Muni, mi primer amor

Yo era pequeñuelo aún cuando aquella mañana de verano, mi padre me dijo que me llevaría al estadio por primera vez, recuerdo que engullí con frenesí el almuerzo que me sirvió mi madre, ella no dejaba de brindarme sus consejos afligidos y recomendaba a mi padre que me cuidara con desdén, era plausible, pues tenía fresca en la memoria la vez que no pudieron ir al nacional a ver el Perú-Argentina, porque yo erá muy tierno aún y se me debilitó el estómago, ello los dejó en ascuas, pero sin querer aquel incidente los salvó de estar presentes en la tragedia del 64, cuando murieron 327 personas. Quien sabe y Dios puso su mano para que no nos ocurriera una desgracia.

Mi padre era hincha del Sporting Cristal, había trabajado algún tiempo en el club que queda a unas cuadras de la casa donde vivíamos, allá en el Rímac añorado, allí donde desde muy chico se me prendió ese extraño deleite y pasión por el fútbol, me escapaba de casa para trepar la pared y pasarme horas viendo las prácticas de los jugadores, a veces compartiendo instantes con ellos. Recuerdo a Marcos Calderón, el “loco” Quiroga, La Torre, Mifflin y Gallardo a quien tiempo despues lo tuve de profesor, cuando aún jovenzuelo encendíamos la primera vela de aquella ilusión de llegar a ser futbolista. Sueño que se desvaneció de súbito por circunstancias ajenas como irremediables.

Eran los 70’s, tiempos en que se jugaba a estadio lleno. Aquella tarde, el sol calentaba nuestras cabezas y nos desgastaba la garganta sedienta, era la época de los tripletes. El primer partido empezaba a las 12:30 PM justamente con el sol en todo su esplendor, no recuerdo los preliminares, pero si el esperado partido de fondo. Mi padre –que me había comprado una visera de papel- aplaudía enfervorizado la salida de su equipo, yo lo acompañaba con mis manos y arrojando el papel picado que levantaba del suelo, luego salía el rival, Municipal, un equipo de camiseta similar al de la selección y que me sorprendió la simpatía que irradiaba entre los aficionados que saludaban con loas. Al lado mío estaba un señor de edad, de rostro angelical, con una gorrita a cuadros y un cigarro entre los dedos, que aplaudía emocionado el estribillo del “Echa Muni”, que exclamaba, sin importarle que era el único hincha entre tanta gente extraña.


Esa tarde mi padre me pidió que observe como jugaba el número 10 del Muni, su nombre, Hugo “Cholo” Sotil. En aquellos tiempos no había tanta publicidad, pero ya se escuchaba algo de él, pude ver como los fotógrafos lo seguían cuando hacía la calistenia y me sedujo su forma tan simple de ser popular. Aunque ese día yo hinchaba por el Cristal (en realidad mas era por acompañar a mi padre) el señor del costado –hincha afiebrado del Muni- me fue viciando su emoción de a pocos. En la primera jugada el “cholo” dibujó una filigrana en una esquina que levantó al público y así la repitió varias veces, la gente que había asistido a ver los partidos preliminares, se habían quedado solo para observarlo. Tenía la gambeta endiablada y una cintura de goma que los rivales temían marcarlo por no quedar en ridículo. Sin querer, me estaba subyugando ante tremendo jugador, cuando Eloy Campos lo barrió sin miramientos, salté de mi asiento para protestar, encontrándome con la cara esquiva de mi padre que luego sonrió sorprendido, pero complacido a la vez.


Cuando se dio el final del primer tiempo, recreaba la mirada en la infinidad de rostros calcinados por el sol que comentaban las diabluras del “cholo”. Cuando empezó la segunda mitad no le quité los ojos de encima, recuerdo que tomó el balón en tres cuartos de cancha y enfiló hacia el arco contrario, en el camino iban quedando regados los rivales y en el instante supremo hizo pared con Nemesio Mosquera y la puso de zurda en la red con sutileza. Mi corazón no pudo quedarse quieto y salté confundiéndome con la alegría del señor de a lado, mi padre no reaccionó igual, pero alcancé a escucharlo decir “que tal golazo”, y yo con mi niñez a cuestas, estaba aplaudiendo emocionado. No me importó el resultado final, aquella tarde todos hablaban del “cholo” y yo sentí un orgullo desinhibido, que era prestado, pero que me hacía sentir extrañamente regocijado.

Llegando a casa, mi cara emocionada y roja por el sol, delataba una alegría propia de un niño feliz, mi madre regañaba a mi Padre en la sala y yo me escabullí al dormitorio. Allí refundido en mi emoción de haber tenido mi primer día en el estadio, saqué un polo blanco que usaba para ir al colegio y al día siguiente sin que mis padres se dieran cuenta, tomé una lata de pintura y le tracé una franja roja, con devoción le dibujé las iniciales CDM y le puse el número 10 en la espalda, aquella fue mi primera camiseta, en realidad la única que sentí como propia, la lucía orgullosa con mis amigos cual recuerdo de mi primer periplo deportivo.

Hoy miraba el cielo, allá donde se encuentra mi querido viejo y recordaba aquella primera vez, cuando me llevó de su mano a conocer el Estadio Nacional y ver de cerca al fenomenal “Cholo” Sotil, un jugador de otro planeta que cautivó mi apego por el fútbol y es mi ídolo hasta hoy, aquel día en que conocí mi primer amor, el MUNI y nació mi pasión desmedida por la franja.





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