La estrella solitaria

 
El fútbol será hoy y siempre de momentos, así suene reiterativo y fatigoso. Ayer puedes haber hecho un partido de 10 puntos, convirtiendo todos los goles que pensaste y al día siguiente, te toca un partido pálido y esquivo, opaco de funcionamiento colectivo. Porque no siempre tener los mejores jugadores te va a garantizar que se juegue bien siempre, porque depende mucho del rival de turno, de cómo afronta el pleito, de cómo busca contrarrestar tus mayores virtudes y como haces prevalecer las tuyas. Depende también de cómo te paras frente a un escenario hostil con la personalidad que te brinda tu nombre ilustre. Finalmente el fútbol, es una disputa de ocasiones, que nacen desde la intencionalidad para generar las ocasiones que permitan contrarrestar al rival y doblegarlo, aunque eso lleve tiempo y mucha paciencia.
 
Jorge Sampaoli ha tenido éxito, porque siempre ha sido un DT que arriesga más de la cuenta, sus equipos juegan al filo de la cornisa, exponiéndose a encajar una derrota o más goles de los que pueda generar, pero nunca renuncia a ser protagonista en cuanto a la tenencia del balón y la presión en el campo de juego rival. Contra Argentina, había que proponer mucho vértigo ofensivo y protagonismo para copar los sectores donde el equipo de Martino se hace letal cuando elabora. Propone un 3-5-2 sorprendiendo con Silva de stopper y sus laterales muy adelantados, Medel por el centro del área y Marcelo Díaz por izquierda, para anular las ideas de Messi, no dejarlo entrar en el juego, alejarlo de Pastore, que anduvo impreciso, como todo el equipo. Vidal y Aranguiz lo anticiparon siempre. Valdivia en creación y arriba Alexis Sánchez en su mejor versión todoterreno, siempre zigzagueante y prolijo, acompañado de un incisivo Vargas. Un planteamiento audaz que requería un redoblado esfuerzo físico.
 
Argentina fiel a su esquema habitual, Mascherano de patrón atrás, subidas de Rojo y Sabaleta, buscar la asociación de Pastore, Biglia y Di Marìa por banda y hacerle el espacio a Messi para que el “Kun” tenga las oportunidades que nunca encontró. El fondo rojo, nunca perdió la compostura, siempre agrupando hombres para recuperar y haciendo bloque para ir de contra. Argentina tiene una pérdida inesperada, cuando el “fideo” corta la cancha y sin llegar a la meta, siente el pinchazo que lo saca de la cancha. Acaso y quien más sintió esa ausencia fue Messi, el 10 se volvió gris, frustrado porque no encontraba esa compañía alegre del Barsa y opaco para ser protagonista. Argentina lo pudo definir en la agonía con Higauin y Chile en una con Sánchez en el alargue. Ninguna se dio y fue el fatídico punto de la pena máxima que hizo sufrir una vez más a Leo y Argentina, como en el Mundial, por segunda vez se lleva a casa demasiado dolor en la valija.
 
Una final de mucha tensión, pero con poco juego, con mucho fuego y poco lucimiento. La mayor preocupación de neutralizarse hizo efecto en ambos, los sistemas defensivos fueron superiores a las intenciones ofensivas. Chile lo salió a ganar desde el camarín, al mejor estilo de Sampaoli en su mejor versión de aventurero que toma riesgos y que sus jugadores entendieron a la letra, estaban en su casa, en su tierra y con su gente, en la única oportunidad para ser monarcas de América, después de 22 años. Por eso lo jugaron con mucha pasión, con huevos, con garra y concentración, brindando una entrega total y desprendido desgaste, corriendo y metiendo incansablemente todo el tiempo. Por eso durante los 120 minutos que duró esta definición, en cada sector del campo, siempre hubo 4 chilenos por cada argentino que tomaba el balón.  
 
Chile es el campeón de América y no resulta siendo nada casual ni oportunista, hay un trabajo detrás que ha refrendado un deseo hecho obsesión y que sus jugadores han plasmado en la cancha. Quizás sean solo aquellos que guardan recelos prestados y resentimientos extremistas, los que puedan discutirle las formas, pero si hoy hubo un equipo que salió dispuesto a ganar la final, fueron los del sur. Se jugaron la vida en cada centímetro y todos los cuestionamientos previos, se esfumaron, cuando se mostraba en la cancha una marea roja que proponía y una albiceleste sombreada, maniatada y carente de alternativas. Argentina terminó siendo solo un puñado de nombres en un equipo y Chile un verdadero plantel con hombres que han consolidado un funcionamiento colectivo
 
Esta Copa América ha dejado un pueblo alegre, que sigue celebrando su fiesta, los invitados empiezan el retorno a casa. Hay celebración con champagne y vino espumante en la casa del sur. Hay un pueblo que sigue llorando un padecimiento por una herida que no cicatriza, porque su extremada confianza en sus figuras estelares le hizo preparar la celebración anticipada y lo hizo subirse una nube que hoy se evaporó en la tierra del Mapocho, donde le dieron el cachetazo cruel que avivó el dolor y excitó otra vez la pesadilla. No existe consuelo para una final perdida, más aun cuando tienes al mejor jugador del mundo, que hoy tuvo una triste y apagada estrella solitaria.
 

Un PERÚ en Concepción

Primer acto.- El balón surca el área paraguaya ante el córner servido por Cueva, en el corazón de la zaga guaraní se eleva Paolo Guerrero y presiona el rechazo paraguayo, caprichosamente la pelota va a dar donde se encontraba él, que incómodo, casi cayendo le pega justo como para que doble el esfuerzo de Justo Villar. Era el primero de Perú, que lo buscaba, lo intentaba con el mismo formato, sin especular, pero que le faltaba la paciencia para penetrar una muralla guaraní inexpugnable. Un gol que cambiaba todo el intento frustrado por una realidad de resultado inmediato.
 
Segundo acto.- Ataque guaraní que intenta el bombazo, rechazo de Ascues para sacarla del fondo, él va al encuentro del  balón, control perfecto, amague para dejar atrás un rival, pique corto, potencia de piernas para agarrar un envión adicional y sortear dos paraguayos que quedan en el camino, corta la cancha para habilitar a un Sánchez, fresco y listo para arremeter con todo, lo acompaña con su tranco largo, buscando culminar una jugada monumental. Joel mete la puñalada al área que encuentra el pie bendito de Paolo y marca el 2-0 lapidario, que sentencia el triunfo peruano.
 
Se llama André Carrillo, algunos lo acusan de tener una congeladora en el pecho, pero hoy deben haber cambiado de opinión drásticamente y lo llaman “culebra” a secas, pero de esas de ojos vivaces, que acechan maliciosas para dar un veloz zarpazo y emponzoñarte su veneno. Al otro lo llamamos “El Depredador” ese que tiene un pedestal, donde el pueblo peruano lo glorifica cada vez que se hace amigo del gol y enerva las pasiones del hincha, ese que hoy más que nunca, se siente devoto creyente de la bicolor y asume su derecho a ser feliz. Dos baluartes para un triunfo en dos actos determinantes, que devuelve el respeto prestado y que intenta recomponer su prestigio a su imagen y semejanza.
 
Paraguay aún con ausencias y desgaste, siempre es un hueso duro de roer, planteamiento avispado para estar siempre corto y no dejar que Perú desarrolle su triangulación en los tres frentes. El “pelado” puso un cerrojo y por más que se probaban llaves distintas, no se encontraba la correcta. Y fuimos un equipo por momentos extraviado, distinto a los anteriores partidos, con ráfagas de buen juego, pero con más intenciones que afianzamientos. Había que ir al vestuario por un poco de paciencia y mucho de criterio, para esparcirlos por algunos sectores de la cancha donde el rival intentaba posicionarse. Había que recomponer el fondo más que la forma, el estilo necesitaba una dosis de atrevimiento, para resolver oportunamente aquello que se quedaba solo en tentativa de transgresión a la red.
 
La segunda parte fue distinta, se apuntaló el control del balón, abriendo la cancha y mejorando la elaboración. Otra vez vimos un Ascues con salida limpia, Advìncula y Vargas potenciados para empujar por los carriles. Ballón devorándose la cancha de manera encomiable y silenciosa, Cueva envalentonado y corajudo para encarar los rostros de perro de los defensas paraguas, Carrillo y un recorrido superlativo –estuvo en los dos goles, el segundo fue una jugada monumental- Arriba Jordy buscando el desacomodo de la zaga, acompañado de un Paolo que en esta copa, ha sido un goleador temible y un portento de jugador, astuto para aguantar y rebuscarse la jugada, sin importar quién diablos sea el defensa de turno, ni los pergaminos que ostente. Y Perú volvió a ser el equipo fresco, alegre y vivaracho, de toque elegante, del desequilibrio individual y de un solidario funcionamiento colectivo.
 
Ha sido un triunfo gratificante de nuestra selección, dedicada a un pueblo peruano necesitado de alegrías urgentes, que le sirve para saciar sus emociones golpeadas y que llega con un tercer lugar digno y meritorio, dejando la sensación que el no estar disputando el pódium trascendental, solo se trata de una injusta realidad. Pero igual infla nuevamente el orgullo y cierra con brillantez una participación fenomenal en esta Copa América, donde los muchos que no teníamos la confianza afirmada y que tuvimos dudas, conceptos titubeantes como ambiguos, hoy nos alegramos de habernos equivocado. Porque esa confianza obstinada que tiene Gareca en la calidad del futbolista peruano, la ha logrado trasmitir, primero al propio jugador y después con esta realidad plausible, ha generado ilusiones y calado el inconsciente del hincha fiel, ese que se juega incondicionalmente la honra por su selección. Las camisetas al revés en el festejo, pareció ser un mensaje de los hombres que entregaban su nombre, en bien del equipo.
 
Esta euforia es una recompensa para el pueblo, que vuelca sus emociones y agradecimientos, por haber recuperado la chispa y la sonrisa extraviada. Partimos desde aquel primer día en que Gareca iniciaba este proyecto entre mucha incertidumbre, asumiendo hablar de “nosotros” y decir sentirse “Un peruano más”, algo que a simple vista, parecía una frase trillada y acartonada, un cuento conocido, pero que los resultados hoy avalan su prédica inicial, esa que el “tigre” reafirma con la misma mesura que ha tenido para su discurso mediático y que debiéramos asumir también, para no desbocar las ilusiones en demasía y entender que no solo se trata de continuación de un momento feliz, sino de consolidación de esta selección, que por ahora se trata de un equipo en etapa de concepción, falta lo más difícil, que es conseguir ser un plantel en el tiempo. Esperemos nos encuentre con los pies en el suelo.
 

 
 
 



Final Argentina

Era una figura repetida y la ocasión más oportuna para volver a verse las caras. Argentina de Messi con todo su arsenal dispuesto a llevarse puesto a un Paraguay que aparecía guapo, irreverente, con el recuerdo fresco del debut donde aguantó a pie firme el vendaval albiceleste, se recompuso y sacó una igualdad que lo catapultó hasta estas instancias de copa. Era una nueva ocasión para el equipo de Martino, de hacer una actuación acorde con las figuras estelares con que cuenta y que no había podido reflejarlo en el marcador de manera contundente.
 
Todos habían esperado una oportunidad para conseguir la consagración en el juego, logrando poner en la red todo lo que genera este equipo, cuando Messi se enchufa, trasciende en el juego asociativo, Di María vuela como hijo del viento y el Kun Agüero es una pesadilla de alto calibre para toda defensa. Esta vez con la frescura y la desvergüenza de un Pastore, que se hizo figura en cada partido y le pone el toque de locura, la exquisitez para el segundo pase y la efectividad cuando está de cara al gol. El único problema que no ha podido resolver a medias es la salida en defensa, un talón de Aquiles que los paraguayos buscaron sacar ventaja. Lo aguantaron los primeros 15 minutos, hasta que Rojo pintó la señal del triunfo.
 
Después se vino Pastore definiendo a lo crack, luego el “fideo” por partida doble, para la ventaja, pero el descuento paraguayo vino de Lucas Barrios -como la vez anterior- definiendo luego de una fallida salida de Otamendi anticipada por la fortaleza paragua, que agarró en paños menores a toda la defensa albiceleste. Luego el Kun pone la tranquilidad para el quinto de la noche y el “Pipita” recién ingresado pone este 6-1 que mete miedo a un Chile que espera en su fortín, haciendo cuentas para buscar hacer realidad su sueño acariciado. Esta vez la historia no fue igual para un Paraguay rendido, se definió como debió ser en el debut, pero fue una clara muestra que el fútbol da revanchas.
 
Esta Argentina resulta de apetito insaciable para devorar el gol, lo ha buscado todo el torneo y se dio contra un Paraguay que mostró aleteos de defensa, pero que sucumbió ante el poderío de la artillería pesada que soltaron Messi y sus amigos, fue la noche que apareció el fideo, más entero, doblegando metros sin cansancio y fue la noche en que la albiceleste ha logrado convencerse a sí mismo que lo único que faltaba para ganar confianza y ser un equipo demoledor, era el gol, tan acariciado tan peleado y negado también y que hoy llegó en abundancia y cada grito sonó como un canto a la confianza. Si algo faltaba era descargar toda la munición guardada en los pies de sus delanteros y hoy aparecieron en su real dimensión letal y contundente.
 
Este partido de la Argentina tuvo casi el mismo libreto, pero resulto siendo diferente a los otros La misma intención de control del balón y del juego, pero muy diferente porque esta vez acompaño la efectividad, quizás solo faltaba el gol de Messi, quien fue gestor de cuatro de ellos, pero fue desprendido para que sean sus compañeros los que anoten. Total a Leo no le quita el sueño quien sea el autor, le interesan las consecuencias. Igual la “pulga” sigue siendo determinante en sus arranques frenéticos de tres cuartos desparramando rivales y con los ojos puestos en el compañero, solo le falta ponerle su firma al gol, para refrendar una presencia insustituible, para este equipo que ha empezado a dormir junto a la gloria.
 
Se han pasado 8 largos años para que Argentina ponga su nombre en una final de Copa América, la cual Chile nunca la pudo levantar y tampoco Messi. Una gran ocasión para quitarse el maleficio para ambos y una oportunidad de medir cuan poderosos son el equipo avasallador de Martino y el vertiginoso Chile de Sampaoli. Por lo pronto en el banco, ya hay final argentina.
 
 
 

Digno PERÚ

Dicen que los clásicos contra Chile, no se juegan, se pelean y se deben ganar. Pero más que un partido de fútbol, resulta siendo una beligerante disputa de honores y jactancias, que aparte de jugarse en un campo de juego, pasa más por una declaratoria permanente de encono del hincha, del ciudadano patriotero que rememora pasados degradantes de gobernantes que nunca puede obviar cada vez que hay uno de pasaporte sureño al frente, mirándolo a los ojos. Esta Copa América puso de nuevo frente a frente, en una cancha de fútbol, a un Chile entonado y un Perú diferenciado, para concurrir una vez más ante esa vieja rivalidad y eterno antagonismo que debía poner a uno de los dos en la final del torneo. Un partido de descarte de alto voltaje y de mucho nervio.
 
Gareca para contrarrestar a Chile y su juego vertiginoso de cambios de frente y apilamiento de sus hombres para ser siempre verticales, sorprendió con Carrillo de titular, pero en el juego le dio la razón. Fue su velocidad y potencia el complemento de marca y salida, con un ida y vuelta encomiable, por ese flanco izquierdo donde los de Sampaoli suelen romper esquemas. Farfán encima de Díaz, para evitar el primer pase, desbordando y llegando de 9 o por fuera. Lobatón con Ballón, ajustando a Valdivia y Aranguiz, un Advìncula sobresaliente, convertido en un purasangre atómico, encaramando el pensamiento de Alexis Sanchez ganándole todas las divididas y prendiendo el turbo cuando se lanzaba en ataque. Paolo suelto, para resolverse solo, con categoría, aguantando y definiendo la personal, ante una marca estricta y zonal. Atrás sólidos y afirmados, una línea de cuatro bien definida, planteando un partido estratégicamente perspicaz y solidariamente efectivo. Nunca se vio un equipo agazapado, ni atrincherado mezquinamente para contragolpear, fue atrevido, temerario, buscando neutralizar arriba, hacer daño con presencia en campo contrario.
 
Pero el encuentro tiene una lectura antes y después de la expulsión de Zambrano, hace un rechazo intimidatorio y se gana la roja, de la manera más insensata. Decir que es un “joven” que debe aprender de su error y que ha pedido las disculpas al grupo y al país, resulta un apañamiento a ese modo estúpido de confundir la garra, la actitud o la fuerza de león, con una precaria capacidad mental para asumir partidos de alto riesgo. Fue una acción desafortunada como inoportuna y jodidamente irresponsable, porque es una acción reiterativa. Era el mejor momento de Perú, que a partir de ese instante tuvo que remar contracorriente, rearmarse, cambiar la chapa a la puerta y recomponer las ventanas. Nada garantiza que hubiera sido el mismo final, pero condicionó el trámite. Chile primero pareció sorprenderse de que le alivien la carga y Perú tuvo que doblegarse más de lo que estaba diseñado en el plan inicial. Si era difícil con 11 completos, con uno menos, todo era condicionalmente jodido. Se jugaba otro partido se escribía otra historia.
 
Y en el replanteo, Gareca sacrifica a Cueva y perdemos el vértigo, Carrillo garantiza la potencia del ida y vuelta, reformula la defensa con Ramos pero pierde espacio en tres cuartos de cancha. Hay que correr más, ofrendar más desgaste y Chile crece en volumen y el orgullo peruano se va haciendo heroico. No hay diferencia individual pero si territorial. Chile tiene más posesión del balón, pero Perú por momentos, se sobrepone y logra el control del juego. El gol Chileno viene de tanta insistencia, mordida pelota que mete Sanchez y habilita a Vargas que la empuja ante la impotencia de un país que le revolvía las entrañas. La respuesta peruana vino de una forma eficiente de juego, con los triángulos formados en los tres frentes. Subida vertiginosa de un Advìncula que lanza un misil al área, donde lucha Carrillo y obliga a Medel a meterla en contra. Grito pelado del Perú entero para hacer un canto a la igualdad y un regaño a la injusticia.
 
