Clásico adolescente

Tiene la cara de esos adolescentes ingenuos, de esos chicos, cuya adultez o su mayoría de edad les es aún una lejana posibilidad y se sienten más identificados con las cosas triviales y sencillas, las cosas simples de la vida, todo resuelto con una traviesa sonrisa. Christofer Gonzales, frisa los 20 años y juega en la U como si tuviera 30, es de esos jugadores talentosos que marcan una diferencia con un simple toque al balón. De aquellos que nacen con una estela especial y que suelen calzar un guante en el botín. Es tan desfachatado cuando se le antoja y suele esconderse entre la cortina para salir de improviso y brindar una florcita en el verde, que enciende la tribuna como una pradera.

Cada vez que se juega un clásico, no es relevante como lleguen los eternos rivales a la justa. Basta que la crema y blanquiazul se tengan que ver en el verde para que el hincha olvide sus quehaceres y se vuelque a digerir toda la expectativa que se crea antes durante y después del partido. Es una necesidad ineludible, una forma de desfogue, una oportunidad para decirle al compadre cuanto odio y amor existe entre ambos y también para reconocer cuan necesarios se sienten, los unos a los otros. El fútbol, les ha marcado en la piel, rencores y ojerizas que a veces traspasa las fronteras deportivas y se convierte en una insana rivalidad que cala tan hondo en los sentimientos del hincha confeso, que le cuesta mirar o hablar de fútbol, sin sacarse la camiseta.

Es difícil pretender que un clásico con un promedio de edad veinteañera, resulte como las antiguas epopeyas de antaño, que se juegue con dosis de galantería o el vértigo que se genere en las áreas rivales, tenga figuras descollantes, cracks que definen una jugada en un verso o tanques que rompen las redes a punta de potencia de sus botines. Son otros tiempos, los compadres han asumido los años, casi de la misma manera y remendando sus urgencias, con la necesidad que sus hijos asuman la adultez, de manera vertiginosa, accidental y hasta forzosa. Para el fútbol peruano, resulta provechoso, para el hincha que llenó el Monumental no tanto, pues la tarde se le hizo gris como el partido mismo. Inicio aburrido, embrollado, deslucido y con equivocaciones por ambos lados. Muchas intenciones y pocas elaboraciones de juego colectivo. Un primer tiempo para el bostezo y un abrazo a la paciencia.

La U ha asumido la premisa de cuidar bien la casa, cero goles en contra en 6 fechas. Comizzo ha impuesto el sello de la confianza en los chicos, la verticalidad y los cambios de ritmo presionando todo el tiempo. Alianza sigue en su ritmo, cadencioso por momentos y buscando la sorpresa con el pelotazo frontal. Los buenos resultados de la U es cosecha de la conjunción del buen pie de Gonzales y la levantada de un Guastavino que ofrece variantes ofensivas. Alianza ha perdido la “magia”, una cosa era con Jordy y hoy ni Aguirre y menos un inoperante Mostto logran cubrir lo que Reyna provocaba solito arriba. La lucha en el medio fue un lio de ansias juveniles, el balón no le preocupaba a los grones y era una tentación prohibida para los cremas. El clásico se fue haciendo la lucha de chicos que querían afrontar su papel como grandes, en una realidad lejana de lo que el hincha espera siempre.

Vino el error infantil de Serrano, la puñalada letal de Ruidiaz y el taconazo de Olascuaga, el balón le llegó a Gonzales haciéndole un giño, el crema hace en un segundo que su cuerpo vaya al lado opuesto de su mirada, Heredia se devora la intención y Christofer, no la revienta, le pone el pie con sutileza a la pelota, la acaricia y ella obediente, recorre ese tramo del éxtasis total, que hace desbordar el Monumental. GOLAZO, por la concepción, pero mucho más por la magistral definición. No hubo más para hablar, solo un tiempo para gritarlo y una pausa para el aplauso interminable.

