Reflexión en el arroyito

En las horas tranquilas, resulta placentero reposar el cuerpo y estirar las piernas, mirando discurrir el agua de este pequeño riachuelo de emociones, que nos ha dejado el tan esperado Argentina–Brasil. En este entorno, resulta mas objetivo el pensamiento y se puede mirar mas allá de un resultado trabajado, que tuvo su punto de quiebre, en esas dos pelotas paradas que fueron aprovechadas al máximo, cuando Brasil aún no terminaba de atarse los zapatos y el equipo de Maradona, apostaba por buscar el riesgo desde el inicio, con desorden y apelando a lustrar la lámpara de Messi y dejándose llevar por la efervescencia, que marcaba un estadio rosarino, agradecido y repleto de ansias locas. Pero, el fútbol no sabe de agradecimientos, tampoco de vigor, entrega o merecimientos. Tampoco entiende, de motivaciones y palabras lanzadas al viento. Menos puede aceptar que, con solo tener un nombre enchapado en oro en la historia, le baste para ser superior o pueda encontrar eco en sus elegidos. Esa gente que llena la tribuna, que grita y enloquece, entiende mejor que nadie, que su pasión tiene sentido y existe, por lo mas importante y valioso, que sirven en el fútbol: LOS GOLES.

En las horas felices de Dunga, hay una acertada pausa y reflexión. Ha pedido controlar la euforia, a esos mismos hinchas que pidieron su cabeza, su cuerpo y su alma y que lo llamaron desde dictador hasta inútil. Esos mismos hinchas que siempre van a exigirle mas y que en estos tres años, ha aprendido a convivir con ellos, de la única manera como entiende el fútbol y que le dieron un nombre propio, cuando era jugador: Autoridad y liderazgo. Ha jugado su partido, de otra manera y ha hecho prevalecer su don de mando. Es medianamente conciliador y ejecutor de una férrea disciplina, que su grupo lo ha entendido y por eso han sellado su pasaporte al mundial. Dunga, podrá sentirse privilegiado de contar con un extraordinario jugador como Kaká o un matador del gol como Luis Fabiano. Un par de torres gemelas que son fundamentales atrás como Lúcio y Luisao. Puede sentirse tranquilo pues por fin, tiene el mejor arquero del mundo, nada menos. Pero quizás, lo que mas le llene de satisfacción, es haber logrado un equipo, que ya no juega para divertirse, sino para ganar. Ha encontrado el punto de equilibrio, donde puede mandar y dirigir, pero sin dejar de lado su ecuanimidad y con los dos pies bien puestos en el piso.

En las horas tristes y amargas de Maradona, hay un sabor a enmienda, pero que va cargada con una embustera forma de evitar la impotencia. Acepta que se viene lo peor y que el camino se va haciendo estrecho. A despecho de Dunga, el D10s pueda que tenga a mano, mas figuras de trascendencia individual y en ello se asemejen a él en todo su genio y figura. Para los Argentinos, Diego, es un tótem, al cual le van a rendir pleitesía por toda la vida. Mas ello en lugar de haberlo hecho santo, lo ha hinchado de un orgullo malsano que ha devenido en un proceder irracional que no tiene nada que ver, con su andar maravilloso dentro de una cancha de fútbol, pero que ha tenido consecuencias funestas y hoy en una coyuntura futbolística, difícil como complicada, han salido a la palestra los yerros y culpas ajenas que empezaron desde el mismo momento en que Grondona, quiso congraciarse con el Diego y de paso, limpiar con agua tibia su gastada imagen, o quien sabe, decidió darle el timón, solo para deshacerse de una vez por todas de alguna deuda personal o de esconder bajo la alfombra, algún pasado tormentoso.

Lo que ha dejado el partido para ambos bandos, es una tranquila forma de pensar en el futuro, de parte de Dunga y una oscura presión que empieza a carcomer sus miedos en Maradona. Ha quedado desairado en su afán por valerse de su imagen para vender una ilusión devaluada y fracasó en su intento. Arriesgó hasta donde lo dejó Brasil y una vez asegurado el marcador, sus pequeños soldados rebotaron una y otra vez sobre la pirámide verde amarilla. Brasil jugó sabiendo hasta donde podía arriesgar y tuvo en Kaká, al fenómeno que prendió la lámpara, en el momento justo, en que despertaba el gigante de arroyito, se puso el equipo en la espalda y dejó su sello impregnado en ese pase espectacular que definió con sabiduría Luis Fabiano. Allí quedaron desparramadas las fuerzas argentinas y la cara de Maradona, era el rostro de la desventura, esa que hoy parece un viento lejano que intenta apagar la esperanza de ir al mundial.

De cara a lo que se viene para ambos DT, Dunga, sabe que su equipo está firme y así como definió con eficiencia, es conciente que le falta ser eficaz en sus líneas y no dejarse avasallar de manera frecuente. Tiene la ventaja que sus jugadores son mas concientes a la hora de la verdad y mantienen un perfil bajo para explotar en los momentos claves de un encuentro, su mente y alma ya está en el mundial, lo que le queda por estos lares es jugar un poco, a retomar esa diversión que había perdido en la cancha, congraciarse con sus congéneres y acumular mas kilometraje, para canjearlo por horas de vuelo, directo a Sudáfrica.

En Buenos Aires, hay un descrédito y un Maradona desprotegido. Se avecinan nubes oscuras para esta selección que ya empieza a ser cuestionada y el ambiente no es de lo mejor, el equipo se encuentra expuesto y débil, el chaparrón lo puede encontrar sin paraguas y coger un resfrío mortal. Por querer romper la realidad, ha intentado porfiar a la aventura de cogerle la cola al león, vestido de amarillo, sin darse cuenta lo peligroso que resultaba. Ha sucumbido en su experimento y el zarpazo le ha dejado una herida que ha empezado a sangrar de a pocos, pareciera mentira que con tan buenos jugadores, hoy solo le queda ir a defender el resto o morir en el intento.

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