Sangre, sudor y pasión por el fútbol

Santificado sea el fútbol nuestro de cada día, ese que nos apasiona y nos lleva al templo de nuevo, cada domingo a la misa de la tarde, aún y cuando nuestros credos se hayan sentido tocados o nuestra fe en el futuro se sienta cada vez mas resquebrajada. Esta semana que ha terminado, en que hemos descansado los ímpetus y sosegado las angustias, este fútbol nuestro, de cada día, nos ha dejado realidades con sentimientos encontrados, unos con el dolor de sentirse más pobres de alma y otros con la devoción para con sus momentos de gloria.

Cristal, se vistió de verdugo, para salir a la plaza y darle de azotes a un devoto vestido de rojo púrpura. Un Bolognesi que blasfemaba la prédica de su técnico y que cometió el pecado insensato de querer afrontar un torneo de envergadura, apelando a sus jóvenes frailes, que aún ni siquiera saben limpiar las copas de vino y que desdicen en el verde lo que instruye su mentor. Fueron cinco azotes despiadados que han dejado heridas en el magullado y enclenque cuerpo del devoto y le ha limpiado el rostro a su verdugo, que se ha sentido fuerte otra vez y dueño de sus cualidades y su doctrina.

Alianza no ha necesitado vestirse de morado para resucitar en Domingo, tampoco sacar en procesión su atribulada realidad, solo le ha bastado un Sábado de gloria, para esperar que caiga la noche y doblegar por la razón, mas que por la fuerza a un Cienciano que mas allá de tener un equipo de nombres, tiene una lucha interna por liberarse de los demonios que proliferan su casa, su propia cama donde reposa y hasta de sus mismas conciencias. Esa lucha desquiciada y porfiada entre el embuste ladino y la palabra florida, que al final terminan siendo, la misma copa de vino de misa, del cual saborean, el bien y el mal, el hambre y la necesidad, que se quieren tanto, como se odian también.

El Domingo de resurrección llevó a Universitario por tierras Chiclayanas, confiado en la devoción por su credo futbolístico. Pero no pensó que el “ciclón” hoy tiene al cielo de su parte y este Aurich, ha crecido, en la medida que los resultados le han dado esas limosnas necesarias para que su iglesia de fe, se vaya haciendo fuerte. Esta vez Aurich fue un dechado de virtudes, un primer tiempo inolvidable donde lanzaba flores por doquier y en la U solo eran rezos no escuchados. Un equipo renovado en la fe, pero carente de categoría, se fue sucumbiendo en el fango de la incertidumbre, donde Solano ha comenzado a jugar lo que puede y a correr lo que le conviene, mientras Candelo, sahumaba su botín para soltar prédicas ciertas, como mensajes escondidos para los que miran en la tribuna o el escritorio. Una simple diferencia, pero un ingrato resultado crema.

Hubo fútbol y mucho vértigo, pero tenía que haber pasión y ella vino con sangre. El inacabable “Checho” Ibarra, elevaba su humanidad para golpear una vez más su tabique destrozado y marcar en ese arco que alguna vez defendió y hoy no guarda recuerdos gratos. Alzó sus brazos en victoria y dejó que la sangre que manaba por su rostro se pierda en el color de su camiseta y sea una estampa religiosa, para este fin de semana, que dejó al fútbol con nuevos lideres de la fe y la esperanza. Allá en el norte, hay un equipo que se ha vestido de pontífice y profesa su religión a sus fieles y crece en multitud y también en confianza, vive horas felices y ha sanado sus pecados inmediatos.

Esta semana de recogimiento espiritual, ha dejado a nuestro fútbol, con nuevas prédicas y nuevos fieles, con los mismos sacerdotes y los mismos herejes. Con el mismo pueblo futbolero, que sigue fiel a su creencia, aunque el futuro le siga siendo incierto y antes que el gallo cante tres veces, ha regresado al templo, a seguir manifestando su confianza, a renovar su fe y elevar su plegaria, para que las buenas nuevas del fútbol, le sean santificadas.

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