Sin Magia pero aun no me Quito

Perú no ha perdido en Quito, no ha podido ganar que es diferente y de eso ya han pasado más años que intentos. Pero ha quedado confirmado que el dolor de la derrota, se siente más cuando sobreviene de una desilusión o un engaño. Cuando se cree ciegamente en una capacidad, que te infla el pecho de confianza, pero que cuando le toca confrontarla con su antagonista, se vuelve inoperante, se debilita y se hace ver insignificante. Es un portazo en las narices y una realidad que te abofetea el orgullo y la petulancia que cargó de ánimo y esperanza tus buenos deseos. Pero te deja un dolor tan fuerte, que te aprieta el pecho hasta ahogarte.

Podríamos ser los generales de siempre, de esos que suelen armar las estrategias después de la batalla. Los que cuando se pierde, encuentran las soluciones impensadas y los nombres adecuados, rebuscando sus libros de historia y sus apuntes borroneados. O quizás, de esos que cuando se gana, se refrescan en el entusiasmo y se dan un baño de gloria ajena y embustera. Pero la realidad, nos dice que es hora de hacerle un espacio al raciocinio, de motivar el pensamiento y aceptar que este partido lo teníamos perdido antes de empezar, pero no quisimos aceptarlo porque nuestros ojos tenían puesta la venda de la fantasía y la magia gratuita. Esa que nos vende la prensa, pero que la engullimos con frenesí nosotros mismos, cada día que nuestros “extranjeros” hacen noticia. Cuando se pierde, todos son aborrecidos y extraños, pero cuando se gana, son nuestros “fantásticos” héroes.

Podríamos decir que el “Mago” nuevamente fue un ilusionista porfiado en lograr su mejor truco y que apeló a su mismo esquema de posibilidades, a pesar que el escenario era distinto y el clima no era propicio. Pero que por ser demasiado osado o un tanto paternalista con el entorno, que los propios peruanos le hemos creado, terminó siendo un charlatán campechano y desacreditado. Pero si hacemos un balance sincero de estos tres partidos, sacaremos como conclusión que no existen jugadores consolidados como realmente creíamos, por ello las ausencias sobre todo en defensa resultaron siendo determinantes. Acaso y Markarían pensó tener el balón lejos de su arco y la única manera que tenía a mano era con sus “fantásticos” en ofensiva. Era una buena intención, pero una mala decisión. La altura no es un mito y hasta los superhéroes se desgastan y terminan sucumbiendo a sus efectos.

Ecuador ha logrado estar en los mundiales porque supo aprovechar al máximo la ventaja de jugar en los 2.850 metros de Quito, con el ritmo vertiginoso que le impone al que visita su feudo. Perú pudo aguantar un tiempo, amarró bien al rival, pero a costa del deterioro físico de sus mejores hombres. El ahogo y las nauseas, fueron aflojando las piernas y el cansancio fue dibujando una frustración. Jugar con Retamozo como único hombre de recuperación, fue arriesgado, pero pudo funcionar, en la medida que se hubiera aprovechado las pocas que se tuvieron. Quizás se pudo prescindir de un par de figuras para poblar el medio con hombres de marca, pero tampoco garantizaba nada, porque el balón se movería en cancha propia. En el fútbol, el que arriesga demasiado, puede ganar un partido, pero también se corre el riesgo de  perder su propia historia.

Cuando los peruanos seguían festejando el triunfo inicial contra Paraguay, Markarían dijo de manera premonitoria que al final de las cuatro fechas, nuestra realidad podría ser triste. Sus palabras solo demostraban una posibilidad realizable y que confirmaban la tranquilidad para asumir que de visita solo nos podríamos traer dolor y frustración. Si vemos las estadìsticas, Perú se ha convertido en el visitante perfecto, en ese equipo forastero que es ideal para que el anfitrión haga sus cálculos de cómo avanzar en la tabla, un rival accesible para ganar puntaje en estas clasificatorias que se hacen cada vez más impredecibles, peliagudas y parejas. 

Hoy que el ánimo tiene un agujero y salen las voces pitonisas, uno podría pensar que quizás nos valdría mas creer en nuestro pasado, porque resulta más confiable y nos ayudaría a calmar los sueños truncos, porque crear ilusiones del futuro nos hace endebles pues aún no terminamos de consolidar nuestro presente. Nos cuesta aceptar que somos un equipo chico y así se debe afrontar lo que se viene, reconocer que en Quito no tuvimos altura y nos ahogamos en la buena intención, pero que es momento para tomar un respiro y hacer una necesaria reflexión.

Este es un proceso distinto a los anteriores, que aún no termina por descartarnos ni hacernos visibles. Lo más difícil se viene en camino y tiene que ver con la consolidación del equipo y el fortalecimiento del grupo. Revertir este presente ingrato, será una dura tarea para Markarian, pero si es que lo dejamos solo. Y es que así como fuimos ilusos para fomentar tanta fantasía y creer que la magia existe, hoy debiéramos ser auténticos para reconocer que debemos hacernos fuertes para levantarnos de este golpe. La desmotivación y el pesimismo es una enfermedad que ataca a los que tienen el carácter débil y el alma endeble. El fútbol nos brinda momentos alegres y desagradecidos y en estos últimos, es cuando debemos ser solidarios. 