Un clásico de apariencia juvenil, de más raza que fútbol, de poco ritmo y escasa dinámica, tuvo que aparecer el que hace diferente la forma de llegar a la red. Christofer Gonzales, aquel muchachito de juego desfachatado, irreverente, que siendo crema hasta los huesos, vive en el corazón mismo de Matute en la Victoria. Lo que para unos puede ser una insolencia, para él es parte de su desinhibida forma de ver el fútbol, de hacer siempre algo distinto al resto, salirse del cuadro para pintarse él mismo, con ese pincel que tiene en el botín y que en este clásico adolescente, lo hizo figura y se ganó un boleto para jugar junto a Neymar contra Messi, nada menos. Ojalá y le den permiso, entre tanta constelación de estrellas, una luz juvenil de sangre peruana, nos inflará el pecho de orgullo y lo digo sin color de ninguna camiseta.



La gota fría

Estaba dentro de lo previsible, era una cuestión de abrir bien los ojos para darse cuenta que la euforia del triunfo ante Ecuador, era como los cumpleaños de los cuarentones, que ya no dan mucha alegría y más bien generan preocupación. Porque se sufrió demasiado y se gozó tan poco. Porque ir a Barranquilla, en busca de esta Colombia victoriosa que ha hecho de su fortín, un horno donde se chamuscan las fantasías de los rivales más pintados, era de alguna manera, como querer ir a meterse al infierno, con una biblia en la mano.
 
Cada partido es diferente y cada uno necesita una atención distinta. Desde la evaluación del equipo rival en su funcionamiento colectivo, hasta la capacidad individual de sus hombres. Hay una lucha interna, casi existencial del estratega, para tomar la decisión correcta. Para no equivocar sus piezas, para no fallar en el pensamiento. Markarían, hizo su apuesta, pensando en neutralizar las bandas, tirando a Advíncula y guardando a Farfán. Había que tijeretear esa triangulación colombiana que hace daño, con Ballón y Retamoso. Mantener lejos del área a Falcao y guarnecerse de los ataques, con dosis de tranquilidad y apelar la lucha de Guerrero y Pizarro arriba. Mantener el cero, lo más posible, esa era la apuesta, ese era el negocio.

Pero que puede hacer el “mago”, Si Retamoso, elevado a los altares por el hincha, no es el mismo del partido anterior. Si en menos de 20 minutos ya se pierde 1-0 y los dos laterales son bombas de tiempo, por una segura expulsión. Si Zambrano confunde vehemencia con golpes. Si Guerrero sigue peleando contra el fantasma de su apatía y Vargas, por citar los referentes, es un vago recuerdo de la aplanadora que mandaba por izquierda. Que se hace ante una apuesta por los hombres, que en la cancha solo son nombres. Pizarro, el más odiado y ensalzado, es el de mejor perfomance. Colombia es superior y ello se nota en cada dividida, en el duelo individual. Dura tanto la resistencia, como la paciencia, un error grosero de Vargas y Fernández -vestido esta vez de Clark Kent- nos devuelve a esa “gitanería” de siempre. A esa realidad tan sufrida y consentida.

Markarian, tuvo que recomponer su apuesta, eligiendo otros boletos, sobre la marcha. Demasiado temprano para el riesgo, para luchar contra el marcador. Con Farfán fue diferente, algunos dirán que debió arrancar. Quizás sean los mismos que reclaman que de visita debe jugarse con dos volantes de marca. Tal vez sean los mismos que aseguraban que Retamoso había llegado corriendo desde Lima. Que era incansable. O quizás sean los mismos que siguen sin entender que los jugadores, por muy laureados o experimentados, tienen altibajos y suman o restan al colectivo con su actuación individual. Que se exhibe una limitación cuando al rival se le nota superior. Lástima que eso se puede visualizar, solo cuando ha terminado el partido.

