El auto recorre la ruta y va
dejando a su paso las imágenes paganas, que fueron compañía en los últimos días.
Atrás va quedando el parque “El Arboretum", a orillas del lago Zurich y
las noches de insomnio. El destino es el Hotel Lowen Montafon en la
ciudad de Schruns, Austria, donde se concentra la Selección Peruana. Paolo
Guerrero ha recibido la buena nueva del Tribunal Federal Suizo, quien
accediendo a una medida cautelar, le ha otorgado un efecto suspensivo de su
sanción y podrá participar en el Mundial. A su lado Edwin Oviedo, presidente de
la FPF, lo mira condescendiente como quien lo hace ante el hijo, al que ha
podido ayudar. Han sido días complicados y de mucho desgaste mental, pero
finalmente, un atisbo de justicia, le permite compartir estos momentos de
alegría y satisfacción que celebran todos los peruanos.
El goleador reposa su cabeza
sobre la ventana y se deja llevar por la nostalgia. Atrás se han quedado los
días de vacilación, que no le permitieron estar junto a sus compañeros, recibiendo
la gratitud y el cariño de un país entero que vive una fiebre mundialista al extremo. Algo que le pertenece y del que es
su estandarte representativo. Aquella sensación de impotencia de no poder
realizar su mayor sueño ha cambiado como el cielo austriaco que le regala un
horizonte prometedor. En una hora debe estar arribando a la concentración y
poniéndose a órdenes de Gareca. Ha pasado la tormenta y la zozobra, ahora puede
respirar un aire distinto de tranquilidad y equilibrio emocional.
Paolo no pudo estar en la despedida
memorable que el país entero le brindó a nuestra selección en el Estadio Nacional
y en el Aeropuerto Jorge Chavez. Aunque ha sentido el apoyo moral de todo el
país, le fue esquivo sentir directamente el cariño y la admiración sincera de la
gente que enfundados en su camiseta bicolor, se apostaron en veredas, calles y sus
hogares, con sus hijos en brazos. Su única razón, saludar a sus héroes que
respondían desde el bus, cual papa móvil futbolístico, que trasladaba sus
ilusiones, abriéndose paso entre canticos vivas y buenos deseos. La gente les
brindaba a sus héroes, un baño de optimismo y agradecimiento convulsionado. Una
comunión entre el hincha y su selección, que se ha convertido en un dogma de
fe. Algo indescriptible y conmovedor que sacó más de una lágrima de alegría.
Esta selección de Gareca, ha
conseguido ensamblar el apego emocional con un presente futbolístico. Un tramo de invicto con resultados y números positivos, con un funcionamiento colectivo, que se ha
impuesto por sobre lo individual. Pero aunque el momento sublime conmueve
corazones, también confunde emociones, sobre todo los partidos de preparación antes
del debut mundialista. Son solo tubos de ensayo, que permiten visualizar el
presente de cada jugador. Todos no llegan igual física y técnicamente. Se debe ajustar
personalmente a cada uno para ponerlos al mismo nivel. En la cancha se debe experimentar
el posicionamiento, las variantes de juego y los movimientos tácticos. El no
hacer partidos extraordinarios, es parte de ello. Jugar diez puntos todos los
partidos previos, no garantizan que en el mundial se sufra un revés. Hay que tomar
el resultado de estos encuentros con mesura, la presión debe ser de otros.
Por un momento Paolo cierra
los ojos y recorre sus recuerdos. Tiro libre indirecto y la mano santa de
Ospina que nos puso en el repechaje. “La tocó, la tocó". Las cosas enigmáticas que se
fueron sucediendo, los astros que se fueron alineando y la fe inquebrantable de
un pueblo entero que se fue fortaleciendo con los momentos felices. Las mismas
cosas que pasan hoy, para consigo mismo y que han logrado su presencia en Rusia. Por su mente
trascurren las horas de incomprensión, cuando no pudo estar en la cancha para
disfrutar de la alegría inmortal de clasificar al Mundial después de 36 años. Una
alegría que tuvo que celebrar en silencio, masticando su impotencia.
El auto se detiene frente al Hotel
Lowen Montafon y Paolo Guerrero baja sonriente. Se dirige hacia el comedor
donde saluda a cada uno de sus ahora, compañeros de concentración. La tibieza
aparente es un mensaje subliminal: “Bienvenido y súmate a nosotros”. Jefferson Farfán,
el hermano, el amigo fiel, le brinda su mejor sonrisa. Ya tendrán tiempo para
entusiasmarse y compartir su alegría, recordando ese momento glorioso de la
celebración del gol de la clasificación, que fue una evocación a la promesa que
hicieron de niños, de jugar juntos un mundial. Paolo, luchó indesmayablemente dentro
y fuera de la cancha. Jefferson, es el hermano de la vida que nunca perdió la fe. El
deseo infinito, es que ambos puedan volver a celebrar juntos, -una vez más- escuchando
en el viento la voz de Daniel Peredo y la emoción de su voz conmovedora, que
hoy se ha vuelto un canto celestial, cada vez que la explosión de un gol, nos
confunde a todos los peruanos, en un solo abrazo bicolor. UN ABRAZO DE
GOL.
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