
El mar humano de caras pintadas de rojiblanco desfilaba hacia el Monumental, algunos confiados en un buen partido, otros con la ilusión de celebrar una hazaña y la mayoría, por ver de cerca a las estrellas cariocas. Llegando al estadio, mi hijo miraba emocionado las tribunas, que tenían color de fiesta. Abajo en la cancha, los brasileños respiraban el aire de la gente, que lejos de hacerlos sentir extraños, se rendía ante su nombradía. Se sentía un aliento timorato a la bicolor y un respeto asolapado al temido ‘Scratch’ que vino de visita, pero desde que entró al verde, se sintió demasiado patrocinado.
Para jugarle bien y amenazar a Brasil, se debía hacer un partido para siete puntos. Se requería entonces un equipo presto a la lucha de manera constante y tenaz. Una actitud de agresividad, sobre la base de querer, mas allá de poder, de hacer de la disciplina táctica un mandamiento, regido por la irreverencia ante la historia de un Brasil, que de visita, juega de manera mezquina, esperando el mínimo error del rival. Es su estilo, el mirarte de reojo y si te ve espantado, termina por aniquilarte temprano.

Mi hijo se impacientaba –igual que yo- cada vez que el tridente mágico, de Ronaldinho, Kaká y Robinho, se juntaba para hacer daño. Cada avance carioca tenía respuesta bicolor y se hizo un partido de ida y vuelta. El tener tapada la boquilla de la lámpara mágica brasileña, corría el riesgo de hacer caer en la distracción, llevar al error. Por algo a Kaká le dicen el ‘Dios’, porque está en todas partes y ninguna a la vez, aparece donde nadie piensa y cuando lo hace, suelta esas ráfagas de calidad infinita que encandila los ojos y hace sufrir a los rivales. Balón perdido, espacio descubierto y el brasileño suelta un bombazo que deja sin chance a Penny. La mirada perdida de mi hijo busca refugio y atina a abrazarme con nerviosismo, yo busco respuestas y me tomo la cabeza, mirando los dedos índices de Kaká que apuntan agradecidos al cielo.
Para la segunda mitad, el no ver a Guerrero espantaba la expectativa. Las cosas empezaban diferentes. Aplaudimos el reciclaje del “Chorri” Palacios, como entregados a nuestro libro de historia y contagiados por los cojones que le ponía a las jugadas. El “Chemo se la juega con un Mendoza resistido, por un laborioso Jayo, en una actitud temeraria, con la idea de abrir la cancha y de ir por el todo o nada. Balón luchado que provoca un corner, frente a nuestra ubicación, despeje de Juan que sale disparado hacia la humanidad de Vargas y el “loco” lejos de buscar el centro, se hamaca y le mete un fierrazo que encuentra la pierna de Lucio y se fue adentro.

Aquel mar humano, mostraba las mismas caras a la salida. No se pudo ganar, pero tampoco perdimos. Aunque este punto no sirva de mucho, se logró ante un grande como Brasil y toda su constelación de jugadores de nivel superlativo. Recién veremos su valor real, en el largo plazo, cuando esta eliminatoria se encuentre en la etapa de las definiciones, ojala y para ese entonces hayamos recuperado el regocijo y no sea una simple alucinación.

Meritoria la actitud, pero deberá ser una constante, quien nos dice que, en la visita a Quito y por las ausencias obligadas, se termine afrontando contra Ecuador, una formación inédita como incógnita, pero de pronto efectiva, por el tema de la altura. Así las cosas, la tarjeta de crédito del “Chemo” está con observaciones y requiere un aval de triunfos del corto plazo, es lo mejor antes de irse de vacaciones, es lo más aconsejable para terminar el año con saldo a favor y mucho de credibilidad. Al menos la actitud mostrada ante Brasil, deja en claro que se tiene un buen punto de partida, para mirar de frente aquello que parezca imposible de lograr y por lo que valga la pena luchar..
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