Sentimiento negro

Digamos que la imprevisibilidad, es una constante del fútbol peruano. Cuantas veces hemos visto a un equipo peruano ser un día un león herido o un dechado de técnica exquisita, ante un rival con nombre de alcurnia y al siguiente día, sucumbir muy cortésmente ante el rival más modesto. Gitanería que le llaman. Cuántas veces hemos alimentado la esperanza, para querer superar lo inverosímil de nuestra realidad, a punta de ilusiones, para apostar por nuestra camiseta, a sabiendas que vamos en desventaja en una carrera con obstáculos y con los ojos vendados.

Lo de Alianza, estaba en la lógica, aunque a veces dudemos de su existencia. La clasificación se perdió en casa, como tantas veces Lima, como tantas veces Matute. El viaje a Chiapas, era una peregrinación de rodillas a la cruz del Señor de la misericordia. La pena y la aflicción, quizás se sienta más cuando se recuerde la noche del estreno. La noche en que la caldera era una oda a la ilusión y alegría. Los rostros morenos sintieron en esas dos puñaladas, que además del corazón les rompieron la intimidad y le rasgaron la confianza. Anoche, pudieron ser 3 o 5 que mas daba, el Juaguar jugó caminando, confiado y candoroso, a voluntad y haciendo del fútbol simple, una forma suficiente para doblegar al grone que solo apeló a no dejarse vapulear escandalosamente.

¿Qué diferencia hay con el arranque del año pasado?, es la interrogante que queda y la respuesta, quizás se encuentre en los hombres y nombres distintos, la coyuntura y hasta los amigos que se perdieron, por una nefasta organización, que parece copia fiel de lo que sucede en la FPF. Será quizás que ese voto de apoyo de la tienda aliancista, para el continuismo, tenga un tinte personal y no refleja el sentir de ese hincha de pecho carbón, que mantuvo su fe encendida hasta el final, pero que como tantas veces desairado, ha decidido voltear la página, darle la espalda al desencanto y procurarle un vuelco a la realidad, buscar el contento en su hábitat, limpiando la casa y empezando por el cuarto de servicio.

Da que pensar, que cada participación copera, es una experiencia muy cercana al sufrimiento. Será que cada vez que nos toca vestirnos de gala y pasar la frontera, la jerarquía, resulta algo muy grande que nos hace falta, algo que no aprendimos a tenerla desde pequeños y estemos muy grandes o viejos para recuperarla y nuestra historia futbolística -tan venida a menos- se sigue nutriendo de desengaños. Pareciera a veces, que cada estocada recibida, ya ni siquiera nos hace daño. Pareciera que nuestra sangre se ha hecho escasa y nuestras heridas, no cicatrizan nunca, porque nos hemos hecho inmunes al dolor.

Quien sabe y esto se haya convertido en una insana costumbre y nuestro problema, haya traspasado esa línea delgada que existe entre lo real y lo inmutable y no tenga nada que ver con la técnica o el estado físico y se haya convertido en un karma espiritual, que tenga tintes de conformismo, que ha blindado nuestro espíritu, para hacerlo inmune al fracaso continuo y la derrota calamitosa.

El problema sigue siendo de fondo y está ajeno a la eliminación de un equipo peruano, más aún que es reiterativo. Que no se admita la verdad y se califique de pesimistas a los que hablan claro, como si por decir cosas agradables al oído o glorificar la camiseta de un equipo, baste para esconder bajo la alfombra esa basurita, llamada incapacidad, que enarbolan los que manejan los destinos de nuestro fútbol y que intentan maquillar fácilmente con un golcito en el extranjero o con un buen fajo de billetes.

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