El partido contra Ecuador ya pasó, pero nos dejó la ingrata sensación que Perú fue demasiado confiado pensando, voy gano y me Quito, pero se ahogó en sus buenas intenciones y terminó engañado y muerto como Atahualpa. 

Aún sigue prendida la vela de la esperanza y mientras se tenga vida hay tiempo para seguir luchando. 
VAMOS PERÚ CARAJO!! 


Un Vasco seco y volteado

El sol salió temprano y parecía o queríamos creer que parezca una señal de buen augurio. Y es que para los hinchas peruanos de cualquier condición y color de camiseta, es un dogma que se ha hecho parte de sí mismo, el levantar castillos de naipes, a partir de encender su propia ilusión, cuando el travieso destino le toca el timbre para dejarle un resultado positivo por debajo de la puerta. Se emociona, se entusiasma en demasía y deja volar sus sueños hasta hacerlo necio, le gana la pasión y se le escurre el raciocinio. Le importan dos centavos poder entender que en el fútbol todo ya está escrito, nada resulta siendo nuevo. Se puede hablar de actitud, de garra y pundonor, pero si no se aplica con inteligencia, las buenas intenciones se terminan escurriendo como agua entre los dedos.

El 2-0 de la U en Lima, abrigó una esperanzadora ventaja para asumir que en Rio de Janeiro más que cuidar un resultado, se jugaba el orgullo y el buen nombre. Se sabía que el Vasco da Gama saldría con toda su artillería a doblegar la puerta desde el camarín. Se tenía claro que iban a apelar a todas las artimañas antideportivas, dentro y fuera de la cancha. Se sabía que el Arbitro Amarilla, sería el jugador 12 local, que condicionaría al visitante, eso es normal y mucho más cuando de equipos brasileños se trata. Se sabía que la provocación sería la manzana prohibida, del cual los cremas estaban impedidos de siquiera mirarla. Se sabía que la concentración, era un valor agregado a esa garra histórica que se hacía tan necesaria como oportuna. Entonces el “Chemo” y sus jugadores, sabían a donde se metían y quiénes eran los enemigos a vencer. La pregunta es, cuan preparados estaban todos y cuanta falta iba a hacer tener un kilometraje respetable para afrontar tamaño desafío.

Un primer tiempo para el sufrimiento y un epílogo para el infarto. Digamos que el infortunio también se mete a la cancha y esta vez jugó en contra. Galliquio se fue temprano, en una infausta jugada. Con Galván mas pensando en el retiro, Duarte no estaba para un partido tan complicado. Llontop ya estaba condicionado y se devoró un gol imposible. Si en Lima “Toñito” Gonzales fue valor destacado, esta vez le ganó el temperamento y vio la roja temprano, aunque, todo hacía pensar que no terminaría el partido. Nadie se hubiera sonrojado si entraba La Rosa al medio. Rabanal fue héroe y villano al irse irresponsablemente a las duchas y todo en un solo instante. En contraparte Ruidiaz nuevamente demostró su sinvergüencería, pero fue sacrificado por una inoperante disposición táctica defensiva. Estaba claro que quienes debían tener presión eran los brasileños, quienes debían desesperarse eran ellos, pero se vio todo al revés o en el banco crema faltó la capacidad para una lectura objetiva del juego.

La U tenía la oportunidad de escribir una página importante para su historia. Era una dura prueba para determinar de cuanto sirve ser valiente y cuanto incentiva enfrentar a lo adverso. Lo tuvo al alcance de la mano, pero una vez más nos dimos el portazo ante la realidad. Incluso cuando ganaba 2-1 comenzó a perder el control del juego y a la postre pareció que desde allí empezó a perder la clasificación. El Vasco no tiene titulares ni suplentes porque juega de acuerdo a lo que necesita. Le bastó encontrar la superioridad numérica para aprovechar los nervios y la inexperiencia de su rival. Lo que parecía imposible lo logró jugando con la debilidad ajena y puso en la red lo que le hacía falta. Sufrió más de la cuenta, es verdad, pero mas ha sido por su desmedida confianza en sí mismo, que por superioridad de su oponente.

El fútbol es el arte de la astucia y el medio por el cual puedes sacar lo mas intimo de tu ser desde tus propias entrañas. Es la manera de demostrar tu propia personalidad, de ser tu mismo, cuando te toca enfrentar la hora de la verdad. Pero el fútbol apasiona tanto porque las emociones se viven en instantes, cada uno más intenso que el otro y donde se generan oportunidades que finalmente son ráfagas de exaltación, a veces bien aprovechadas sirven para la alegría y otras solo para bajar la cabeza y asumir con tristeza la resignación.

