Clásico adolescente

Tiene la cara de esos adolescentes ingenuos, de esos chicos, cuya adultez o su mayoría de edad les es aún una lejana posibilidad y se sienten más identificados con las cosas triviales y sencillas, las cosas simples de la vida, todo resuelto con una traviesa sonrisa. Christofer Gonzales, frisa los 20 años y juega en la U como si tuviera 30, es de esos jugadores talentosos que marcan una diferencia con un simple toque al balón. De aquellos que nacen con una estela especial y que suelen calzar un guante en el botín. Es tan desfachatado cuando se le antoja y suele esconderse entre la cortina para salir de improviso y brindar una florcita en el verde, que enciende la tribuna como una pradera.

Cada vez que se juega un clásico, no es relevante como lleguen los eternos rivales a la justa. Basta que la crema y blanquiazul se tengan que ver en el verde para que el hincha olvide sus quehaceres y se vuelque a digerir toda la expectativa que se crea antes durante y después del partido. Es una necesidad ineludible, una forma de desfogue, una oportunidad para decirle al compadre cuanto odio y amor existe entre ambos y también para reconocer cuan necesarios se sienten, los unos a los otros. El fútbol, les ha marcado en la piel, rencores y ojerizas que a veces traspasa las fronteras deportivas y se convierte en una insana rivalidad que cala tan hondo en los sentimientos del hincha confeso, que le cuesta mirar o hablar de fútbol, sin sacarse la camiseta.

Es difícil pretender que un clásico con un promedio de edad veinteañera, resulte como las antiguas epopeyas de antaño, que se juegue con dosis de galantería o el vértigo que se genere en las áreas rivales, tenga figuras descollantes, cracks que definen una jugada en un verso o tanques que rompen las redes a punta de potencia de sus botines. Son otros tiempos, los compadres han asumido los años, casi de la misma manera y remendando sus urgencias, con la necesidad que sus hijos asuman la adultez, de manera vertiginosa, accidental y hasta forzosa. Para el fútbol peruano, resulta provechoso, para el hincha que llenó el Monumental no tanto, pues la tarde se le hizo gris como el partido mismo. Inicio aburrido, embrollado, deslucido y con equivocaciones por ambos lados. Muchas intenciones y pocas elaboraciones de juego colectivo. Un primer tiempo para el bostezo y un abrazo a la paciencia.

La U ha asumido la premisa de cuidar bien la casa, cero goles en contra en 6 fechas. Comizzo ha impuesto el sello de la confianza en los chicos, la verticalidad y los cambios de ritmo presionando todo el tiempo. Alianza sigue en su ritmo, cadencioso por momentos y buscando la sorpresa con el pelotazo frontal. Los buenos resultados de la U es cosecha de la conjunción del buen pie de Gonzales y la levantada de un Guastavino que ofrece variantes ofensivas. Alianza ha perdido la “magia”, una cosa era con Jordy y hoy ni Aguirre y menos un inoperante Mostto logran cubrir lo que Reyna provocaba solito arriba. La lucha en el medio fue un lio de ansias juveniles, el balón no le preocupaba a los grones y era una tentación prohibida para los cremas. El clásico se fue haciendo la lucha de chicos que querían afrontar su papel como grandes, en una realidad lejana de lo que el hincha espera siempre.

Vino el error infantil de Serrano, la puñalada letal de Ruidiaz y el taconazo de Olascuaga, el balón le llegó a Gonzales haciéndole un giño, el crema hace en un segundo que su cuerpo vaya al lado opuesto de su mirada, Heredia se devora la intención y Christofer, no la revienta, le pone el pie con sutileza a la pelota, la acaricia y ella obediente, recorre ese tramo del éxtasis total, que hace desbordar el Monumental. GOLAZO, por la concepción, pero mucho más por la magistral definición. No hubo más para hablar, solo un tiempo para gritarlo y una pausa para el aplauso interminable.

Un clásico de apariencia juvenil, de más raza que fútbol, de poco ritmo y escasa dinámica, tuvo que aparecer el que hace diferente la forma de llegar a la red. Christofer Gonzales, aquel muchachito de juego desfachatado, irreverente, que siendo crema hasta los huesos, vive en el corazón mismo de Matute en la Victoria. Lo que para unos puede ser una insolencia, para él es parte de su desinhibida forma de ver el fútbol, de hacer siempre algo distinto al resto, salirse del cuadro para pintarse él mismo, con ese pincel que tiene en el botín y que en este clásico adolescente, lo hizo figura y se ganó un boleto para jugar junto a Neymar contra Messi, nada menos. Ojalá y le den permiso, entre tanta constelación de estrellas, una luz juvenil de sangre peruana, nos inflará el pecho de orgullo y lo digo sin color de ninguna camiseta.