El día de la bandera

El centro de Vargas va al área ecuatoriana, como una lanceta que lastima e incita al error, el balón le queda a Pizarro, bailando en el aire, la domina como equilibrista consumado con la cabeza, acomoda el cuerpo y en esa media vuelta, dibuja imaginariamente el arco, le pone su botín blanquirrojo, para cruzarla justo para que se meta lejos del arquero. Como mandan los códigos de los grandes goleadores, para abrir el camino del triunfo. GOLAZO. Claudio festeja con alegría, se regodea en su confianza y dedica con sus dedos a todo el estadio que revienta de júbilo, a todo un país que lo vapuleó tantas veces. Hace el saludo militar a todos los que no valoran su liderazgo, su categoría y solo saben ver el fútbol por TV. A todos los que no entienden que en Alemania es un definidor y con la selección debe ser obligatoriamente, un obrero del gol.

Y fue Pizarro -el más cuestionado- el que marcó el rumbo. Había que jugar, pero ante un equipo durísimo, física y técnicamente, había que luchar, morder y batallar cada espacio. Guerrero no se acomodó a jugar sin espacios, entró a esa lucha insensata de pelear contra él mismo. Farfán disminuido físicamente y Vargas atinado tácticamente, pero lejos de su nivel técnico. No había luces individuales, la apuesta fue por el colectivo, por la solidaridad para apretujar las fuerzas y contener esas locomotoras norteñas. Ecuador se puso vertical y fue la noche de Retamoso. Lo que corrió, lo que metió el abancaino. Fue un chasqui con esmoquin. Un motor para correr y destruir juego rival, simple con el balón, entrega prolija y desdoblamiento eficiente, lo justo para lucir en los momentos difíciles de Perú.

Hubo poco fútbol, hubo más entrega. Por momentos el juego era una batalla, con soldados luchando sin cuartel, por ganar un pedazo de terreno de juego. Cuando Ecuador se hizo fuerte, apareció la bravura y la garantía de Zambrano, para ir encima del “chucho”, para devorarlo en ansias. Yotun y Herrera sufrieron por los costados, se vieron por momentos invadidos por alienígenas y monstruos, que destruían todo a su paso. Imaginamos si Ecuador vulneraba nuestra valla. Hubiera sido muy difícil remontar. Para su bien, en el arco, detrás de ellos, con su traje verde y con su capa aireada, estaba Fernández, para volar lo justo, para ahogar la angustia y devolvernos la confianza. No es el hombre de acero, pero por algo se hace llamar “Superman”.

Aquella imagen en blanco y negro, del último triunfo ante Ecuador, destella recuerdos nostálgicos, cuando los norteños eran un equipo timorato, rústico, que Perú goleaba a su capricho. Tiempos idos, para nada semejantes a esta realidad, de los Valencia, Benitez, Ayovi, Montero y Caicedo. Ecuador repotenció los genes de sus jugadores y al biotipo privilegiado de las Esmeraldas, le puso una cuota de fútbol. Una apuesta por la fortaleza física para conseguir resultados y estar siempre peleando un cupo. Perú sigue arriesgando el rezo y ojeriza, a unas cuantas individualidades. El proyecto de tener una generación competitiva detrás de esta, que se juega su última opción de ir a un mundial, aún no tiene firma ni sello. Lo que tenemos es un equipo que va remontando en resultados las caídas y apuntalando en la tabla –por ahora- un presente aliviador.

No podíamos perder, porque ya era tiempo de cambiar la historia. Era un momento para darle un color distinto a la esperanza y dejar que se siga alimentando de sueños irreales. Confirmar, como dijo el “mago” que siempre fuimos pragmáticos, aunque nunca dejamos de ser románticos. Era un día de definición y una noche de pasión. No podíamos perder, menos en el día de la bandera, una noche de rojo y blanco que volvió a encender la ilusión. Sufrimos y gozamos, ajustamos y disfrutamos. El camino aun es largo, muy duro y espinoso, pero el horizonte se mira mejor en tranquilidad.

VAMOS PERÚ!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario