Otra final de Champions. Otra vez el Real Madrid y esa hegemonía para
trasladar al verde su sapiencia, su jerarquía obtenida por sus horas de juego. Mientras
el Liverpool, es como ese barco viejo que lo renuevan cada cierto tiempo, le
dan una mano de pintura, reparan sus velas y lo vuelven a echar al mar. El
Madrid en cambio, es como un rompehielos que navega imponente, destrozando los
icebergs que se le cruzan en el camino.
Jürgen Klopp estuvo acostumbrado a pelear toda su vida. Siempre barbado,
mirando firme y con el cabello alborotado, un fiel seguidor del Heavy Metal, que
ha sumado a su carácter, ese temperamento que fue el eufemismo para asolapar
sus limitaciones en sus épocas de jugador. Hoy como entrenador es un motivador
por excelencia, logra trasladar a sus jugadores, ese genio rebelde que libera
para ayudarlos a repotenciar sus cualidades transformando una capacidad limitada
en una destreza vigorizada
Zidane sigue el legado de lo que fue su época de extraordinario jugador.
Un exquisito futbolista que jugaba con frac y que desde el banco ha logrado que
este Real Madrid sea un equipo con oficio, con un alto grado de eficacia y con
ese necesario instinto asesino que le permite agazaparse en el aparente
sometimiento, para sacudirse con elegancia y una dosis de perversidad, para
rematar los partidos donde se ha sentido sofocado.
Un primer tiempo arrollador del Liverpool, controlando el juego con un
pressing asfixiante y movimientos prolijos para sectorizar el campo. Un 4-3-3
de rotaciones justas y su martilleo constante del tridente mortal de Salah,
Firmino y Mane –de gran actuación-mantenían la preocupación en el fondo
merengue que sufría estragos en la salida. Un Madrid que no podía dar tres
pases seguidos era muestra de que Kloop hacía eficaz un planteamiento donde prevalecía
la presión alta, la dinámica y la
paciencia para rotar el balón. Liverpool tenía posesión y mucha profundidad,
dominaba el juego. El Madrid, solo tenía –otra vez- a Navas y a un siempre peligroso
Benzemá.
Pero este Madrid es una bestia
gigante que adormita profundamente. Si logras entrar a sus dominios, a pies juntillas,
debes liquidarlo en su peor momento de confusión, herirlo de muerte al menos.
Porque si despierta y te pilla que has osado acercarte demasiado, sin haberle
hecho ningún rasguño, lo más probable es que mirándote directo a los ojos y sin
el más mínimo complejo de culpa, te destrozará el alma de un solo zarpazo.
El punto de quiebre del
partido tuvo dos momentos distintos pero decisivos. El primero fue ese instante
fatídico para el Liverpool, cuando mejor estaba posicionado y tenía sobre las
cuerdas al Madrid. Salah hace la diagonal buscando sacar del fondo a Ramos, la maña
del español predomina ante la pasividad del egipcio. En una llave típica de lucha
libre, Ramos lo engancha y se lo lleva al piso, donde el hombro de Mohamed
grita el nombre de Alá y siente el crujido. El español -con antecedentes
similares- solo veía complaciente como el mejor valor del Liverpool -que
pintaba para levantar la orejona- debe irse de la cancha a la media hora de
juego, con el llanto y desilusión dibujado en el rostro.
El segundo momento fue algo insólito
para estas instancias de exigencia y competencia futbolística. Error amateur de
pichangas de barrio del portero del Liverpool. Quiso apurar el juego con las
manos sin detectar que Benzemá, sacando su pasado palomilla, esperaba el
error grosero que normalmente no sucede, pero que le permitió la apertura
del marcador en un momento crucial. Los arqueros son la piedra angular de los
equipos, que están para evitar los goles contrarios y salvar muchas veces a su
equipo de una derrota. Esta vez al portero del Liverpool, este absurdo error le
salió demasiado Karius.
Cuando una pareja termina su
relación, ambos sufren el dolor de la ausencia, pero siempre uno de los dos
termina perdiendo más que el otro. Salah es para el Liverpool, el soporte de
habilidad y explosión que desacomoda centrales y ha logrado formar un tridente
letal con Firmino y Mané. Carvajal es para el Madrid, la salida prolija y el
sostén de la banda derecha que cuida las espaldas de Modric. Si el Liverpol
tiene buenos jugadores y un buen funcionamiento colectivo, el Madrid, tiene un
gran plantel y una banca de lujo. Mientras uno tiene como sostener el
funcionamiento, el otro depende de los once que saltan a la cancha. Con las
lesiones de Salah y Carvajal, el Liverpool terminó perdiendo más de la cuenta.
No eres tu soy yo.
Con el control del partido, el
Madrid, se halla en su hábitat. Logra desplegar su juego de contundencia y
predomina la jerarquía de sus hombres. Zidane hace gala de su buena óptica.
Ante la nube gris que acompañaba a CR7, tira a la cancha a Bale. Un jugador que
pareciera jugar por puro hobbie y que le importan dos centavos estar en el
verde o en el banco. Esta vez estaba pintado su nombre de héroe. En la prueba más
grande que no existe exclusividad de una jugada, ensaya una tijera fabulosa, una
acrobática acción para la historia. Le puso nombre y apellido al triunfo. Más
tarde desde 30 metros le quiebra las manos a Karius, en otro error grosero del
portero que difícilmente va superar este trance en un corto tiempo. Punto final
Tantas veces se ha dicho que
la modernidad en el futbol camina de la mano del Management para conseguir la
acción conjunta de la eficacia, en busca de buenos resultados. Una final de
Champions, es una instancia superlativa, que
se planifica no solo para ganar un partido, sino para alcanzar la gloria. Pero olvidamos
que el futbol siempre será un deporte ejecutado por humanos, tan proclives al
error y el acierto. Tan vulnerables a cometer una acción desafortunada, que
puede echar abajo todo lo planificado, todo lo que se pudo lograr como equipo,
pero que se pierde por un error individual.
Madrid otra vez, 13 orejonas
en su haber. El éxtasis nuevamente lo acompaña como tantas veces. Esta vez
Gareth Bale fue el protagonista, antes que un gris CR7 que al final hizo el
berrinche del niño mimado, anunciando que nadie quiso jugar con su pelota. Lo
conmovedor fueron los rostros compungidos de los vencidos. No había forma de
consolar el infortunio. Podrán criticarse las formas, pero el Madrid tiene
todas las ventajas, incluso las que le brindan las adversidades ajenas. Hoy se
quedó en Kiev la interrogante que pudo existir un trámite distinto, pero el
futbol no distingue de posibilidades aventureras y solo acepta realidades. Solo
queda saludar al vigente campeón: SALAH MADRID.
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