Erase una vez un
muchacho que nació predestinado para ser protagonista de su propia historia. Tuvo
una niñez difícil, a los 9 años vio partir a su padre del hogar. Su madre tuvo
que sobrevivir con seis hijos a cuestas. Su vida empezó a pintarse de drama, pesadumbre
y pruebas de superación extrema. Se las rebuscaba cada día por las calles de
Montevideo, cuidando carros y barriendo calles. Su educación callejera y la
vida nocturna, lo hizo probar el alcohol muy temprano. Cuando la adolescencia
le brindaba la frescura de sus años, el dolor era más grande que la alegría. El
fútbol era un desahogo, un regocijo, una forma de exportar su cuerpo y mente
lejos de la realidad. Empezaba a mostrar su talento, pero el alcohol, era un
amigo perverso que lo acompañaba seguido.
Luis Suarez,
intentaba jugar al fútbol, pero su formación, estaba resumida en más minutos
perdidos en la noche uruguaya, que los goles que ya empezaban a notarse en las
canchas. El futuro pintaba de color oscuro y nada alentador. Hasta que apareció
la princesa de sus sueños, la mujer que cambiaría su vida por completo. El
tenía 16 y ella 13. Ella era rubia, linda y encantadora. El, con los devaneos
juveniles y su eterna sonrisa de conejo que la cautivaron. Ella de clase media,
vivía acomodada. El conocía solo la calle y vivía cerca de los arrabales. Se
juraron amor eterno. El era el príncipe Luis y ella la princesa Sofia. El juró
luchar por ella, que le pidió a cambio no abandonar el colegio y tampoco el
fútbol.
Ella se mudó con
su familia a España y él sintió que el mundo se acababa. El desconsuelo lo
volvió a llevar a las calles, a las andanzas y nuevamente al alcohol para
olvidar la pena. La única razón que lo mantenía en pie era la promesa de amor a
Sofía. Ella en la distancia, lo animaba a no perder la oportunidad de lograr su
sueño de ser una estrella del fútbol. Luis empezó a avivar en su ser, la
ilusión de irse a Europa en busca de su princesa.
Luisito Suárez había
nacido para ser un devastador del gol, un asesino en el área y un delantero con
mucho temple. Su instinto goleador en el primer equipo del Nacional logró que
con 19 años lo llevaran a Holanda. Logró estar cerca de su princesa. La promesa
de amor se hizo real y la hizo su esposa. Su estrella dentro de las canchas
empezó a brillar con luz propia. El Ajax lo compró en 10 millones de dólares.
Después el Liverpool lo llevó a la Premier League por 30 millones. La vida
parecía que le retribuía todas las carencias y sufrimientos de niño. Fue el
delantero estrella, disciplinado y entregado a su única pasión enfermiza de
inflar las redes y alegrar a sus fanáticos que lo convirtieron en ídolo del
gol.
Pero mientras en
la cancha Luisito era una maquina goleadora, empezó a mostrar una faceta oscura
y controvertida; La poca tolerancia y manejo de sus emociones que lo hacían
salirse de sus casillas. Asumiendo en él una rara costumbre de morder a sus
rivales, razón por la cual fue sancionado en las ligas holandesa e inglesa con
suspensión de partidos. Además de mostrar un carácter irascible, iracundo e
intolerante, recibiendo incluso castigo por mensajes racistas, hasta hoy en que
volvió a morder a un rival y se ha convertido en el indecoroso que ha sufrido
la sanción más drástica que ha impuesto la FIFA a un jugador en pleno Mundial
de fútbol en los últimos años.
Dicen que la vida
de las grandes estrellas del fútbol no suelen estar exentas de drama,
sufrimiento y duras pruebas de superación, pero la de Luis Suárez tiene un
tinte de tragicomedia. Antes de empezar el mundial fue operado de meniscos y
era duda para Uruguay. Pasó de una silla de ruedas a ser el héroe de su pueblo.
Le hizo dos goles monumentales a Inglaterra. El príncipe se sintió Rey. Pero en
una semana se hizo villano. Suárez mordió al italiano Giorgio Chiellini y ha
despertado todas las bajas pasiones de los que condenan con ahínco y los que
sopesan esta actitud deplorable desde todo punto de vista.
Dicen que el
uruguayo rechazó el ofrecimiento de ayuda psicológica, asumiendo conciencia de
lo que hace. Los expertos dicen que su diagnóstico es que “no soporta la idea de perder”. Es un modelo de persona sana, no
fuma, no bebe y muy dedicado a los entrenamientos, pero se enferma cuando la
frustración dentro de la cancha le toca el hombro o cae en la provocación. Algo
propio de las personas que llevan dentro algún trauma no superado desde niños o
quizás el simple hecho de no tener control sobre las emociones que en el fútbol,
desperdigan adrenalina todo el tiempo.
Los uruguayos
para ganar lo que han ganado, siempre necesitaron de un espíritu de lucha
denominada la ‘garra charrúa’, Suárez encarna ello que lo hace un semidiós
idolatrado entre su gente, haciendo ello aún más difícil que él cambie. Luisito pueda que sea
uno de los mayores talentos del gol de los últimos años, pero no deja de ser un
jugador de carácter incorregible. Los hinchas del planeta lo han dilapidado
como persona. Nadie se puso a pensar lo que hay detrás del ser humano, lo que
quizás no se entienda, que es un enfermo del alma, que requiere ayuda y que ha
podido tapar el sol con una mano, mientras ha hecho felices a los que disfrutan
de sus goles.
El príncipe logró
salvar a su princesa, pero no pudo superar el mal recuerdo que marcó su pecho
cuando niño. Finalmente, en el fondo, Luisito solo es un héroe que se hizo
villano, que tiene el poder de pasar del día a la noche en un segundo o
simplemente, resulta siendo el príncipe, que sin desearlo siquiera, terminó de convertirse
nuevamente en sapo.
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