Claudio Pizarro llega
a los 101 goles y se convierte en goleador histórico en Alemania, es el orgullo
de los hinchas peruanos que rebasan las redes sociales haciendo tendencia de la
noticia. Cuando arriba al Jorge Chávez, hay un recibimiento inusual y los
medios inundan sus portadas con odas de esperanza en el “goleador”. Sí, el
mismo que tiene 36 años y cada vez que se pone la blanquiroja su actuar es
pálido y es blanco de dardos venenosos de todos los sectores, pero que
pareciera que hoy se olvidaron de todo y esperan ver al mismo Claudio del
Werder Bremen.
Jefferson Farfán
ha tenido una operación que por más ganas e ímpetu que le ponga lo deja mermado
para un partido de trascendencia, como son las eliminatorias. Pero el hincha ya
lo puso en el equipo titular y reza diez mil padres nuestros para que llegue
entero. Ascuez y Tapia no juegan de manera continua en sus equipos, sin embargo
el hincha no le importa, prevalecen sus nombres y su actuación de partidos
pasados, sin pensar que cada uno es distinto de otro. Paolo Guerrero viene
pasando un momento acido en su carrera, producto de los años y el trajín,
propio de los goleadores que suelen estar dormidos y despiertan cuando menos lo
piensan. No está en buen momento, pero el hincha es un devoto fiel de su imagen
y lo pone en el equipo vestido de santo milagroso.
Así somos los
hinchas, los peruanos en general, nos emocionamos con un estado de gracia fugaz
que tienen los jugadores de fútbol o cuando la dupla del momento hace el empate
agónico ante un rival paupérrimo, la emoción los hace necios, pone nombres y
esquemas revolucionarios, saca a relucir su hinchaje descomedido de su equipo y
encuentra las soluciones a nuestros problemas estructurales. Le cuesta entender
al hincha peruano, que Pizarro nunca jugará en la selección como en Alemania, porque
es otro escenario distinto y que ya hace rato se debe renovar ese lugar en el
equipo, que necesitamos sangre nueva, nombres nuevos. Esos mismos personajes
que inflan el pecho de orgullo o twitean un mensaje alentador en la previa, son
los mismos que hoy amanecieron con la hiel en la boca y despotrican de Pizarro
y lo acusan desde argollero, dueño del equipo y hasta de pirata filibustero que
se roba las ilusiones de un pueblo.
Pero el hincha
tiene su derecho de opinar, alentar, despotricar o joder, nadie lo discute. Lo
que llama la atención y resulta grave es que Gareca, el DT que nos brindaba la
seguridad que habíamos recuperado nuestra identidad, el “iluminado” que
saco lustre a un tercer puesto de CA y el indicado para sacarnos del fango,
anoche se sintió tan "peruano" que terminó actuando como un hincha más. Se dejó llevar por el entusiasmo barato y puso
los nombres relevantes, en la premisa que su categoría nos garantizaba pasar
por encima a un equipo venezolano, que lo único bueno que trajo son sus nuevos
nombres. Chicos que recién empiezan en el fútbol pero que sin ser gran cosa
tienen esa juventud y ganas que supera cualquier desventaja o nombres de cartel. Mientras en la
cancha teníamos nuestros dinosaurios, con actuar cansino y desgastado, en la
banca nuestras promesas, jóvenes con ansias y ganas de comerse el mundo y que
pasan un buen momento, descansaban el sueño de los justos.
No se pudo jugar
peor. Un primer tiempo para el olvido. Perú previsible y carente de sorpresa.
Tener a Pizarro y Guerrero juntos es quitarle a Paolo ese libertinaje que
necesita para recorrer el área como lobo hambriento. Pizarro con todo y su
palmarés está solo para el recambio. Farfán mermado no ofrece ningún aporte, Ascuez
y Tapia desnudaron su falta de continuidad, Gallese cuestionado al inicio, evito
una hecatombe, nos pudimos ir fácilmente con 4 goles abajo y el rival sin
despeinarse. Venezuela hizo un planteamiento simple, apegado al sentido común, con
gente rápida arriba haciendo presión alta, tapando las salidas de Vargas y
Advíncula, generando el error de los medios de contención y poblando los
espacios que recorrían Farfán y Cueva y anticipando siempre a Paolo y Claudio,
obligando a que se recurra a la clásica solución que exige el hincha en la
tribuna, menos tránsito y pelotazo a ver qué pasa. Una trillada versión del “hay que ganar como sea”.
Gareca les hace
caso a los estadísticos y asegura que el “promedio” de goles de Guerrero y
Pizarro garantiza su lugar en el equipo. ¿Cuántas pelotas aéreas ganó Paolo y
Claudio o Farfán?, muy pocas y más las ganó Ruidiaz con su estatura, cuando
ingresó por Pizarro. Más cuentan en Paolo las que se perdió –una constante en
su equipo- que el gol mordido que se la comió el arquero. Empatar de esta
manera no es levantar un resultado, es poner las cosas en su lugar que es
distinto y que se escapaban de las manos, por el simpe hecho de no tener los
huevos de tomar decisiones drásticas en el momento oportuno y hacer prevalecer
la juventud de hombres antes que la experiencia de nombres y hacer una mixtura
adecuada de ello.
El futbol moderno
exige mucho vértigo y la pausa adecuada para verticalizar los movimientos, se
requieren jugadores en un estado atlético 10 puntos, que pasen por un buen
momento, tengan juventud y una disciplina táctica que otorgue la capacidad de
hacer recorridos justos, de hacer cambios de ritmo oportunos y ganar las
divididas. Polo y Cueva despertaron cuando Flores y Ruidiaz les otorgaron su
frescura, pero porque decidir tan tarde, acaso y Benavente o Da Silva, no
pudieron también darnos otro aire, otro respiro ante un rival que solo se
limitó a aprovechar nuestros defectos y maniatar inteligentemente nuestras
pocas virtudes.
El panorama pinta
oscuro, pero se veía venir, no sorprende mucho y quizás rompa los corazones de
los ilusos románticos que piensan que ir a un mundial solo a punta de coraje y
corazón -sin apostar por un recambio generacional, es la solución a nuestros
problemas. Seguimos cargando la cruz, los azotes del infortunio nos van dejando
marcas en la espalda y heridas en el alma, no se ha perdido, pero ha dolido
tanta esta igualdad que el camino del Gólgota futbolístico se vuelve cada vez más
pesado y hace difícil sorber el trago amargo de este vino tinto.
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