Un desabrido vino tinto


Hoy le tocó a Brasil. Ante el desabrido debut que había dejado el anfitrión, en la apertura de esta Copa América, eran los de la verdeamarela, los privilegiados dioses del virtuosismo, los llamados a poner en el verde, el espectáculo y a llenar de color esta fiesta incompleta. Y el Mano Menezes puso todo su arsenal de artistas del balón, Neymar, Pato, Ganso, Robinho, astros del fútbol mundial, con títulos recientes en copas europeas y sudamericanas. Hombres que tienen precios exorbitantes en los zapatos y que firman contratos millonarios. Era la hora de que los futbolistas vestidos de artistas, se echen a jugar y encandilen con su depurada técnica, forzando un resultado que confirme su cotizado favoritismo.

Venezuela, aquel humilde equipo cumplidor que animaba las competencias sudamericanas, ya no es el mismo. Ha cambiado como cambia la vida misma, porque el fútbol se parece tanto a ella y ha equiparado las diferencias. Brasil siendo inmensamente superior desde el arranque, entusiasmó a sus seguidores, con lujos, tacos y revoluciones, amparados en su capacidad para deslumbrar al que mira en la tribuna y al que trata de aguarle la festividad. Estaba pintado para un exquisito festín, solo era una cuestión de aguante y disfrute. Pero el tiempo se fue haciendo cruel verdugo de la impaciencia y el arco no se abrió o no quiso abrirse. Mientras Brasil hacía intentos para vulnerar la valla de Vega, Venezuela, ni siquiera lograba que se despeine Julio César. Un Brasil jugado arriba y una Venezuela que esperaba irreverente, tapando los espacios, ordenada y disciplinadamente.

Más allá de los intentos y las posibilidades que pudieron brindarle a Brasil un resultado decoroso, la amargura se queda en los labios, el Scratch siempre es el candidato y pocas veces se le perdona o se le brinda la oportunidad de quedarse sin nada. Siempre se le va a exigir más que al resto y ningún lujo o individualidad será validado, si de por medio no lo acompaña un buen resultado. Brasil, ha dejado la interrogante, de poder ser más de lo que ha brindado, insinúa llegar a funcionar colectivamente, en la medida que sus individualidades, dejen de pintarse el rostro de superhéroes y tenga el abrazo confianzudo de la integración. La unión de talentos al servicio del equipo.

Pero seamos sensatos. Las distancias se han acortado en el fútbol y hoy, aquella sumisión de los rivales débiles pareciera, haberse transformado en una rebeldía irrespetuosa, que logra hacer mirar al superior de frente a los ojos y sin ninguna pizca de vergüenza. La disciplina táctica, el orden y la convicción, que hoy mostró Venezuela, han dejado en claro que la humildad de los equipos chicos, ha dejado de ser una debilidad y se ha convertido en fortaleza. A los talentosos, les cuesta trascender en esta parte del continente. La razón, puede que se encuentre en la formación de sus futbolistas, que desde muy chicos comparten la misión de anular a los habilidosos y hoy esa labor se les haga fácilmente compatible.

Digamos que un gol pudo cambiar el texto, el argumento, pero el final ha dicho que Brasil, ha dejado la mesa servida, porque no terminó el almuerzo, había mucha hambre de fútbol, de reencuentro con la exquisitez del sabor de un Pato o un Ganso, bajado con un sabroso aperitivo de marca Neymar o Robinho. Pero al final de la tarde, la torcida, se ha ido de la mesa, inconforme con el debut, se vino del calor de Rio de Janeiro y se congeló en la Plata, encima de todo se fue a casa saboreando el amargo sabor que le dejó el vino tinto.


La albiceleste Kunfusión

Las luces inaugurales de la Copa América encendieron los destellos de la fiesta del fútbol y los argentinos recibían a sus invitados que iban llegando ataviados de sus mejores trajes y las sonrisas dibujando confianza. En la mesa central estaba el balón oficial esperando a ser tocado y la selección argentina, el equipo de estrellas rutilantes, le tocaba bailar la primera pieza. Un Bolivia vestido de verde y blanco, era el convidado de piedra en esta festividad del balompié. Era el encuentro del gigante con el pequeño. La lucha del fuerte con el débil. El fortachón con el piltrafa.

Pero esas mismas luces, cegaron las expectativas y la confianza fue perdiendo su voltaje. Lo que era un lindo sueño inaugural, se fue haciendo una pesadilla. Era la media hora del segundo tiempo y Romero ensayaba una atajada determinante a Martins, en un instante crucial del partido. El estadio se hizo silencio y los hinchas albicelestes atragantaban su angustia. El arquero argentino salvaba el 2-0 y lo que pudo ser un fulminante y lapidario resultado. La selección argentina, el equipo de estrellas rutilantes y de planilla fastuosa, lucia perturbada y desconcertada, perdía con un rival inferior, por un blooper originado por Banega y que en el fondo, fue el precio a la inoperancia ofensiva.

Bolivia no supo dar la estocada final y el Checho, que dice querer jugar como el Barcelona, terminó jugando como Argentina, el de sus peores momentos. Apelando a la actitud y las ganas, disipando la impotencia y acelerando las revoluciones, rezándole a sus individualidades. La salvación vino del banco con el Kun Agüero y Di María. Para buscar el desborde y la contundencia que no encontró con un Lavezzi atolondrado y prepotente. Messi sin enchufarse del todo, con ráfagas de su talento que se extraviaba entre tantas piernas y un Tevez, chocador e impreciso. Muy diferente al del City.

Argentina había salvado el deshonor con un golazo del Kun, pero no era suficiente. Se esperaba ganar y jugar bien, era la prédica de Batista. Ni lo uno ni lo otro. Bolivia fue lo suficientemente perspicaz, para plantarse con dos líneas de cuatro, cerrando el circuito y dejando poco espacio para la magia del botín de Messi. Fue tremendamente ordenado para cortar el juego sin pegar y aplicado para anticipar el pensamiento del rival. No eran las luces, tampoco un sueño, en la cancha Argentina porfiaba desconcertado y Bolivia, esperaba con pausada calma, el silbato final.

Argentina ha tenido un opaco inicio, muy lejos de la fastuosidad de la ceremonia inaugural. Batista pecó de obstinado, porque si tira todas las fichas por Messi, para que juegue como en el Barca, tiene que ponerle los socios perfectos. Pastore era una opción para el desequilibrio y el “Pipita”o el “Kun” para acertar lo que quedaba en intento. Si algo queda por rescatar, es que nunca rifó el balón, pero ante un rival que se para bien atrás, a veces, lanzar un paracaídas para forzar el error, no está demás, pero hay que fabricar en el medio y allí deben juntarse los mas habilidosos.

Digamos que solo es el inicio y todo debut, tiene sus riesgos, más aun cuando la fiesta es en casa y hay que atender a los invitados, que no se sabe, cómo se van a comportar. El pánico inicial se ha hecho una resignada calma, pero el sofocón de esta apertura, ha generado muchas dudas y desconcierto. Quedan unos días para volver a acomodarse. Se ha iniciado la Copa América, la fiesta latina del fútbol, una noche con muchas luces y colores, que dejó pintada en la tribuna rostros de argentinos con gestos de una alarmante confusión, de color albiceleste.


Una crema a pedir de Boca

El camino al Monumental se hizo largo para el padre y sus dos hijas que tomadas de la mano entremezclaban sus emociones con la muchedumbre de fanáticos pintados de crema que marchaban con sus cánticos y arengas elevando al máximo la adrenalina. Erick, es de esos fanáticos cremas que no se hicieron hinchas fervorosos, ni necesitaron ser incentivados por la historia de su club, porque vinieron de cuna y nacieron con ese estigma. Sus hijas Valeria y Francesca han heredado con creces esta devoción y este día resultaba demasiado especial. Ataviados con sus colores, esperaban que la sangre nueva de Universitario, el equipo juvenil que había dejado atrás al clásico rival en la ronda de penales, entrara a la cancha de este templo crema a disputar la final de la primera Copa Libertadores Sub-20, ante un grande de América: Boca Juniors. Un partido de chicos, vestidos con la camiseta de los grandes, pero con mucha hambre de gloria.

La fiesta estaba en la tribuna, con toda la gente ansiosa, pero confiada que la unión de tantas gargantas y de tanta fuerza junta, debía ser la causa y efecto para lograr el objetivo. El cántico repite sin descanso que la copa es una obsesión. Erick y sus hijas se abrazan y el coloso ruge desaforado. Valeria, se persigna y Francesca aprieta los puños con fuerza. Abajo en el verde, Javier Chirinos, hombre acostumbrado al perfil bajo, lanza la última arenga y se encomienda a la confidencia de este presente, de esta gente de pecho merengue que ha llenado la grada y desgañita su aliento, como un huracán de buena vibra que va bajando a la cancha, para impregnarse en cada dorsal de estos jóvenes valores, que tienen en sus pies, la tarea de escribir su propia historia.

La primera explosión llegó cuando Boca se hacía superior y parecía inexpugnable. Cuando los miedos iban haciendo descolorar a la confianza. Cuando la U se supo menos técnicamente, pero se hacía magno en bravura. La disposición desde el banco tenía como prioridad, el orden táctico y la paciencia. Pero el valor agregado, ha sido –qué duda cabe- el aliento de la tribuna, en cada balón dividido, eran 45 mil almas que gruñían la jugada y lograban intimidar al rival. Ese primer gol de Ampuero, hizo reventar el Monumental y logró arrancarles las primeras lágrimas de emociones al padre y sus hijas que abrazados los tres, disfrutaron de su alegría, que les duró lo que dura el entretiempo y dejó poco espacio para la euforia. En el fútbol, si ves a tu rival superior, debes ser lo tamañamente inteligente para no arriesgar más de la cuenta y ser ordenado tácticamente, pero cuando te toque hacer daño, no debes sentir remordimientos. Partido parejo, estaba para cualquiera. La U pudo liquidar, pero las manos del buen golero argentino, fueron como molinos de viento que jugueteaban con la angustia de los hinchas, que miraban el reloj con impotencia y las manecillas, solo devolvían una realidad que desesperaba las inquietudes.

El silbato final, dejaba nuevamente la encrucijada cruel de la definición por penales. Otra vez a sentir la adrenalina al tope y a soportar ese nerviosismo que recorre el cuerpo y que hace temblar las piernas. Una vez más, a apretujar el escudo crema contra el pecho y aferrar todo el fervor a la confianza. Y es que el tiro de los doce pasos -aunque se diga lo contrario- para el hincha suele ser una especie de lotería, una dosis de sufrimiento adicional, que acelera sus corazones en cada disparo. Erick y sus hijas, se abrazaron a la fe, como todo el estadio, como todo el Perú que palpitaba de pié. La pena máxima fue ejecutándose y cada gol convertido era un cántico enfervorizado, cada instancia adversa era una puñalada a la inquietud. El disparo final fue de la U y fue el del campeonato. El júbilo se apoderó de todos. El Padre y sus hijas, compartían su regocijo, saltando enfervorizados, destilando su amor y compartiendo también sus lágrimas, pero de alegría infinita. Un abrazo final, logró unir sus corazones y su inmensa satisfacción, por haber vivido un momento inolvidable.

Hoy que la resaca de los hinchas de Universitario aún está fresca y sus rostros tienen un brillo especial, se nota un halo de felicidad y regocijo en el ambiente y no es para menos. La U ha puesto en su vitrina la primera Copa Libertadores Sub-20. Un galardón significativo, que tiene como mayor mérito haberse logrado en momentos de zozobra institucional, con un ambiente interno, resquebrajado y espinoso. Un título que le viene bien al fútbol peruano, porque ha sido gestado por un puñado de jovenzuelos sin nombre en el firmamento futbolístico, pero que han unido a esa sangre joven llena de ilusiones y expectativas, esa marca registrada que tiene la U llamada GARRA.

El padre y sus princesas, regresaron abrazados a su hogar. Para ellas ha sido una experiencia maravillosa, haber compartido con su padre una pasión infinita por el fútbol y el equipo de sus amores. Han podido secarse las lágrimas de felicidad y darse mil abrazos de complacencia. Erick, va a llevar tatuado al corazón, este recuerdo imborrable, por todo lo vivido. Valeria y Francesca, aquella tarde, decidieron prepararle una rica torta a su padre como retribución por la remembranza del estadio, de la gente y de todas las cosas que aún permanecían en sus cabezas. Entre la tertulia de sus frescos años y de su creciente fervor por la camiseta crema, recordarán por siempre esta tarde de domingo, que vivieron a mil, su primera Copa Libertadores y la tortita con la inscripción de la U CAMPEON, que estuvo acompañada de una rica crema de merengue, que les salió, a pedir de Boca.


Y ya lo ve, es Messi y su ballet

Que difícil se hace el no querer sonar a exagerado. Pero después de ver otra vez a este Barcelona de Messi, de Xavi, Iniesta, de Guardiola, que en tres años ha terminado besando otra copa y una historia brillante. No se puede uno quedar inconmovible ante tanta belleza junta desparramada en el césped, si son los equipos como este Barsa los que te hacen sentir que el fútbol es el deporte más lindo del mundo.

Si uno rememora esta final de Champions, no puede dejar de admitir que fue un baile, con orquesta incluida. Hubo un cachito de tiempo al inicio que hizo pensar que el Manchester iba hacer sentir una supremacía. Pero al igual que la rosa en el ojal que llevaba Fergusón, se fue marchitando conforme el Barsa se adueñaba del balón, lo escondía, lo jugueteaba y lo movía a su regalado antojo. Un primer tiempo donde el gol rondaba el área de Van der Sar y los intentos ingleses solo eran pelotazos para un “Chicharrito” que se quedó dormido en el camarín y fue un opaco participante.

Fue la magia de Xavi la que mandaba en el Barsa. Un portento de jugador que se inventa la jugada a imagen y semejanza antes que reciba el balón. El que ve lo que otros no ven. Era el maestro de ceremonias que tomaba la batuta, para mostrarse siempre, para despertar de la modorra a Iniesta y hacerle un guiño a Messi, y empezar con la sinfonía. El 1-0 vino con una asistencia monumental de Xavi, que dejó cara al gol a Pedro. Creció el Barsa y se achicó el Manchester. Cuando se venía el segundo, bastó un descuido, para que el Manchester acertara dos pases y Giggs (ligeramente adelantado) dejara a Rooney para que defina con calidad el empate. Fue un cachetazo que sacudió al Barsa y le dio un envión al equipo inglés. Pero, en la práctica, pareció que sólo fue para estirar un poco más el suspenso.

Esta historia terminó en el segundo tiempo. Después de tanto merodear el área de Van der Sar, sin poder acertar el tiro de gracia, el toqueteo plural se fue haciendo singular para hacer aparecer a Lionel Messi en su máxima dimensión. Al filo de los 20 minutos enfiló un zurdazo furibundo y rabioso, desde afuera del área y la estirada, tardía, del holandés no alcanzó para nada. Allí se empezaba a escribir las letras del campeón con tinta color azulgrana, que ya empezaba a soñar con el paseo por la rambla con la Orejona en las manos. El tercero empezó en una corrida fenomenal de Messi, que desbordó por derecha. Tumulto en el área, balón para el “Guaje” mara…Villa, que fulmina con una parábola espectacular. Fin de la historia. Lo demás fue un baile donde la propia gente del Manchester quería su boleto para no perderse una pieza.

Y se vienen a la mente las odiosas comparaciones. Será este Barsa el mejor equipo de todos los tiempos?. Resulta fácil testificarlo hoy, aunque un poco discutible aseverarlo, pero es una dulce tentación decirlo. Hubo tantos equipos fabulosos. Pero alguno habrá sido tan excitante ante la vista como este Barcelona?. No sé si habrá existido otro equipo que se mostrara tan seguro e inquebrantable, que hace ver al rival más renombrado como un equipo maniatado y sin recursos. No es que hoy el Manchester de Ferguson haya sido menos, lo que pasa es que el Barsa de Guardiola, fue tan artístico y exquisito que resulto viéndose demasiado grande. Y es que no hay forma de pararlo. Si lo esperas, con paciencia y toqueteo diabólico te mata. Si lo buscas, dejas espacios y te mata igual. Puedes intentar asemejarlo, pero igual sabes que vas a morir.

Hoy Messi fue determinante. Monstruoso para la gambeta corta, para driblear en velocidad, para definir, para ser vertical y agresivo con la pelota pegada al botín. Este Barsa de toque primoroso, combina la dinámica y belleza con Xavi e Iniesta por los costados, como los dos cerebros que con talento, técnica e inteligencia, potencian al Lio para que sea más estrella de lo que ya es. No es normal que exista una coincidencia respecto a un equipo que se esfuerza en arrullar el balón al ras del piso y que se defiende con la pelota en los pies. Un equipo, que se da el lujo de bailar a un rival en una final de Champions como si estuviera en una pichanga con los amigos. Y lo hace en un fútbol muy distinto al de otras épocas, donde se marcaba y corría menos, Pero hoy, donde se trata de no dejar jugar, este equipo de Messi y su ballet, siempre juega y juega bien.

Dicen los seguidores de Mourinho, que es el único que ha podido parar a este equipo de ensueño, aún a costa de su propia identidad. Que al no estar en competencia, Ferguson solo ha sido una víctima más de su toqueteo diabólico. Allá ellos que quieran hacer prevalecer los números y estadísticas en lugar de un balón de fútbol. Nosotros, los que sentimos el fútbol en las venas, nos vamos a sentir felices cada vez que Messi y su ballet artístico, pisen una cancha. No sé cuanto dure este sueño, pero mientras exista nos hace demasiado felices. Déjenme vibrar con el toque exquisito, el regate elegante y los goles de antología, aparten de mi ese cáliz infame de los números y resultados, El fútbol es para disfrutarlo con el corazón y no para hacerle conflictos a la razón.

Gracias Dios, por el fútbol, por este Barcelona de fantasía y por el Lio Messi, el mejor del mundo

















La magia del Messi..as

Esta escrito. El futbol es para los que quieren jugarlo, para los que proponen escribir en el verde la historia con la tinta indeleble del arte y la genialidad. Para aquellos que aún no pierden la esperanza que los partidos se pueden ganar a pulso, con habilidad y destreza, mirando el arco de enfrente y logrando que la mejor disciplina defensiva, sea la tenencia del balón. Para aquellos que despabilan sus emociones y se les pone la piel de gallina, cuando un partido se gana con un poco de paciencia y una dosis tremenda de magia pura.

Este partido era para el Real, la posibilidad de hacer en casa un cerrojo a las ansias azulgranas, una forma de reafirmar que su clásico rival no es invencible y sacar el boleto de ida para Wembley. Mourinho, el creador de formulas ganadoras y acérrimo apostador de boletos a ganador, esta vez se equivocó, como nunca debió equivocarse. En su cancha, jugó a que no le hicieran un gol y a copar todo el campo, para esperar que alguna divinidad tomara tantos pelotazos, jugados al azahar. Tirados atrás como si algún miedo oscuro los obligara a resguardarse en su trinchera y sacar la cabeza de cuando en vez, para ver que tan lejos o cerca se encuentra el enemigo. Un planteamiento propio de Mourinho que se estrelló con la paciencia más el nivel individual de Messi y compañía que terminaron rompiendo su esquema.


Un Barca dominando el control de la pelota, no sorprende. Pero tampoco alcanza para romper la última línea y el cerco con un juego de ataque profundo. Por ello la paciencia es un valor agregado, que se hizo mas notorio hoy, cuando el Real no pudo ni quiso afrontarlo en el área contraria. Primero me defiendo y después existo, suele argumentar Mou y a raíz de ello busca maniatar al rival, para buscar la oportunidad. Pero un Real, en casa y agazapado, con el ánimo desaliñado y forzando la pierna fuerte, era un mensaje que algo no funcionaba bien o que la mejor versión del Barsa era mejor que la mejor versión del Madrid.


No hubo ninguna formula mágica para el Barcelona. Le bastó que la paciencia sea su guía espiritual y dejar que el talento de Messi haga el resto. El partido lo estaba ganando incluso antes del planchazo y la exagerada expulsión de Pepe. El Real, a pesar de tener maniatados a los mejores hombres, tenia miedo de dejar la casa sola, temor a salirse del libreto y Mou había firmado la igualdad. No poder ganar le dejaba la opción de no perder. Estaba en su derecho. Nadie hubiera pedido su cabeza si llevaba al Camp Nou, la etiqueta de posibilidad latente de subirse al tren. Nadie excepto su propia conciencia.


Esta escrito. Que el fútbol es una divinidad encarnada en unos cuantos privilegiados. Lionel Messi es uno de ellos y hoy hemos visto dos pruebas celestiales, que se encuentra a años luz el resto de los mortales. Primero puso su botín mágico para ser una luz que apareció de la nada y sacudir las entrañas del Bernabeu. La segunda, fue una obra de arte, de talento y magia pura. Talento para ir a buscar la pelota donde los demás no van y a la velocidad que él va y magia, para inventarse una jugada maradoniana y liquidar futbolística y conceptualmente el duelo. Por más que falte otro partido, lo que hizo Messi en este partido, quedó escrito con letras de oro en la historia.


Falta la vuelta y en el fútbol aún no se ha inventado la cura para eliminar la lógica, pero lo que se ha visto hoy, por lo menos a los amantes del fútbol bello y contundente, nos ha llenado de emociones diversas y nos damos por bien servidos. Solo el de arriba tiene la potestad de que se vuelva a repetir otra congratulación de tamaña naturaleza para este fútbol bendito.







El último pasajero

La fiesta de un clásico es especial. Desde la previa cuando todo se va vistiendo de azul y crema, hasta el entusiasmo que va calando las fibras de todos los hinchas, que revierten en un partido de fútbol, una añeja rivalidad, una consabida provocación, para saberse más ganador que el otro incluso antes que empiece el partido. Son los eternos antagonistas, que se odian y se quieren, se aborrecen y se confrontan, se miran y no se tocan, pero en el fondo ninguno de los dos, puede negar que se necesiten más de la cuenta para sobrevivir.

Daniel es un hincha de la U a muerte. Asume que desde pequeño fue santificado por el fútbol, desde que le pusieron la crema en el pecho y desde entonces ha reverenciado su pasión con una devoción extrema, a veces desquiciada, calenturienta, pero tan humana como su propia personalidad. Es de aquellos hinchas acérrimos, de carácter apacible y noble, pero aguerrido y temerario. En su memoria aún le queda, aquella noche de clásico del 99, en la definición del Play Off, cuando llegó a Matute y sin entradas en la mano, no tuvo alternativa que meterse a la tribuna sur. Obligado por las circunstancias y en el corazón de la hinchada blanquiazul, vio dar la vuelta a su crema de toda la vida, pero no pudo celebrar y fue un mudo testigo de un triunfo, que solo pudo desfogar cuando llegó a casa.

Este nuevo clásico tenía la misma convulsión de los anteriores. Era un encuentro de la juventud grone contra la experiencia crema, la expectativa estaba puesta en el verde y la emoción llenó la grada muy temprano. Daniel, esta vez quiso poner a prueba su temple y en una zafada decisión, quiso parecerse a esos jugadores que hacen la distinta. Esta vez no había apremios y era solo la bravata del hincha crema que le hace a su archirrival. Se escribió con plumón rojo cerca al corazón, la U de sus amores y se puso un polo de color plomo. Partió hacia la caldera, con una sonrisa socarrona, no le dijo a nadie de su aventura, aunque algo le intuía que se iría de allí con la sonrisa encubierta, al contrario de la primera vez, ahora era, con premeditación, alevosía y ventaja.

Daniel, llegó a Matute y desde su ubicación, pudo sentir nuevamente la adrenalina, de estar respirando el mismo aire del enemigo, mirando de reojo la muchedumbre que pintaba de crema gran parte de esta caldera que hervía de pasión grone. Una forma de sentir diferente el clásico, haciendo la del valiente clandestino, que se metió al patio del vecino para hacer una travesura desvergonzada, pero tan a título personal como su propia identidad. Sin querer tuvo que compartir, la pasión desbordante del Comando Sur, tocar su bandera y sonreír tímidamente, cuando la U hizo su aparición.

El pitazo dio inicio a un concierto de errores y desconexiones de planteamientos. Una lucha por ganar y tener la pelota, pero no saber qué hacer con ella. Costas apelando a la mixtura de la experiencia y juventud, que le daban rapidez pero careciendo de contundencia. El “Chemo” jugándose el puesto y apostando a defender el resultado, con Alva y Fano sacrificados delanteros en función defensiva. Alianza exponiendo y la U respondiendo. La consecuencia, fue un encuentro de acciones maniatadas, con mucha fricción, con delanteros sin llegada y con actuaciones individuales aplaudibles, más no consecuentes. Bazán en Alianza y el “Negro” Galván en la U. El joven que se va haciendo realidad y el experimentado que se hizo un muro contra el arresto blanquiazul. Partido por momentos aburrido, sin peligro en los arcos. Fácil los arqueros, se iban a los vestuarios, se lavaban la cara y nadie los hubiera echado de menos.

Para el segundo tiempo, Daniel ya se sentía satisfecho, al margen del partido, se había dado el gusto de ser un atrevido hincha merengue, que enrostraba su orgullosa opinión de Reynoso, que primero se defiende y después existe. El partido había caído en un letargo y parecía extinguir las emociones de los hinchas, Era la hora de que un superhéroe baje al verde. Visa fuerza una jugada en el área y penal indiscutible. El “Pato” Quinteros, se para frente al balón. Su rostro no era de confianza, al frente Raúl Fernández, lo miró fijo a los ojos, lo esperó hasta el último instante y aunque le pegó bien, el arquero demostró una potencia de piernas admirable y en una espectacular mano cambiada, atajó el disparo. Fue una pena máxima, mas para el aliancista que para el portero crema que desde ese instante se hizo figura.

En la tribuna, Daniel, solo atinó a morderse los labios, de satisfacción extrema, pero también de orgullo, porque Fernández, estaba para terminar vestido de Clark Kent, pero como otras tantas veces, terminó siendo un verdadero Supermán. El pitazo final, dejó un clásico aguachento, deslucido, con mucho fervor en la tribuna, pero exagerado fragor en el verde. Demasiada fiesta para tan poco fútbol, con una renuncia al gol y una cacareada forma de defender un resultado a costa de mucho sudor y poca disposición. Una apuesta al esfuerzo físico, pero una carencia de ideas colectivas, una lucha intensa para no dejarse vencer, pero una renuncia implícita para no intentar ganar. Los compadres, dejaron el fútbol –una vez más- como tarea pendiente.

Mientras en la tribuna, Daniel veía muy campante, el descontento de los hinchas grones. Y es que un clásico no se juega, se gana y un empate en casa tiene sabor a derrota. Daniel, salió de Matute tranquilo. No perdió y tampoco ganó. Por la noche ha sentido que el haberse atrevido a volver a la tribuna del rival, lo haya llenado de vanidad extrema, pero sabe que en el fondo, ello no pasa de una diablura, un cosquilleo a la jactancia, para saborear el miedo desde el ojo de la tormenta. Quizás cuando la hinchada blanquiazul, lo vio salir con ellos, lo miró con ignorada desconfianza, pero ni se tomó la molestia de pedirle sus credenciales y fue el último pasajero del autobús del desencanto. Y es que para ser tan hincha crema y meterse a la boca del lobo, hay que sentir bien adentro la camiseta, ser un provocador consumado o estar un poco loco.


Lazos de pasión y sangre

Mi amigo César llega al Monumental junto a su padre. Ubican sus asientos y reposan su humanidad, en un lugar de la tribuna que les brinda una vista preferencial. Su tez morena se confunde con las luces de los reflectores que anuncian la salida de los equipos. Para ambos es un día especial. Hoy, tienen los sentimientos encontrados. Son hinchas de la U a muerte, pero deben dividir su entusiasmo y apartarlas de su sangre, para sentir esa cosa especial que tiene el fútbol, llamada pasión.

El equipo visitante es el Sport Boys. Michael Guevara, el capitán y talentoso jugador de selección, encabeza el pelotón rosado, con el estandarte de su equipo de figuras escasas, que saluda a la grada. El fervor se llena de papel picado y Michael, mira a la tribuna, donde su padre y su hermano, han venido a alentar a la U pero también a él mismo, aunque sea parte del equipo rival. Saben que hoy le toca vestir la rosada, pero es tan crema como ellos mismos. El saludo se interrumpe y rápidamente el escenario toma otro matiz. La U ha salido al campo y la muchedumbre se llena de entusiasmo. César y su padre, aplauden a su equipo, pero no pierden de vista a Michael, que trota y se saluda con los rivales, que lo conocen por su pasado en tienda estudiantil.

El partido se ha iniciado y con él, los sentimientos del padre y sus hijos, se van entremezclando en deseos internos y emociones distintas. En la tribuna, César se frota las manos y sonríe nerviosamente. Abajo en el verde, Michael toma la batuta de su equipo y se va haciendo figura. El padre, siente un orgullo confundido, cada vez que su vástago toma el balón y genera peligro en contra de su equipo, que no atina a mostrar una pizca de juego colectivo. El planteamiento del “Chemo” se asemeja a un pescador, que prueba diferentes carnadas y no encuentra resultados. El partido se hace de ida y vuelta, no hay tregua. La lógica dice que la U debe ganarlo, por plantel y por convicción, pero la razón, se va con el viento, envolviéndose en una borrasca turbulenta para bajar de la tribuna en injurias insolentes.

Michael, está jugando mejor que nunca. “Toñito” Gonzales se ha devorado un par de caños monumentales y la U porfía para generar peligro, pero sus intenciones se escurren en tentativas vanas. Un Boys que crece en defensa pero es superado en ofensiva. Un partido parejo obliga a que entre uno de los dos surja el error. El primer tiempo se ha ido y con él baja el bramido de la tribuna norte, exigiendo justicia y encarando a sus jugadores de rostros adustos. El padre y el hijo se miran extrañados. Michael los saluda y ellos responden un poco regocijados pero otro tanto confusos. Tienen repartido el corazón en dos mitades y hay de por medio el amor de padre y hermano, versus la pasión por una camiseta.

