El día de la bandera

El centro de Vargas va al área ecuatoriana, como una lanceta que lastima e incita al error, el balón le queda a Pizarro, bailando en el aire, la domina como equilibrista consumado con la cabeza, acomoda el cuerpo y en esa media vuelta, dibuja imaginariamente el arco, le pone su botín blanquirrojo, para cruzarla justo para que se meta lejos del arquero. Como mandan los códigos de los grandes goleadores, para abrir el camino del triunfo. GOLAZO. Claudio festeja con alegría, se regodea en su confianza y dedica con sus dedos a todo el estadio que revienta de júbilo, a todo un país que lo vapuleó tantas veces. Hace el saludo militar a todos los que no valoran su liderazgo, su categoría y solo saben ver el fútbol por TV. A todos los que no entienden que en Alemania es un definidor y con la selección debe ser obligatoriamente, un obrero del gol.

Y fue Pizarro -el más cuestionado- el que marcó el rumbo. Había que jugar, pero ante un equipo durísimo, física y técnicamente, había que luchar, morder y batallar cada espacio. Guerrero no se acomodó a jugar sin espacios, entró a esa lucha insensata de pelear contra él mismo. Farfán disminuido físicamente y Vargas atinado tácticamente, pero lejos de su nivel técnico. No había luces individuales, la apuesta fue por el colectivo, por la solidaridad para apretujar las fuerzas y contener esas locomotoras norteñas. Ecuador se puso vertical y fue la noche de Retamoso. Lo que corrió, lo que metió el abancaino. Fue un chasqui con esmoquin. Un motor para correr y destruir juego rival, simple con el balón, entrega prolija y desdoblamiento eficiente, lo justo para lucir en los momentos difíciles de Perú.

Hubo poco fútbol, hubo más entrega. Por momentos el juego era una batalla, con soldados luchando sin cuartel, por ganar un pedazo de terreno de juego. Cuando Ecuador se hizo fuerte, apareció la bravura y la garantía de Zambrano, para ir encima del “chucho”, para devorarlo en ansias. Yotun y Herrera sufrieron por los costados, se vieron por momentos invadidos por alienígenas y monstruos, que destruían todo a su paso. Imaginamos si Ecuador vulneraba nuestra valla. Hubiera sido muy difícil remontar. Para su bien, en el arco, detrás de ellos, con su traje verde y con su capa aireada, estaba Fernández, para volar lo justo, para ahogar la angustia y devolvernos la confianza. No es el hombre de acero, pero por algo se hace llamar “Superman”.

Aquella imagen en blanco y negro, del último triunfo ante Ecuador, destella recuerdos nostálgicos, cuando los norteños eran un equipo timorato, rústico, que Perú goleaba a su capricho. Tiempos idos, para nada semejantes a esta realidad, de los Valencia, Benitez, Ayovi, Montero y Caicedo. Ecuador repotenció los genes de sus jugadores y al biotipo privilegiado de las Esmeraldas, le puso una cuota de fútbol. Una apuesta por la fortaleza física para conseguir resultados y estar siempre peleando un cupo. Perú sigue arriesgando el rezo y ojeriza, a unas cuantas individualidades. El proyecto de tener una generación competitiva detrás de esta, que se juega su última opción de ir a un mundial, aún no tiene firma ni sello. Lo que tenemos es un equipo que va remontando en resultados las caídas y apuntalando en la tabla –por ahora- un presente aliviador.

No podíamos perder, porque ya era tiempo de cambiar la historia. Era un momento para darle un color distinto a la esperanza y dejar que se siga alimentando de sueños irreales. Confirmar, como dijo el “mago” que siempre fuimos pragmáticos, aunque nunca dejamos de ser románticos. Era un día de definición y una noche de pasión. No podíamos perder, menos en el día de la bandera, una noche de rojo y blanco que volvió a encender la ilusión. Sufrimos y gozamos, ajustamos y disfrutamos. El camino aun es largo, muy duro y espinoso, pero el horizonte se mira mejor en tranquilidad.

