La pena máxima

PARTIDAZO, con mayúsculas, no hay otra forma de graficar el duelo del Rio de la Plata. Argentina y Uruguay tuvieron que ir hasta el último minuto. Se tuvo que jugar hasta el último aliento, el último suspiro de emoción. No hubo forma de romper ni el paredón de voluntades uruguayas y tampoco, a ese gigante del arco que se hizo llamar Muslera, pero que pareció un Supermán o el Hombre Araña. Lo que sacó el arquero uruguayo fue para el infarto.

Uruguay, siempre será sinónimo de grandeza. Puede estar debajo de un puente o abandonado al final del camino, pero cuando se trata de sobrevivir, saca un orgullo bendito y pareciera que la dificultad es su alimento y el conflicto su pasión. Ni siquiera bastó que Messi desparramara todo su esplendor, en su faceta de Dios terrenal del balón, hacedor de magia y fútbol. Fueron los mejores momentos que ilusionaron, pero se fueron apagando conforme la bravura charrúa se hacía más grande y las ganas del Kun, del Pipita, de Di María, de todos los argentinos, se estrellaban ante una muralla infranqueable de color celeste.

Hasta Messi tuvo que naufragar fallando la última, pero más que una falla, fue un gesto técnico propio de los predestinados, para decidir en un segundo, hacer algo de otro planeta, de otra galaxia. Finalmente el Lio jugó como Messi, y no hay reproches, los demás quisieron jugar como él, pero se dieron cuenta demasiado tarde, que Messi sigue siendo el mejor del mundo y que los demás, siguen siendo los demás. En el patíbulo de los 12 pasos, el destino decidió por todo lo que no se pudo hacer en la cancha. Tevez se hizo villano y Uruguay está en semifinales. Argentina vino al cementerio de los Elefantes, ansiosa de limpiar, su imagen, su propio nombre, pero terminó agonizando en la puerta de su casa.

Qué partido. Brasil siempre juega con su historia, con la enciclopedia bajo el brazo, con el legado de todo lo que significa nacer con esa técnica depurada y esa destreza para hacer del balón su mejor amigo, su compinche y su devoto compañero. Paraguay es de los que juegan con el ceño fruncido y los puños cerrados. Esta Copa América los puso en un duelo de fuerzas parejas y de tradiciones distintas, pero el destino se había guardado un final inesperado, de esos que solo son parte de una novela de corte fantasioso y maquiavélico.

Fueron tantas las veces que triangularon Pato, Robinho y Neymar. Las llegadas como avión de combate de Maicon y el empuje de Ganso o la destreza de Elano. Fueron tantas situaciones de gol generadas, como tantas fueron las sensacionales y hasta milagrosas apariciones de Justo Villar. Un arquero que en cualquier otra circunstancia pudo haber pasado desapercibido, pero en este, especialmente, fue el héroe y el culpable para que el balón no bese la red y que el pueblo paraguayo, tenga un motivo para la sonrisa. Un Brasil con demasiadas intenciones y pocas realidades. Paraguay solo tenía espacio para la confianza y aguantar hasta el final, buscando que su nombre no se viera pisoteado por tanto nombre refulgente y apelar que la suerte se juegue en la instancia final de los 12 pasos.

Esta vez ni la destreza del futbolista brasileño, fue suficiente. Cada penal fallado ha sido una afrenta contra sus pergaminos. Cada gol recibido ha levantado voces inflamadas y llenas de enfado. Que fallara uno, era perdonable, pero fallarlos todos, es una razón para dudar si realmente son brasileños o solo se pusieron la camiseta. Unos dicen la cancha, otros la mala suerte. Lo que es real, es que ese grupo pintado de verdeamarillo que sale acongojado, buscando algún consuelo, no es el mismo de antaño. Ese que imponía un estilo demoledor, prolijo y altamente competitivo.

Quizás sea verdad que Argentinos y Brasileños, se han ido de esta copa, no por perder un partido, sino por la consecuencia de no haber podido ganar, los que debían haberse ganado. En el aeropuerto, se van los brasileños buscando una explicación, mientras los argentinos, han querido voltear la página. Ambas selecciones no tenían en agenda estos momentos de zozobra, pero al final terminaron siendo juzgados por una impropia definición. Acaso y les quede un tiempo para la reflexión por esta realidad y les sirva en algo, compartir sin desearlo siquiera, esta desilusionante pena máxima.

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