Un desabrido vino tinto


Hoy le tocó a Brasil. Ante el desabrido debut que había dejado el anfitrión, en la apertura de esta Copa América, eran los de la verdeamarela, los privilegiados dioses del virtuosismo, los llamados a poner en el verde, el espectáculo y a llenar de color esta fiesta incompleta. Y el Mano Menezes puso todo su arsenal de artistas del balón, Neymar, Pato, Ganso, Robinho, astros del fútbol mundial, con títulos recientes en copas europeas y sudamericanas. Hombres que tienen precios exorbitantes en los zapatos y que firman contratos millonarios. Era la hora de que los futbolistas vestidos de artistas, se echen a jugar y encandilen con su depurada técnica, forzando un resultado que confirme su cotizado favoritismo.

Venezuela, aquel humilde equipo cumplidor que animaba las competencias sudamericanas, ya no es el mismo. Ha cambiado como cambia la vida misma, porque el fútbol se parece tanto a ella y ha equiparado las diferencias. Brasil siendo inmensamente superior desde el arranque, entusiasmó a sus seguidores, con lujos, tacos y revoluciones, amparados en su capacidad para deslumbrar al que mira en la tribuna y al que trata de aguarle la festividad. Estaba pintado para un exquisito festín, solo era una cuestión de aguante y disfrute. Pero el tiempo se fue haciendo cruel verdugo de la impaciencia y el arco no se abrió o no quiso abrirse. Mientras Brasil hacía intentos para vulnerar la valla de Vega, Venezuela, ni siquiera lograba que se despeine Julio César. Un Brasil jugado arriba y una Venezuela que esperaba irreverente, tapando los espacios, ordenada y disciplinadamente.

Más allá de los intentos y las posibilidades que pudieron brindarle a Brasil un resultado decoroso, la amargura se queda en los labios, el Scratch siempre es el candidato y pocas veces se le perdona o se le brinda la oportunidad de quedarse sin nada. Siempre se le va a exigir más que al resto y ningún lujo o individualidad será validado, si de por medio no lo acompaña un buen resultado. Brasil, ha dejado la interrogante, de poder ser más de lo que ha brindado, insinúa llegar a funcionar colectivamente, en la medida que sus individualidades, dejen de pintarse el rostro de superhéroes y tenga el abrazo confianzudo de la integración. La unión de talentos al servicio del equipo.

Pero seamos sensatos. Las distancias se han acortado en el fútbol y hoy, aquella sumisión de los rivales débiles pareciera, haberse transformado en una rebeldía irrespetuosa, que logra hacer mirar al superior de frente a los ojos y sin ninguna pizca de vergüenza. La disciplina táctica, el orden y la convicción, que hoy mostró Venezuela, han dejado en claro que la humildad de los equipos chicos, ha dejado de ser una debilidad y se ha convertido en fortaleza. A los talentosos, les cuesta trascender en esta parte del continente. La razón, puede que se encuentre en la formación de sus futbolistas, que desde muy chicos comparten la misión de anular a los habilidosos y hoy esa labor se les haga fácilmente compatible.

Digamos que un gol pudo cambiar el texto, el argumento, pero el final ha dicho que Brasil, ha dejado la mesa servida, porque no terminó el almuerzo, había mucha hambre de fútbol, de reencuentro con la exquisitez del sabor de un Pato o un Ganso, bajado con un sabroso aperitivo de marca Neymar o Robinho. Pero al final de la tarde, la torcida, se ha ido de la mesa, inconforme con el debut, se vino del calor de Rio de Janeiro y se congeló en la Plata, encima de todo se fue a casa saboreando el amargo sabor que le dejó el vino tinto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario