Perú, al fondo hay sitio

Marcelo Bielsa debe ser uno de los técnicos mas obsesivos del mundo. Respira, come y sueña fútbol. Se acuesta abrazado a un balón y despierta dándole un puntapié que rebota una y otra vez la ventana sellada de su cuarto, para evitar el asedio de la prensa. Nunca sonríe, es de poco hablar y cuando lo hace, no te mira a los ojos, como escondiendo alguna timidez extraña o divagante, rezagos de su adolescencia, un semblante que normalmente tienen los genios precoces y deviene en una manía nerviosa a los adultos, que algunos lo califican de extraño y otros solo le asumen, un toque de delirio fugaz.

Cuando Chile tocó fondo en la Copa América, decidió meter la mano para revolver las entrañas de su presente futbolístico. Puso como objetivo, hacer una revolución seria. En ello estaba su creciente apego a la ley de Sociedades Anónimas Deportivas que hiciera a sus equipos fuertes y competitivos. Para su selección, necesitaban el cambio de sus pausados entrenadores, por alguien acorde a sus necesidades. Eligieron a Marcelo Bielsa, en un contrato millonario y con la consigna de clasificar al mundial. La prensa -al igual que acá- cuestionó todo, el país futbolero se dividió en dos y se volvieron pro y anti Bielsa. Pero el "loco" fiel a su estilo, cerró las persianas y dictaminó las reglas de juego, en ello estaban involucrados los jugadores y sobre todo los Dirigentes. El dinero era algo secundario, primero había que obtener resultados. Armó su búnker, cerró las puertas a la prensa y empezó un trabajo exigente, de mucha organización y estudio de sus rivales. La obsesión fue su alimento y la tenacidad, su almohada.

La prédica de Bielsa, ha sido una sola "El tren pasa una sola vez, el que quiere llegar al mundial, que se suba". Entrenar tres veces al día, empezando a las 7:00 am, estar concentrados con visitas restringidas, cercos eléctricos, sin celulares, que fomenten la distracción del objetivo, es difícil, sobre todo para jugadores que ya pisan terrenos de ligas mayores. Bielsa apostó por un contingente joven que no pasa los 25 años, edad más moldeable a las exigencias de su carácter y su filosofía de mirar y sentir el fútbol. El trabajo tuvo tropiezos, pero los resultados hoy han puesto a Chile varios escalones arriba, sin figuras rutilantes, con rendimiento colectivo, mirando el mundial, con los ojos abiertos.

Para los peruanos, los partidos contra Chile no se juegan, se ganan. Y ello pasa más por una cuestión de identidad, de nacionalismo coyuntural, que incide mas en un terreno político que una cancha de fútbol. La previa lo marcó con declaraciones más revanchistas que futbolísticas, que solo avivó el interés para que los hinchas llenen el estadio. Más que los tres puntos se jugaba por la dignidad y el honor. Al menos ese era el mensaje.

Bielsa, antes de venir a Lima, sabía lo que conseguiría. Por eso se acordó y recién pasó por el banco y cobró parte de su millón de dólares. Le bastó revisar la formación peruana y se creó una consigna: Aburrir a Vargas, sacarlo de sus casillas y en ello, un "loco" sabe tanto o más que otro "loco". Por ello lanzó al verde los dados a ganador, con cuatro atacantes y un solo recuperador. Darle trabajo de correr a Solano, para que pierda precisión, era la otra premisa. Lo demás pasaba por dejar que sus jóvenes se coman la cancha y sus puntas hagan el ida y vuelta. Alexis Sánchez -tremendo jugador- temprano nos echó agua helada desde el balcón y cuando el reloj marcaba media hora de juego, jugando al límite y un penal con olor a impotencia, daban el aviso que el "loco" Vargas, nuestro emblema, nuestro héroe de otros sucesos, ya estaba fuera del partido. Bielsa había conseguido su objetivo.


Uno miraba a Fano fajarse contra todos y pelear hasta el último cartucho y sentía un orgullo con dolor en el pecho. Más aún cuando un inoperante Chavez o un dubitativo Ramirez, eran figuras decorativas y un descontrolado Zambrano pegándole a todo lo que se mueve y que debió irse con Vargas. Uno miraba a Bielsa, pasearse nervioso, viviendo el partido, increpando a sus jugadores, por no aumentar el marcador en el minuto 90. Uno miraba al "Chemo", lejos de su pasado en la trinchera, vestido de gala, con el bronceado eterno de sus días de playa, sentado, impávido, indolente y entonces, aquello del honor y el orgullo parecía una joda mas, del "Especial del humor". Dos distintas realidades, sin duda, dos distintos entrenadores, con diferente discurso, pero también con diferente futuro.

No es hora de mencionar nombres, ni buscar soluciones es hora de aceptar la verdad, de hacernos fuertes y mirar la vereda de enfrente y aprender del ejemplo. Lo que pase en Brasil solo será parte de la historia, ya no jugaremos por nada, porque hasta el orgullo y el honor, se encuentran maltrechos, seguimos rezagados en la tabla y ello quizás no cambie màs adelante. Uno esperará que esto cambie de verdad, pero es más seguro, que quienes dirigen nuestro fútbol, solo van a apretujar la vergüenza en lo que resta de esta eliminatoria y nos van a seguir susurrando al oído, como un consuelo barato y hasta cursi, que donde entran dos entran cuatro, que avancen, porque al fondo hay sitio.


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