Sampaoli modifica en el segundo tiempo para ganar el medio con Pizarro y su control del balón. Perú no afloja y la diferencia numérica no es más que una circunstancia. El equipo fiel a su nuevo estilo de nunca rifar el balón, no se repliega de manera usurera y se pone guapo, insiste, asimila el golpe, responde con entereza y se hace atrevido, busca hacer daño jugando, tocando y saliendo desde atrás. Una pelota caprichosa se despega del botín de Paolo y queda a merced del chileno Vargas que se encomienda al santo de la providencia, para ensayar un zapatazo que hace una parábola asesina y se clava ahí, entre la ilusión y la esperanza peruana, lejos de las manos morenas de Gallese que solo decora la pintura con una estirada inútil. GOLAZO, de otro partido, de otro momento, pero que nos volvió a poner cuesta arriba. Pero ello no amilana a un Perú que no deja de sorprender, no deja de luchar cada balón, no deja de jugar, de tocar y de brindarse con mucha hombría y voluntad. Meritorio lo entregado hasta el último minuto, cuando solo el tiempo y el pitazo final pudieron convencer a este Perú versión Gareca, que ya era suficiente y era hora de parar de soñar.
 
Los clásicos del pacífico se juegan, se pueden ganar o perder, pero siempre dejan mucha polémica, mucha adrenalina que demora en disiparse del ambiente. Nunca es grato felicitar al que pierde, porque resulta siendo un abrazo sedativo, pero este Perú nos dejó prendidos y no hay nada por reprochar, el resultado fue esquivo, pero se jugó con mucho amor propio y demasiada inteligencia para juntar la voluntad y mucho de talento. No hay consuelo para esta derrota porque produce un dolor grande y está bien que duela, hay que desahogar la impotencia, no somos ni héroes lastimados ni titanes venidos a menos. Era previsible perder este partido, pero se condicionó para poder ganarlo, hubo respuesta sin perder nuestra identidad de juego, poniéndole un poquito de pimienta y comino. Gareca ha puesto en la mesa la actitud por asumir por todos, ni desenfrenados en el triunfo ni recalcitrantes en la derrota, solo el fijo pensamiento que siempre se puede dar más, potenciando nuestra propia capacidad.
 
Esta derrota hoy nos duele más, quizás porque dejamos de lado la mesura y nos pusimos a soñar con algo que nunca creímos posible, pero que hicimos viable conforme nos pasaban la película. En la vida como en el fútbol, el dolor es una forma de asumir una desventura, pero también una forma de recomponer los sentimientos. Esta no resulta una desgracia irremediable, si se asume sin triunfalismos baratos y extravagantes patriotismos. Aunque nos falte un peldaño para traer una medalla en el cuello, asumamos con humildad que no solo se trata de cambiar nuestra forma de jugar y celebrar el triunfo en un partido, sino en forjar las bases sólidas que nos permitan afrontar un proceso serio y una eliminatoria digna. 
  

 

Brasil "Pelado"

Las cosas que tiene el fútbol y que se han dado de manera contundente en esta Copa América. Las llamadas diferencias de las selecciones favoritas han quedado lejanas de la realidad y la lógica ha pasado a ser una suerte de artimaña a la suspicacia. Si se analizan los partidos desde la tribuna, con el corazón y la vincha del hincha apasionado, de seguro no se tendrá una perspectiva coherente, para tomar en cuenta –por ejemplo- que la mayoría de jugadores que juegan en Europa, no han tenido descanso y han llegado en un estado físico casi al tope de su capacidad efectiva, sintiendo el rigor competitivo y con más ganas de entrar a un periodo regenerativo. En Europa se corre y se juega más, en América hoy se juega menos, porque se presiona y se pega muchísimo más. Los talentosos lo han sentido en carne propia y en hueso también.
 
