El Tigre y el Guerrero

Gareca llegó a dirigir al Perú por primera vez a la U y se fue con una experiencia, que muchos la recuerdan como una etapa en la cual se repotenciaron varios jugadores que estaban más cerca de irse que lograr un campeonato. Cuando Oblitas decía que el “Tigre” era la mejor opción para dirigir la selección y se hablaba de que cumplía con el perfil propuesto en la Videna, el “ciego” quizás no se refería a lo que realmente necesita la selección como equipo, sino por el contrario, en aquello que tiene el futbolista peruano en su ADN y que obliga renovarse y repotenciarse. El perfil requería un hombre de carácter y como reto mayor, estaba la búsqueda de un equilibrio entre las virtudes y las debilidades del jugador, haciendo un contrapeso de sus cualidades individuales y su adecuación a un funcionamiento colectivo.
 
Lo de hoy con Cueva, Sánchez, Ascues y Advíncula, es una Apuesta del “Tigre” que intenta devolver a la selección, la técnica como materia prima y su categoría en el juego, utilizando los laureles de los más recorridos, los veteranos y juntarlos con los que no pueden mostrar sus cualidades en el extranjero. A estas alturas en que se carece de un universo de jugadores, con kilometraje de fuste competitivo, lo mejor del trabajo de Gareca, en este corto tiempo, no ha estado tanto en el verde sino en el vestuario. En la suma de estos partidos de alta competencia, se nota que los compromisos individuales ya no solo se remiten a los “cuatro fantásticos”, hay otras opciones tácticas y de solidaridad que se han ido incrementando, en la medida que ha crecido la necesidad de afrontar niveles superiores.
 
Este partido con Bolivia ha servido para comprobar que hay una señal de cambio estructural en la forma de afrontar cada duelo de manera distinta. Es cierto que los del altiplano clasificaron por esos accidentes que suceden en el fútbol y Ecuador era un rival más complicado. Los temores de la previa se concentraban más en la capacidad peruana que la del rival. En la cancha la diferencia fue notoria, hubo pasajes en los que la quimba y la sandunga tan propias de nuestra identidad, dieron seguridad al equipo, pero hubo de los otros, en los cuales se perdía la brújula, con errores  en el retorno a posición defensiva, que otro equipo de mayor fuste no perdona. La obligada presencia de un desorientado Retamoso y un desacomodado Yotun, hicieron extrañar a Ballón y Lobatón. Señal que aún se trabaja como equipo pero falta mucho para ser plantel. El bloque ofensivo fue lo mejor para buscar el desequilibrio, con buen trato del balón y el ensanchamiento de la cancha, teniendo en el orden táctico, el control del juego, motivos para ser contundentes en ataque.
 
Definitivamente la figura excluyente fue Paolo Guerrero. Es de esos goleadores que parecen adormitar el sueño de los justos, esconderse en un partido donde hay mucho roce, pero que siempre es temible cuando ronda el área ajena. El alimento de un goleador es el beso a la red, es la obsesión que lleva marcada en el botín con la tinta indeleble de la calidad. Este Guerrero no anduvo ni en el exilio ni en el descanso, estaba adormitado, esperando la hora especial, para destapar toda esa actitud acechadora y combativa, haciendo visible su frialdad para asestar su espada en el momento crucial de la lucha. Este Guerrero que nuevamente apareció con su instinto asesino, para dar el golpe de gracia a un rival que solo atinó a verse sometido ante un definidor soberbio. Este Guerrero, que se sirvió un banquete de gloria, con un “Hat Trick” que sentenció a un equipo boliviano, que vio morir sus intentos en sus limitaciones y los regresó a casa.
 
El primero vino de un centro perfecto de Vargas al corazón del área que vino con su nombre, Paolo arremete y le da con el hombro y la cabeza. El segundo fue una jugada colectiva y vistosa que empieza con el recogimiento de Pizarro para el rechazo, Cueva ensaya un contragolpe mortal, taco preciosista de Farfán para la devolución y el pase al vacío para que el “Depredador” acompañe el balón unos metros mientras va alistando el arma para vaciar la cacerina ante el tropezón del arquero, que la vio entrar con desilusión. El tercero, fue de puro instinto, merodeando el área enemiga y respirando el aroma del error ajeno, para efectuar una definición fría, calculadora y determinante para el marcador final. Si había que enviar un mensaje al equipo chileno, este era ineludible: El goleador ha vuelto.
 
Esta clasificación -como la anterior Copa América- descubre los triunfalismos propios de los que no esperaban siquiera clasificar y hoy aparecen augurando, deseando y pronosticando que en el nombre de la fe se puede conseguir hasta lo quimérico. Es cierto que este momento es un bálsamo, pero seamos conscientes que muy pocos dábamos  un céntimo por este equipo, se nota un cambio, es verdad, pero en el análisis final, independientemente a lo que suceda contra Chile, debemos sentirnos tranquilos, se ha conseguido pasar a una instancia inimaginable, es una etapa del proceso pero esto recién comienza. Por lo pronto estamos felices por el triunfo y porque Paolo Guerrero haya recobrado su instinto de gol. Viene lo más difícil, pero como está definido el fútbol de hoy, cualquier cosa puede pasar y nada resulta imposible, hasta ganarle a Chile en su casa y disputar la final, todo es posible, todo se puede, tan solo con un Tigre y un Guerrero.
 

 

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