VAMOS PERÚ!!


La gran revancha bávara

Que el fútbol ofrece revanchas, es una gran verdad. Así como ofrenda oportunidades y se hace amable con las circunstancias, también se hace mezquino con la justicia y se vuelve tirano con los merecimientos. Pero siempre vuelve a dar una nueva chance. Para reivindicar algún pasado y devolverle la sonrisa a alguien que la perdió alguna vez. Para alguien que en algún pasado, tuvo que masticar el sabor amargo de la desilusión por propia cuenta, por un error para nada intencionado, pero que dejó la huella de una infame culpabilidad.

Tremenda final que regalaron este Bayern Munich con la etiqueta de favorito, que lo marcaba en la frente con una presión adicional y el Borussia Dortmund, con la cara lavada, sin ningún peso en la mochila, que salió a devorarse la gloria desde el pitazo inicial. No había pasado media hora y ya los de amarillo habían logrado que Neuer se hiciera figura descollante, salvando un remate de Lewandowski con sello de gol y otra de Blaszczykowski que hizo parecer que no entraba nada en su arco. Un primer acto intenso, con un Dortmund entregado, prepotente y atrevido. Un Bayern maniatado, soltando latigazos esporádicos y buscando una tregua para darse un respiro.

Cuando hubo calmado el temporal amarillo, era hora que los más cuajados para este tipo de partidos, aparecieran. El protagonismo se fue para el arco de enfrente. Weidenfeller pasó a ser el héroe, con atajadas notables, poniendo el cuerpo y el alma en cada salida. Una lucha de poderes que obviaban los lujos y sacaban a relucir el trajín, la bravura y ese vigor propio de los equipos alemanes. El desgaste y los impulsos, mermaban las fuerzas, ocasionaban los errores. El balón tenía que entrar a un arco, nadie lo decidía aún en el verde.

La historia tenía guardada una versión especial para la definición. Al Bayern lo acompañaba la sombra de tres finales perdidas. Tres intentos vanos de vestirse de gloria habían desdibujado la estampa de campeón al equipo bávaro. Arjen Robben, llevaba a cuestas un pasado negro en instancias finales con la camiseta de su selección. Este partido se parecía tanto al que perdió en Sudáfrica, aquella vez que Casillas le puso el pecho y le negó la dicha de ser bendecido por el triunfo mundial. Cuando Weidenfeller le sacó con la cara un gol cantado, los fantasmas volvieron a aparecer para el holandés. El alargue se veía venir y los miedos y desconfianzas otra vez empezaron rondar. Para el Bayern otra final en suspenso y para Robben, temeroso de volver a fallar, de volver a sentir otra vez, la misma pesadilla.

Pero por eso, se dice que el fútbol da revanchas. Robben, primero llega al fondo en una jugada donde pone ese típico desdoble veloz que lo deja, siempre con su mejor perfil. Un instante demás, para sacar la puñalada asesina que hace cómplice Mandzukic y pone el botín en la raya. Era el 1-0 de la gloria, el que marcaba el rumbo distinto, hasta que el error grosero de Dante, dejó en la pena máxima que el alargue sea una posibilidad flotando en el aire. Weidenfeller era el titán, sacando el gol a Schweinsteiger y su compañero Subotic, el partner especial ahogando en la línea lo que provocaba Muller. El reloj, se tiraba desde la tribuna para ser protagonista.

Había una línea delgada, entre esos dos minutos finales y la espina clavada que tenía Robben. Era una noche especial para el holandés, era un día especial para el Bayern. Cuando el epílogo tocaba la trompeta, apareció el diferente. Vapuleado y crucificado por su pecaminoso individualismo, torturado por su pasado indigno y su disfraz bizarro de ególatra, pero que estaba destinado a entrar por la puerta de la grandeza. El holandés se inventó un desdoble, previo taconazo fantástico de Ribery, se metió al área y amagó como siempre, en ese desequilibrio de su perfil cambiado, para soltar un toque mordido, vagabundo, que se fue metiendo despacito, saludando a la tribuna y que dio tiempo que los del Borussia, se tocaran la cabeza con angustia. Robben se había tomado la revancha y con ella, hizo que el Bayern cobre su propio desagravio y sea dueño de la orejona, después de 12 largos años.

El fútbol ofrece recompensas, qué duda cabe. Robben ha entrado en la historia, después de haber pasado por el calvario de ser un jugador vapuleado, amado y odiado a la vez. Una muestra que la grandeza de un jugador no se mide por lo que dice o deja de decir y menos por su forma de sentir el fútbol. La grandeza de un jugador, radica en hacerse fuerte para revertir su pasado y a veces, y solo a veces, cuando en el verde, es capaz de torcer la historia, inventándose un golpe de gracia, con un simple toque sutil, que desata una locura descomunal. Robben dejó atrás una maldición fatídica y el Bayern apunta a ser potencia y ganar todo. Tiene el dinero y la gloria en sus manos, esta revancha ha rehabilitado su pasado memorable. El Pep Guardiola aguarda iniciar un nuevo ciclo, a proponer su propio sello, pero desde ya, tiene la vara bien alta.

Esta final de Champions League fue toda una fiesta. Desde la majestuosidad del Estadio de Wembley, hasta la caballerosidad teutona, para jugar un partido de fuste con el respeto y la energía enfundada en la piel. Con esa intensidad y vértigo compartido que originó una lucha de fuerzas parejas, que se definió cuando apareció la habilidad de alguien vapuleado, pero que hoy demostró su grandeza. Un gran campeón de Champions, un privilegio para Claudio Pizarro, una alegría para compartir todos los peruanos.

Bienaventurada la esperanza

Esa porfiada en el epílogo de una lucha encarnizada. Una media vuelta sin pañuelo, pero con sabor a festejo y marinera. Ese beso a la red, que fue un desfogue a esta angustia que nos estaba matando suavemente y una explosión de esa alegría contenida en la garganta y que nos hizo llorar de impotencia tantas veces. Otra vez Farfán, degradado injustamente e idolatrado de forma oportunista, pero otra vez como estandarte, como emblema y a quien el traje de héroe le sienta bien. Era demasiado para soportar tanta angustia, era demasiado sufrimiento, que nos hacía sentir con domada impotencia, que nos estaban arrebatando, un trozo de esta tierra que nos ha parido.

Chile vino dispuesto a invadir Lima y pasear su bandera. Sampaoli sabía cómo hacernos daño: Presión asfixiante, comernos los tobillos y hacer de la dinámica su patrón de juego. Morderlas todas sin respiro, provocar el descontrol. Nuestra kriptonita es no tener espacios, el desorden desbarata las intenciones y las hace fluir por un río de imperfecciones. Aunque un equipo no puede jugar con la misma intensidad los 90’, la intención chilena era anotar primero y manejar el partido. No había juego peruano y estuvimos cerca de la debacle. Un penal omitido y dos sacadas de la raya, presagiaban una noche tormentosa. Algunos rogaban que acabe el primer tiempo, otros que acabe ya el partido.

Aunque el complemento fue otra la historia. Markarían siguió apostando temerariamente por la posesión del balón. Mariño fue por un Lobatón errático y fuera de ritmo, el cambio sacó de sitio a Sampaoli, que debió replantear. Perú encontró el balón, Chile no dejó de ser agresivo. El “hombrecito” no renunció nunca a buscar el partido. El “mago” equilibró las zonas y se hizo un partido vibrante, de ida y vuelta. Las revoluciones a mil. Pudimos haber empezado el festejo antes, como hacer las pompas fúnebres. Cualquier cosa podía pasar y era cuestión de tiempo. La tribuna encendía la emoción, pero escondía la desconfianza. Disfrazaba en una arenga, ese temor que acechaba como perro de presa, que carcomía los nervios. El reloj se metió a la cancha.

Pero no podíamos perder. Ni ahora ni nunca, menos contra Chile. Porque es un rival directo y con el que se ponen en disputa gran parte de nuestro orgullo y un patriotismo preconcebido. Por eso cada peruano empujaba en cada pelota disputada de Cruzado. Saltaba junto a Rodriguez y a Jhoel Herrera –partidazo- se paraba cada vez que Farfán insistía una y otra vez con el desborde y hasta un voluntarioso Pizarro recibía la arenga. Eso de que cuando juega Perú jugamos todos, se hizo un himno, un cántico que salía del alma. En cada corner todos íbamos al cabezazo y en cada contra chilena rezábamos juntos a la virgen de la providencia. El ingreso de Jordy Reyna fue un envión anímico, una cuota de frescura y una señal de recambio generacional, cuando Pizarro le cedió su lugar. Le falta kilometraje, pero hizo puntos en un momento crucial.

Cuando las sombras tenebrosas nuevamente empezaban a empañar nuestro horizonte, salió a relucir una jugada que quedará en la retina de todos los peruanos por siempre. Robada de Yotun que hace de 10 encubierto y pone un pase sensacional que en dos tiempos define la “Foquita”. Este gol de Farfán lo habremos gritado y festejado tanto como ganar un mundial. Quizás por la forma como se ha logrado, por el momento que se ha dado, también por el rival antagónico, por tanto sufrimiento compartido, por todo lo que ha costado ganar este partido y que lo hace un TRIUNFAZO.

Un equipo no gana como sea. Es producto de un trabajo colectivo, pero esta vez, nos tocó a nosotros. Chile se fue argumentando la injusticia del marcador y los desaciertos del árbitro. Tantas veces jugamos mejor pero merecimos otra suerte y los jueces fueron filibusteros verdugos de nuestros sueños. Tantas veces perdimos en los epílogos y esta vez fue diferente. Tantas veces aplaudimos la derrota y salvaguardamos el rendimiento, pero nos olvidamos del resultado. Esta vez alguna mano divina toco la nuestra. Nos estaba haciendo tanta falta.

Bienaventurada sea la esperanza, esa que permanece en el hincha fiel que hoy refresca su ilusión y fortalece la confianza. Bienaventurados sean los que tienen fe, en ver renacer el sueño permanente de clasificación. Bienaventurados sean todos los que estuvieron en la cancha, los que tuvieron el corazón en la mano y cada peruano que se puso la blanquirroja más orgulloso que nunca.

VAMOS PERÚ!!!



El NO debe y el SI se pudo

Esa desfachatez y la frescura de los 17 años de Gino Peña, para atreverse a meter esos tres dedos al balón, para que cuando surque los aires, coja el efecto contrario y caiga como si tuviera un paracaídas. Esa rapidez de ardilla astuta y el golpe de vista ladino, que tiene Jordy Reyna, para meterse entre los defensores y correr unos pasos más que la experiencia, para sacar ventaja en base a la potencia de sus primorosos años y esa definición a lo crack, arriba, en un rincón, donde el portero solo miró el lamento. Una jugada de antología y dos jóvenes promesas del fútbol, como protagonistas. Los dos vistiendo las sedas de Alianza Lima.

Un traslado de balón prolijo, una personalidad para mandar un pase del desprecio, con carga de gol en el envío. Una pausa y una entrega siempre segura. Una generación de ataque, con el toque sutil, amalgamado, lleno de pulcritud y belleza, para meter el remate que le da un beso al poste dos veces y le hace un guiño a sus ansias juveniles de ser el conductor con camiseta crema. Christofer Gonzales, cada día más dueño de sí mismo, cada día más consolidado en el fortín de Universitario.