Hoy los peruanos y la gente de corazón crema, tiene rasgado el corazón y una herida en el alma, pero queda el orgullo en pie. Un equipo remendado en confianza, con la cabeza más puesta en las cuentas por pagar que en los partidos por ganar, ha hecho una campaña meritoria. Llegar a cuartos sumidos en esta crisis deplorable tiene mucho mérito. Hay cosas resaltantes por considerar que quizás tengan un matiz de explicación y análisis del juego pero alejado a justificar un resultado imperfecto, pero tan real. Si para el Vasco ha sonado a una hazaña, con mucha más razón no se podrá poner en duda la actitud de los jugadores cremas, pero queda como reflexión final, que no se fue medianamente inteligente para asumir una definición, con el corazón caliente, pero la cabeza en la refrigeradora.

Ese vaso medio lleno sigue siendo el mismo, aunque para aliviar esta amargura, los hinchas despojados de su camiseta, lo quisiéramos lleno de un trago de esperanza, que ayude a doblar la página y levantar la cabeza. Un sorbo largo, seco y volteado, para aliviar las penas y a congraciar de nuevo el aguante. El fútbol te vende a crédito alegrías y tristezas, pero te brinda de regalo, una esperada revancha.











El Vasco medio vacìo

Bastaba mirar el rostro del “Chemo” cuando terminaba el partido, esa mueca de indiferencia ante lo que indicaba el marcador y la indolencia ante lo que gritaba la tribuna, contrastaba con esa sonrisa de palomilla del “Puma” Carranza, nunca tan desenfadado, orgulloso y hasta pendenciero. Quizás porque en el fondo se sentía ufano de que su famosa y popular frase de “La U es la U” se hacía más célebre e importante que nunca y aquello que es más grande que sus problemas, parecía un proverbio bíblico. Y es que no es necesario ser hincha consumado de la U para sentirse contento, porque la alegría no tiene color de camiseta cuando de ganar en la justa internacional se trata, más aún si un equipo peruano es el que se faja en la cancha ante un rival de fuste como este Vasco Da Gama, tan necesitado de gloria como este Universitario tan necesitado de dinero.

El nuevo Estadio Nacional es otra cosa, se hace un escenario de lujo como para irse triste. Su majestuosidad impone que la gente se contagie de fervor y su acústica hace eco de todas las voces para hacerlo un solo grito que se incrusta en el alma del más imperturbable hincha. Resulta imposible estar en la grada sin sentir la adrenalina que produce este nuevo templo del fútbol que enorgullece a todos los peruanos. Por eso, el sufrido hincha crema, echó al olvido sus angustias y se vistió de color esperanza, se puso el traje de la ilusión y un pañuelo blanco en el ojal. Quiso olvidar sus penas con una copa, en esta Copa Sudamericana, que ni siquiera en su sorbo triunfal le encuentra solución a sus problemas, pero le alivia en algo este tormento de ver agonizar lentamente a su institución, por obra y gracia de sus propios hinchas distinguidos, convertidos en dirigentes y que la han sumido en una crisis económica terrible, con un balance en rojo y deudas que le han puesto precio hasta a su propia insignia.

 TRIUNFAZO. No hay otra definición para este 2-0 final que en los primeros 10 minutos ya tenía a Ruidiaz y a Vitti perdiendo las opciones más claras y en los 20’ a Fano que le sacaban de la raya un cabezazo con etiqueta de gol. “Toñito” Gonzales y Rainer Torres no llegan a medir el 1.70 mts pero se agrandaron para taponar el medio sector, el punto neurálgico donde el Vasco se hace peligroso cuando es pensante. Rainer volvió a ser el motorcito hasta que se le acabó el combustible. Toñito lo que no tuvo de tamaño lo tuvo de aguante. Más allá de un trío de ausencias, Vasco vino con lo que juega el Brasileirao y lo de reservistas, solo resultó siendo una chanza, que solo haría mal en desmerecer esta victoria crema que se fue logrando desde la actitud. Primero para encimar al rival, desde el arranque, para la recuperación del balón y buscar la contra confiados a un Ruidiaz inspirado y un Fano que aguantaba con energía. Desde esa buena disposición para salir por las bandas y agrupar bien para no dejar espacios, en el desborde hubo un jugador que destacó por encima del resto: Edinson Flores. Qué manera de correr de este chico, de comerse el flanco izquierdo y someter a jugadores de cartel a recurrir a todos sus recursos para frenar sus impetuosos 17 abriles, pareciera no tener techo y se sintió un consagrado que pide la cancha grande. Markarían, consejo de pata, dale un cachito.


