Si quieres celeste que te cueste

No pude resistir la tentación y fiel a la condición de fanático afiebrado y jacobino, me puse a ver la repetición del partido donde la selección uruguaya, dejó en Sudáfrica la última gota de sudor que le quedaba y sucumbió a sus débiles piernas, que tomadas de la mano de una bravura sin límites, tuvo que desfallecer cuando el corazón ya no tenía latidos y su dignidad lo abrazaba como una bandera. No es necesario ser uruguayo, para que una derrota como esta, nos duela a todos. A todos los que tenemos la sangre sudamericana, a todos los que amamos el fútbol que tenemos y a todos los que se sienten orgullosos de su patria que los ha parido. Los demás solo serán unos alienados, que les será indiferentes el dolor del país hermano, así sea esta, una desgracia de algún cataclismo, fenómeno natural o una debacle en una cancha de fútbol. Lo de ayer duele y muy fuerte, porque al final del partido, no vi ninguna lágrima lastimera en los ojos de sus jugadores, más allá de esa sonrisa resignada del ‘Maestro’ Tabárez, que solo ocultaba una pesadumbre propia de un resultado, pero sus ojos estaban llenitos de orgullo. “Si hay una forma de perder, elijo ésta” sentenció, el artífice de esta gesta inconclusa.

Y cuando uno mira el partido con los ojos y deja a un lado el corazón, puede tener una visión más objetiva, cercana a la realidad y un tanto alejada del sentimiento. Todos los equipos holandeses, siempre han jugado mirándose al espejo de aquella Holanda 74’, la de Cruyf, la del fútbol total y revolucionario, la que nunca pudo alzar la copa, pero que siempre estuvo en la pelea. Hoy esta Holanda es diferente, es fina en su trato al balón y puede parecer vulnerable cuando la atacan, pero tiene dinámica y poder de recuperación. Es un equipo compacto que ha llegado a este mundial con una preparación física sobresaliente y parece haber aprendido de los errores. A ese fútbol total de la Holanda de Cruyf, a este equipo le ha sumado el tema defensivo, aunque, el mismo Johan lo critique de mezquino y aburrido, por clavar cinco hombres en propia área, pero cualquier selección no se puede dar un lujo de estar invicto más de 20 partidos. Algo debe estar haciendo bien. Esta Holanda, no será la “naranja mecánica” del 74’, pero ha conseguido ser un grupo laborioso. Tiene en Wesley Sneijder a un jugador completo, que está jugando para los 9 puntos y tiene en Arjen Robben, al jugador distinto que genera el desequilibrio constante. Mark van Bomme es el soporte y la pausa y Robin van Persie el complemento perfecto, para hacer de este equipo un candidato al título.

Pero ayer era la batalla del corazón, contra la razón. Uruguay llegaba mermado. La mano bendita de Suarez lo dejó en el banco y Fucile –uno de los mejores marcadores del mundial- el llamado a desaparecer a Robben, tampoco estaba. Para ponerla más difícil, recibió un mazazo con ese fierrazo de Gio van Bronckhorst, que fue un golazo de otro partido y en el momento menos oportuno. Y la mochila se hizo pesada. Es entonces cuando deben aparecer esos grandes jugadores, los que se ponen el equipo al hombro y demuestran de que están hechos. Uruguay, no tiene a Messi, pero si a un Diego Forlan, un super-crack, por sus cuatro costados. Jugó, peleó y le partió la sonrisa color naranja, con un soberbio zurdazo que puso las esperanzas a mil y los corazones a punto de reventar. Le pegó como siempre, pero esta vez le hizo un pacto a la Jabulanni, para romper la resistencia de Stekelenburg. Solo el cansancio extremo lo pudo doblegar y sacar del partido. Jugadorazo.

El complemento, no trajo buenas nuevas. Cuando las ilusiones estaban calmadas en el pecho celeste y la confianza renacía en la arenga del ‘Maestro’ Tabárez, Vino el gol de Sneijder, que no debió ser validado porque hubo posición adelantada de Robbie van Persie y este participó de la jugada tratando de hacer un taco cuando el balón iba al arco de Muslera. Pero gol al fin y al cabo que golpeó en lo anímico al equipo ‘Charrua’. Después ya era una lucha contra el tiempo, contra las piernas que flaquean y contra un gran equipo, como Holanda que tuvo su premio cuando Kuyt hace el centro violento que Arjen Robben, acomoda el cuerpo y conecta el testarazo letal, asesino, que se cuela cerca al poste. Allí quedaban sepultadas las esperanzas y solo quedaba en vida el orgullo, para ir con lo poco que quedaba, con el corazón en la mano y el último aliento. El descuento del Maxi Pereira a los ’92, solo era la exhalación del último suspiro. La hazaña charrúa ya era una utópica forma de seguir mirando el partido con el sentimiento, pero, desde la razón, era imposible, porque al frente se tenía una sólida selección holandesa.

Duele esta derrota uruguaya y les duele a todos, pero es real y auténtica como el propio fútbol. Será esta la hora en que deban alistar maletas para ir a buscar un tercer puesto, con otra actitud de seguro, porque ya las fuerzas y las ganas han quedado desparramadas en el verde. Pero lo hecho hasta hoy ya es meritorio. Un equipo que clasificó casi tropezando y se subió al avión cuando ya partía, vino a este mundial, sin que nadie diera un peso por ellos, pero estuvo a punto de escribir una página de gloria. Un país con tres millones de habitantes, que tiene varios títulos mundiales en la vidriera y regados por el mundo tantos jugadores, es sinónimo que en su país, el fútbol, más que un deporte es una religión.

Y como dijo el ‘Maestro’ Tabárez, Uruguay llegó a una fiesta donde no lo habían invitado y no se quiso ir por propia cuenta. Lo sacaron a empellones, con personal de seguridad y atado de pies y manos, apaleado y jaloneado. Pero no se fue callado, porque se fue vociferando a voz en cuello a los invitados que lo miraban con asombro: “Si quieren fiesta, tiene que ser celeste y sino que les cueste”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario