Mejor inicio imposible.
Aunque hacerle un gol a los 3 minutos a Brasil, más que una ventaja es un
problema difícil de resolver, primero porque significa jalarle la cola al león
y esperar su reacción. El problema es cómo te encuentra parado y si solo tienes
el látigo o la silla o de pronto tus limitaciones solo te dan opción de salir
corriendo. Pero este equipo bicolor de Gareca fue atrevido, salió decidido a no
hacer el papelón con una templada propuesta, se encontró la medallita milagrosa
en el camino, pero la perdió tan rápido como una ráfaga de viento que te hace
abrir los ojos a la realidad. Aunque la paridad en el marcador era previsible,
envalentonó a un Perú, que empezó a tutear al gigante y le pisaba el dedo gordo
del pié. El empate ajustado, fue un justo premio al atrevimiento.
Aunque Perú mostró
presión, actitud, garra, inteligencia por momentos para frenar el vendaval
brasileño, la verdad que la sacamos barata. El equipo de Dunga, que intenta
recuperar su estilo perdido, siempre empieza estos torneos de menos a más, no
tiene las luminarias de antaño por cada puesto, pero le basta tener a un
portento de jugador como Neymar, una joya en el Nilo, un diamante de quilates
incontables que deslumbra en cada jugada que asume el protagonismo y con sus 23
frescas primaveras juega con la camiseta brasileña como si estuviera en el
patio de su casa. Exhibe una desfachatez para hacerse paso, encarar y limpiar
la cancha, sorteando rivales y guadañas malosas. Inventándose espacios y tiempo
para tirar dos sombreros seguidos, pegar una “hoja seca” en el travesaño, haciendo un nudo en la
garganta peruana, habilitando no con pases ni centros, si no con asistencias,
precisas, justas que ponen a sus compañeros de cara al gol. Un jugadorazo que
resulta tan impredecible como prodigioso, tan mágico como encantador y que
mueve a su ritmo a este Brasil, que juega al kilometraje que le impone, cuando hace
las diagonales o comanda la contra, con nivel de avalancha.
A pesar del empuje
peruano, tranquilamente Brasil pudo irse al descanso con un triplete de Neymar,
Perú inquietó al inicio, después solo era aguantar inteligentemente, poniendo
el balón al piso, cuidándolo más que controlándolo, para no perderlo, porque
cada vez que la tomaba Neymar era una locomotora que se venía encima. El
segundo tiempo fue distinto, salieron a flote las deficiencias físicas, de Paolo
al que le hicieron trabajo de demolición y Farfán que juega entre algodones.
Con Cueva solo empeñoso, Sánchez intermitente y Lobatón más lúcido que todos,
pero sin desnivelar. Atrás Ascuez lucia improvisado y Vargas con demasiados
problemas para aguantar a William y las subidas de Dani Alves.
Mas era el coraje y
guapeada del orgullo propio, que el juego y los movimientos tácticos. Gareca
resoplaba, había poca respuesta para tanta pregunta mirando el banco, Brasil
apuraba y Perú aguantaba. David golpeaba y Goliat destruía. Farfán solo
caminaba y Paolo respiraba con lo poco del tanque de oxigeno. El empate pintaba
la hazaña, quitarle un pelo a la bestia, era el comienzo soñado, pero fue una
simple ilusión que se apagó como siempre en ese minuto fatal de cada epílogo,
en donde nos ha tocado parecer guionistas de nuestra propia historia. Arranque
furibundo de Neymar, scanea toda la cancha y ubica a Douglas Costa, se abre
paso entre tanta pierna y suelta un pase soberbio que cruza toda el área, como
un cuchillo que corta el pecho blanquirrojo y desangra en el último aliento, el
mazazo nos dio en el mentón, con un golpe de KO que nos tiró al suelo toda la
alegría que guardaban los peruanos que se hizo tristeza, en el instante final, ese
fatídico final que siempre nos deja con las ilusiones rotas.
Otra vez Perú,
dejando más de lo que tiene en la cancha y apostando más de lo que puede, pero finalizando
siempre con los rostros compungidos. El inicio de la copa deja un sabor amargo
en la boca, quizás el resultado trunco tenga un consuelo porque fue contra Brasil
al que se le enfrentó con mucha bravura y la actitud haya dejado de estar en
tela de juicio, igual este resultado pudo ser catástrofe o hazaña épica, el fútbol
de hoy ha acortado las distancias y ser temerarios ya dejó de ser una utopía,
como el sentirse perdedor antes de jugar un partido. Perú hizo un partido
digno, lástima que no acompaño el resultado, por momentos equiparó el juego y
le miro los ojos a este Brasil, que con Dunga ha ganado todo lo que se le puso
enfrente.
Perú tuvo ganas, ímpetu
y personalidad, Brasil tuvo a un Neymar en un nivel superlativo y extraterrenal.
Se puede enfrentar a la dificultad y se puede ser hasta irreverente con la
historia de un país, el fútbol permite estos artilugios, pero jugar contra
alguien venido de otro planeta, ya resulta una imposible teoría de juegos mentales
que no está permitida para los simples mortales. Ahí está la gran diferencia.
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