Un penal de ejecución perfecta de la “Pulga” y una definición fina del “Gavilán”, pusieron cifras a un partido que tranquilamente pudo ser holgado en el marcador y no por una cuestión de superioridad sobre el rival, sino por esas ganas de no dejarse vencer, de esa actitud de ir más allá de las propias fuerzas y de jugar con lo que sale de adentro, con ese amor propio, tan consabido en los que se enfundan la camiseta crema, garra que le llaman, tan propio y tan auténtico como su propia historia. En el verde un puñado de hombres han demostrado cuan valiosa es la gloria y cuanto valor tiene el orgullo, sobre todo cuando se lucha contra la adversidad y se duerme con el enemigo. Esta U no tendrá dinero pero tiene garra, no puede jactarse de tener un buen presidente pero tiene decencia para enrostrarle sus pecados en la cancha. Son ausentes sus impresentables dirigentes, pero le sobra esa actitud de hacer la historia desde donde nace su propia forma de ser. Lo que le hace falta afuera lo encuentra dentro de sí mismo y no solo es cuestión de camiseta, si no de convicción. Acaso y el dinero sea importante, pero mucho más importante resulte siendo defender su propia dignidad.

Es verdad que el fútbol se vive de momentos y se saborea por instantes, porque no existe la felicidad constante. Es verdad que las victorias deben festejarse con nobleza, sin perder de vista la realidad. Es cierto también que la vuelta en Brasil va a ser muy dura, dificultosa, pero queda un espacio para celebrar este medio pasaje conseguido. Cuan necesario era este triunfo, cuanta falta nos hacía, no solo para los hinchas cremas, si no para todos los peruanos, porque en una coyuntura de escándalos políticos y desapariciones misteriosas, requerimos llenar los bolsillos de confianza, para creer en nosotros mismos, para ver ese vaso medio vacío, como un vaso medio lleno. Para aceptar con beneplácito y respeto, muy al margen del color de una camiseta, que con ganas se puede vencer lo adverso, porque esta U nos enseñó una noche de fútbol, que uno mismo puede ser más grande que sus propios problemas.

Poca magia y demasiada fantasía

El hincha peruano, doblegado y curtido en los avatares de la decepción, cualquier halo de victoria, lo hace fantasear en demasía. Se deja llevar por ese rio desbordado de éxtasis triunfalista y crea sus propias utopías, vive hambriento de gloria y suele reconciliarse con su pasado para no sentirse abandonado o pondera su presente, llevándolo a la máxima expresión, para tener un motivo de petulancia asolapada. El triunfo ante Paraguay, hizo que los peruanos engrían y obnubilen su raciocinio y dieran rienda suelta al desborde de expectativas. Aunque el mismo Markarían haya tratado de ponerle paños fríos al tema, no pudo evitar que se pinte una imagen de soberbia al plantel y en cada rincón, se respire un peligroso aroma de excesiva confianza, antes de partir en la aventura Santiaguina.

El futbol es de momentos. Lo que un día fue luz al siguiente puede ser sombra, lo que una noche fue fantasía, puede transformarse en desilusión. Todos los partidos no se juegan igual, no son idénticos y por más que puedan estar los mismos jugadores, el rival es diferente, las circunstancias son otras y en la estrategia por asumir, a veces la forma suele ser más importante que el fondo. En partidos de clasificación al mundial, una cosa es jugar en casa y otra de visita. Se asumía que el “Mago” lo tenía muy claro y el antecedente de la Copa América lo garantizaba. Pero esta vez ante Chile, se equivocó de sombrero y en lugar de sacar un conejo, le salió un horripilante gato negro.

Instante significativo del partido. El pitazo inicial y los “cuatro fantásticos” saliendo disparados a buscar el gol de manera desesperada, señal que Perú se jugaría la suerte desde el vamos. El “mago” quería tener a Chile distraído en su cancha, lanzando sus mejores gladiadores. Craso error. Si hay un equipo que ha evolucionado en el trabajo de recuperación del balón en bloque a velocidad y maneja el contragolpe de manera efectiva, ese es el equipo chileno. Es dúctil, vertical y muy rápido para resolver. Perú con Guerrero, Pizarro y Farfán jugados en ataque y Vargas sumado como otro delantero, dejaba espacios. Chile cerró la puerta de sus laterales, secuestrando los propósitos peruanos, amordazando sus intenciones y bombardeando desde el primer minuto de juego. El gol tempranero de “la roja” fue una consecuencia de aprovechar esas benditas distracciones que siguen siendo patrimonio nuestro, pero también la secuela de un planteamiento equivocado desde el inicio por Markarían.

Se confiaba que Perú iría a Santiago a buscar un resultado y para ello debía armar un equipo que en orden de prioridad, debía ser sólido en defensa y mediocampo, primero y después buscar las asociaciones de sus hombres más hábiles para hacer del colectivo una forma efectiva de hacer daño. Cuidar el buen nombre y ese reconocido mérito de no recibir gol en contra, aplicando la lección aprendida: De visita se debe defender primero y atacar después. Para ello solo hay dos alternativas, los hombres que se dispone para cumplir un papel específico o la forma en que los mismos hombres salgan a jugar. Normalmente son los primeros 20 minutos donde los estrategas, van descifrando el planteamiento del rival. Chile en esos primeros minutos de juego se acercó al equipo de Bielsa y contundentemente estaba ganando por 2-0. Un resultado funesto, increíble pero justo. Le costaba tener el balón a Perú y se le hacía fácil a Chile llegar, porque el verdadero mago se llamaba Jorge Valdivia y nadie lo sacaba del escenario.

La reacción peruana se hizo notoria en materia individual. Paolo y Cruzado habían pegado una etiqueta en el poste, pero cada vez que perdían el balón, el contragolpe chileno era un vendaval. Atrás no había salida limpia y con el marcador en contra, se jugaba contra el rival y se empezaba a mirar el reloj con demasiada devoción. Cuando los intentos parecían otorgar premio al merecimiento, otro contragolpe letal y Medel suelta un zapatazo que agarró en salida a Fernández. Parecía lapidario, pero llegó el descuento de Pizarro y Farfán que abrigó esperanzas. El penal de Suazo, fue el baldazo de agua bien helada que quizás la necesitaba Perú, pero antes de entrar a la cancha. Dos balonazos más en los maderos dejaban la espina de que pudo ser diferente.

Hoy en el epílogo de esta derrota dolorosa, pero necesaria para pisar tierra, quedan los sentimientos desparramados por el suelo. Pero el hincha se consuela a su manera, buscando explicaciones y pretextos, en los palos que dijeron que no para cambiar el resultado o la actuación del árbitro impresentable, Boliviano él, de ingrata recordación. También asume que hubo actitud y que fue un partido memorable de los muchachos, que nunca se dieron por vencidos y hace propio el orgullo de que se merecían otra suerte. Que son cosas del fútbol y que si no hubiera sido por todos estos imponderables, el triunfo hubiera sido el mejor premio.

Nadie se pone a pensar que para llegar al mundial se necesitan puntos y estos tres perdidos son valiosos y pueden ser significativos. Porque se pudieron obtener de manera legítima, hay equipo para ello, para jugar un partido menos desapasionado y más inteligente. Un partido resultadista con actitud de prudencia y sorpresa a la vez, un partido con más sangre fría que el pecho caliente. No se podrá cambiar el resultado, nadie se acordará de los palos, el gol tempranero, el árbitro, de la actitud o la vergüenza deportiva. Lo que todos no se van a olvidar es que tenemos equipo, buenos jugadores y un técnico sagaz, no es bueno sentirnos perdedores ni triunfalistas, solo es cuestión de asumir que hoy, puede que Markarian se equivocó y tenga más de humano que de mago o en el mejor de los casos asumir todos un cachito de culpabilidad, porque tuvimos poca magia, pero demasiada fantasía.

VAMOS PERU CARAJO!!!




La noche fantástica

El fútbol debe ser una fiesta, pero han tenido que rasgarnos el corazón para entenderlo. Para comprender, que al estadio se va a alentar y no a pelear. Que cuando juega nuestra selección, hay que ponerse la camiseta y romper la garganta, estimulando nuestras emociones para empujar a nuestros jugadores en cada balón disputado, jugando nuestro partido en la tribuna, sudando y compartiendo un mismo sentimiento, con la misma entrega y la misma intensidad que se vive en la cancha.

La fiesta estaba pintada. Nuestro Estadio Nacional lucia majestuoso y vestido con su mejor traje albergando a los hinchas de saco y corbata, los de origen humilde y los olvidados. A los padres, los hijos y los abuelos. Estaban los globos y las luces multicolores, las camisetas pintadas de rojo y blanco. Estaban los cremas de oriente, que olvidando rencores mutaban su nombre y eran “La franja” avivando el ambiente con sus cánticos. También estaban Daniel, Rubén y Roberto, mis amigos entrañables, cantando abrazados el himno nacional con el pecho hinchado de orgullo y esperando que suene el silbato, para que nuestra selección nos brinde una gran alegría, para poder celebrar con ganas, mi cumple del 5 de octubre, que coincidió con el del “loco” Vargas.

Y hubo razones para celebrar. Porque a pesar de que Perú no pudo anotar en el primer tiempo y abusaba del pelotazo, careciendo de sorpresa, se arañaba el gol y se amagaba romper la paridad, pero faltaba la puntita. En ese ir y venir de oportunidades fallidas, el hincha razonaba y aplaudía, pero no exigía. Porque veía la capacidad colectiva de un equipo que ha crecido en solidaridad para recuperar el balón y aprendió a defender con orden. Era solido en defensa, con el vigor de Acasiete y en cada brinco de Rodríguez, que parecía un ángel cuando se suspendía en el aire. Agresivo en el medio con Cruzado, que ha crecido una barbaridad y prolijo con Balbín para ganar los rebotes. Un ataque demoledor, con los “Cuatro fantásticos” Pizarro, Vargas, Farfán y Guerrero, que en cada arremetida, parecían multiplicarse en una tropa de élite. No había el gol, pero se tenía con que lograrlo, era una cuestión de tiempo y de saber esperar con paciencia.

