
Pasar del éxtasis al espanto en menos de dos minutos. Aquella pelota que pega en el palo con Romero resignado. El palo de Dios, qué duda cabe, su enviado el papa Francisco estaba con la camiseta argentina, como un defensa mas y le puso el pie derecho.
Angel Di María de niño fue muy inquieto, incontrolable, a sus padres les aconsejaron que haga algún deporte, para calmarlo. Decidieron que juegue al fútbol. Y desde los tiempos en que repartía carbón de niño con su viejo hasta hoy, nunca paró de correr. Es un Forrest Gump del fútbol, un predestinado para estar siempre en movimiento y haberse convertido en el “hijo del viento”. Lo que jugó y lo que corrió Angelito, cuando no encontraba la sociedad de Messi, lo intentaba por izquierda, por derecha, con el perfil cambiado. Generando las diagonales errando el destino final, pero haciendo figura al portero suizo. Lo propuso, lo ambicionaba. Pasa por su mejor momento y quería ser protagonista. En la posesión de balón y las posibilidades de gol, Angel fue el mas más incisivo, incluso en mayor proporción que Messi, vigilado por una jauría de mastines, que le mordían los tobillos, cuando intentaba siquiera pensar en moverse.
Tuvieron que pasar 110 minutos de padecimiento. En el único yerro suizo en salida apareció el que viene de otro planeta: Lionel Messi. Cuando ya las fuerzas estaban hecha añicos, hace una corrida memorable, en un salto con vallas desbordando rivales para cederla al “fideo” que define de manera deliciosa, exquisita y estupenda, logrando que el rio incontrolable de la tribulación, se desborde en éxtasis total. Angelito lo gritó con el alma y lo dedicó a Mía, la nena que le tronó la cabeza hace 14 meses, su hija querida que estaba en la tribuna, mirando como la montaña de fervor argentino, aplastaba de felicidad a su padre. Estuvo cerca de hacer un gol de antología, cuando Benaglio se había ido con todo su equipaje a buscar el empate milagroso. Empate que no llegó, porque simplemente pegado al palo del arco de Romero, debió estar algún ángel de la guarda.

El cántico del “decime que se siente” dedicado para los brasileños, hoy le cae perfecto para cada argentino, que ha sufrido excesiva y desproporcionalmente en esta parte del mundial. Terminar de rodillas y rezando el Ave María para que se termine el tormento, no es el mejor escenario para un equipo que aspira ser campeón, pero si alguna vez se dudaba que existiera la suerte en el futbol, ahora deben haber más creyentes. El anhelo de cada argentino que deseaba con fervor que se siga cantando su himno en el mundial, se hizo un eco en todos los amantes del fútbol, que quieren seguir admirando a este extraterrestre llamado Lionel Messi. Un fenómeno que aparece con un poder celestial para cambiarlo todo. Esta vez las plegarias fueron a la virgen y el aplauso para Di María, porque ganar con sufrimiento también sirve. Por esta vez argentina respira y sigue viva, porque cuando el papa y el Messias no podían lograr el triunfo, llegó un ángel del cielo para salvarlos.
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