De una raza distinta

El rostro de Navarro es un gesto confuso entre revancha y satisfacción. El de Sanguinetti es una apología  a la decepción. Las tribunas del nacional vestidas de blanquiazul se van despejando, caras pintadas y gestos de tristeza que se van alejando, mirando de reojo como ese grupo reducido de gente, vestida de color festivo, hace loas y vítores por un triunfo en casa ajena.  Ha ganado Vallejo y se lleva a Trujillo esta Copa del  Inca,  dejando a esta gente de sentimiento grone, con la mesa servida, esperando el plato por segunda vez y mientras la muchedumbre se va perdiendo por las calles de La Victoria, se banca el escarnio del vecino de enfrente, que como siempre, regodea su mofa y festeja triunfos ajenos para asolapar su presente irrisorio.
 
Y Alianza quiso proponer como siempre y se hizo una tromba desde el inicio, el ímpetu de sus jóvenes quiso arrollar la cadencia y sapiencia de los hombres de Navarro. La movilidad de Cueva fue sacando de su sitio a los centrales trujillanos hasta pintarlos de amarillo y condicionarlos. Sanguinetti, incitaba el vértigo para arrasar con velocidad y cambios de ritmo. El “Armenio” pierde el gol de la tranquilidad, pero Miers culmina con un testarazo el centro de Cueva y explota el nacional. Pero lo que debía ser el gol de la tranquilidad, se fue haciendo un dolor de cabeza blanquiazul. Aquí es cuando se requiere la pausa, la vivacidad para correr menos y rotar el balón más. El dominio aliancista duró 25 minutos y salió a relucir el kilometraje de la gente de Vallejo, para apagarle el motor, quitarle la pelota y empezar a ser sólido y compacto para llegar con personalidad al área rival.
 
El que Cruzado y Miñan fueran libres lanzadores exquisitos que enviaban bombas de tiempo envueltos en papel de regalo, a las espaldas de la retaguardia grone, hablaba que Navarro había quebrado el ímpetu aliancista en base a sapiencia. Sanguinetti siguió insistiendo el mismo libreto, fuerza, vigor y pelotazo a ver que salía con Deza o el aguante del “Armenio”. Vallejo se paró en tres cuartos de cancha y jugaba con la ansiedad de Deza, un chico de extraordinarias condiciones pero que su gente le hace creer que es una flecha y que debe llevarse todo por delante. Las acciones se fueron emparejando, mientras Alianza chocaba contra sus limitaciones, Vallejo fue haciéndose dueño del escenario, el empate fue un premio a la insistencia. Mauricio Montes, libre de marca pone la testa al córner de Millán, iguales en el marcador pero distintos en planteamiento, un mensaje a la conciencia para la tienda blanquiazul.
 
El segundo tiempo fue un calco del tramo final del primero. Un Vallejo enseñoreado, un Alianza peleado con sus frustraciones. Si le era difícil defenderse más difícil era irse al ataque. Aquí el partido pierde intensidad y sale a relucir algo típico de nuestro fútbol: la Imprecisión. Qué manera de equivocarse los dos, no habían dos pases seguidos que no tuvieran una interrupción, una buena intención se diluía en una grosera habilitación. La ansiedad de uno la compartía el otro y el partido se fue ensuciando. Lejos de ser vibrante, era modestamente entretenido. Pero el punto de quiebre en el fútbol, parte siempre de los jugadores que trascienden. Ciucci se fue comiendo la cancha y las ganas grones, Cruzado gravitaba jugando de enlace, Miñan y su guante en el botín derecho, habilitaba mejor haciéndose más valioso que las corridas de Cueva o Deza que terminaban en los pies del rival.
 
El segundo de Vallejo vino por inercia, se caía como fruta madura. Había tocado la puerta más de tres veces de manera educada porque siempre la encontró abierta. Pero cuando era la hora de entrar, encontró a sus guardianes desatentos. Centro de  Requena por derecha, que conecta Cedrón, que había sido pifiado por todo el estadio, como si fuera su culpa el que Alianza no entienda que no solo se puede jugar con el corazón y se requiere otras alternativas de hombres y nombres. El frentazo, fue el cachetazo de respuesta, que Forsyth quiso impedir y terminó arrumado en su valla, como el orgullo blanquiazul que se hizo silencio en la tribuna. Cedrón, educadamente celebró su venganza deportiva, con los dedos al cielo. Los gritos cesaron, el baldazo de agua helada calo el alma de los que lo insultaron.
 
Vallejo lo pudo fulminar y pudo ser marcador de escándalo que no sorprendía a nadie. Chavez pierde en la culminación de una jugada colectiva y cerraba el partido, pero también tuvo su revancha. Alianza insiste más con el aliento de la gente que con sus posibilidades. Roba el balón Vallejo y hace la simple, corrida por derecha de Millan, que va mirando con propiedad el destino del balón y Donald le pone el guante para que Chavez conecte de “palomita” el tercero que pudo ser el cuarto o quinto, que mas daba, todo estaba consumado, la defensa aliancista era un manojo de dudas y lo que quedó del encuentro solo fue el reflejo de lo que pasó en el verde. Vallejo jugando con autoridad y jerarquía y Alianza insistiendo una y otra vez a pujar, intentar romper la pared con los puños, a seguir confiando que el arrebato y el aliento de su gente se sobreponen a la jerarquía que debe emerger en definiciones de esta categoría.
 
Alianza quiso jugarlo con el alma y le ganó la ansiedad, Vallejo lo jugó con la cabeza y ganó con la razón. Soy un convencido que el corazón sirve en el fútbol para animar y para luchar, pero en partidos definitorios no basta, hace falta la inteligencia y la paciencia para ejercer el control del balón y del juego, para bajarle las revoluciones al rival y llevarlo a tus dominios, donde puedas desmenuzar sus falencias, para liquidarlo con sangre fría, con ojos de sabiduría  y el instinto malhechor para darle el tiro de gracia. Creo que para estos partidos, uno debe sentirse hasta de una raza distinta. Pero esto no se trata de mí, se trata de ellos, los del Vallejo, que hoy se llevan merecidamente el titulo a Trujillo.
 
 
 

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