PERU Guerrero

Un empate más si importa. Porque ha nacido desde una nueva forma de juego que, quizás rasga una identidad o un distintivo, pero que se hace tan necesario, en estos tiempos modernos en que los equipos limitados, aprendieron a no esconderse e intimidarse ante los grandes y sus técnicos priorizan la inteligencia y la serenidad, para hacer del orden un dogma y de la convicción un culto para fortalecer la mentalidad en sus jugadores. Es la lucha de los nombres versus los hombres. Ya cansados que sean los primeros, los buenos de la película, hoy se ve que el que se sentía inferior, de alguna manera, se dejó llevar por una retórica forma de pensar en el viejo adagio de que “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”.

La era Markarían ha entrado en la etapa de valoración. Llegó con una misión de clasificar al mundial del 2014 y esta Copa América era la prueba de fuego, para ver cuán plausible era su visión, de poder cambiarle la mentalidad a nuestro curtido futbolista y devolverle la credibilidad en sí mismo. Tarea complicada, que necesitaba demasiado trabajo y muy poco de magia. Pero ha sido el Dios travieso, llamado destino, el que le puso muchas pruebas, que lejos de amilanarlo, lo hicieron más fuerte. Primero, los mismos jugadores, con su mal pago a la confianza y después con el castigo a su ilusión, de las infortunadas lesiones y los borrones a la entrañable lista de sus hijos engreídos.

Ese pelotazo sensacional de Michael Guevara, para que pique Paolo Guerrero y defina un gol fantástico, era el preludio para un partido que aparecía complicado, por los pergaminos de un Uruguay apechugado, pero era también el premio a una constante de este equipo, que se hizo ordenado y metódico en el tiempo. Que fue demasiado corto en la intimidad, pero que Markarian le puso su toque mágico para que sea muy valioso. No es casualidad esta nueva forma de jugar, se ha hecho un constante, el planteamiento táctico cumplido como ley divina y un accionar solidario, han hecho de esta nueva Selección un puñado de hombres que buscan un objetivo común. El empate charrúa, no ha sido otra cosa, que sentir en el rostro, el cachetazo oportuno para despertar y decirnos en la oreja, que hemos mejorado, pero aún hay demasiado por corregir todavía.

Sin Pizarro, ni Farfán, Guerrero hoy se sintió un superhéroe. Se puso la bandera de capa, empuñó su espada y decidió ir en solitario, a luchar contra esos gigantes vestidos de celeste, de sonrisa intimidatoria y ceño fruncido. Y vaya que peleo el buen Paolo. Hizo un partido espectacular y contagió a todos. Puso el pecho como único atacante y se dio maña para inquietar a defensas con kilometraje respetable como Lugano. Acasiete y Rodriguez, apoyados por un Balbín que pareció consagrado, Guevara, Cruzado y un Advíncula sacrificado, fueron tremendamente disciplinados para encimar ese tridente uruguayo de Forlan, Cavani y Suarez, que infundía temor. “Supermán” sacó dos de lujo y el ingreso de Vargas le dio la jerarquía, tan necesaria para este tipo de competencias- Lobatón fue el refresco para el píe fino, oportuno y complementario. Estuvimos cerquita, pudo ser un triunfo, pero también una derrota. Aunque lo mejor que ha dejado nuestra selección, es la impresión que vamos a dar pelea, nos sabemos mañana, pero este punto, es definitivamente de partida.

Al hincha peruano, tan doblegado y curtido en los avatares de la decepción, cualquier halo de victoria, lo hace fantasear en demasía y cualquier traspié lo hunde en el fango del desencanto, es así de radical y normalmente suele perder la cordura y el raciocinio en el éxito. Esta igualdad no nos hace ni mejores ni peores, tampoco es para salir hacer caravanas y alegorías triunfalistas. Es para analizar y ser cauto que esto recién empieza y es parte de un proceso. Que hay mucho por lograr para ser un equipo de jerarquía, por lo pronto asumamos que estamos cambiando y nuestro futuro en forma de balón, hoy nos mira como un equipo de notables guerreros.

VAMOS PERU!!!

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