El lema de los resultadistas, siempre fue apostar por la experiencia, era la solución inmediatista para lograr un trofeo en la vitrina, aunque ello originara que las canteras se extinguieran en vida, pintando a las jóvenes promesas en decorados inútiles que querían sacar a relucir, cuando el tiempo ya había puesto su mano. Apostar por “paquetes” extranjeros, para llenar bolsillos ajenos y dejar a las caritas adolescentes, sin una opción de demostrar su valía. Pero hoy por hoy el fútbol demuestra que no es una cuestión de edad si no de oportunidad. La mejor manera de saber si un joven futbolista vale, es exponerlo en un nivel competitivo. El talento se expresa mejor según el grado de dificultad. La habilidad no puede medirse dormida, la destreza es una expresión innata de estar siempre despierto. Solo es cuestión de darle un espacio.

Este cásico ha servido para exponer a los jóvenes de Alianza y la U, en un escenario difícil de manejar por la presión que origina, un partido donde se han visto rendimientos superlativos de chicos que parecían tener 20 clásicos en el cuerpo. Al margen de que camiseta tengan, estas apariciones -que son producto de una coyuntura y no de trabajos integrales- nuevamente demuestran que tenemos madera y solo falta trabajarla, pero de manera seria. Esta generación nos está dejando nombres y hombres que hoy visten de blanquiazul o de crema, pero la esperanza es que mañana sea la blanquirroja y su futuro sea lejos de esta sociedad, que por años nos ha ilusionado con canteras que se esfumaron, como el humo de un cigarro, prendido en cada noche de frustración futbolera.

Un nuevo clásico, una nueva forma de estar divididos en emociones. Un tiempo para cada uno, pero un solo ganador. El pudo ser, el hubiera, siempre será una anécdota, el merecimiento no cuenta. Así rezan los resultadistas, así cuentan los estadísticos. En el fútbol la disputa de circunstancias, hace que un rendimiento individual parejo, consolide un colectivo que genera opciones de gol de manera cohesionada. Cuidar el cero sin posesión del balón y ser solo eficiente más no eficaz, no alcanza. Lo sufrió Alianza primero y fue la U el que no pudo escribir en la red lo que hizo en el verde. Es la Ley del fútbol. Cuando se nublan las ideas y la fricción domina el juego, es la individualidad la que rompe los esquemas y las tácticas necias del cero. Tres dedos para el pase fantástico, definición monumental a lo CRACK de Jordy y chau. No hay más. Buenas noches los pastores.

Que SI merecían otra cosa, puede ser. Que NO se ajusta el marcador al rendimiento, es parte del juego. Que NO se debe pasar por alto a esos que confunden la “garra” con la matonería, es innegable. Que SI se pudo rescatar algo de fútbol, el hincha lo agradece y palmas para los jóvenes. Pero lo que queda claro, es lo que genera un triunfo en un clásico, es ese sabor especial que se queda por tiempo en los labios. Y les guste o no a algunos, este resultado ya no puede ser REVOCADO.


Triunfazo para seguir creyendo

Si Alianza no hubiera caído en el hoyo, Jordy Reyna quizás seguiría siendo una linda promesa. Si La U no hubiera navegado en tempestad, el “Oreja” Flores” sería un eterno suplente. Si la FPF hubiera hecho caso a los equipos, no hubiera existido la bolsa de minutos y tampoco el torneo de reservas. Si la Copa Libertadores Sub-20 no se hubiera hecho realidad, seguiríamos apostando por figuritas repetidas que terminaron en juveniles eternos. Si los Benavente, Deza o Hinostroza, seguirían en Lima, no tendrían ese valor agregado, que significa el roce y la preparación física que tienen a su edad, para un alto nivel de competencia.

Son algunos ejemplos, para una respuesta que se hace convincente: la apuesta es por las divisiones menores. Hoy la Sub 20 ha clasificado al hexagonal final, siendo líder en su grupo, eliminando a Brasil, el gigante, el campeón de esta categoría, donde los fracasos, eran una constante para todos los equipos peruanos, que siempre alimentaron una esperanza, pero terminaron matando una ilusión.

