La fiesta estaba en la tribuna, con toda la gente ansiosa, pero confiada que la unión de tantas gargantas y de tanta fuerza junta, debía ser la causa y efecto para lograr el objetivo. El cántico repite sin descanso que la copa es una obsesión. Erick y sus hijas se abrazan y el coloso ruge desaforado. Valeria, se persigna y Francesca aprieta los puños con fuerza. Abajo en el verde, Javier Chirinos, hombre acostumbrado al perfil bajo, lanza la última arenga y se encomienda a la confidencia de este presente, de esta gente de pecho merengue que ha llenado la grada y desgañita su aliento, como un huracán de buena vibra que va bajando a la cancha, para impregnarse en cada dorsal de estos jóvenes valores, que tienen en sus pies, la tarea de escribir su propia historia.
La primera explosión llegó cuando Boca se hacía superior y parecía inexpugnable. Cuando los miedos iban haciendo descolorar a la confianza. Cuando la U se supo menos técnicamente, pero se hacía magno en bravura. La disposición desde el banco tenía como prioridad, el orden táctico y la paciencia. Pero el valor agregado, ha sido –qué duda cabe- el aliento de la tribuna, en cada balón dividido, eran 45 mil almas que gruñían la jugada y lograban intimidar al rival. Ese primer gol de Ampuero, hizo reventar el Monumental y logró arrancarles las primeras lágrimas de emociones al padre y sus hijas que abrazados los tres, disfrutaron de su alegría, que les duró lo que dura el entretiempo y dejó poco espacio para la euforia. En el fútbol, si ves a tu rival superior, debes ser lo tamañamente inteligente para no arriesgar más de la cuenta y ser ordenado tácticamente, pero cuando te toque hacer daño, no debes sentir remordimientos. Partido parejo, estaba para cualquiera. La U pudo liquidar, pero las manos del buen golero argentino, fueron como molinos de viento que jugueteaban con la angustia de los hinchas, que miraban el reloj con impotencia y las manecillas, solo devolvían una realidad que desesperaba las inquietudes.
El silbato final, dejaba nuevamente la encrucijada cruel de la definición por penales. Otra vez a sentir la adrenalina al tope y a soportar ese nerviosismo que recorre el cuerpo y que hace temblar las piernas. Una vez más, a apretujar el escudo crema contra el pecho y aferrar todo el fervor a la confianza. Y es que el tiro de los doce pasos -aunque se diga lo contrario- para el hincha suele ser una especie de lotería, una dosis de sufrimiento adicional, que acelera sus corazones en cada disparo. Erick y sus hijas, se abrazaron a la fe, como todo el estadio, como todo el Perú que palpitaba de pié. La pena máxima fue ejecutándose y cada gol convertido era un cántico enfervorizado, cada instancia adversa era una puñalada a la inquietud. El disparo final fue de la U y fue el del campeonato. El júbilo se apoderó de todos. El Padre y sus hijas, compartían su regocijo, saltando enfervorizados, destilando su amor y compartiendo también sus lágrimas, pero de alegría infinita. Un abrazo final, logró unir sus corazones y su inmensa satisfacción, por haber vivido un momento inolvidable.
Hoy que la resaca de los hinchas de Universitario aún está fresca y sus rostros tienen un brillo especial, se nota un halo de felicidad y regocijo en el ambiente y no es para menos. La U ha puesto en su vitrina la primera Copa Libertadores Sub-20. Un galardón significativo, que tiene como mayor mérito haberse logrado en momentos de zozobra institucional, con un ambiente interno, resquebrajado y espinoso. Un título que le viene bien al fútbol peruano, porque ha sido gestado por un puñado de jovenzuelos sin nombre en el firmamento futbolístico, pero que han unido a esa sangre joven llena de ilusiones y expectativas, esa marca registrada que tiene la U llamada GARRA.
El padre y sus princesas, regresaron abrazados a su hogar. Para ellas ha sido una experiencia maravillosa, haber compartido con su padre una pasión infinita por el fútbol y el equipo de sus amores. Han podido secarse las lágrimas de felicidad y darse mil abrazos de complacencia. Erick, va a llevar tatuado al corazón, este recuerdo imborrable, por todo lo vivido. Valeria y Francesca, aquella tarde, decidieron prepararle una rica torta a su padre como retribución por la remembranza del estadio, de la gente y de todas las cosas que aún permanecían en sus cabezas. Entre la tertulia de sus frescos años y de su creciente fervor por la camiseta crema, recordarán por siempre esta tarde de domingo, que vivieron a mil, su primera Copa Libertadores y la tortita con la inscripción de la U CAMPEON, que estuvo acompañada de una rica crema de merengue, que les salió, a pedir de Boca.