Se puede intentar, se puede ansiar hacer bien las cosas, pero no siempre ello es una garantía. Somos un equipo que puede tener un partido inolvidable un día y una avinagrada actuación al siguiente. Nos cuesta aceptar que el Paolo que vino a la Selección, no es el mismo de los éxitos mediáticos con tinte brasileño. Nos cuesta aceptar, que en estas clasificatorias, no solo bastan la actitud o las ganas, hace falta rendimientos colectivos y consecuentes. Esta derrota estaba en los planes y ahora la mirada está puesta en Uruguay y Venezuela, con esta realidad queda muy poco para pensar y mucho por actuar. Serán dos epopeyas que definirán todo, uno en casa ante la garra charrúa por el honor y otro de visita ante Venezuela, por la gloria.

La fiebre futbolera del hincha peruano se va aquietando, se va calmando como el ocaso de esta tarde fría y desanimada, va tomando su lugar, conforme empieza a digerir el sinsabor, va apaciguando la efervescencia de unos días atrás, donde dejó desbordar demasiado aprisa su euforia. Va retomando la calma –como tantas veces- cuando el martillo de la realidad, golpea su conciencia y le va susurrando al oído, que el partido ya ha terminado y debe levantarse de su asiento, para volver a ser el mismo de antes, el mismo de siempre.

El hincha colombiano festeja su casi inminente viaje a Brasil 2014, su gente, sus hombres y mujeres de carácter alegre, dejan escapar su embriaguez por demás merecida, quizás en el desborde de la confiada celebración, haya soltado el estribillo de una antojadiza versión, para un tema del gran Carlos Vives, que a la letra le corría el corito: “Peruanito, peruanito se creía que el a mí, que él a mí me iba a ganar y cuando me oyó tocar, le cayó la gota fría, al cabo el la compartía, el tiro le salió mal”.


El día de la bandera

El centro de Vargas va al área ecuatoriana, como una lanceta que lastima e incita al error, el balón le queda a Pizarro, bailando en el aire, la domina como equilibrista consumado con la cabeza, acomoda el cuerpo y en esa media vuelta, dibuja imaginariamente el arco, le pone su botín blanquirrojo, para cruzarla justo para que se meta lejos del arquero. Como mandan los códigos de los grandes goleadores, para abrir el camino del triunfo. GOLAZO. Claudio festeja con alegría, se regodea en su confianza y dedica con sus dedos a todo el estadio que revienta de júbilo, a todo un país que lo vapuleó tantas veces. Hace el saludo militar a todos los que no valoran su liderazgo, su categoría y solo saben ver el fútbol por TV. A todos los que no entienden que en Alemania es un definidor y con la selección debe ser obligatoriamente, un obrero del gol.

Y fue Pizarro -el más cuestionado- el que marcó el rumbo. Había que jugar, pero ante un equipo durísimo, física y técnicamente, había que luchar, morder y batallar cada espacio. Guerrero no se acomodó a jugar sin espacios, entró a esa lucha insensata de pelear contra él mismo. Farfán disminuido físicamente y Vargas atinado tácticamente, pero lejos de su nivel técnico. No había luces individuales, la apuesta fue por el colectivo, por la solidaridad para apretujar las fuerzas y contener esas locomotoras norteñas. Ecuador se puso vertical y fue la noche de Retamoso. Lo que corrió, lo que metió el abancaino. Fue un chasqui con esmoquin. Un motor para correr y destruir juego rival, simple con el balón, entrega prolija y desdoblamiento eficiente, lo justo para lucir en los momentos difíciles de Perú.

Hubo poco fútbol, hubo más entrega. Por momentos el juego era una batalla, con soldados luchando sin cuartel, por ganar un pedazo de terreno de juego. Cuando Ecuador se hizo fuerte, apareció la bravura y la garantía de Zambrano, para ir encima del “chucho”, para devorarlo en ansias. Yotun y Herrera sufrieron por los costados, se vieron por momentos invadidos por alienígenas y monstruos, que destruían todo a su paso. Imaginamos si Ecuador vulneraba nuestra valla. Hubiera sido muy difícil remontar. Para su bien, en el arco, detrás de ellos, con su traje verde y con su capa aireada, estaba Fernández, para volar lo justo, para ahogar la angustia y devolvernos la confianza. No es el hombre de acero, pero por algo se hace llamar “Superman”.

Aquella imagen en blanco y negro, del último triunfo ante Ecuador, destella recuerdos nostálgicos, cuando los norteños eran un equipo timorato, rústico, que Perú goleaba a su capricho. Tiempos idos, para nada semejantes a esta realidad, de los Valencia, Benitez, Ayovi, Montero y Caicedo. Ecuador repotenció los genes de sus jugadores y al biotipo privilegiado de las Esmeraldas, le puso una cuota de fútbol. Una apuesta por la fortaleza física para conseguir resultados y estar siempre peleando un cupo. Perú sigue arriesgando el rezo y ojeriza, a unas cuantas individualidades. El proyecto de tener una generación competitiva detrás de esta, que se juega su última opción de ir a un mundial, aún no tiene firma ni sello. Lo que tenemos es un equipo que va remontando en resultados las caídas y apuntalando en la tabla –por ahora- un presente aliviador.

No podíamos perder, porque ya era tiempo de cambiar la historia. Era un momento para darle un color distinto a la esperanza y dejar que se siga alimentando de sueños irreales. Confirmar, como dijo el “mago” que siempre fuimos pragmáticos, aunque nunca dejamos de ser románticos. Era un día de definición y una noche de pasión. No podíamos perder, menos en el día de la bandera, una noche de rojo y blanco que volvió a encender la ilusión. Sufrimos y gozamos, ajustamos y disfrutamos. El camino aun es largo, muy duro y espinoso, pero el horizonte se mira mejor en tranquilidad.

VAMOS PERÚ!!


La gran revancha bávara

Que el fútbol ofrece revanchas, es una gran verdad. Así como ofrenda oportunidades y se hace amable con las circunstancias, también se hace mezquino con la justicia y se vuelve tirano con los merecimientos. Pero siempre vuelve a dar una nueva chance. Para reivindicar algún pasado y devolverle la sonrisa a alguien que la perdió alguna vez. Para alguien que en algún pasado, tuvo que masticar el sabor amargo de la desilusión por propia cuenta, por un error para nada intencionado, pero que dejó la huella de una infame culpabilidad.

Tremenda final que regalaron este Bayern Munich con la etiqueta de favorito, que lo marcaba en la frente con una presión adicional y el Borussia Dortmund, con la cara lavada, sin ningún peso en la mochila, que salió a devorarse la gloria desde el pitazo inicial. No había pasado media hora y ya los de amarillo habían logrado que Neuer se hiciera figura descollante, salvando un remate de Lewandowski con sello de gol y otra de Blaszczykowski que hizo parecer que no entraba nada en su arco. Un primer acto intenso, con un Dortmund entregado, prepotente y atrevido. Un Bayern maniatado, soltando latigazos esporádicos y buscando una tregua para darse un respiro.

Cuando hubo calmado el temporal amarillo, era hora que los más cuajados para este tipo de partidos, aparecieran. El protagonismo se fue para el arco de enfrente. Weidenfeller pasó a ser el héroe, con atajadas notables, poniendo el cuerpo y el alma en cada salida. Una lucha de poderes que obviaban los lujos y sacaban a relucir el trajín, la bravura y ese vigor propio de los equipos alemanes. El desgaste y los impulsos, mermaban las fuerzas, ocasionaban los errores. El balón tenía que entrar a un arco, nadie lo decidía aún en el verde.

La historia tenía guardada una versión especial para la definición. Al Bayern lo acompañaba la sombra de tres finales perdidas. Tres intentos vanos de vestirse de gloria habían desdibujado la estampa de campeón al equipo bávaro. Arjen Robben, llevaba a cuestas un pasado negro en instancias finales con la camiseta de su selección. Este partido se parecía tanto al que perdió en Sudáfrica, aquella vez que Casillas le puso el pecho y le negó la dicha de ser bendecido por el triunfo mundial. Cuando Weidenfeller le sacó con la cara un gol cantado, los fantasmas volvieron a aparecer para el holandés. El alargue se veía venir y los miedos y desconfianzas otra vez empezaron rondar. Para el Bayern otra final en suspenso y para Robben, temeroso de volver a fallar, de volver a sentir otra vez, la misma pesadilla.

Pero por eso, se dice que el fútbol da revanchas. Robben, primero llega al fondo en una jugada donde pone ese típico desdoble veloz que lo deja, siempre con su mejor perfil. Un instante demás, para sacar la puñalada asesina que hace cómplice Mandzukic y pone el botín en la raya. Era el 1-0 de la gloria, el que marcaba el rumbo distinto, hasta que el error grosero de Dante, dejó en la pena máxima que el alargue sea una posibilidad flotando en el aire. Weidenfeller era el titán, sacando el gol a Schweinsteiger y su compañero Subotic, el partner especial ahogando en la línea lo que provocaba Muller. El reloj, se tiraba desde la tribuna para ser protagonista.

Había una línea delgada, entre esos dos minutos finales y la espina clavada que tenía Robben. Era una noche especial para el holandés, era un día especial para el Bayern. Cuando el epílogo tocaba la trompeta, apareció el diferente. Vapuleado y crucificado por su pecaminoso individualismo, torturado por su pasado indigno y su disfraz bizarro de ególatra, pero que estaba destinado a entrar por la puerta de la grandeza. El holandés se inventó un desdoble, previo taconazo fantástico de Ribery, se metió al área y amagó como siempre, en ese desequilibrio de su perfil cambiado, para soltar un toque mordido, vagabundo, que se fue metiendo despacito, saludando a la tribuna y que dio tiempo que los del Borussia, se tocaran la cabeza con angustia. Robben se había tomado la revancha y con ella, hizo que el Bayern cobre su propio desagravio y sea dueño de la orejona, después de 12 largos años.

El fútbol ofrece recompensas, qué duda cabe. Robben ha entrado en la historia, después de haber pasado por el calvario de ser un jugador vapuleado, amado y odiado a la vez. Una muestra que la grandeza de un jugador no se mide por lo que dice o deja de decir y menos por su forma de sentir el fútbol. La grandeza de un jugador, radica en hacerse fuerte para revertir su pasado y a veces, y solo a veces, cuando en el verde, es capaz de torcer la historia, inventándose un golpe de gracia, con un simple toque sutil, que desata una locura descomunal. Robben dejó atrás una maldición fatídica y el Bayern apunta a ser potencia y ganar todo. Tiene el dinero y la gloria en sus manos, esta revancha ha rehabilitado su pasado memorable. El Pep Guardiola aguarda iniciar un nuevo ciclo, a proponer su propio sello, pero desde ya, tiene la vara bien alta.

Esta final de Champions League fue toda una fiesta. Desde la majestuosidad del Estadio de Wembley, hasta la caballerosidad teutona, para jugar un partido de fuste con el respeto y la energía enfundada en la piel. Con esa intensidad y vértigo compartido que originó una lucha de fuerzas parejas, que se definió cuando apareció la habilidad de alguien vapuleado, pero que hoy demostró su grandeza. Un gran campeón de Champions, un privilegio para Claudio Pizarro, una alegría para compartir todos los peruanos.

Bienaventurada la esperanza

Esa porfiada en el epílogo de una lucha encarnizada. Una media vuelta sin pañuelo, pero con sabor a festejo y marinera. Ese beso a la red, que fue un desfogue a esta angustia que nos estaba matando suavemente y una explosión de esa alegría contenida en la garganta y que nos hizo llorar de impotencia tantas veces. Otra vez Farfán, degradado injustamente e idolatrado de forma oportunista, pero otra vez como estandarte, como emblema y a quien el traje de héroe le sienta bien. Era demasiado para soportar tanta angustia, era demasiado sufrimiento, que nos hacía sentir con domada impotencia, que nos estaban arrebatando, un trozo de esta tierra que nos ha parido.