Pero si alguna virtud tiene el hincha peruano, es que nunca termina de creer y si algún defecto se le asume, es que se embriaga de triunfalismo y se enceguece con resultados efímeros tan rápido, que termina perdiendo el rumbo. Después de la derrota ante Ecuador, el fantasma de siempre asomó la cara, los miedos y temores miraban tras la cortina, clasificar dejando de lado a Brasil, era la prueba de fuego para validar a este equipo y blindar la confianza. Triunfazo y un avance meritorio en el objetivo de ir al mundial y un bálsamo para la gente, que sigue teniendo la fe encendida.

Ha quedado demostrado, que ya no se juega con la camiseta. El mundo del fútbol se va haciendo de los jóvenes, un futbolista debe tener un pico alto de rendimiento competitivo frisando los 20 años y que el kilometraje que requiere un juvenil, debe ser consecuencia de un proceso y no una urgencia de los clubes. Que jugar en el primer equipo no sea un ruego y debutar en primera, sea una manera de madurar y no un maltrato a la ilusión juvenil. El kilometraje futbolístico debe empezar desde la edad adolescente y emigrar no solo debe ser un sueño, si no una constante forma de progreso.

Pero al margen del heroico empate ante Uruguay, el triunfo pujado ante Venezuela, los errores y la desconcentración ante Ecuador y este triunfazo ante Brasil, nos quedamos con un logro que tiene relevancia y que garantiza poder ser competitivos, pensando en el futuro claro está, si hasta ahora se logró ser un equipo, nos aventuramos a pensar que hay un plantel. Los nombres de Guarderas y su visión de juego, de Hinostroza y su conchudez, de Reyna y su explosión, de Benavente y su categoría, de Flores y su alegría, de Gomez y su pegada, Deza y su sapiencia, de Campos y su seguridad. Hay nombres y hombres, como para ponerlos en negritas y subrayado.

Es la hora de celebrar, pero momento para hacer la pausa. No caer en el exceso, ni en el triunfo ni en la derrota. En esta categoría los errores y las virtudes se magnifican, ha sido una clasificación esperanzadora, pero ahora se viene lo más bravo y real, que tiene que ver con el verdadero objetivo, trasladar al resultado este buen trabajo. Hay material y solo es cuestión de no perder lo mejor que tenemos, nuestra identidad de juego.

Vamos PERÚ!!!


Sub 20: oncena de Perú ante Brasil es una incógnita

Un punto demasiado chiquito

Como equipo nada que reprochar. Se exigía actitud y fue lo mejor que se tuvo. Se pedía raza y convicción para frenar a una Argentina líder y con el mejor del mundo en su mejor momento. Había que estar concentrado, bien parado atrás y controlar el partido sin dejar de elaborar juego. Se tuvo todo eso y mucho más. Ese minuto tres, fue determinante. Un penal a favor, contra Argentina, quien sabe a ellos no los bajonee nada, pero para los nuestros era un envión anímico fundamental. Desde los doce pasos Pizarro, se apresuró en decidir y el “Chiquito” se hizo héroe. Ese fue el punto de quiebre, la prueba de resistencia había empezado mal.

Un planteamiento inteligente, cortando los circuitos de Messi y Di María. Recorridos generosos de Carrillo y Farfán –el mejor de la cancha- en su real dimensión de verdadero crack, para recogerse, pausar y explotar con criterio. Solvencia atildada de Rodríguez y Zambrano para encimar a Higuaín y Lavezzi, la anticipación como regla. Un Advíncula batiendo record de velocidad para los cruces y trepadas. Lobatón, correcto en la marca y solvente en el armado. Un “Cachito” desparramando lisura (Salía en hombros si entraba la que pegó en el poste) un Cruzado cada vez mas aplomado y con personalidad. Un Pizarro golpeado moralmente, pero voluntarioso –nada más que eso- aguantando a los centrales. Carácter para cubrir los espacios, establecieron una superioridad en el juego traducida a la tenencia de balón. Solidaridad de los once para recuperarlo, no perder la identidad para generar juego y Argentina realmente la pasaba mal. La mejor recompensa, fue la jugada preconcebida pinchando la sorpresa y Advíncula lanzó cual puñalada en el área que Zambrano arremetió a la red, con todo el estadio junto.

Argentina hizo el empate en la misma jugada que repitió ante la impotencia de crear juego. Bombazo para Lavezzi, centro atrás y el “Pipita” letal, demostrando porque vale más que Pizarro y Carrillo juntos. Error de Yotun (quizás el menos relevante) la única falla en defensa que daba paridad a un partido donde se estaba haciendo lo correcto. Pero que otra cosa es el fútbol, sino una suma de aciertos y virtudes, una resta de errores y defectos, una división de situaciones favorables y desfavorables y una multiplicación de circunstancias, a veces bien aprovechadas y otras tantas desperdiciadas. Lo que hoy es fiesta mañana puede ser entierro. El que hoy es héroe mañana es villano, lo que se hace en un partido, no necesariamente se repite mañana. Son momentos, tan solo momentos, unos diferentes de otros.

Fuimos eficientes, más no eficaces. El futbol se gana con goles y no con intenciones. Es cierto, pero los goles no llegan por obra del espíritu santo y tampoco porque le recemos a la virgen de la improvisación. Hay que generar las jugadas de gol. Nosotros no somos Brasil o Barcelona y tampoco tenemos extirpe paraguaya por citar ejemplos de equipos de rendimientos superlativos o aquellos resultadistas que juegan feo pero acumulan puntos. Nuestra esencia es distinta y se debe jugar en base a lo que somos y lo que tenemos. Se hizo lo que se debía, más no lo que se quería, por obligación y por necesidad.

Neutralizamos al rival, generamos juego y riesgo en arco contrario, si no la metimos, no es una cuestión de eficacia colectiva, obedece más a una capacidad individual llamada jerarquía, esa que sirve para manejar presiones, hacer fácil lo difícil y lo simple en efectivo. Diferencia de jugadores, niveles de competencia, eso definen la talla de los equipos. Si antes de jugar se pensaba que era un suicidio jugarle de igual a Argentina, que Messi era incontrolable y auguraban una tragedia, en el verde se vio algo distinto y se demostró que la actitud, también forma parte del juego.

Está claro que más que un equipo necesitamos un plantel, jugadores competitivos, pero eso, no se compra en la esquina, ni se trae del extranjero, eso es materia prima que se debe trabajar a largo plazo. Esta fecha eliminatoria, nos ha dejado en cuidados intensivos, porque nuestra necesidad es más grande que nuestra realidad. El gran partido solo sirve para valorar el rendimiento y afrontar lo que se viene. Pero en un análisis crudo de las posibilidades y parafraseando la atajada del penal que pudo escribir otra historia, el resultado es al final lo que cuenta y aún no alcanza, no enciende la esperanza del todo. Por ello el punto ante Argentina, nos resultó siendo, demasiado chiquito.

A no perder la identidad

Necesitábamos tanto ganar. Era una obsesiva forma de reconciliar nuestras pasiones. Una obligatoria condición, para que la esperanza no abandone esta ilusión que se hace tan esquiva a veces. Y costó tanto, porque para el rigor de estos partidos, no bastan los nombres, hace falta que estén en nivel de competencia. Con los referentes algunos entre algodones y otros con escasos minutos de juego, se afrontaba un partido donde estaba en juego, los puntos, pero también la reconciliación, con la hinchada y con una identidad que se perdió en el mar de las urgencias.

Un primer tiempo para no recordar. Se hizo difícil poner la pelota al piso. Trabados en actitud y desprovistos en ideas. Costaba hacer más de tres pases seguidos sin forzar el pelotazo inútil. Venezuela hacía lo inteligente pero previsible. Aglutinado atrás, ordenado para cubrir los espacios y esperar la sorpresa. Pero una cosa es la paciencia y otra la pasividad, jugar al fútbol era una necesidad, teníamos los nombres pero solo para la estadística. Paolo controlado e iracundo Pizarro era un general en retiro, Vargas lejos del “loco” que conocemos y Farfán desapercibido en la banda. Solo “Cachito” y Cruzado –tremendo partido- intentaban aportar juego. Muy poco en elaboración y un mazazo de Arango, despertaron esas dudas de siempre.

