Bienaventurada la esperanza

Esa porfiada en el epílogo de una lucha encarnizada. Una media vuelta sin pañuelo, pero con sabor a festejo y marinera. Ese beso a la red, que fue un desfogue a esta angustia que nos estaba matando suavemente y una explosión de esa alegría contenida en la garganta y que nos hizo llorar de impotencia tantas veces. Otra vez Farfán, degradado injustamente e idolatrado de forma oportunista, pero otra vez como estandarte, como emblema y a quien el traje de héroe le sienta bien. Era demasiado para soportar tanta angustia, era demasiado sufrimiento, que nos hacía sentir con domada impotencia, que nos estaban arrebatando, un trozo de esta tierra que nos ha parido.

Chile vino dispuesto a invadir Lima y pasear su bandera. Sampaoli sabía cómo hacernos daño: Presión asfixiante, comernos los tobillos y hacer de la dinámica su patrón de juego. Morderlas todas sin respiro, provocar el descontrol. Nuestra kriptonita es no tener espacios, el desorden desbarata las intenciones y las hace fluir por un río de imperfecciones. Aunque un equipo no puede jugar con la misma intensidad los 90’, la intención chilena era anotar primero y manejar el partido. No había juego peruano y estuvimos cerca de la debacle. Un penal omitido y dos sacadas de la raya, presagiaban una noche tormentosa. Algunos rogaban que acabe el primer tiempo, otros que acabe ya el partido.

Aunque el complemento fue otra la historia. Markarían siguió apostando temerariamente por la posesión del balón. Mariño fue por un Lobatón errático y fuera de ritmo, el cambio sacó de sitio a Sampaoli, que debió replantear. Perú encontró el balón, Chile no dejó de ser agresivo. El “hombrecito” no renunció nunca a buscar el partido. El “mago” equilibró las zonas y se hizo un partido vibrante, de ida y vuelta. Las revoluciones a mil. Pudimos haber empezado el festejo antes, como hacer las pompas fúnebres. Cualquier cosa podía pasar y era cuestión de tiempo. La tribuna encendía la emoción, pero escondía la desconfianza. Disfrazaba en una arenga, ese temor que acechaba como perro de presa, que carcomía los nervios. El reloj se metió a la cancha.

Pero no podíamos perder. Ni ahora ni nunca, menos contra Chile. Porque es un rival directo y con el que se ponen en disputa gran parte de nuestro orgullo y un patriotismo preconcebido. Por eso cada peruano empujaba en cada pelota disputada de Cruzado. Saltaba junto a Rodriguez y a Jhoel Herrera –partidazo- se paraba cada vez que Farfán insistía una y otra vez con el desborde y hasta un voluntarioso Pizarro recibía la arenga. Eso de que cuando juega Perú jugamos todos, se hizo un himno, un cántico que salía del alma. En cada corner todos íbamos al cabezazo y en cada contra chilena rezábamos juntos a la virgen de la providencia. El ingreso de Jordy Reyna fue un envión anímico, una cuota de frescura y una señal de recambio generacional, cuando Pizarro le cedió su lugar. Le falta kilometraje, pero hizo puntos en un momento crucial.

Cuando las sombras tenebrosas nuevamente empezaban a empañar nuestro horizonte, salió a relucir una jugada que quedará en la retina de todos los peruanos por siempre. Robada de Yotun que hace de 10 encubierto y pone un pase sensacional que en dos tiempos define la “Foquita”. Este gol de Farfán lo habremos gritado y festejado tanto como ganar un mundial. Quizás por la forma como se ha logrado, por el momento que se ha dado, también por el rival antagónico, por tanto sufrimiento compartido, por todo lo que ha costado ganar este partido y que lo hace un TRIUNFAZO.

Un equipo no gana como sea. Es producto de un trabajo colectivo, pero esta vez, nos tocó a nosotros. Chile se fue argumentando la injusticia del marcador y los desaciertos del árbitro. Tantas veces jugamos mejor pero merecimos otra suerte y los jueces fueron filibusteros verdugos de nuestros sueños. Tantas veces perdimos en los epílogos y esta vez fue diferente. Tantas veces aplaudimos la derrota y salvaguardamos el rendimiento, pero nos olvidamos del resultado. Esta vez alguna mano divina toco la nuestra. Nos estaba haciendo tanta falta.

Bienaventurada sea la esperanza, esa que permanece en el hincha fiel que hoy refresca su ilusión y fortalece la confianza. Bienaventurados sean los que tienen fe, en ver renacer el sueño permanente de clasificación. Bienaventurados sean todos los que estuvieron en la cancha, los que tuvieron el corazón en la mano y cada peruano que se puso la blanquirroja más orgulloso que nunca.

VAMOS PERÚ!!!



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