Y hubo razones para gritar. En ese inicio de puro vértigo del complemento y esa sensacional pelota que roba Farfán, para irse al frente, pisando el área y dejarla para Paolo, que arremetió como una tromba, llevándose de encuentro la honra guaraní y definir con sangre fría de asesino profesional. Como ese 9 que nos faltaba tanto y que hoy lo sentimos más completo, más definidor. Un goleador que se transforma cada vez que se enfunda la bicolor. Fue el primer gol que nos hizo a mis amigos y yo, desgañitar la garganta y desparramar nuestras emociones en un grito enfervorizado lleno de furor. Esa otra robada de Balbín que se fue sumado en fantasía, para generar una jugada colectiva y el taco elegante de Farfán para Pizarro, que hace el amague por fuera para arrastrar la marca y sacar una puñalada al área, allí donde estaba el verdugo, otra vez Paolo, otra vez el goleador con olfato de sicario al servicio del gol. Fue el instante en que mis amigos y yo, terminamos de hacer trizas nuestra faringe. Era el 2-0 final, un resultado contundente y lapidario, pero que por la forma como se crearon oportunidades, pudieron ser más goles y así y todo, hoy dirían que fue mezquino el marcador. Paraguay era un escombro, que dejaba a su paso el vendaval blanquirrojo.

Se ha visto un equipo peruano que tuvo dinámica, ritmo y disciplina, jugando para los 8 puntos, aunque al comienzo faltó pisarla más y exponerla menos. Hubo actuaciones individuales destacadas, pero me quedo con el colectivo. Quizás Cruzado fue el mejor porque se devoró la cancha y estuvo para la perfección. Rodríguez un consumado artista de la anticipación. Vargas, un luchador por excelencia, una aplanadora con chimpunes que sumaba en ataque. Farfán imparable por derecha, en base a potencia y velocidad. Paolo fundamental y determinante en los momentos claves, generando y definiendo extraordinariamente en el momento exacto. Todos destacados y en nivel superlativo, pero contrariamente a la lógica, me quedo con Pizarro, por su importancia dentro del verde, para arrastrar marcas, para generar espacios. Recogiéndose oportuno y ordenando al equipo cuando era necesario. Poniendo su experiencia al servicio de los demás. Un mariscal de cancha.

Este triunfante inicio, sirve para alegrar los corazones, pero no debe hacernos perder la calma. No nos volvamos locos con el triunfalismo barato, cuesta celebrar sin embriagarnos de ilusiones, pero esto recién empieza y necesitamos estar unidos en pasión y raciocinio. La competencia va a ser durísima, el objetivo está más arriba del cielo y este es el primer peldaño de la escalera. Se viene Chile y debe primar la tranquilidad allí donde hay demasiada inquietud, revanchismo y resentimientos escondidos. Porque a Santiago se debe ir a jugar al fútbol y no en plan de conquista. Hay que ir a competir con lo bueno que tenemos y con lo que creemos ser protagonistas.

Si en la cancha estuvieron los “Cuatro Fantásticos” que fueron puntales en este triunfo memorable, en la tribuna, estuvimos los cuatro “Superamigos” que se pintaron el alma de rojo y blanco emocionándonos al límite de la alegría, saltando y gritando hasta quedar afónicos. Tengo la garganta hecha miseria y el corazón alborotado. Pero nos hemos ido del estadio contentos, porque hemos compartido una noche fantástica, en la que los peruanos hemos reconciliado nuestras pasiones y hemos vuelto a tener orgullo de nuestra camiseta. Hemos dejado de pelearnos y ser enemigos, para unirnos en ese abrazo intenso, entrañable y sincero, para cantar el himno nacional con el corazón en la boca y hacer flamear en el alma, una bandera blanca de paz y esperanza.

VAMOS PERU CARAJO!!!






Desgarrado corazón

Aquella mañana se pintaba diferente. Era el desayuno de un sábado distinto, con un solcito tibio que entraba por la ventana y se posaba en un lado de la mesa, donde Walter jugueteaba con la miga de pan y sonreía ante la mirada de su padre que lo contemplaba con la misma devoción de siempre. Era sábado de fútbol, día de clásico, él aliancista consumado, alcanzó a soltar una arenga que la familia lo tomó como todas sus locas reacciones que tenía para afrontar la vida misma. Muy a su manera, muy a su antojada forma de vivirla. Este sábado para Walter Oyarce, era distinto a otros días. De solo pensar que estaría en el Monumental alentando al equipo de sus amores, un raro escalofrió premonitorio le recorrió el cuerpo. Era sin saberlo siquiera, un día diferente, extraño y hasta insólito. Era el día para enfundar como tantas veces su camiseta blanquiazul y partir al estadio. El celular lo distrajo un momento. Era el amigo entrañable de corazón crema con quien tenía una amistad a prueba de pasiones futbolísticas y con quien también tenía una apuesta pendiente.