Chile vino dispuesto a invadir Lima y pasear su bandera. Sampaoli sabía cómo hacernos daño: Presión asfixiante, comernos los tobillos y hacer de la dinámica su patrón de juego. Morderlas todas sin respiro, provocar el descontrol. Nuestra kriptonita es no tener espacios, el desorden desbarata las intenciones y las hace fluir por un río de imperfecciones. Aunque un equipo no puede jugar con la misma intensidad los 90’, la intención chilena era anotar primero y manejar el partido. No había juego peruano y estuvimos cerca de la debacle. Un penal omitido y dos sacadas de la raya, presagiaban una noche tormentosa. Algunos rogaban que acabe el primer tiempo, otros que acabe ya el partido.

Aunque el complemento fue otra la historia. Markarían siguió apostando temerariamente por la posesión del balón. Mariño fue por un Lobatón errático y fuera de ritmo, el cambio sacó de sitio a Sampaoli, que debió replantear. Perú encontró el balón, Chile no dejó de ser agresivo. El “hombrecito” no renunció nunca a buscar el partido. El “mago” equilibró las zonas y se hizo un partido vibrante, de ida y vuelta. Las revoluciones a mil. Pudimos haber empezado el festejo antes, como hacer las pompas fúnebres. Cualquier cosa podía pasar y era cuestión de tiempo. La tribuna encendía la emoción, pero escondía la desconfianza. Disfrazaba en una arenga, ese temor que acechaba como perro de presa, que carcomía los nervios. El reloj se metió a la cancha.

Pero no podíamos perder. Ni ahora ni nunca, menos contra Chile. Porque es un rival directo y con el que se ponen en disputa gran parte de nuestro orgullo y un patriotismo preconcebido. Por eso cada peruano empujaba en cada pelota disputada de Cruzado. Saltaba junto a Rodriguez y a Jhoel Herrera –partidazo- se paraba cada vez que Farfán insistía una y otra vez con el desborde y hasta un voluntarioso Pizarro recibía la arenga. Eso de que cuando juega Perú jugamos todos, se hizo un himno, un cántico que salía del alma. En cada corner todos íbamos al cabezazo y en cada contra chilena rezábamos juntos a la virgen de la providencia. El ingreso de Jordy Reyna fue un envión anímico, una cuota de frescura y una señal de recambio generacional, cuando Pizarro le cedió su lugar. Le falta kilometraje, pero hizo puntos en un momento crucial.

Cuando las sombras tenebrosas nuevamente empezaban a empañar nuestro horizonte, salió a relucir una jugada que quedará en la retina de todos los peruanos por siempre. Robada de Yotun que hace de 10 encubierto y pone un pase sensacional que en dos tiempos define la “Foquita”. Este gol de Farfán lo habremos gritado y festejado tanto como ganar un mundial. Quizás por la forma como se ha logrado, por el momento que se ha dado, también por el rival antagónico, por tanto sufrimiento compartido, por todo lo que ha costado ganar este partido y que lo hace un TRIUNFAZO.

Un equipo no gana como sea. Es producto de un trabajo colectivo, pero esta vez, nos tocó a nosotros. Chile se fue argumentando la injusticia del marcador y los desaciertos del árbitro. Tantas veces jugamos mejor pero merecimos otra suerte y los jueces fueron filibusteros verdugos de nuestros sueños. Tantas veces perdimos en los epílogos y esta vez fue diferente. Tantas veces aplaudimos la derrota y salvaguardamos el rendimiento, pero nos olvidamos del resultado. Esta vez alguna mano divina toco la nuestra. Nos estaba haciendo tanta falta.

Bienaventurada sea la esperanza, esa que permanece en el hincha fiel que hoy refresca su ilusión y fortalece la confianza. Bienaventurados sean los que tienen fe, en ver renacer el sueño permanente de clasificación. Bienaventurados sean todos los que estuvieron en la cancha, los que tuvieron el corazón en la mano y cada peruano que se puso la blanquirroja más orgulloso que nunca.

VAMOS PERÚ!!!



El NO debe y el SI se pudo

Esa desfachatez y la frescura de los 17 años de Gino Peña, para atreverse a meter esos tres dedos al balón, para que cuando surque los aires, coja el efecto contrario y caiga como si tuviera un paracaídas. Esa rapidez de ardilla astuta y el golpe de vista ladino, que tiene Jordy Reyna, para meterse entre los defensores y correr unos pasos más que la experiencia, para sacar ventaja en base a la potencia de sus primorosos años y esa definición a lo crack, arriba, en un rincón, donde el portero solo miró el lamento. Una jugada de antología y dos jóvenes promesas del fútbol, como protagonistas. Los dos vistiendo las sedas de Alianza Lima.

Un traslado de balón prolijo, una personalidad para mandar un pase del desprecio, con carga de gol en el envío. Una pausa y una entrega siempre segura. Una generación de ataque, con el toque sutil, amalgamado, lleno de pulcritud y belleza, para meter el remate que le da un beso al poste dos veces y le hace un guiño a sus ansias juveniles de ser el conductor con camiseta crema. Christofer Gonzales, cada día más dueño de sí mismo, cada día más consolidado en el fortín de Universitario.

El lema de los resultadistas, siempre fue apostar por la experiencia, era la solución inmediatista para lograr un trofeo en la vitrina, aunque ello originara que las canteras se extinguieran en vida, pintando a las jóvenes promesas en decorados inútiles que querían sacar a relucir, cuando el tiempo ya había puesto su mano. Apostar por “paquetes” extranjeros, para llenar bolsillos ajenos y dejar a las caritas adolescentes, sin una opción de demostrar su valía. Pero hoy por hoy el fútbol demuestra que no es una cuestión de edad si no de oportunidad. La mejor manera de saber si un joven futbolista vale, es exponerlo en un nivel competitivo. El talento se expresa mejor según el grado de dificultad. La habilidad no puede medirse dormida, la destreza es una expresión innata de estar siempre despierto. Solo es cuestión de darle un espacio.

Este cásico ha servido para exponer a los jóvenes de Alianza y la U, en un escenario difícil de manejar por la presión que origina, un partido donde se han visto rendimientos superlativos de chicos que parecían tener 20 clásicos en el cuerpo. Al margen de que camiseta tengan, estas apariciones -que son producto de una coyuntura y no de trabajos integrales- nuevamente demuestran que tenemos madera y solo falta trabajarla, pero de manera seria. Esta generación nos está dejando nombres y hombres que hoy visten de blanquiazul o de crema, pero la esperanza es que mañana sea la blanquirroja y su futuro sea lejos de esta sociedad, que por años nos ha ilusionado con canteras que se esfumaron, como el humo de un cigarro, prendido en cada noche de frustración futbolera.

Un nuevo clásico, una nueva forma de estar divididos en emociones. Un tiempo para cada uno, pero un solo ganador. El pudo ser, el hubiera, siempre será una anécdota, el merecimiento no cuenta. Así rezan los resultadistas, así cuentan los estadísticos. En el fútbol la disputa de circunstancias, hace que un rendimiento individual parejo, consolide un colectivo que genera opciones de gol de manera cohesionada. Cuidar el cero sin posesión del balón y ser solo eficiente más no eficaz, no alcanza. Lo sufrió Alianza primero y fue la U el que no pudo escribir en la red lo que hizo en el verde. Es la Ley del fútbol. Cuando se nublan las ideas y la fricción domina el juego, es la individualidad la que rompe los esquemas y las tácticas necias del cero. Tres dedos para el pase fantástico, definición monumental a lo CRACK de Jordy y chau. No hay más. Buenas noches los pastores.