En el descanso hubo tiempo para preguntarse, porque, si la habilidad y el toque fino, es nuestra forma de ser y Venezuela no era superior y sufría en las poquísimas que se juntaban los talentosos peruanos. Porqué se renunciaba al toqueteo para moverlo, rotando el balón con criterio al ras del piso, buscar las diagonales y dejar que la individualidad también sea una forma de aporte. Si eso le hace daño a cualquier rival y es lo que mejor nos funciona, porqué, se perdían las intenciones en pases tan largos y descomedidos. ¿Acaso nos habíamos olvidado de jugar?.

Pero la segunda parte fue distinta. Carrillo fue por Guerrero. Una cosa es Paolo 10 puntos y otra, cuando limitado por lesión o por presión, se enfrenta a sí mismo, se pelea con su sombra y la intolerancia se calza sus botines. La “culebra” le puso la frescura y el desborde. Farfán se puso la 10, la que mejor le queda. Y la “Foquita” volvió a ser ese jugador desequilibrante, fundamental y por el que todos apostamos. Primero una palomillada para ganarle el vivo al arquero y después con una jugada que lo hizo ver en su real dimensión. Diagonal para recibir el buen servicio de Cruzado, sacarse la marca en una gambeta, acomodarse, medir al arquero y soltar un zapatazo que se lo gritó a todos los que lo habían vilipendiado y acusado hasta de antipatriota. Aparecieron chispazos de ese fútbol tan nuestro, que elabora juego desde el génesis del talento original. Fueron porciones pequeñas, pero calmaron el hambre de triunfo.

Es verdad que el fútbol moderno prioriza el resultado por encima del buen juego. Que en estas instancias, necesitábamos los puntos más por urgencia y por angustia que por sentimiento. Es verdad que un planteamiento defensivo y contragolpe, es un arma que sirve. Pero es verdad también, que no se puede jugar igual los 90 minutos. Hace falta variantes y de cuando en vez una cuota de lo que mejor sabemos hacer: Tratar bien al balón. Una gambeta y un toque elegante o alguna individualidad, pueden definir un partido, esta vez fue un resultado mezquino. Pero mejor así. Si con este 2-1 ajustado, todos durmieron abrazados soñando con el mundial, imaginamos como hubiera sido, si concluía en goleada.

Necesitábamos ganar y se ha conseguido, pero eso no cambia que el fútbol sigue siendo de momentos y cada partido es una historia distinta. Pensamiento resultadista: No importa cómo se logró, valen los 3 puntos. Versus pensamiento romanticón: ¿Acaso es tan difícil ponerla en el piso? Toquetear y buscar el gol de una gambeta, una pared y elaboración de juego también sirve. Cuidarse bien atrás, ser disciplinados tácticamente y neutralizar al rival como prioridad, es una forma, pero en un partido como ante esta Venezuela ordenada y disciplinada, un cachito de habilidad y toque peruano, aunque escaso e intermitente, ha justificado conseguir lo mismo.

Se ha logrado trepar un poco la pared, pero no hay que olvidar que la verdadera esperanza se forja en un buen funcionamiento colectivo, no solo en un resultado accidental o insípido que solo calma los nervios, contenta a los estadísticos, pero no garantiza un encadenamiento de ilusiones. Esta fecha de eliminatoria, ha sido benévolo en sensaciones justas, con Colombia y Argentina, justamente porque fueron los que generaron fútbol, cumplieron actuaciones apoteósicas, gustaron y ganaron, los demás solo buscaron consecuencias oportunistas. Lo de Perú contenta el alma por ahora, pero no podemos olvidarnos de jugar, es nuestra esencia. Tenemos con qué hacer daño, solo es cuestión de no perder la identidad.

VAMOS PERÚ!!!