Walter era hincha de Alianza y de esos que vivían los partidos intensamente. Tantas veces se había quitado la blanquiazul y se puso la blanquirroja Tantas veces se sumó a la “banda del Basurero” para alentar al Muni por el que sentía simpatía familiar. Tantas veces estuvo en la tribuna, como este sábado, en que unido a sus amigos, se colocó en el palco 128 de este Monumental que lucía abarrotado de locos desenfrenados que coreaban cánticos y enarbolaban banderas multicolores. Muchos rostros de ceño fruncido y gritos pelados, desaforados e intimidantes. Estaba tranquilo, Alianza, venía entonado, era líder y le brindaba confianza de irse triunfante de este estadio donde se sintió que no era bienvenido.

Dicen que los clásicos no se juegan, se ganan y en la tribuna se vive otro partido. Desde su lugar, Walter pudo ver como su Alianza, salió temeroso, dubitativo a enfrentar a una U atiborrada de circunstancias adversas en su interna, pero no parecía importarle a la hora de jugar. Alianza era una sombra, un espejismo. La U era un vendaval de entusiasmo. Rainer Torres -como en sus mejores momentos- puso un balón para que Vitti, pegue el testarazo letal que hizo explotar la tribuna. Walter impotente y en silencio, tuvo que soportar que los vecinos vestidos de crema le enrostren su desatada locura. No había reacción de los íntimos y la estaban sacando barata. Falta contra Vitti y penal para la U. El 2-0 sería una bofetada para los aliancistas, pero el argentino en lugar de encender el show, la hizo de Shaw y falló. Vendría la igualdad del “Búfalo” Ovelar y una tranquilidad a medias. Cuando ambos bandos resignaban una igualdad injusta, Morel mete el balazo que cruzó el área y se incrustó en el corazón de los hinchas íntimos y desató una demencia incontrolable en la gente merengue. Un primer tiempo primoroso de la U y una definición bárbara pintaron de color crema este nuevo clásico.

Walter, se pensaba ir del estadio, convencido que en el fútbol, ser eficiente tiene que ver con lo que sabes hacer y ser eficaz, es poner en práctica lo que eres capaz de hacer. Pero no pudo salir de su ubicación, porque el pitazo final sonó a un toque del silencio. Unos delincuentes disfrazados de hinchas se metieron al palco donde estaba con amigos y familiares. Defender su integridad, le costó el inevitable enfrentamiento contra estos desalmados y alienados barristas que no satisfechos de la barbarie ocasionada, lanzaron su cuerpo al vacío, en una muestra de crueldad extrema, salvaje e inhumana. Walter cayó al pavimento y escuchaba a lo lejos aún los gritos de la hinchada. Su mirada se fue perdiendo en el firmamento y los latidos de su corazón aliancista se fueron apagando. Su camiseta se fue desgarrando, manchada en su sangre, tan ajena de esta bestialidad incomprensible que trastoca el sentido común y que tiño de tragedia, un episodio que debió ser futbolístico, pero que ya tiene antecedentes de violencia extrema, que parecen ser incontrolables.

De aquí en adelante cuesta hablar de fútbol. Porque se hace necesario hacer una obligada reflexión y un mea culpa. Quizás todo tenga su origen en el hábito de engendrar la violencia en el nombre del fútbol, al sentirse hincha de Alianza o de la U. Crear desde el vientre una rivalidad antagónica, diciendo que en casa se nace crema o blanquiazul. Sentir que el compadre es un mal necesario y saludarlo siempre con el dedo medio extendido. Mirar al clásico rival como un enemigo mediático y hacer de la desgracia ajena un regocijo para la ironía y la burla permanente. Encender las pasiones con tanta insania que el deseo de muerte ajena se haga permanente. Y quien sabe este odio gratuito haya sido alimentado, por dirigentes impresentables y personajes obesos, que hicieron de la provocación una oda a su propio ego decreciente y sus actitudes matonescas y lumpescas, tengan aún seguidores.

El padre de Walter no podrá contemplarle los ojos más a su hijo y solo acaricia el recuerdo de sus 24 años de alegres locuras. El amigo de Walter nunca podrá cobrarle su apuesta y solo abriga su amargura en una lágrima que la comparten todos los que amamos el fútbol y aborrecemos la violencia. Ahora saldrán los que sancionan y los que critican, los que tienen la solución en la palma de la mano y los que juzgan sin sentido, sin pensar que pasados los días todo volverá a ser como siempre y como nunca. Porque son los mismos que encienden el caldero de la intransigencia, en el nombre del equipo de sus amores.

Hoy fue uno de Alianza, vestido de blanquiazul, mañana será uno vestido de crema y pasado mañana, puede que sea uno de los nuestros. Acaso y valga la pena, que tanta emoción perturbada le ponga precio a una vida humana, como para seguir sintiendo orgullo por la pasión a una camiseta. Descansa en paz Walter, resulta imposible hablar de fútbol, porque tu muerte injusta, nos ha dejado a todos con el corazón desgarrado.


