Difícilmente volverá a ocurrir
una angustia igual para los argentinos. Será imposible que se vuelva a
presentar una situación de tensión al extremo y zozobra tan dramática. Más que
por el resultado importante, es por lo que estaba en juego y por todas las
cosas que se vivieron alrededor de este triunfo ante Nigeria, que a la postre,
le dio el milagroso pase a Octavos.
No era un partido para definir cuartos,
semifinal o la misma final. Era definir su permanencia en el mundial y evitar
la hecatombe que hubiera significado, regresar a Buenos Aires con la vergüenza a
cuestas y con todo un país esperando en Ezeiza para destrozar lo poco que les
quedaba de orgullo. Lo sabían todos y lo afrontaron de esa manera. Pero les
costó un pedazo de vida, jugar contra los nervios, la exaltación y la incertidumbre.
Un drama digno de película de terror.
Messi tantas veces reclamado tuvo que abrir el camino. El pase de
Banega de 25 metros más fue un encargo para que resuelva Leo. Una
recepción excepcional y control dirigido del 10 que dejó fuera al veloz defensa
Omeruo, para acomodar el balón a su botín mágico y sacar un derechazo cruzado a
lo crack. Un gol esperado, una reconciliación de Messi con el mundial, con su
gente, que desgañitaba su emoción contenida
en un estadio conmovido. Un gol que reconfortaba la confianza. Y Leo en ese
lapso, tuvo esporádicas, pero valiosas participaciones, dejando un tiro libre
en el poste y los dedos del portero Uzoho, aparte de la habilitación a Higuain.
Mas nada, de juego muy poco pero si mucho de rebeldía.
El reloj cruel verdugo en estos
instantes, que no cree en nombres ni historias, seguía su marcha infernal. Todo
iba camino al descalabro, el carro se desbarrancaba al abismo y no funcionaba
ni el freno de mano. Pero desde arriba vino una mano, puede que haya sido el
mismo San Petersburgo, quien se metió a la cancha y se fue por derecha, empujó
a Mercado para que meta un centro con ayuda suprema y
Marcos Rojo, definió con la pierna menos diestra, dándole el golpe de gracia a
una agonía que parecía inminente y resucite a todos los argentinos que
desataron su locura en el Zenit Arena y a punto estuvo de causarle una
desgracia al propio Maradona.
Se viene
Francia, un rival que tiene tantas individualidades juntas que se diferencian de
esta Argentina que han recobrado la confianza, pero su mejor imagen se refleja
en el rostro de Mascherano manchado de sudor y sangre, muestra de una lucha intensa
para romper una realidad esquiva y por esa postal de Messi apeado en los
hombros de Rojo. El mensaje es que el equipo va a entregarse más y los
jugadores cargan con la responsabilidad de respaldar a Leo, para marcar una
historia diferente.
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