El hijo de D10s

El día que nació, era tan pequeño como una pulga y escurridizo como un pez travieso y juguetón. El día que empezó a darle al balón, algún iluminado, miró al cielo para agradecerle, la dicha de tener ante sus ojos al Mesías del fútbol. Aquel que debía ocupar el trono del D10s. Sus primeras pinceladas con el balón, no fueron con los “cebollitas” y tampoco fue Villa Fiorito donde había escogido nacer. Fue la ciudad de Rosario, Santa Fe, suelo tan argentino como el tango, donde un día pegó su primer grito y el soplo de vida le vino al cuerpo en aquella mañana de junio del 87’. Era apenas, un año después que Diego Maradona, había plasmado con letras de oro, su nombre en el mundial de México 86’ y se convirtió en el D10s del fútbol y regresó al olimpo, para señalar el camino donde debía ir la estrella fugaz.

Lionel Messi ha sido galardonado como el mejor jugador mundial de la FIFA, coronando un año 2009 perfecto para el astro argentino, quien con el Barcelona ganó la liga y la copa de España y la Champions League, además de que obtuvo el Balón de Oro al mejor jugador de Europa. Para sellar este año soñado, ganó la primera copa del Mundial de Clubes del Barcelona con un gol suyo en tiempo extra, venciendo a Estudiantes de la Plata. Un cúmulo de galardones que lo hicieron en una especie de Rey Midas del fútbol, al convertir en oro todo lo que tocaba.

Acaso y cuando el Lio recibía su merecido premio, le pasaron muchas cosas por la cabeza. Se habrá acordado de su abuela Celia, la abnegada mujer que llevaba a sus hermanos a entrenarse al potrero y él, pequeñito, con 5 años a cuestas, se colgaba de su brazo y los acompañaba. De aquel día cuando Aparicio, el técnico del club Grandoli, a petición de su abuela, lo alentó a meterlo al equipo de niños mayores que él, porque le faltaba un jugador y cuando agarró la pelota, gambeteó a todos, quedando asombrados de su habilidad. Desde ese día que le pusieron “La Pulga” por su forma de jugar y el tamaño que tenía.

Sus inicios, en el Newell’s Old Boys, siendo líder de aquel mejor equipo de las inferiores, denominada “La Máquina del 87”. Ese momento crucial, a los once años cuando fue rechazado por el River Plate a pesar de haber deslumbrado a los técnicos, cuando le detectaron esa enfermedad hormonal que afectaba su crecimiento y cuyo tratamiento nadie quería asumir. El esfuerzo de su padre Jorge, por sacarlo adelante y la partida a España buscando nuevos horizontes. De aquel día cuando fue a probarse al FC Barcelona, con 13 años y generó una gran impresión en Carles Rexach, pues jugaba con niños dos o tres años mayores que él, y los hizo trizas. Aquel día cuando el club catalán, asumió el tratamiento hormonal y fue el comienzo de una historia de esfuerzo personal y familiar.

Enrique Domínguez, su entrenador de inferiores, dijo alguna vez, que cuando pibe, Messi hacía con la pelota cosas que iban en contra de la física y que al único a quien había visto hacer jugadas parecidas eran a Diego Maradona. Y vaya que ha sido inevitable la comparación con el D10s. Durante toda su trayectoria, se ha convertido en un karma que lo acompaña desde el mismo momento que llegó a este mundo del fútbol, que espera ansioso que ocupe el lugar que dejó Maradona. El destino se ha encargado de pintar algunas señales en el verde, como aquel gol contra Getafe, emulando la portentosa jugada del siglo a los ingleses o incluso la misma “mano de Dios”.

Quien sabe para Lionel Messi le quede como materia pendiente, la consagración con la camiseta de la selección argentina. Talento y clase, le sobran y emergen a borbotones, las oportunidades que tendrá para demostrar su innata destreza con el balón. Hoy en día, es el jugador distinto, el que desequilibra las marcas, el que fascina con su magia que lleva en ese botín zurdo, tan suyo como prodigioso.

El Lio tiene claro, que en cada situación que tenga al frente, va a tener que eludir rivales, dentro y fuera de la cancha, porque lleva sobre su cabeza, un estigma que lo lleva por ser argentino y mas aún que no se hizo profeta en su tierra, pues mucho de su éxito mediático ha sido vistiendo una camiseta ajena a sus raíces. Sus compatriotas le reclaman de las peores formas, que se ponga la aureola de soberano y asuma el trono que ha dejado Maradona. Un papel que ni él mismo está seguro de poder asumir.

Abrazando su trofeo al mejor de todos en el 2009, el Lio escucha la ovación que le brinda el respetable y despierta de súbito para encarar este presente glorioso.

-“Es hermoso lograr un año que posiblemente no pueda ser mejorado” -comenta seguro de si mismo, besando su trofeo.

Hoy el Lio sabe que deberá seguir escribiendo su propia historia, porque el éxtasis de los halagos y los aplausos pueden envilecerlo en demasía y el fracaso puede ser una tumba para sus sueños inmediatos. Maradona fue su ídolo y le agrada que lo comparen con su grandeza, pero cada día que pasa se va convenciendo que tiene lo suyo y que le gente tiene derecho a pensar lo que le parezca. Acaso y para algunos sea el heredero, para otros el “Messias”, o el nuevo Rey del fútbol y quien sabe no resulte un acalorado pensamiento, al decir que es el “hijo de D10s”.