Atrás
se queda la última final de Champions. Desventurados los que esperaban un
partido extraordinario, electrizante y que dejara un halo de satisfacción que
dure más de una semana. Un Liverpool que convirtió la debacle azulgrana en un
hito a la grandeza y un Tottenham que dobló la ilusión juvenil del Ajax en una
epopeya excitante, no pudieron darnos esa final anhelada. La cautela nacida de
un gol tempranero y el discernimiento fue más grande que las intenciones. Desventurados
los que creen que los partidos pueden ser la misma historia de una instancia a
la otra.
En
el fútbol los grandes entrenadores -léase exitosos- tienden a imponer un estilo
de juego que vaya con su propia manera de ver y sentir el fútbol. A pesar que hoy
el uso de la tecnología y las estadísticas a gran escala resultan herramientas
ineludibles de gestión y evaluación, es la personalidad de cada DT la que
determina el desarrollo adecuado de las mismas. Algunos proponen las formas y
otros los modos, pero todos entienden que el fin supremo que es el resultado,
siempre es una consecuencia no una verdad absoluta.
Jürgen
Klopp ha dejado de ser el personaje de papel secundario en la Champions con su
Liverpool de juego contundente, alejado de la brillantez, pero fundido en la
eficacia. Este gigante ingles fue amo y dueño de la Premier League hasta que el
Manchester United de Ferguson usurpó su lugar y luego el City del glamuroso
Guardiola. Hoy ya cuenta casi 30 años que no recupera el trono. Pero se hizo
campeón de Champions por sexta vez, de la mano de Klopp, en un epílogo de
alegrías intensas y jornadas épicas que le dieron un matiz memorable. Una
transformación que el alemán de modales amables y de carácter explosivo, le
costaron reveses y mayúsculas opiniones en contra, pero el tiempo lo hizo
devolverlo distinto, más competitivo, arrollador y ganador.
Esta
Champions resulta siendo un homenaje para Klopp, por ese trabajo tenaz y
obsesivo con los “Reds” para imponer un estilo particular que prioriza la
tenacidad para la recuperación del balón, un despliegue físico generoso para
hacer presión alta y defender en el borde del campo contrario, bloques
oportunos y disciplina táctica para no perder el orden, aunado a la precisión
en los pases. Supo cuando ser vehemente y vertical o juicioso para dejarse
llevar por la prudencia. Por ello no hubo reproche en la final cuando hubo que
apegarse al pragmatismo.
Kloop
ha sabido construir este equipo desde la intensidad que percibe del juego y el
carácter que encarnan sus jugadores. Desde un Alisson seguro y ese portento de
central como Van Dijk que tiene la calidad del tamaño de su estatura. Fabinho,
Wijnaldum y Henderson son el soporte para el exquisito Salah y un Mané cada vez
más explosivo y funcional, amén de Origi, que pateo tres veces al arco y fueron tres
goles de oro. Todos han sido el equilibrio perfecto para transformar la
eficacia en contundencia.
En
un punto de inflexión Klopp ha sabido separar conceptos con un Guardiola
omnipotente que encandila con su juego de posesión artístico y emocional.
El
alemán lo asemeja a una orquesta de melodía silenciosa, él prefiere la lucha en
el barro, la insurrección a los conceptos clásicos, elige la música más
irreverente que detone los sentidos.
Sin perjuicio de que en la liga inglesa el
Pep siga siendo el puto amo del fútbol Klopp ha sido su verdugo convirtiéndose en su
“Bestia Negra”.
El fútbol es de momentos, esta vez le tocó a Klopp con su
estilo y sus formas y merecidamente celebra esta recompensa.
Si a Guardiola le
deleita escuchar a Mozart, a Klopp lo seduce más el Heavy Metal.
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