Una samba desabrida

Algo muy significante debe estar pasando con las selecciones que en la hegemonía sudamericana, tienen el cartel de grandes, favoritos o candidatos. Se habla de un aparejamiento de potenciales o una forma diferente de asumir el papel de relegado o simplemente, que la modernidad del fútbol también ha tocado esta parte del mundo y con tanto jugador de sangre latina, disperso por Europa, lo más probable es que la globalización ha hecho que las distancias de antaño se vuelvan recuerdos y hoy ya no exista un rival accesible. La lógica de anteriores Copas América, ha quedado en la remembranza y solo existan nuevas forma de juego.

Brasil no ha sido la excepción, de la crítica ácida y mordaz, le tocó un Paraguay, que es su sombra permanente, su otra mitad y su cancerbero virulento que cada vez que puede le hace pasar malos ratos. Se sabía que sería un encuentro de fuerzas parejas, pero se confiaba nuevamente en las individualidades. Neymar, Ganso y Pato, estaban con el deber a cuestas de enmendar la plana del primer partido contra Venezuela. Quedó afuera Robinho y su labor más que desapercibida fue desaprobatoria. Hubo mérito Paraguayo, es verdad, pero el exceso preciosista, fue una vez más el detonante para que todas las falencias auriverdes se vean reflejadas en tercera dimensión.

Cuando mas extraviado parecía Brasil, en el primer tiempo, la virgen de Copacabana, se le apareció a Jadson para enfilar un fierrazo cruzado que doblegó a un Justo Villar que hasta ese momento, no había tenido mayor trabajo. No había superioridad carioca, había un equipo Paraguayo que juntaba intenciones y la convertía en juego efectivo. Aplicados en la marca, zonificando la cancha y haciendo trizas el circuito brasileño que hace funcionar a este Scratch , desde la vistosidad de sus hombres y la depurada técnica. Si contra Venezuela, demostraron que si no funcionaban en ofensiva, en defensa estaban un peldaño arriba, esta vez dejaron en claro que su saga fue un declarado espejismo. Paraguay llegaba por todos lados y el desastre parecía que era una cuestión de tiempo.

Si hubo un jugador que se puso el uniforme de superhéroe, ese se llamó Marcelo Estigarribia. El Paraguayo, se devoró la banda derecha de Brasil y a punta de velocidad y vértigo en cada arranque, tuvo a mal traer a Dani Alves. Llegaba como un torpedo y explotaba en el área enemiga haciendo daño, destruyendo la estructura de una desconocida saga brasileña, que solo atinaba a defenderse cerrando los ojos. Una subida más de Estigarribia, la puñalada atrás para que Roque Santa Cruz ponga el empate. No paso mucho tiempo para que Haedo Valdez, ponga la diferencia en una atropellada, luego de un horror de Dani Alves, hasta ese entonces, el mejor compinche de los Paraguayos. Un 2-0 que pintaba para el deshonor, para la desventura y el descontrol. Menezes sacó a Neymar, en castigo a su inoperancia. Mandó a un desconocido Fred, a que se inmole en el nombre de una difícil circunstancia que se iba convirtiendo en tarde de perros.

Partido intenso, con una Paraguay enseñoreado y un Brasil timorato. Un ida y vuelta que dejaba poco tiempo y espacio para cambiar la historia. Se gestaba un triunfo paraguayo espectacular, se venía un resultado justo por toso lo que había sucedido en la cancha y era cuestión de apretar los dientes y esperar el pitazo final. Hubiera sido lo justo y necesario para un choque de poderes, donde la albirroja fue mucho más que la “canarinha”.

Pero el fútbol no conoce de justicias. El empate llegó en la agonía, cuando el árbitro se llevaba el pito a la boca. Sucedió lo que hace distinto a los brasileños. En un toque de magia, Ganso habilita a Fred y este, con lo único que le quedaba de espacio hace una media vuelta para sellar la igualdad final. Demasiado premio para la inoperancia y demasiado castigo para la eficiencia. Mucho consuelo para un Brasil que nuevamente quedó en deuda y resignada aceptación, que merece muchos aplausos para este Paraguay, que fue la mejor expresión de colectividad, alma y corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario