Brasil, el gigante derrotado

Las cosas que tiene el fútbol. Brasil nuestra mejor carta sudamericana, que dejó en la previa de octavos, una esperanza que no había mostrado todo, que se guardaba, lo mejor para estas instancias, ha tenido que morder su orgullo y agachar la cabeza. Ha hecho su equipaje de dolor y sufrimiento, para regresar a casa, donde le espera una muchedumbre de rostros desencajados y despechados. Por un lado, los hinchas, los de la torcida fiel y por el otro, los enemigos que hizo Dunga, cuando les enrostró sus pergaminos, pregonando su cuestionable argumento resultadista. Este Brasil, que había dejado la impresión que si no reverdecía el “jogo bonito” de antaño, por lo menos mostraba una solidez defensiva, que asolapaba los errores. Este Brasil, del que todos se aferran con sentimiento ajeno, para obligarlo a ser el candidato de siempre, se ha ido del mundial y a partir de este momento, ya lo hemos comenzado a extrañar.

El fútbol es una cuestión de momentos, de oportunidades y circunstancias. Duele esta debacle de la “canarinha”, porque ha sido de una manera indigna. Después de un comienzo vertiginoso, encontró muy rápido la red, pero también al conformismo. Se dejó estar, se cautivó de superioridad y aquella fortaleza defensiva que demostró en sus anteriores encuentros, está vez fue su mayor debilidad. Fue preso de sus errores involuntarios, pero errores al fin, que hicieron que un resultado que en el comienzo, tenía un tinte triunfalista, se fuera diluyendo en una inseguridad, que lo hizo ver como un equipo desconcertado y desequilibrado, herido en su esencia hasta perder el sentido y morir, sin atenuantes, abandonado a su propia suerte.

El partido con Holanda tuvo un comienzo a mucho vértigo. No habían pasado ni 10 minutos y Brasil ya había marcado dos veces en puerta naranja. Uno fue anulado (tranquilamente lo hubiera cobrado) y el otro, fue un pase magistral de Felipe Melo, para que Robinho defina espectacular. Brasil estaba muy concentrado y jugando al compás del reloj. Pero el fútbol, tiene esas cosas impredecibles. Tiene el poder de crear un astro y generar un Rey, pero también de poder destruirlo en un solo segundo. Puede hacer que una jugada o un gol, marque la pauta para definir un resultado y también, hacer que tu mejor defensa, se convierta en tu mayor debilidad y convertirse en esa daga asesina que pulveriza los sueños de mucha gente y los corazones del mundo entero.

Felipe Melo, va a recordar este mundial para toda su vida. Es de los volantes que le gustan a Dunga, mixtos, con mucha marca y recuperación, sobre todo de buen pié. Esta vez el destino le jugaría una mala pasada. El pase a Robinho, en la apertura del marcador, fue notable. Después, en complicidad con Julio César, fue su cabeza la que se hizo enemiga e introdujo el balón en propia valla, en el empate. Después permitió que Wesley Sneijder conecte el frentazo que dejaba fuera a los brasileños. Más tarde se llevó de encuentro a Robben, y no contento con eso, lo pisó y el árbitro japonés Yuichi Nishimura, lo mandó a las duchas, dejando que la carga se haga más pesada. Lo que hizo con la mano derecha, lo borró con la izquierda.

El punto de quiebre le correspondió vivirlo a Kaká. El del Real Madrid encontró un rebote, midió la parábola y la puso al ángulo, Stekelenburg a mano cambiada, ahogó el grito de gol. Si entraba se aseguraba el partido, Brasil lo sabe jugar en ese escenario. A partir de allí, Holanda fue otro, con cambios de ritmo y marca cerrada. Apelando a la presión y bombardear el área forzando el error, recostando el accionar de Robben para hacer diagonales y sociedad con Sneijder y Van der Wiel. Kaká tuvo el empate en sus botines. Le puso el pie como manda el código, pero la Jabulanni, caprichosamente solo besó el parante. Lo demás no alcanzó.

Brasil se ido del mundial. Duele porque tenemos la sangre sudamericana, pero también porque hoy Holanda desnudó la retaguardia verde amarella, lo atacó como nadie y expuso lo que nadie había visto hasta hoy, Que hasta el mejor arquero del mundo no es invencible y que el fútbol mezquino de Dunga, le dio resultados en otro entorno, pero en Sudáfrica, solo ha sido un espejismo, de la verdadera esencia del fútbol brasileño.


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