Los brazos
abiertos de los jugadores brasileños al final del partido contra Colombia,
denotaban alegría pero una bronca debajo de la camiseta. Hay sentimientos
encontrados. Por un lado, su paso a cuartos de final y por el otro, la pérdida de
Thiago Silva por suspensión -no estará frente a Alemania- y Neymar, su estrella
rutilante, quedó fuera del mundial por una fractura de vértebra, ante una
entrada alevosa de Camilo Zúñiga, que aunque disculpe su torpeza y disimule su alevosía,
le entró de manera desleal. Es cierto que no pudo saber que iba a pasar, pero
la intencionalidad, es la que queda sujeta a la censura. La manera como golpearon
a la joya brasileña desde el partido con Chile resulta indignante como
conmovedora.
Los amantes del fútbol,
los hinchas y todo el que siente un apego por ese “Scratch” que juntaba
extraterrestres que hacían hablar al balón y eran embajadores del “jogo bonito”,
hoy sienten que algo se perdió en el tiempo. Y es que el fútbol moderno trajo
consigo un apego por la eficacia y el jugar bien, ya no es un privilegio de la
inventiva, de la inspiración o de la estética. Hoy más que nunca mandan los
resultados, por encima de todo concepto romanticista y en esa vorágine transformadora,
Brasil no ha sido la excepción. Hoy ese fútbol que deleitaba al mundo con su
magia, esos jugadores que ganaban los partidos divirtiéndose y extasiando a la
tribuna, lamentablemente ya no existen más. El deseo por ganar mutó a una obsesión
por no perder.
Brasil ya no gana
los partidos como antes porque era Brasil, hoy los debe trabajar más, los debe
luchar más. Los rivales ya nos son los mismos, hay un equilibrio de fuerzas.
Antes se podía hablar de simple trámite, hoy cuesta más, incluso al Pentacampeón.
Brasil ya no tiene un Romario, un Ronaldo o Ronaldinho, hoy al margen de
Neymar, que es un crack en pleno crecimiento, los más significantes están atrás.
Thiago Silva y David Luis son las armas para defender y para atacar. Resultan jugadores
de ambas áreas, señal que el futbol ha evolucionado. El factor esfuerzo colectivo
prima por el individual. Sus emblemas del futbol arte y efectividad solo son fotografías.
Colombia, no fue
el mismo seductor. Se le vio tímido, retraído, parecía no tener la letra del
verso bien aprendido. Tartamudeaba nervioso, no completaba el mensaje. Hoy debió
salir convencido de poder ganarle a Brasil, pero de una manera irreverente, conchuda,
imitando a Chile quizás. Pero le ganó la intimidación, se sintió menos, desde
que vio como Fernandinho –jugó un partidazo- se devoraba a James, que Cuadrado
y Teo no podían hacer dos pases seguidos y Thiago Silva junto a David Luiz, se veían
como unas montañas inexpugnables. Hoy Scolari acertó con el planteo táctico. El
trabajo de Oscar y Hulk eran negados de vistosidad pero ayudaban la misión de aislar
a James del resto, hacer que sus pensamientos no tuvieran sintonía y el
circuito se haga Cuadrado. Puso a Maicon, que está dos escalones más que Dani
Alves en músculo y velocidad. Neymar entre algodones, hasta que estuvo en la
cancha no trascendió, pero jaló marcas escalonadas.
El primer gol fue
figurita repetida. Corner pasado, una primera cabeza para descolocar y
arremetida por el otro extremo. Silva fue esta vez el que abrió el marcador y
el partido se hizo demasiado obvio. No despertaba Colombia y James, luchaba
contra lo adverso de la marca y la poca asociación. Brasil neutralizaba, lo tenía
del cuello a Colombia que daba manotazos desesperados. Algo debía de pasar para
tranquilizar. Fue David Luiz, en otra pelota parada. Se perfiló para meterle un
fierro abajo, pero le salió un tiro monumental, que rasgo una barrera mal
formada, superó a Ospina y en un rincón, dibujó un pedazo de gol. Su grito
desaforado fue una postal al desahogo. A esta nueva forma de ganar brasileña.
Los últimos 20
minutos fueron de James Rodríguez, crack total, que a puro orgullo empujó a una
Colombia que se acordó de lo que hizo para estar en esta instancia. Arrinconó
al “Scratch” lo puso contra las cuerdas golpeando sin descanso. Hasta conseguir
la jugada del penal de Julio César a Bacca. En otro partido le correspondía la
roja al portero. James con “paradinha” incluida puso el descuento y escribió su
nombre como goleador del mundial. La reacción tardía de Colombia, dio la impresión
que pudo haber hecho más. Aunque Brasil acabó pidiendo la hora, en un final de agonía,
luchando más que jugando, lo ganó por un factor valioso en el fútbol llamado jerarquía. Los cafeteros jugaron contra el tiempo, pues cuando te
hacen un gol tempranero, el reloj se convierte en el jugador número 13. Brasil fue superior, que duda cabe.
Igual Colombia nos
ha dejado a los Ospina, Bacca, Quintero Zapata, Cuadrado y Ramos, sonando fuerte,
de cara al futuro colocho. Por eso en el final, las lágrimas de James y el
consuelo por David Luiz, fueron conmovedoras. La ovación para este talentoso
que deja el mundial, fue una retribución justa, por todo lo que dejó en el
verde.
Ahora Brasil espera a Alemania en una final adelantada. Ahora necesita ser más grande, encontrarse consigo mismo, con su identidad. Scolari ha
podido aprender a llorar de angustia y felicidad, pero ya no le queda otra
oportunidad para seguir predicando, que este Brasil ya no es el mismo de ayer, porque intenta ser uno diferente.
Ahora hay un sabor amargo en la boca que no permite digerir esta victoria. Neymar, la joya mas valiosa, el que soñaba con ganar este, su mundial, en su casa, con su pueblo, fue sacado a mansalva y no estará para pelear con sus compañeros. En medio de esta algarabía por clasificar a cuartos de final, hay una amargura que se hace indignación y recorre la garganta, de un país, de un planeta que respira fútbol sin violencia. Puede que sea una razón para que el equipo brasileño se haga mas fuerte y tenga un motivo para engrandecer el espíritu y salir a ganar en su nombre, aunque por dentro exista ese dolor irreparable que produce su ausencia.
Ahora hay un sabor amargo en la boca que no permite digerir esta victoria. Neymar, la joya mas valiosa, el que soñaba con ganar este, su mundial, en su casa, con su pueblo, fue sacado a mansalva y no estará para pelear con sus compañeros. En medio de esta algarabía por clasificar a cuartos de final, hay una amargura que se hace indignación y recorre la garganta, de un país, de un planeta que respira fútbol sin violencia. Puede que sea una razón para que el equipo brasileño se haga mas fuerte y tenga un motivo para engrandecer el espíritu y salir a ganar en su nombre, aunque por dentro exista ese dolor irreparable que produce su ausencia.
FORÇA NEYMAR
Excelente comentario, un abrazo
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