Un punto de partida para mirar de frente

Aquella actitud pesimista que muchos peruanos asumieron antes de enfrentar a Brasil, dejaban un manto de duda que contagiaba. Aquel deseo insensato de esperar que nos goleen para después llenarse la boca, con aires de videntes privilegiados y dilapidar nuestra realidad futbolística, dejaban endeble aquella fácil forma de entregarse a la desgracia antes que suceda y a resignarse a que el monstruo imaginario, nos destripe, sin intentar un ápice de defensa.

El mar humano de caras pintadas de rojiblanco desfilaba hacia el Monumental, algunos confiados en un buen partido, otros con la ilusión de celebrar una hazaña y la mayoría, por ver de cerca a las estrellas cariocas. Llegando al estadio, mi hijo miraba emocionado las tribunas, que tenían color de fiesta. Abajo en la cancha, los brasileños respiraban el aire de la gente, que lejos de hacerlos sentir extraños, se rendía ante su nombradía. Se sentía un aliento timorato a la bicolor y un respeto asolapado al temido ‘Scratch’ que vino de visita, pero desde que entró al verde, se sintió demasiado patrocinado.

Para jugarle bien y amenazar a Brasil, se debía hacer un partido para siete puntos. Se requería entonces un equipo presto a la lucha de manera constante y tenaz. Una actitud de agresividad, sobre la base de querer, mas allá de poder, de hacer de la disciplina táctica un mandamiento, regido por la irreverencia ante la historia de un Brasil, que de visita, juega de manera mezquina, esperando el mínimo error del rival. Es su estilo, el mirarte de reojo y si te ve espantado, termina por aniquilarte temprano.

Por eso vimos un inicio de dientes apretados, sin resignar la suerte ni el balón, aquella actitud tan reclamada y remendada, fue apareciendo como una flama que empezaba a encender la ilusión del hincha. Penny enchufado, Salas –espectacular- junto a Rodriguez y Acasiete –destacable- anticipaban todas y el “loco” Vargas mordía los pensamientos ajenos, Lobatón hacía un partido redondo y Jayo era prolijo en la marca. Solano no estaba fino en el servicio, pero entregado al sacrificio. Guerrero y Farfán deshojaban oportunidades para el regate y Pizarro peleaba con Lucio y Juan, dos torres inexpugnables. Hasta allí se veía un once ordenado y no asustado, un equipo prevenido para el asalto, sin resignar nada a la suerte. Brasil en cambio, jugaba con el timón automático, desperezado y confiado en el desgaste del rival.

Mi hijo se impacientaba –igual que yo- cada vez que el tridente mágico, de Ronaldinho, Kaká y Robinho, se juntaba para hacer daño. Cada avance carioca tenía respuesta bicolor y se hizo un partido de ida y vuelta. El tener tapada la boquilla de la lámpara mágica brasileña, corría el riesgo de hacer caer en la distracción, llevar al error. Por algo a Kaká le dicen el ‘Dios’, porque está en todas partes y ninguna a la vez, aparece donde nadie piensa y cuando lo hace, suelta esas ráfagas de calidad infinita que encandila los ojos y hace sufrir a los rivales. Balón perdido, espacio descubierto y el brasileño suelta un bombazo que deja sin chance a Penny. La mirada perdida de mi hijo busca refugio y atina a abrazarme con nerviosismo, yo busco respuestas y me tomo la cabeza, mirando los dedos índices de Kaká que apuntan agradecidos al cielo.

Para la segunda mitad, el no ver a Guerrero espantaba la expectativa. Las cosas empezaban diferentes. Aplaudimos el reciclaje del “Chorri” Palacios, como entregados a nuestro libro de historia y contagiados por los cojones que le ponía a las jugadas. El “Chemo se la juega con un Mendoza resistido, por un laborioso Jayo, en una actitud temeraria, con la idea de abrir la cancha y de ir por el todo o nada. Balón luchado que provoca un corner, frente a nuestra ubicación, despeje de Juan que sale disparado hacia la humanidad de Vargas y el “loco” lejos de buscar el centro, se hamaca y le mete un fierrazo que encuentra la pierna de Lucio y se fue adentro.

El estadio explotó de locura desenfrenada, abrazado a mi hijo, saltábamos alegres con gritos desaforados que reventaron nuestras gargantas, la alegría de la gente fue indescriptible, en ese instante, todos fuimos hermanos, todos fuimos mas peruanos que nunca. Nos habíamos ido encima de Brasil. Lo tuteamos y lo miramos a los ojos, lo hicimos sentir por unos minutos que estábamos en casa, pero Brasil no solo tiene un nombre, posee jerarquía y en pocos minutos emparejó todo. La tragedia nos tocó la puerta, pero el barbas se puso la bicolor, nos dimos cuenta que el partido había concluido cuando Ronaldinho intercambiaba camisetas con Farfán.


Aquel mar humano, mostraba las mismas caras a la salida. No se pudo ganar, pero tampoco perdimos. Aunque este punto no sirva de mucho, se logró ante un grande como Brasil y toda su constelación de jugadores de nivel superlativo. Recién veremos su valor real, en el largo plazo, cuando esta eliminatoria se encuentre en la etapa de las definiciones, ojala y para ese entonces hayamos recuperado el regocijo y no sea una simple alucinación.

Llegando a casa, intento poder hablar y no me salen las palabras, mi hijo está igual, aquella celebración del gol peruano, se nos ha quedado como una experiencia valiosa, aunque haya maltratado mas de la cuenta a nuestra gargantas, dejándonos una molesta afonía. A sus cortos diez años, mas allá de ir a hinchar por la bicolor, mi hijo fue a ver a Ronaldinho y terminó empujando con sus gritos al “Chorri”. Yo fui con muchas dudas y terminé sorprendido por el empuje del “Memo Salas”. Fui esperanzado en ver a Farfán y Guerrero, pero me quedé totalmente subyugado, por la prestancia y la calidad del número 7 de Brasil ; Izecson Dos Santos Leite, mas conocido como Kaká.

Meritoria la actitud, pero deberá ser una constante, quien nos dice que, en la visita a Quito y por las ausencias obligadas, se termine afrontando contra Ecuador, una formación inédita como incógnita, pero de pronto efectiva, por el tema de la altura. Así las cosas, la tarjeta de crédito del “Chemo” está con observaciones y requiere un aval de triunfos del corto plazo, es lo mejor antes de irse de vacaciones, es lo más aconsejable para terminar el año con saldo a favor y mucho de credibilidad. Al menos la actitud mostrada ante Brasil, deja en claro que se tiene un buen punto de partida, para mirar de frente aquello que parezca imposible de lograr y por lo que valga la pena luchar..

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