Que SI merecían otra cosa, puede ser. Que NO se ajusta el marcador al rendimiento, es parte del juego. Que NO se debe pasar por alto a esos que confunden la “garra” con la matonería, es innegable. Que SI se pudo rescatar algo de fútbol, el hincha lo agradece y palmas para los jóvenes. Pero lo que queda claro, es lo que genera un triunfo en un clásico, es ese sabor especial que se queda por tiempo en los labios. Y les guste o no a algunos, este resultado ya no puede ser REVOCADO.


Triunfazo para seguir creyendo

Si Alianza no hubiera caído en el hoyo, Jordy Reyna quizás seguiría siendo una linda promesa. Si La U no hubiera navegado en tempestad, el “Oreja” Flores” sería un eterno suplente. Si la FPF hubiera hecho caso a los equipos, no hubiera existido la bolsa de minutos y tampoco el torneo de reservas. Si la Copa Libertadores Sub-20 no se hubiera hecho realidad, seguiríamos apostando por figuritas repetidas que terminaron en juveniles eternos. Si los Benavente, Deza o Hinostroza, seguirían en Lima, no tendrían ese valor agregado, que significa el roce y la preparación física que tienen a su edad, para un alto nivel de competencia.

Son algunos ejemplos, para una respuesta que se hace convincente: la apuesta es por las divisiones menores. Hoy la Sub 20 ha clasificado al hexagonal final, siendo líder en su grupo, eliminando a Brasil, el gigante, el campeón de esta categoría, donde los fracasos, eran una constante para todos los equipos peruanos, que siempre alimentaron una esperanza, pero terminaron matando una ilusión.

Pero si alguna virtud tiene el hincha peruano, es que nunca termina de creer y si algún defecto se le asume, es que se embriaga de triunfalismo y se enceguece con resultados efímeros tan rápido, que termina perdiendo el rumbo. Después de la derrota ante Ecuador, el fantasma de siempre asomó la cara, los miedos y temores miraban tras la cortina, clasificar dejando de lado a Brasil, era la prueba de fuego para validar a este equipo y blindar la confianza. Triunfazo y un avance meritorio en el objetivo de ir al mundial y un bálsamo para la gente, que sigue teniendo la fe encendida.

Ha quedado demostrado, que ya no se juega con la camiseta. El mundo del fútbol se va haciendo de los jóvenes, un futbolista debe tener un pico alto de rendimiento competitivo frisando los 20 años y que el kilometraje que requiere un juvenil, debe ser consecuencia de un proceso y no una urgencia de los clubes. Que jugar en el primer equipo no sea un ruego y debutar en primera, sea una manera de madurar y no un maltrato a la ilusión juvenil. El kilometraje futbolístico debe empezar desde la edad adolescente y emigrar no solo debe ser un sueño, si no una constante forma de progreso.

Pero al margen del heroico empate ante Uruguay, el triunfo pujado ante Venezuela, los errores y la desconcentración ante Ecuador y este triunfazo ante Brasil, nos quedamos con un logro que tiene relevancia y que garantiza poder ser competitivos, pensando en el futuro claro está, si hasta ahora se logró ser un equipo, nos aventuramos a pensar que hay un plantel. Los nombres de Guarderas y su visión de juego, de Hinostroza y su conchudez, de Reyna y su explosión, de Benavente y su categoría, de Flores y su alegría, de Gomez y su pegada, Deza y su sapiencia, de Campos y su seguridad. Hay nombres y hombres, como para ponerlos en negritas y subrayado.

Es la hora de celebrar, pero momento para hacer la pausa. No caer en el exceso, ni en el triunfo ni en la derrota. En esta categoría los errores y las virtudes se magnifican, ha sido una clasificación esperanzadora, pero ahora se viene lo más bravo y real, que tiene que ver con el verdadero objetivo, trasladar al resultado este buen trabajo. Hay material y solo es cuestión de no perder lo mejor que tenemos, nuestra identidad de juego.

Vamos PERÚ!!!


Sub 20: oncena de Perú ante Brasil es una incógnita