
De cuna humilde, guarda en su memoria el recuerdo de horas felices, la añeja cancha de tierra de Martinetti, en los Barrios Altos, reservada solo para los bravos del balón, pudo forjar desde pequeño, la técnica y bravura que acompaño su paso por el fútbol. Luis Cruzado, un vecino famoso, lo llevó a la “U” para una prueba. Desde aquel día empezó a cimentar su historia con la camiseta estudiantil, supo hacerse un nombre en base a esfuerzo, disciplina y sobre todo muchos goles, que llevaron su sello y se ganaron el cariño de la hinchada crema. Justamente a punta de ellos logró cruzar el charco, en el 79’ Panatinhaikos de Grecia –el más poderoso del país heleno– se lo llevó a sus filas.

Es devoto fiel de San Judas Tadeo, siempre carga una estampita que besa y se encomienda antes de un empezar un partido, ha sido tocado por la providencia para ser el abanderado de una coyuntura futbolística que los peruanos hacen suya, pero ni el mismo sabe cuanto aguante, es que ha sido conciente que mucho de los resultados, se obtuvieron por esfuerzo conjunto, pero con la ayuda del de arriba y una pizca de suerte. El mensaje está claro, pero la ilusión del pueblo ha empezado a rodar como un esférico sin rumbo fijo y se hace difícil de dominarlo, porque viene con efecto y a una velocidad vertiginosa, si no se mete al arco de nuestras angustias, puede pegar en el palo.
Oré hace un trabajo silencioso, como él, muchos entrenadores nacionales, están a la espera de una oportunidad, pero cuantos chicos que forma con dedicación, llegarán a la élite superior, si los dirigentes de los clubes prefieren, a unos extranjeros sin cartel, que solo les dejan dividendos bajo la mesa que ayudan a engordar sus bolsillos. Cuantos de estos chicos, llegarán a la selección adulta, con un roce de nivel internacional, si es que ahora mismo no se marchan del país.

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