Aquel abrazo
final de Mascherano al final del partido desfogando en llanto su extenuación,
dejando que sus lágrimas de alegría, se confundan con el sudor que parecía
agotado en su ser era totalmente conmovedor. La “fiera” Rodriguez había
reventado las manos de Cillessen y el “chiquito” Romero le había atajado a
Vlaar y Sneijder los penales decisivos. Había motivos para desahogar toda la
ansiedad contenida, para liberar las emociones cargadas a mil. Había motivos
para estrujar la satisfacción y dejar que el clímax de la alegría se
desperdigue por toda la cancha, se suba por esa tribuna caliente, que rugía más
enfervorizada que nunca, y su cantico “…es un sentimiento, no puede parar” se
escuchara hasta el obelisco, haciendo que su festejo se pierda hasta el
amanecer de la ciudad de la furia. La imagen de los jugadores argentinos con
los rostros empapados en lágrimas de satisfacción, eran totalmente válidas.
Eran lágrimas de hombre, de esfuerzo consumado y de energías agotadas, de
cansancio, pero de satisfacción también. Argentina disputará la final contra
Alemania. Después de 24 largos años, otra vez a puertas de un campeonato
mundial.
Argentina para
ganarle a Holanda, debía apostar primero por el colectivo, ceder la auto
dependencia de Messi como un factor adicional, más no de una prioridad. Todos
debían hacer un partido de 8 puntos, un trabajo solidario, para copar el medio,
evitar las subidas de los laterales y hacer un sistema estratégico, para
dejarlo sin espacios a Robben. Holanda coincidió en todo, sumo la misma
cantidad de hombres y cerró la puerta para que Messi no tenga zona libre. El
4-5-1 similar, inamovible de táctica fija. Ninguno quería arriesgar más de la
cuenta ni salirse del libreto. El síndrome alemán del 7-1 por un Brasil
negligente, había calado hondo en los técnicos. Van Gaal maniató a Messi con De
Jon y luego Clasie, más la marca escalonada. Mientras que Sabella, desconectó a
Robben, de Van Persie y Sneijder con una marca cancerbera de Mascherano y la
toma en postas por donde intentara zigzaguear. Se hizo un partido chato,
empalagoso, sin jugadas de peligro en las áreas. Argentina se paró mejor en la
cancha, seguro de sí mismo. Holanda sorprendido sin encontrar el rumbo. Ante
las ausencias, se potenciaron Biglia y Perez, Lavezzi en los recorridos y atrás
Garay con Demichelis muy precisos en los cruces. El partido era difícil hacerlo
entretenido, se puso para definirse por un gol de diferencia.
Un párrafo aparte
merece Mascherano. El “jefecito” fue el líder de la tropa. Un gladiador feroz y un cancerbero
intransigente que fue la sombra de Robben, lo mandó a refugiarse lejos del
área. Lo que metió el Masche fue monumental, conmovedor, ganando las divididas,
poniendo los huevos necesarios y devorándose la cancha. Un león indomable, que
ni siquiera ese fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó atontado, pudo sacarlo
de la cancha, incluso regresó recargado. Partido de 10 puntos, que con el perdón
del “chiquito” Romero que terminó de héroe, lo del “Masche” fue realmente
extraordinario y preponderante. Queda en la retina aquel cruce milagroso que le
hace a Robben en el minuto 90, cuando el holandés, puso quinta y enfilaba el del
triunfo, el botín salvador de Mascherano fue providencial y expiró el único
intento claro que pudo darle un desenlace distinto al partido. Memorable la
guapeada al “Chiquito” Romero para la tanda fatídica de penales, gritándole a
la cara que sería el héroe y que sus manos cambiarían la historia. No lleva la
banda de capitán, pero es el líder moral del equipo, por todo lo que infunde y
contagia con su entrega descomedida.
Argentina ha sido
un equipo que ha ido entendiendo en el camino, que la individualidad y la
dependencia de Messi, era una vía admitida, pero que debía contemplar un plan
alterno, para cuando la pulga, no entre al partido o como ante Holanda, tenga
todos los caminos cerrados. La ausencia de Di Maria se ha suplido con Perez en
otro estilo, pero ha perdido el vértigo. Biglia ha fortalecido aquello que no
brindaba Gago. Se ha ganado el orden defensivo calibrando adecuadamente las
suplencias, ha copado más espacios atrás, perdiendo peso el tridente ofensivo.
Los detractores insisten en pedir un mejor juego, que se haga más vistoso. Pero
poco se analiza, que los rivales planean todo un sistema ajedrecístico, para
anular a Messi y si los demás no aparecen, se notan mas las deficiencias. Hay
mejora en planteamiento y eso ha alcanzado, hasta hoy, para estar en la final.
Pero Alemania es otra cosa.
Si a Holanda se
le veía como una máquina demoledora, el antecedente de la catástrofe brasileña,
auguraba un futuro incierto, pocos apostaban por un triunfo albiceleste. Ha
sido el amor y el corazón que le puso el equipo, lo que ha logrado, primero
neutralizar al rival y alargar la emoción. Si hubo plan para desestabilizar el
bloque argentino y que Robben resuelva, no pudo realizarlo, porque si no se iba
a poder definir jugando 10 contra 10, había que poner huevos y el corazón, para
aguantar y proponer las pocas que pudieran terminarlo antes. La definición por
penales es una suerte de situación extrema que le toca a un jugador, para
decidir en un segundo la suerte de su país. La de un arquero, para evitarlo.
Una responsabilidad que no a todos los encuentra preparados, por mucho nombre
que tengan. Van Gaal ha confesado que ninguno quería patear el primer penal.
Messi tomó el balón, se ajustó la cinta de capitán y definió con categoría,
para iniciar el camino. Allí puede estar uno de los factores decisivos del comienzo
triunfal.
Ya está. Ahora la
Argentina de Messi tiene la oportunidad como en el 86 y en el 90 con Maradona,
de disputar la instancia final de la copa del mundo, con una Alemania,
compacta, mejor dotada colectivamente que la hace ver superior. Eso es
fundamental en estas instancias. El otro factor es el físico, los teutones
están más enteros. Pero los partidos hay que jugarlos y no hay otra opción que
meter todo el resto. Ha servido la entrega y el pundonor, pero necesitará
nuevamente dejar la piel y la sangre, recurriendo a todo lo físico y místico
que le quede. El banco de Argentina ha reservado un lugar para el Papa
Francisco y ya tiene lista su camiseta número 13, listo para la disputa de un
duelo espiritual con el Papa Benedicto. Mientras tanto en la tribuna, los
hinchas argentinos van a acomodando sus ruegos al Messias y el Santo Romero, sus
cánticos al Di María y sus deseos a la Basanta, para jugar su propio partido,
con la Biglia en la mano.
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