La última parte, ha sido un juego de emociones fragmentadas. El Boys ha tomado en serio su visita a tienda crema y asesta la puñalada letal en el final de un partido que pintaba para empate meritorio. Un gol de buena factura y la gente rosada no deja de celebrar. Ya falta poco para sentir que valió la pena tanto sudor, aunque el color de su camiseta, se va destiñendo por demasiado desgaste. El reloj sigue su marcha y lo que era un merecimiento se va haciendo realidad. La U porfía más por desesperación que por convencimiento y solo quedan los descuentos. Michael, observa como en la tribuna, su viejo se ha puesto de pie y mira su reloj impaciente. Faltan los últimos respiros de este partido que se les va de las manos.

El “Chemo” que ha sido jugador, entiende que debe presionar al árbitro, para encontrar un respiro al agobio tribunero. Hay maneras para inclinar la cancha. Michael, sale jugando, le hacen una falta alevosa y el árbitro, que la iba a cobrar, se encuentra con el rostro adusto del técnico crema y deja seguir. Los hinchas cremas se encomiendan al cielo, hay un balón perdido en área rosada, todos quietos y aparecen San Pedro y San Pablo para hacer el milagro. Empate en el epílogo y la euforia estalla en el Monumental. Michael indignado se le va encima al árbitro, hay una frustración y rabia, que no le dejan advertir que su padre, reza en la tribuna para que esto se acabe y se vayan del estadio, con el corazón tranquilo a casa.

Dicen que el fútbol es para vivos y gana el que se aprovecha del error o parsimonia del rival. Cuando ya no había más espacio en el corazón y la garganta estaba seca de tanto gritar, Boys pierde un balón en salida y en lugar de hacer tiempo, se repliega a esperar que el “negro” Galván meta el testarazo, para la arremetida furiosa del Chileno Alvarez –un exponente del sentimiento crema- que sella una victoria conseguida más que con “garra”, con agallas y esfuerzo individual, pero con muy poco derecho a sonreírle a la tribuna. Los del Boys buscan al “culpable”, sin asumir que ellos mismos fueron víctimas de su propia desidia, en esos fatídicos instantes finales que se alargaron más de la cuenta, por obra y gracia del valor que tiene la tradición de un equipo, aunque para ello deba rebajarse a ganar un partido con el pantalón en la mano.

El padre y el hijo se saludan efusivamente y buscan la mirada de Michael, que se va contrariado. Quiso ganar y pudo hacerlo, aunque ello hubiera ido en contra de su propio sentimiento. Ha sentido la confluencia de pasiones porque es un profesional que debe defender una casa que lo cobija y se debe a ella. El partido ha terminado y el regreso a casa, se hace de manera disgregada y con rumbos a diferentes hogares.

Mi amigo César, se irá con una sonrisa complaciente, porque su equipo hizo una remontada que lo devolvió a su asiento, aunque su complacencia para con el hermano menor haya llegado a un límite desmedido. El padre, llegará con la sonrisa a casa, pero esconderá una vergüenza ajena, porque la esposa, es de pecho blanquiazul y no le aguantará mofas del eterno rival. Despacio y en puntillas de pie, se irá a su cuarto y desfogará su alegría contenida, pero también su orgullo. Su engreído, dejó de ser ese pequeñín que le daba a la redonda con inocencia infantil y quería emular sus propios sueños futboleros. Hoy es toda una realidad, que lo llena de satisfacción y una vanidad justificada.

Michael, se irá mordiendo su bronca y las horas serán su mejor medicina para calmar sus arrebatos. En el descanso merecido, encontrará la pausa, para sentirse tranquilo. Fue la figura del encuentro –como otras veces- y su presente le sonríe, gracias a ese talento innato que tiene en sus pies y porque está en su mejor momento para consolidarse. Hoy en el Monumental también tuvo los sentimientos encontrados. Hubiera querido ganar el partido por convicción, pero al final se llevó una derrota en el alma. De consuelo, le quedó una alegría inmensa, por haber estado cerca de su padre y su hermano, con quienes comparte el orgullo de sentir en la piel, un mismo sentimiento de sangre y una sola pasión por la misma camiseta.