Un PERÚ en Concepción

Primer acto.- El balón surca el área paraguaya ante el córner servido por Cueva, en el corazón de la zaga guaraní se eleva Paolo Guerrero y presiona el rechazo paraguayo, caprichosamente la pelota va a dar donde se encontraba él, que incómodo, casi cayendo le pega justo como para que doble el esfuerzo de Justo Villar. Era el primero de Perú, que lo buscaba, lo intentaba con el mismo formato, sin especular, pero que le faltaba la paciencia para penetrar una muralla guaraní inexpugnable. Un gol que cambiaba todo el intento frustrado por una realidad de resultado inmediato.
 
Segundo acto.- Ataque guaraní que intenta el bombazo, rechazo de Ascues para sacarla del fondo, él va al encuentro del  balón, control perfecto, amague para dejar atrás un rival, pique corto, potencia de piernas para agarrar un envión adicional y sortear dos paraguayos que quedan en el camino, corta la cancha para habilitar a un Sánchez, fresco y listo para arremeter con todo, lo acompaña con su tranco largo, buscando culminar una jugada monumental. Joel mete la puñalada al área que encuentra el pie bendito de Paolo y marca el 2-0 lapidario, que sentencia el triunfo peruano.
 
Se llama André Carrillo, algunos lo acusan de tener una congeladora en el pecho, pero hoy deben haber cambiado de opinión drásticamente y lo llaman “culebra” a secas, pero de esas de ojos vivaces, que acechan maliciosas para dar un veloz zarpazo y emponzoñarte su veneno. Al otro lo llamamos “El Depredador” ese que tiene un pedestal, donde el pueblo peruano lo glorifica cada vez que se hace amigo del gol y enerva las pasiones del hincha, ese que hoy más que nunca, se siente devoto creyente de la bicolor y asume su derecho a ser feliz. Dos baluartes para un triunfo en dos actos determinantes, que devuelve el respeto prestado y que intenta recomponer su prestigio a su imagen y semejanza.
 
Paraguay aún con ausencias y desgaste, siempre es un hueso duro de roer, planteamiento avispado para estar siempre corto y no dejar que Perú desarrolle su triangulación en los tres frentes. El “pelado” puso un cerrojo y por más que se probaban llaves distintas, no se encontraba la correcta. Y fuimos un equipo por momentos extraviado, distinto a los anteriores partidos, con ráfagas de buen juego, pero con más intenciones que afianzamientos. Había que ir al vestuario por un poco de paciencia y mucho de criterio, para esparcirlos por algunos sectores de la cancha donde el rival intentaba posicionarse. Había que recomponer el fondo más que la forma, el estilo necesitaba una dosis de atrevimiento, para resolver oportunamente aquello que se quedaba solo en tentativa de transgresión a la red.
 
La segunda parte fue distinta, se apuntaló el control del balón, abriendo la cancha y mejorando la elaboración. Otra vez vimos un Ascues con salida limpia, Advìncula y Vargas potenciados para empujar por los carriles. Ballón devorándose la cancha de manera encomiable y silenciosa, Cueva envalentonado y corajudo para encarar los rostros de perro de los defensas paraguas, Carrillo y un recorrido superlativo –estuvo en los dos goles, el segundo fue una jugada monumental- Arriba Jordy buscando el desacomodo de la zaga, acompañado de un Paolo que en esta copa, ha sido un goleador temible y un portento de jugador, astuto para aguantar y rebuscarse la jugada, sin importar quién diablos sea el defensa de turno, ni los pergaminos que ostente. Y Perú volvió a ser el equipo fresco, alegre y vivaracho, de toque elegante, del desequilibrio individual y de un solidario funcionamiento colectivo.
 
Ha sido un triunfo gratificante de nuestra selección, dedicada a un pueblo peruano necesitado de alegrías urgentes, que le sirve para saciar sus emociones golpeadas y que llega con un tercer lugar digno y meritorio, dejando la sensación que el no estar disputando el pódium trascendental, solo se trata de una injusta realidad. Pero igual infla nuevamente el orgullo y cierra con brillantez una participación fenomenal en esta Copa América, donde los muchos que no teníamos la confianza afirmada y que tuvimos dudas, conceptos titubeantes como ambiguos, hoy nos alegramos de habernos equivocado. Porque esa confianza obstinada que tiene Gareca en la calidad del futbolista peruano, la ha logrado trasmitir, primero al propio jugador y después con esta realidad plausible, ha generado ilusiones y calado el inconsciente del hincha fiel, ese que se juega incondicionalmente la honra por su selección. Las camisetas al revés en el festejo, pareció ser un mensaje de los hombres que entregaban su nombre, en bien del equipo.
 
Esta euforia es una recompensa para el pueblo, que vuelca sus emociones y agradecimientos, por haber recuperado la chispa y la sonrisa extraviada. Partimos desde aquel primer día en que Gareca iniciaba este proyecto entre mucha incertidumbre, asumiendo hablar de “nosotros” y decir sentirse “Un peruano más”, algo que a simple vista, parecía una frase trillada y acartonada, un cuento conocido, pero que los resultados hoy avalan su prédica inicial, esa que el “tigre” reafirma con la misma mesura que ha tenido para su discurso mediático y que debiéramos asumir también, para no desbocar las ilusiones en demasía y entender que no solo se trata de continuación de un momento feliz, sino de consolidación de esta selección, que por ahora se trata de un equipo en etapa de concepción, falta lo más difícil, que es conseguir ser un plantel en el tiempo. Esperemos nos encuentre con los pies en el suelo.
 

 
 
 



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