Santificada realidad

Dicen que un equipo de fútbol, juega de acuerdo al técnico que tiene y cada vez empiezo a creer más en ese concepto. Dicen que lo mejor que acumulan los viejos, es experiencia y en ese kilometraje de vivencias, la paciencia, más que un don divino, se convierte en una forma de ser y actuar. El “Maño” Ruiz, no necesita ser demasiado devoto de algún santo, para haber logrado consolidar a su equipo, en la solidez de lo que aporta cada integrante y en el buen ojo avizor de un capitán de barco, que se equivoca muy poco a la hora de ir de compras.

El duelo de los santos, era para que lo gane el que se haga más creyente de la confianza y la seguridad de su capacidad. El santo mexicano, vino a excomulgar a su oponente desde el vamos y tenía los hombres adecuados para lograrlo. El santo peruano, fiel patrono de la escoba, no salió a limpiar la vereda desde el inicio. Se quedó mirando por la ventana, como el fuereño se desgastaba tratando de entrar a su casa. Lo fue aguantando y sopesando su fiereza, con la sapiencia del banco, con esa inteligencia tan necesaria, justamente cuando el rival se hace más grande y parece que en cada garrotazo, puede irse todo al diablo.

Que importante es para un equipo tener un arquero tan seguro como Farro, que borra las groserías que suelen hacer sus defensas y que a veces pareciera que aparte de ser devoto de San Martín, juega con una virgencita en su portería. En el fútbol el demérito de los delanteros es una cuestión a veces de oportunidad y otras simplemente de capacidad individual. Cuán importante puede resultar un “Churrito” Hinostroza, que se mueve con la lentitud de una tortuga, pero que piensa tan velozmente como la liebre. Y que importante se hace para un equipo, tener a un buen estratega. Cuando se desgarra Arriola, la lógica decía que meta a Labarthe. Pero el “Maño”, viejo zorro, tuvo la sensatez emocional para aguantarlo y hacerlo en el momento oportuno. Leyó el partido y metió a Cuevita, para el desequilibrio y vaya que funcionó. Después se la jugó por el “Chino” para mover el andamiaje defensivo mexicano, junto al Argentino Marinelli, aún desconocido, pero que en el debut copero se hizo figura, por la buena zurda que posee. Un pase soberbio de gol y una definición arrogante y oportuna, que liquidó este lio de santos futboleros, justo cuando uno se hacía más beato que el otro.

San Luis, el santo fuereño, pudo haber abaratado el sudor y abrir temprano el marcador para irse al descanso, haciéndoles guiños bravucones a los fieles en la tribuna. Unas veces Farro, otras el infortunio para ellos y suerte para los nuestros, pero un partido abierto, con mucho vértigo y bastante adrenalina en los protagonistas. Un partido de copa, jugado con entrega y orgullo, pero sobre todo con demasiada inteligencia. Esos partidos en las que te la juegas, apuestas doble contra sencillo y existe el riesgo que en un solo segundo, el demonio, puede aparecer y llevarse la mas santificada de las ilusiones.

Y le hace mucho bien a nuestro fútbol, a nuestra realidad, volver a la senda del triunfo, mucho más si estamos en casa y por muy purificados que se vean nuestros rivales, debemos hacerlos sentir que son extraños. Pero lamentablemente, siempre nos queda esa inseguridad que nos hace desconfiados y quizás sea mejor hacerle caso al “Maño”, para no aferrar demasiado la fe a este momento y pasar la página. Mirar el horizonte con la seguridad que lo fuerte, lo realmente serio aún está por venir. Estos son solo peldaños duros, es verdad, pero cada triunfo, logra santificar nuestra alicaída esperanza de resurgir en el firmamento futbolero, aunque ello se haya vuelto una plegaria inconclusa, un rezo constante y rutinario.

Dicen que un equipo, es la imagen de su técnico y me voy convenciendo cada vez más, que es cierto. Será que este “Maño” se parece tanto a mi viejo, que se me hace tan fácil creerle y respetar su filosofía del fútbol. Será que sus años lo han hecho ser sabio para los momentos difíciles y aventurero para jugarse los partidos con la sapiencia de un santo celestial o echando mano a un cachito de vivacidad. A veces depende de la personalidad, a veces de la experiencia y otras tantas del azahar que se cuela en el trabajo de alguien que se sienta en el banco y debe conseguir ser un estratega, antes que un simple entrenador.

Santo, es el que viene en el nombre del fútbol, santificado triunfo y beatificado sea este presente, para una San Martin, que se ve sólido y efectivo, Dios no quiera que en los buenos deseos de los peruanos por hacer una buena copa, el diablo, ese personaje siniestro y vilipendiado, termine metiendo la cola o peor aún, termine metiéndose a la cancha.

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