 


Y se llama PERÚ

Y se llama PERÚ.
Con P de patriotismo, para sentir el país en el alma y el orgullo de llevar la bandera tatuada en el pecho de la sagrada bicolor.
La E de la entrega, para dejar todo en la cancha, para hacer de la solidaridad un sentimiento, una forma de lealtad, para un país, una nación, un pueblo.
La R de la reflexión, porque cada triunfo y cada victoria, se valora mucho más, cuando se logra lejos de la patria y la alegría se dispersa por cada rincón de nuestra tierra bendita.
La U de la unión de las voluntades, de las ganas para buscar la alianza de las buenas intenciones, para ir juntos por un solo objetivo, alegrar a todos los peruanos.


Y se llama PERÚ, con P de Paolo, de Paolo Guerrero. Ese depredador por instinto que puede ser un digno heredero de Nureyev vestido de futbolista. Que juega en puntitas de pie y en cada arremetida nos hace pensar que es una evolución moderna de un acróbata del ballet o un danzante de tijeras con chimpunes. Lo que ha jugado Paolo, lo que ha puesto en la cancha: Un “hat trick” fantástico, golazos para repetirlos mil veces. La categoría de élite para definir frente a la red y esa graduación de goleador por excelencia que lo ha revalidado y definido como un jugador exquisito y de lejos –que duda cabe-, es el mejor delantero de esta Copa América. Paolo, con esta extraordinaria actuación, ha vuelto a ser ese jugador que lleva el emblema de un país, que vibra, ríe y goza, gracias a su jerarquía hecha realidad en una cancha de fútbol.

Y se llama PERÚ, con la E de la eficiencia, la que predicó Markarían para hacerla una religión un credo diferente. Con la E de equipo, para lograr que un grupo de voluntariosos jugadores asuman la devoción por un estilo distinto, asumiendo sus privaciones con entereza y sus talentos con humildad. Este tercer lugar, menospreciado por los acostumbrados al éxito, para los peruanos era una oportunidad de reconquistar el respeto, su historia, su tradición. Un partido inteligente, había que controlar a una Venezuela refulgente, metódica y altamente efectiva. Se fue afirmando la eficacia en defensa con un Rodríguez prolijo y categórico, Ramos para el aplauso y un Balbín hecho realidad. Con un Revoredo acertado, Yotún y su vehemencia juvenil, Cruzado sacrificado  y un Corzo pura voluntad. Advíncula fue un avión con pantalones cortos. Era una cuestión de carácter, neutralizar con criterio las fortalezas del rival y haciéndole daño al descubrir sus falencias.
Y se llama PERÚ, con la R de la razón y la sabiduria. Porque el “mago” apostó por jugadores de edad consolidada pero experiencia inexistente, Pero su sapiencia no falló a la hora de darse entero por Lobatón y sacarle toda su destreza escondida. De darle a Guevara una oportunidad de que muestre esa magia disimulada, en sus botines y sea un jugador que gravite cuando se hacía necesario. Cuando estuvo el “Loba” fue fundamental y cuando entró “Solanito”, fue el compinche perfecto para la sorpresa, para ser ese jugador diferente que tanta falta hace, cuando se necesita definir los partidos. La razón y la sapiencia, porque, fue el único que apostó vaciando sus bolsillos, por Chiroque. Y vaya lo que jugó este “chato”, como si estuviera en su tierra norteña a pie pelado. Desequilibrando con esa gambeta endiablada, a veces rústica, impredecible, pero tan letal y contundente. Sellando una actuación sobresaliente y dejando en claro que más que un “descubrimiento”, lo de Markarián fue una cuestión de fe y convicción en sus capacidades.

Y se llama PERÚ. Con U de unidad, la que se hizo visible, desde que el “mago” alzó la voz, para hacerse escuchar y señalar con el dedo, que somos un pueblo que respira fútbol y que necesita que no lo traten rastreramente. Unidad de los sentimientos, para formar en este equipo una suma de esfuerzos que haga respetar un legado, perdido en el laberinto de las equivocaciones. Unidad de criterios, valiosos e indiscutibles, para que quedemos convencidos que todo puede cambiar, a partir de una actitud, de una forma diferente de ser.

Es la hora de la celebración, justa y oportuna, porque ha llegado en estos días festivos de fiestas patrias, pero también es momento para hacer una pausa a tanto ardor triunfalista y darle mano al raciocinio. Bajarle las revoluciones, para pensar que este meritorio lugar en el pódium, nos devuelve el prestigio, nos hace competitivos, pero que una vez que pase la euforia, habrá que pensar que el fútbol es de momentos y necesitamos consolidar esta realidad, tomándola como un buen punto de partida, para el resurgir de nuestro fútbol.

Y se llama PERÚ, con P de Patria, la E del ejemplo, la R del rifle y la U de la unión. Yo me llamo PERU, porque es mi raza peruana y es bicolor mi pabellón, yo no sé mañana, pero hoy tengo una inmensa razón para sentirme orgulloso, de este país tan hermoso, mi patria, mi tierra bendita, que la llevo en el corazón.

ARRIBA PERÚ CARAJO!!