentina, el de sus peores momentos. Apelando a la actitud y las ganas, disipando la impotencia y acelerando las revoluciones, rezándole a sus individualidades. La salvación vino del banco con el Kun Agüero y Di María. Para buscar el desborde y la contundencia que no encontró con un Lavezzi atolondrado y prepotente. Messi sin enchufarse del todo, con ráfagas de su talento que se extraviaba entre tantas piernas y un Tevez, chocador e impreciso. Muy diferente al del City.

Argentina había salvado el deshonor con un golazo del Kun, pero no era suficiente. Se esperaba ganar y jugar bien, era la prédica de Batista. Ni lo uno ni lo otro. Bolivia fue lo suficientemente perspicaz, para plantarse con dos líneas de cuatro, cerrando el circuito y dejando poco espacio para la magia del botín de Messi. Fue tremendamente ordenado para cortar el juego sin pegar y aplicado para anticipar el pensamiento del rival. No eran las luces, tampoco un sueño, en la cancha Argentina porfiaba desconcertado y Bolivia, esperaba con pausada calma, el silbato final.

Argentina ha tenido un opaco inicio, muy lejos de la fastuosidad de la ceremonia inaugural. Batista pecó de obstinado, porque si tira todas las fichas por Messi, para que juegue como en el Barca, tiene que ponerle los socios perfectos. Pastore era una opción para el desequilibrio y el “Pipita”o el “Kun” para acertar lo que quedaba en intento. Si algo queda por rescatar, es que nunca rifó el balón, pero ante un rival que se para bien atrás, a veces, lanzar un paracaídas para forzar el error, no está demás, pero hay que fabricar en el medio y allí deben juntarse los mas habilidosos.

Digamos que solo es el inicio y todo debut, tiene sus riesgos, más aun cuando la fiesta es en casa y hay que atender a los invitados, que no se sabe, cómo se van a comportar. El pánico inicial se ha hecho una resignada calma, pero el sofocón de esta apertura, ha generado muchas dudas y desconcierto. Quedan unos días para volver a acomodarse. Se ha iniciado la Copa América, la fiesta latina del fútbol, una noche con muchas luces y colores, que dejó pintada en la tribuna rostros de argentinos con gestos de una alarmante confusión, de color albiceleste.