Paraguay no es un equipo que haya estado en el bolo de poder subir alguna instancia. Si en el primer tiempo de aquel debut frente a la Argentina de Messi que fue un vendaval, hubiera encajado una goleada predecible, de seguro estaría de vuelta en casa. Pero si algo han mostrado los equipos con poco cartel, es que se han repuesto a la adversidad, sino con futbol, con mucha valentía y con un coraje a prueba de infortunios. Este grupo de paraguas se superaron a sí mismos primero, olvidando sus limitaciones para levantarse contra Argentina y ponerlo en jaque, mancharle la camiseta a Uruguay y sacarle la lengua irrespetuosamente. Esta vez con el monstruo adormitado, mirándolo al frente y no sentir aquel temor que inspiraba antaño, de solo pronunciar los nombres de sus grandes jugadores, salió a jugarle apretando los dientes, con garra, pundonor y sobre todo con mucho entusiasmo. Brasil, sin Neymar, es un equipo sin alegría, una bestia negra que camina contrariada, buscando donde descansar su aburrimiento. Aquellas jornadas del “jogo bonito” y la jerarquía de sus integrantes, es una plegaria a los buenos tiempos.
 
Y es que los DT que últimamente han estado al frente, han querido hacer de Brasil un equipo resultadista, romperle sus esquemas, su origen y su naturaleza, que a pesar de haber tenido un holocausto en su propio mundial, hoy Dunga sigue la misma degradación. El buen trato al balón, la técnica depurada y la calidad ajustada a su historia se sienten lastimadas, descalabradas, fuera de contexto, sumidos a una Neymar-dependencia y careciendo de jugadores que marquen diferencias individual y colectivamente. Un equipo desordenado, siendo la antítesis de su esencia futbolística. Hoy no encuentra jugadores que sean por lo menos, buenos acompañantes de Neymar Si antes alguien le jalaba la cola al león, este despertaba y en menos de lo que el atrevido pudiera pensar, se lo devoraba de un bocado.
 
No bastan los resultados que ha hecho Dunga anteriormente, porque solo asolapan una realidad paupérrima, quizás solo asume culpas de antecesores, es cierto, pero ver a Tardelli usando la 9 de Ronaldo –por ejemplo- nos produce vértigos de nostalgia. Esta versión del Scratch parece siendo un grupo de buenos jugadores, bienintencionados, pero ninguno con etiqueta de Crack. Terminó clasificando porque agarró a un Perú, que se amarraba los pantalones y a una Venezuela, casi rendida y que aún así se la puso muy difícil. Hoy ha tenido que ser Robinho, un veterano de lides, el que marque distancias en jerarquía, solo unos cuantos para rescatar, solo unos cuantos para que lleven esa consagrada camiseta.
 
Este partido contra Paraguay, lo debió definir en la cancha, pero lo terminó perdiendo en la justicia esquiva de la tanda de penales. Hasta en las ejecuciones, estuvo ausente la categoría de sus intérpretes. La garra guaraní se impuso en las intenciones, el gol de Robinho no aseguró nada, porque su propio compañero Thiago Silva le puso el ímpetu y también la mano. Penal paragua que empató un partido áspero y rígido para defender con todo lo que se puede y atacar con lo poco que se tiene.
 
La pena máxima castigó una vez más a este Brasil que fue un lejano reflejo de una forma de jugar que cautivaba a propios y extraños, que era sinónimo de un estilo privilegiado que parece estar en decadencia. Hoy se aferra a la tozuda idea de caer consecuentemente en la figura de Neymar, que está pagando un error juvenil, pero que no sopesa la realidad de un equipo que se ha despedido de esta Copa América de la manera más esquiva y sombría. Paraguay, va por Argentina, los jugadores van sintiendo el rigor del estado físico, quizás solo nos aferremos a mirar los nombres, pero quien sabe y esta Copa la terminen definiendo los hombres. Queda el tiempo para recomponerse a la verdeamarella, para una eliminatoria que será demasiado ajustada. Por ahora este partido jugado a la paraguaya, dejó un Brasil muy “pelado”.
 

Se sacó la Ospina

El futbol tiene cosas increíbles e inverosímiles, que sacan de contexto toda la lógica que acompaña una disposición previa dibujada en una pizarra y ejecutada en la cancha. Una individualidad, un error grosero, una ocasión desperdiciada o un gol insospechado en contra, cambia todo, rompe esquemas, tira abajo las estadísticas y se dan resultados impensados. Se puede ser superior en la cancha durante los 90 minutos, pero si no se pone en la red todo lo que se genera, el rival supera su propia adversidad, se hace fuerte y en una sola jugada puede cambiar una historia, reafirmando aquello de que la justicia en el fútbol no existe y que la única forma válida de triunfo, no tiene nada que ver con la ecuanimidad y sí mucho con la efectividad. No basta la eficiencia individual, hace falta la eficacia como equipo.
 
