El hincha peruano
debe ser único en el mundo. Bastaba mirar la fiesta descontrolada que armaron
algunos, anoche después del triunfo ante Venezuela y el espíritu patriótico con
el cual se levantaron hoy, para identificar que son los mismos que hace unos
días despotricaban de esta selección de Gareca antes de partir a Santiago. Y
hay de todos y para todos los gustos, los que se aferran a una ilusión tozuda,
los que confían en los milagros y también los que tienen los pies bien puestos
en la tierra. Es cierto que emociona cualquier triunfo peruano, es innegable
que dan motivo de celebración, pero tal y como está nuestra realidad
futbolística, venida a menos y tan parecida a nuestro entorno social y
político, es de muchos los que se dejan llevar por el triunfalismo y es de
pocos, los que analizan que viene después de ganar un partido, mordido, sufrido
por momentos y recurriendo a veteranos, para superar a un equipo venezolano,
diezmado, sin ponerse a pensar que la promesa del trabajo a largo plazo, viene
desde mucho antes del tercer puesto de la Copa America 2011 y seguimos con los
mismos jugadores, el mismo cuento, el mismo pensamiento resultadista como
inmediatista: Paso a paso, ganamos este partido (sin saber cómo) y después
pensamos en el “futuro”, léase ir al Mundial.
Este partido era
crucial, no hay duda, de cara a lo que se vino a buscar a Chile, avanzar todo
lo que se pueda y con lo poco que se tiene. Y esta Venezuela que había vencido
a Colombia en el debut, resultaba un rival duro y difícil. El inicio fue
intenso con un Perú, apresurado para buscar adueñarse del medio campo,
controlar el balón y tocarla con propiedad. Venezuela, solido atrás maniatando
a Paolo y Pizarro y saliendo en bloque cuando robaba lo que no podía crear Perú
y regresando en bloque para cerrar los caminos. Muy temprano sonó la alarma, al
minuto 5’ Rondón agarra una volea que conjura Gallesse. La reacción llegaba con
dificultad porque se perdía demasiado rápido en salida. Un factor primordial que
no ha podido superar el equipo de Gareca, es la falta de precisión. Por
momentos necesita imponerle velocidad al juego, pero luce apurado, cuando
quiere ser rápido
El punto de
quiebre se vino a dar en la media hora. La expulsión tonta de Amorebieta que
pisó a Paolo después de jalarle la camiseta, facilitó las cosas. A partir de
allí había que replantear todo, ser más agresivos arriba y tomar el mediocampo.
Pero por momentos Venezuela hacia parecer que tenia 12 y Perú 10. Deficiente
distribución del terreno, el toque intrascendente y los intentos vagos de
querer romper el cerco a la fuerza no era el camino. Perú sin Farfan y con
Paolo jugando entre algodones, se vuelve demasiado predecible. Cueva tiene el
estilo difícil de marcar, por el atrevimiento y la valentía cuando encara, Sanchez
aun no se consolida del todo cuando va por los costados y se potencia por el
centro cuando tiene espacios. Se hicieron más importantes cuando hacían función
mixta de recuperar y generar, cuando tenían tomados a Paolo –le pegaron por arriba
y por abajo- y Pizarro, que era más voluntad que eficiencia.
El segundo tiempo
encuentra a un Perú atacando desordenado y centralizando demasiado el juego.
Venezuela perdió la brújula y solo apelaba a la contra, pero los minutos fueron
solidificando a Zambrano y potenciando a Azcues que tuvo dos salidas elegantes
al filo del área. Intentos de asociación que destruía la defensa vinotinto y
desbordes de Advíncula que se hacía importante trepando y recobrando su zona en
base a su velocidad. Demasiadas piernas y ninguna claridad, hasta el minuto 72,
jugada de Cueva que recupera y el pase a Paolo, encuentra una pierna venezolana
habilitando a Claudio que le mete el fierrazo que rompe el arco. Golazo y la
alegría, por el esfuerzo recompensado. El mas resistido daba el triunfo. El
desborde de un país que necesita triunfos a gritos, no importa que mañana se
tenga que sentar a pensar en lo que se viene, el triunfo asegura una
recuperación emocional, que por ahora calma los nervios y abriga esperanzas que
nada es imposible para conseguir la victoria, aun y cuando no se tenga las
armas para conseguirla.
Este resultado
empareja el grupo, lo pone para definirlo en la próxima fecha y como están las
cosas, cualquier cosa impensada antes de empezar el torneo más difícil del
mundo, se puede dar y Perú puede decidir la suerte de otros, si es que no haya
con qué decidir la suya propia. Colombia es muy superior, como lo era Brasil y
como pintaba Venezuela, si se mira con ojos resultadistas. Pero hoy más que
nunca las distancias en el fútbol no existen o al menos se hacen menos visibles
y los partidos hay que jugarlos primero. Perú ha conseguido un triunfazo que le
lava la cara, lo entona y le pone la incógnita al futuro inmediato.
El hincha peruano,
hoy se puso la blanquirroja, su gorro bicolor y se ha ido a trabajar con su
banderita flameando por la ventana del auto y tocando bocinazos. Muchos se han
llenado de patriotismo otros de triunfalismo barato, pero el hincha peruano es
así, siempre busca un pretexto para “celebrar”, mañana cuando la realidad
vuelva a ser la misma, ese mismo hincha que hoy hizo héroe a Pizarro, va a
protestar, gruñir y renegar de su presente, hasta que vuelva a presentarse otra
oportunidad de encender la velita de ilusión. Y es que el fútbol es para muchos
y son pocos los que miran más allá de un triunfo, porque añoran el cambio de
una realidad y porque más que un luchador equipo, prefieren un sólido plantel.
Yo no sé mañana, pero por ahora, solo queda aceptar que anoche nos acostamos
peruanos y hoy nos levantamos hermanos.
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