La gota fría

Estaba dentro de lo previsible, era una cuestión de abrir bien los ojos para darse cuenta que la euforia del triunfo ante Ecuador, era como los cumpleaños de los cuarentones, que ya no dan mucha alegría y más bien generan preocupación. Porque se sufrió demasiado y se gozó tan poco. Porque ir a Barranquilla, en busca de esta Colombia victoriosa que ha hecho de su fortín, un horno donde se chamuscan las fantasías de los rivales más pintados, era de alguna manera, como querer ir a meterse al infierno, con una biblia en la mano.
 
Cada partido es diferente y cada uno necesita una atención distinta. Desde la evaluación del equipo rival en su funcionamiento colectivo, hasta la capacidad individual de sus hombres. Hay una lucha interna, casi existencial del estratega, para tomar la decisión correcta. Para no equivocar sus piezas, para no fallar en el pensamiento. Markarían, hizo su apuesta, pensando en neutralizar las bandas, tirando a Advíncula y guardando a Farfán. Había que tijeretear esa triangulación colombiana que hace daño, con Ballón y Retamoso. Mantener lejos del área a Falcao y guarnecerse de los ataques, con dosis de tranquilidad y apelar la lucha de Guerrero y Pizarro arriba. Mantener el cero, lo más posible, esa era la apuesta, ese era el negocio.

Pero que puede hacer el “mago”, Si Retamoso, elevado a los altares por el hincha, no es el mismo del partido anterior. Si en menos de 20 minutos ya se pierde 1-0 y los dos laterales son bombas de tiempo, por una segura expulsión. Si Zambrano confunde vehemencia con golpes. Si Guerrero sigue peleando contra el fantasma de su apatía y Vargas, por citar los referentes, es un vago recuerdo de la aplanadora que mandaba por izquierda. Que se hace ante una apuesta por los hombres, que en la cancha solo son nombres. Pizarro, el más odiado y ensalzado, es el de mejor perfomance. Colombia es superior y ello se nota en cada dividida, en el duelo individual. Dura tanto la resistencia, como la paciencia, un error grosero de Vargas y Fernández -vestido esta vez de Clark Kent- nos devuelve a esa “gitanería” de siempre. A esa realidad tan sufrida y consentida.

Markarian, tuvo que recomponer su apuesta, eligiendo otros boletos, sobre la marcha. Demasiado temprano para el riesgo, para luchar contra el marcador. Con Farfán fue diferente, algunos dirán que debió arrancar. Quizás sean los mismos que reclaman que de visita debe jugarse con dos volantes de marca. Tal vez sean los mismos que aseguraban que Retamoso había llegado corriendo desde Lima. Que era incansable. O quizás sean los mismos que siguen sin entender que los jugadores, por muy laureados o experimentados, tienen altibajos y suman o restan al colectivo con su actuación individual. Que se exhibe una limitación cuando al rival se le nota superior. Lástima que eso se puede visualizar, solo cuando ha terminado el partido.

Se puede intentar, se puede ansiar hacer bien las cosas, pero no siempre ello es una garantía. Somos un equipo que puede tener un partido inolvidable un día y una avinagrada actuación al siguiente. Nos cuesta aceptar que el Paolo que vino a la Selección, no es el mismo de los éxitos mediáticos con tinte brasileño. Nos cuesta aceptar, que en estas clasificatorias, no solo bastan la actitud o las ganas, hace falta rendimientos colectivos y consecuentes. Esta derrota estaba en los planes y ahora la mirada está puesta en Uruguay y Venezuela, con esta realidad queda muy poco para pensar y mucho por actuar. Serán dos epopeyas que definirán todo, uno en casa ante la garra charrúa por el honor y otro de visita ante Venezuela, por la gloria.

La fiebre futbolera del hincha peruano se va aquietando, se va calmando como el ocaso de esta tarde fría y desanimada, va tomando su lugar, conforme empieza a digerir el sinsabor, va apaciguando la efervescencia de unos días atrás, donde dejó desbordar demasiado aprisa su euforia. Va retomando la calma –como tantas veces- cuando el martillo de la realidad, golpea su conciencia y le va susurrando al oído, que el partido ya ha terminado y debe levantarse de su asiento, para volver a ser el mismo de antes, el mismo de siempre.

El hincha colombiano festeja su casi inminente viaje a Brasil 2014, su gente, sus hombres y mujeres de carácter alegre, dejan escapar su embriaguez por demás merecida, quizás en el desborde de la confiada celebración, haya soltado el estribillo de una antojadiza versión, para un tema del gran Carlos Vives, que a la letra le corría el corito: “Peruanito, peruanito se creía que el a mí, que él a mí me iba a ganar y cuando me oyó tocar, le cayó la gota fría, al cabo el la compartía, el tiro le salió mal”.