La Colombia de James enfrentaba a la Argentina de Messi, buscando neutralizar el juego, controlar el balón y crear peligro con sus hombres ofensivos. Pero el equipo de Martino salió decidido a terminarlo temprano, se apoderó de la pelota, sumó hombres a los bloques y fue un ataque y defensa marcado. Argentina copando cada centímetro del campo, sin dejar espacio para que Colombia realice tres pases seguidos y ponerlo en estado de confusión. Un primer tiempo con el “Chiquito” Romero de espectador sin una sola llegada, da cuenta que Colombia no pudo jugar, ni siquiera pensar, porque estaba abocado solo a contrarrestar al rival.
 
Y Argentina la tuvo por todos lados, con Messi animoso, tratando de superar la marca escalonada y con un Di María intentando superar un flojo rendimiento. Pastore metiendo miedo en cada arranque y el Kun Agüero que porfiaba. El dominio argentino fue total, Colombia no pasaba del mediocampo, pero el gol que tranquiliza los ímpetus, no llegaba, por ineficacia, por ansias locas y sobre todo porque en el arco colombiano estaba Ospina, el portero, que presentía desde el camarín, que sería la figura del partido. Primero una atropellada de Pastore, después para la atajada doble descomunal, que impidió el gol del “Kun” Agüero y en una reacción extraordinaria desde el suelo sacarle el testarazo de Messi que entraba como una tromba. Cuando ya el partido se extinguía sacó una mano milagrosa a Otamendi. En los penales no tuvo la misma suerte, pero su actuación fue determinante para el  resultado en los 90’ de juego.
 
Argentina desplegó su mejor futbol, oportuno para anticipar el pensamiento cafetero, frescura y vértigo, con mucha intensidad para buscar la posesión y dinámica en todos los frentes, fueron los mejores momentos en toda la copa. Argentina se confirmaba como equipo atacando y Colombia solo defendiendo. La presión gaucha facilitó mantener las líneas perfectas, con Mascherano flotando y el trabajo eficiente de Garay y Otamendi para mantener en campo ajeno al equipo colombiano. Messi empezaba a deslumbrar obligando a Pekerman a sacrificar temprano a Teo Gutiérrez, para reforzar ese lugar donde Leo hacía trizas la dura marca coludida con la permisividad del árbitro mexicano. James solo fue chispazos jugados al Cuadrado.
 
El tiempo se fue volando, Ospina era un gigante y Messi no encontraba la lucidez de sus socios. Pastore y Di María fueron apagando los motores, Colombia tibiamente se acercaba, hubiera sido corolario insensato, que una de las dos llegadas fuera gol, contra las casi 10 claras que intentó Argentina. Y el final del juego se extinguió junto a las intenciones albicelestes, no entraba el balón así se jugaran 120 minutos. Había un muro impasable llamado David Ospina y lo que pasó antes de los penales queda como recuerdo de esas noches imposibles. La mala fortuna frente al arco, se ponía el traje de oportunidad para definirlo desde la sentencia penal de los 12 pasos.
 
Pero el futbol tiene un espacio para la revancha. Teves entró para jugárselas todas y la tuvo casi finalizando el match, pero la historia le tenía guardado algo especial. Los penales son una odiosa manera de definición, sobre todo cuando no delimitan un equilibrio de fuerzas parejas en el juego y solo son una injusta forma de definir un ganador. Messi y James iniciaban la tanda y el final electrizante puso a Carlitos frente a la historia, el mal recuerdo del 2011 quedó olvidado cuando el “Apache” convirtió en alegría la angustia y la tensión argentina, que mantuvo en vilo la clasificación a semis, habiendo hecho los méritos suficientes, pero que esa justicia que se dice no existe en el futbol, hoy apareciera para darle una mano a Teves con su revancha personal y a esta Argentina,  que logró sacarse una Ospina de la garganta.
 
 

 
 
 
 
 
 
 

 

 

El Tigre y el Guerrero

Gareca llegó a dirigir al Perú por primera vez a la U y se fue con una experiencia, que muchos la recuerdan como una etapa en la cual se repotenciaron varios jugadores que estaban más cerca de irse que lograr un campeonato. Cuando Oblitas decía que el “Tigre” era la mejor opción para dirigir la selección y se hablaba de que cumplía con el perfil propuesto en la Videna, el “ciego” quizás no se refería a lo que realmente necesita la selección como equipo, sino por el contrario, en aquello que tiene el futbolista peruano en su ADN y que obliga renovarse y repotenciarse. El perfil requería un hombre de carácter y como reto mayor, estaba la búsqueda de un equilibrio entre las virtudes y las debilidades del jugador, haciendo un contrapeso de sus cualidades individuales y su adecuación a un funcionamiento colectivo.
 
Lo de hoy con Cueva, Sánchez, Ascues y Advíncula, es una Apuesta del “Tigre” que intenta devolver a la selección, la técnica como materia prima y su categoría en el juego, utilizando los laureles de los más recorridos, los veteranos y juntarlos con los que no pueden mostrar sus cualidades en el extranjero. A estas alturas en que se carece de un universo de jugadores, con kilometraje de fuste competitivo, lo mejor del trabajo de Gareca, en este corto tiempo, no ha estado tanto en el verde sino en el vestuario. En la suma de estos partidos de alta competencia, se nota que los compromisos individuales ya no solo se remiten a los “cuatro fantásticos”, hay otras opciones tácticas y de solidaridad que se han ido incrementando, en la medida que ha crecido la necesidad de afrontar niveles superiores.
 
Este partido con Bolivia ha servido para comprobar que hay una señal de cambio estructural en la forma de afrontar cada duelo de manera distinta. Es cierto que los del altiplano clasificaron por esos accidentes que suceden en el fútbol y Ecuador era un rival más complicado. Los temores de la previa se concentraban más en la capacidad peruana que la del rival. En la cancha la diferencia fue notoria, hubo pasajes en los que la quimba y la sandunga tan propias de nuestra identidad, dieron seguridad al equipo, pero hubo de los otros, en los cuales se perdía la brújula, con errores  en el retorno a posición defensiva, que otro equipo de mayor fuste no perdona. La obligada presencia de un desorientado Retamoso y un desacomodado Yotun, hicieron extrañar a Ballón y Lobatón. Señal que aún se trabaja como equipo pero falta mucho para ser plantel. El bloque ofensivo fue lo mejor para buscar el desequilibrio, con buen trato del balón y el ensanchamiento de la cancha, teniendo en el orden táctico, el control del juego, motivos para ser contundentes en ataque.
 
Definitivamente la figura excluyente fue Paolo Guerrero. Es de esos goleadores que parecen adormitar el sueño de los justos, esconderse en un partido donde hay mucho roce, pero que siempre es temible cuando ronda el área ajena. El alimento de un goleador es el beso a la red, es la obsesión que lleva marcada en el botín con la tinta indeleble de la calidad. Este Guerrero no anduvo ni en el exilio ni en el descanso, estaba adormitado, esperando la hora especial, para destapar toda esa actitud acechadora y combativa, haciendo visible su frialdad para asestar su espada en el momento crucial de la lucha. Este Guerrero que nuevamente apareció con su instinto asesino, para dar el golpe de gracia a un rival que solo atinó a verse sometido ante un definidor soberbio. Este Guerrero, que se sirvió un banquete de gloria, con un “Hat Trick” que sentenció a un equipo boliviano, que vio morir sus intentos en sus limitaciones y los regresó a casa.
 
El primero vino de un centro perfecto de Vargas al corazón del área que vino con su nombre, Paolo arremete y le da con el hombro y la cabeza. El segundo fue una jugada colectiva y vistosa que empieza con el recogimiento de Pizarro para el rechazo, Cueva ensaya un contragolpe mortal, taco preciosista de Farfán para la devolución y el pase al vacío para que el “Depredador” acompañe el balón unos metros mientras va alistando el arma para vaciar la cacerina ante el tropezón del arquero, que la vio entrar con desilusión. El tercero, fue de puro instinto, merodeando el área enemiga y respirando el aroma del error ajeno, para efectuar una definición fría, calculadora y determinante para el marcador final. Si había que enviar un mensaje al equipo chileno, este era ineludible: El goleador ha vuelto.
 
Esta clasificación -como la anterior Copa América- descubre los triunfalismos propios de los que no esperaban siquiera clasificar y hoy aparecen augurando, deseando y pronosticando que en el nombre de la fe se puede conseguir hasta lo quimérico. Es cierto que este momento es un bálsamo, pero seamos conscientes que muy pocos dábamos  un céntimo por este equipo, se nota un cambio, es verdad, pero en el análisis final, independientemente a lo que suceda contra Chile, debemos sentirnos tranquilos, se ha conseguido pasar a una instancia inimaginable, es una etapa del proceso pero esto recién comienza. Por lo pronto estamos felices por el triunfo y porque Paolo Guerrero haya recobrado su instinto de gol. Viene lo más difícil, pero como está definido el fútbol de hoy, cualquier cosa puede pasar y nada resulta imposible, hasta ganarle a Chile en su casa y disputar la final, todo es posible, todo se puede, tan solo con un Tigre y un Guerrero.