Una gran WADA

Camilo acomoda su indumentaria deportiva que lo acompaña en estos días de efervescencia mundialista. Ata sus gastadas zapatillas, se amolda el short a su cuerpo delgado y acerca la camiseta de la selección a su rostro. La suspira hondamente, sintiendo ese olor a limpio que su madre Carmen le ha infundido. La extiende sobre su cama, pasa su mano por la banda roja y observa con ternura el dorsal, dejando que sus dedos jugueteen por el número 9 y por cada letra del nombre grabado de GUERRERO. A sus casi 7 años siente que el fútbol, es su pasión y que su mayor sueño es llegar a ser como el goleador. Vivir enamorado de la red y gozar de esa sensación extraña que le causa ver explotar la tribuna.
 
José tiene 6 años y está en el Aeropuerto recibiendo a su ídolo. No entiende mucho lo que escucha y dicen por la TV o lo que manifiesta la gente que arremolinada en el Jorge Chávez, hace canticos alusivos a la inocencia de Paolo, a la injusticia y al respaldo que le ofrecen. Apeado en los hombros de su padre, intenta distinguir la figura del héroe a lo lejos, sintiendo para sus adentros, que el máximo placer que se le antoja, es solo poder verlo y tocarlo. Ello lo llenaría de mucha más alegría, que todos los pedidos que grita la gente.
 
Mario celebró su cumpleaños 8 con una torta del mundial. Le cuesta entender, como el sueño de ir al mundial de Paolo Guerrero, se pudo tropezar con el infortunio. Una negligencia involuntaria, pero negligencia al fin y al cabo, que sacudió las entrañas y la frustración de un país entero, que lo ha sentido como una patada artera en la boca del estómago. Aún es muy chico para comprender cuan severos pueden resultar los reglamentos antidopaje de la FIFA, en su afán de evitar que en el fútbol se actúe de forma fraudulenta y se intente sacar ventaja competitiva.
 
La Agencia Mundial Antidopaje (WADA), es el organismo que en su impositivo objetivo de control, aleja el principio de la presunción de inocencia, para hacer primar el de culpabilidad. Su actuar draconiano resulta lesivo contra los derechos fundamentales de los deportistas, que ante todo son seres humanos y no merecen ser tratados como escorias, por el simple hecho de asumir una inconducta. Muy por el contrario, en esa situación, requieren coexistir en su entorno. Con el caso de Paolo -lastimosamente será el chivo expiatorio- se refuerza la reivindicación mundial, para que se evalúen las formas de valoración del acto doloso, así como la proporcionalidad de las sanciones.
 
Paolo Guerrero, hoy no es solo el mayor referente futbolístico para los peruanos. El fajarse con los respetables apellidos, Godin, Otamendi o Funes Mori y anotar goles colosales en la gesta mundialista, le dieron el prestigio de goleador beatificado. Ante su inminente ausencia del mundial, tiene paralizado a un país entero, en un rezo magnánimo y al mundo del fútbol compungido y solidarizado. Paolo ya es un tótem. Un emblema de la bandera que los peruanos sienten arrebatada. Es el héroe, el capitán que pierde su selección, como sostén de personalidad, para fortalecer su temperamento. Algo que costó conseguir un país entero y por lo que se luchó demasiado. Tantas veces dijimos, que sería de Perú el día que ya no tengamos a Paolo. Será un antes y un después. Pero jamás, imaginamos que tendría que ser de esta forma, tan fatídica, pero sobre todo tan injusta. Porque si alguien tenía un lugar asegurado en el sitio de los héroes peruanos en el mundial, ese era Paolo Guerrero.
 
Pero el hincha peruano, llevado por el apasionamiento, alborota sus banderas y en su deseo infinito de ver a Paolo en el mundial, cae en un estado de negación. No acepta que es justa y necesaria una autocrítica. Empezando por el mismo Paolo y su entorno familiar. La presencia mediática de su Madre, que desde todo punto de vista es abnegación pura y sentida, pero muchas de sus idas y venidas, como la toma de decisiones, para decir o hacer algo trascendente, han partido del seno maternal.
 
Debe aceptarse que las reglas por muy extremistas o lesivas, son las que están vigentes y rigen los procesos antidopaje, teniendo claro que las instituciones prevalecen por sobre las personas. No dejando de lado hacer un mea culpa, por el mal manejo como se llevó el proceso de defensa, dejando abiertas distintas posibles formas de contaminación, que incluyeron el bendito té y la sombría tetera, el escurridizo mozo, la inexpugnable zona FPF del venerable Hotel, que jamás iba a desprestigiar su renombre internacional, para inmiscuirse en una defensa a ultranza del jugador.
 
La búsqueda desesperada de ruptura de la realidad, ha llevado a Paolo por la reconciliación con la FPF y a su propia solicitud, una visita a la FIFA, para trasladar el clamor de un pueblo y el pedido de clemencia mundial a través de FITPRO. Infantino solo ha accedido a un acto de cortesía, zanjando el tema y derivándolo al TAS y al Tribunal Suizo, que es adonde pertenece jurisdiccionalmente y donde deberá decidirse, si resulta procedente quemar el último cartucho.
 
Camilo, José y Mario no se conocen y quizás nunca lo hagan. Ellos viven un sueño distinto en forma de balón, ligado a esta fiebre mundialista. A sus edades solo respiran el fútbol en su esencia pura, en su contexto primigenio de satisfacción. Acaso y no sepan ni les importe cómo funciona el TAS y menos lo que presume la FIFA. Ellos como todos lamentamos la ausencia injusta de Paolo Guerrero, pero es hora de pasar la página y poner la atención en los otros 23 héroes que se preparan para ir a Rusia. Es hora de recomponer el optimismo y potenciar la mentalidad. A partir de ello, los rezagos que queden de los temas reglamentarios y procesales, resultarán siendo una gran WADA.
 

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario